Este País entrevistó Raúl Cortés, autor de El choque inevitable: Prensa, discurso y poder en el sexenio de López Obrador.
Nosotros somos los especialistas en pedirle al poder que rinda cuentas ante la sociedad: Entrevista con Raúl Cortés
Este País entrevistó Raúl Cortés, autor de El choque inevitable: Prensa, discurso y poder en el sexenio de López Obrador.
Texto de Este País 21/02/23
Sea como un recurso para polarizar al país en su beneficio o como una genuina estrategia de cambio, el presidente de México ha logrado convertir la relación entre el poder y los medios de comunicación en uno de los aspectos centrales de su gestión. Esto ha generado confrontación, pero también dependencia y ha marcado el ritmo de la discusión pública en México desde que el presidente estableció las conferencias “mañaneras” como la principal vía de comunicación de su gobierno. El choque inevitable (Grijalbo, 2022) de Raúl Cortés registra y analiza esa interdependencia. Mitad crónica de los primeros cuatro años de gobierno de AMLO, centrada en los bulos que se han lanzado día tras día desde el púlpito del presidente, y mitad ensayo sobre el uso político de las fake news y el papel de la ética periodística en un mundo dominado por la desinformación y la infodemia, es uno de los textos que mejor documentan un fenómeno tan complejo como preocupante: las implicaciones políticas de la posverdad.
Este País (EP): ¿Qué te llevó a escribir este libro? Si bien es un tema muy actual, no es un libro que se escriba de un día para otro, sino que lleva tiempo. ¿Cuál fue ese detonante?
Raúl Cortés (RC): Yo tenía un contrato con la editorial desde el año 2019 y el objetivo originalmente era escribir un libro sobre desinformación en México: Fake news a la mexicana o algo así. A medida que se desarrollaba el sexenio de López Obrador, la editorial consideró que era interesante cambiar el enfoque del libro, y tomando en cuenta mi trayectoria y que yo estaba siguiendo la mañanera como corresponsal extranjero, por qué no hablar de la relación entre López Obrador y los medios de comunicación sin salirme de mi enfoque académico ni de mi enfoque de investigación. No es un libro político o de un opinólogo, porque yo no lo soy; es un libro basado en la teoría y en mi experiencia profesional en otros países. Yo llevo 20 años en América Latina y hace siete años que doy clases en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Todos estos temas de ética periodística, de formación de opinión pública, de transparencia, de derechos, de las audiencias, me interesan mucho. Así surgió el libro. Podríamos decir que en parte también está escrito por el presidente López Obrador por la cantidad de veces que lo cito.
EP: ¿Conversas con él indirectamente?
RC: Es verdad que él tiene un papel muy importante, un papel protagonista desde la propia portada. El libro no se centra únicamente en cómo el mandatario ha construido la comunicación política, sino también en qué está sucediendo de forma general en el contexto de la comunicación, en la agenda informativa en México, comparándolo con otros países. También habla mucho de la parte de la ética periodística y de la ausencia de interés por parte de los medios de comunicación mexicanos, los periodistas, los líderes de opinión, de profundizar en ese aspecto: cómo transparentar más el trabajo que hacemos, nuestra profesión, explicar por qué hacemos de una manera las noticias para que la sociedad nos vea con mejores ojos, para recuperar ese prestigio que hemos perdido en ocasiones de forma justificada por alianzas con poderes fácticos, con poderes económicos y políticos; también tiene que ver con que hemos sido injustamente tratados por gobernantes, por ejemplo, López Obrador en México, Donald Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Viktor Orbán en Hungría, Nayib Bukele en El Salvador. Es una situación global. A mí me toca explicar México porque yo soy corresponsal aquí, porque conozco bien este país. Además, he escrito este libro como un regalo para este país que me ha adoptado; es mi aportación humilde a lo que yo considero que puede mejorar o puede hacerse en términos de contrarrestar la polarización y de explicar mejor lo que está pasando. Esa es la parte que me inspiró también a la hora de trabajar en el libro. Me ha llevado mucho tiempo, porque aparte de que todas las mañanas sigo al presidente López Obrador, yo dedicaba dos o tres horas diarias a recabar información y a redactar los capítulos. Entonces sí fue un esfuerzo importante.
EP: ¿Por qué es tan importante aplicar, entender y hablar de la ética periodística?
RC: Tiene mucho que ver con el objetivo de este libro. El libro está destinado al público en general, aunque puede tener mayor interés entre aquellas personas a las que les guste la política, la comunicación y, por supuesto, para los colegas periodistas, para los comunicólogos, para los estudiantes de carreras de comunicación o periodismo. Uno de mis objetivos es, justamente, transparentar la labor de los medios y explicar que los medios de comunicación, cuando hacemos noticias, no las hacemos por puro antojo. Existe toda una metodología, existen procesos que seguimos para que un acontecimiento que se da en la realidad se convierta luego en un producto informativo. Eso se relaciona con los códigos éticos, los códigos deontológicos, los manuales de estilo, que son esos documentos que incluyen una serie de normas éticas sobre cómo hacer nuestro trabajo e incluyen apartados tan importantes como, por ejemplo, el manejo de las fuentes. Esto es algo que la gente desconoce normalmente: por qué es importante citar a la fuente con nombre y apellido y cargo para que la información sea mucho más certera y, de alguna manera, comprometamos más a la fuente cuando nos está hablando; por qué utilizar varias fuentes y no solo una para la información.
Hay muchos códigos éticos. Por ejemplo, en el caso de Reuters, cuando tú tienes una fuente anónima para dar una información importante, necesitas tener por lo menos dos fuentes anónimas para lanzarte a dar esa información. La gente no entiende o no sabe, más bien, qué es una fuente anónima, ni qué es el secreto profesional. Y eso es clave para que recuperemos el prestigio. Es decir, si sale un reportaje que golpea al gobierno de turno, la gente debería saber que —por mucho que el gobernante aludido diga que ese reportaje es falso— realmente detrás de ese reportaje hay una metodología para llegar a esa información; seguramente sería más difícil para los gobernantes poder desmentirlos de esa manera tan categórica, apelando a argumentaciones posverdaderas, del estilo de tú contra tu verdad, contra mi verdad, tu creencia contra mi creencia, en lugar de los puros datos. No en vano la frase que ha hecho famoso a López Obrador es “Tengo otros datos”. Los datos son unos, no puedes tener otros: son los que son. Como los alternative facts de la consejera de la campaña de Donald Trump en Estados Unidos, cuando le preguntaron sobre aquellas dos fotos de la investidura de la toma de posesión de Trump y la del segundo mandato de Obama; en las fotos se ve claramente que la explanada en Washington está repleta de gente en el caso de Obama, y en la de Trump hay menos gente. Le preguntaron ¿cómo puede ser? Y respondió: “Son hechos alternativos”. No, no, no hay hechos alternativos; hay hechos o no son hechos.
Este es el objetivo del libro, explicar más sobre lo que hacemos. Y creo que es muy importante, además, porque la persona que en la actualidad está encabezando el debate sobre la ética periodística es precisamente López Obrador; el cual, por un lado, no es periodista y, por otro, tiene una posición de poder y de privilegio por ser el primer ciudadano del país que resulta desequilibrada en términos de un verdadero debate. Además, él no tiene por qué meterse en esos temas. Él no está en el mundo de los medios, pero los medios parecen haber desistido de entrar en ese debate, lo cual también me hace preguntarme si es que en el fondo es de esas preguntas incómodas que nadie quiere hacerse. Ese es el elefante en la habitación. Probablemente muchos medios de comunicación no se rigen por parámetros éticos a la hora de hacer su labor. En el libro menciono que el último estudio que hay a fondo sobre códigos éticos en medios de comunicación mexicanos data de 2014; se refiere a él un teórico de la ética periodística, Omar Raúl Martínez, ya fallecido, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Él dice que en 2014 la Segob tenía registrados 3400 medios de comunicación en México y apenas 35, el 1%, tenían código ético; o sea, uno de cada 100 se preocupa por esto. Y es importante que existan los códigos éticos, porque no solamente nos sirven a nosotros los periodistas, para hacer nuestro trabajo de una forma más ética, sino que además nos permite frente a las audiencias demostrar que lo que estamos haciendo tiene una base ética y tiene una justificación.
López Obrador llegó a decir en una rueda de prensa, creo que en 2019, que por qué Reforma no revelaba qué era eso del secreto profesional, que la verdad por delante, que debía decir de dónde había sacado esa información, que todo debía transparentarse. Pues no, señor presidente, la ética periodística establece esa figura y, de hecho, la propia Constitución de la Ciudad de México incluye el secreto profesional y la cláusula de conciencia desde que fue promulgada hace unos años y, tácitamente, la Constitución Mexicana también. Entonces, el secreto profesional existe porque nosotros como periodistas tenemos que proteger a nuestras fuentes del peligro que corren cuando dan una información que es importante para la sociedad. También para los periodistas que al difundirla podemos sufrir algún tipo de situación en nuestra contra. El caso más claro es el de Garganta Profunda del Watergate: una fuente anónima que dio una información capaz de acabar con un presidente, de obligar a dimitir a Richard Nixon. Por eso está el secreto profesional. Y hay muchos otros elementos como el derecho a la privacidad, el derecho al honor y la imagen, el respeto a los menores, el derecho de rectificación. Los medios también podemos rectificar, si nos equivocamos; el derecho de réplica que tenemos que darle también a nuestros lectores y a las fuentes que aludimos en las informaciones. Todo eso está en los códigos éticos. La gente tiene que saber que eso existe y yo ahí lo explico; también, que hay una falta de interés por parte de los medios mexicanos respecto a la ética periodística. Creo que eso no ayuda precisamente en un contexto como el actual.
EP: ¿Consideras que este desinterés por la ética periodística se relaciona con este momento que vivimos, donde importa más el consumo instantáneo y el número de clics?, ¿tal vez los medios se enfocan más en el negocio y no tanto en el rigor del contenido?
RC: Sí. A mí me causa gracia que los gobernantes en muchos países de tendencia de izquierda, en teoría, plantean el hecho de que el neoliberalismo está terminando o están combatiendo el neoliberalismo, cuando la realidad es que en todas partes el neoliberalismo está en un auge impresionante; se ve en las plataformas digitales de reparto de comida o de comercio electrónico. Hay un empobrecimiento de las condiciones laborales de la gente como nunca antes. Existen enfermedades, que se han acrecentado con la pandemia, ligadas al consumo adictivo de los dispositivos digitales, depresiones, suicidios. Los medios de comunicación, por desgracia, hemos tenido una relación con las redes sociales en la que no hemos sido del todo inteligentes, porque primero las vimos como nuestras enemigas, cuando, en realidad, las redes sociales no producen información periodística en sí, sino que tienen que reproducir lo que nosotros hacemos o lo que hace alguien que produce noticias. Es cierto que las redes sociales han estado muy poco reguladas. Y no me refiero solamente a lo que publican o a la censura, sino especialmente a la parte del negocio, o sea, el tema del copyright. Desde el momento en que empezaron a reproducir los contenidos de los medios de comunicación, destruyeron el negocio de los medios de comunicación. Eso es un hecho. Uno ve cómo funciona Facebook, por ejemplo, y tiene el monopolio de la publicidad de los contenidos periodísticos que crean los medios, ese es el gran problema. En ese contexto, es normal que las autoridades de los gobiernos busquen sacar ventaja de una situación en la que, por primera vez, ya no necesitan a los medios como los necesitaban anteriormente. Ahora pueden llegar directamente a los ciudadanos con su mensaje político de campaña, aunque las elecciones vayan a ser dentro de cuatro años, y, además, lo hacen de una forma muy efectiva, sin que nadie los cuestione.
Para mí, el ejemplo más extremo es lo que pasa en la mañanera: tienes reporteros, por llamarlos de alguna manera, a las nuevas estrellas de la fuente presidencial, que lo que hacen es simplemente ir a adular en muchas ocasiones al presidente o a ponerle preguntas fáciles de las que él puede simplemente opinar sobre cualquier tema, nunca lo cuestionan, nunca son incisivos en sus preguntas. Por cierto, los códigos éticos, el libro de estilo urgente de la agencia EFE, tiene un apartado dedicado a cómo deben hacerse las preguntas en las ruedas de prensa y cómo el reportero no debe posicionarse ni opinar sobre ningún tema, debe hacer preguntas concisas y concretas, sin mostrar ningún tipo de empatía con el entrevistado o con la persona que recibe la pregunta. Creo que el problema es que los medios, en algunas ocasiones, para mucha gente ya no somos ese filtro entre el poder y la sociedad que éramos antes, porque la comunicación es más directa entre las autoridades y los ciudadanos; es como un diálogo circular. Los medios han perdido su poder de intermediario; nosotros somos los especialistas en pedirle al poder que rinda cuentas ante la sociedad. Y cuando lo hacemos, somos los especialistas en procesar esa información, en cómo escribirla o editarla de una manera que el lector o el televidente pueda entender mejor. Le podemos dar contexto, le podemos dar otras fuentes, podemos contrarrestar las informaciones. Todo eso lo dicen los códigos éticos y todo eso es lo que tratan de evitar muchos gobernantes en muchos países que prefieren que ese mensaje que dan vaya directamente a sus futuros votantes.
EP: Independientemente del contenido de la mañanera, de este sesgo y de esta narrativa que ha elegido llevar, ¿desde tu perspectiva profesional, qué piensas tú de esta forma de ponerse en el centro, de tener siempre la voz?
RC: Hay un gran debate sobre qué tienen que hacer los medios, respecto a la mañanera si deben acudir o no a interpelar al presidente, si deben hacerlo los periodistas más renombrados o no. Las ocasiones en las que se ha dado una confrontación en ese espacio, las menciono en el libro, han sido muy pocas, cuando deberían haber sido muchas: las ruedas de prensa son situaciones de tensión porque el periodista quiere sacar información y la fuente a veces no quiere. Una de ellas fue cuando el reportero de Proceso le hizo una pregunta incómoda a López Obrador sobre una publicación que había hecho la revista respecto a Salinas Pliego. Y entonces López Obrador empezó a atacar al reportero y dijo aquello de que el buen periodismo es el periodismo comprometido. Citó a Francisco Zarco, a los hermanos Flores Magón, que son personajes que no tienen nada que ver con la realidad en la que vivimos y el periodismo que hacían —si podemos llamarlo así, porque en muchos casos era activismo político—. Los Flores Magón con Regeneración trataban de derribar un gobierno fuerte, como era el de Porfirio Díaz, y en el caso de Zarco era un personaje que tenía cargos políticos, llegó a tener cargos de mucho nivel en gobiernos y hacía un periodismo editorializado totalmente; entonces no se puede comparar, pero AMLO querría eso. Dice que el periodismo debe estar comprometido con las causas políticas. Cosa que también, por cierto, es totalmente contrario a lo que dicen los códigos éticos. Es curioso, porque la deontología —la ciencia de la normativa de las profesiones—, en el caso del periodismo, estalla a principios del siglo XX, cuando empiezan a aparecer los primeros códigos éticos, pero no es hasta la segunda mitad del siglo XX que empieza a haber códigos éticos de los propios medios.
En el caso de López Obrador, está pidiendo tener un tipo de periodista comprometido, que no cuestione lo que él plantea. Y claro, de esa forma se complica mucho la situación. Ese es el camino por el que ha optado. Tiene en la mañanera un instrumento que se vende como una rueda de prensa, pero no es exactamente una rueda de prensa; es más bien un evento de gobierno donde muchas veces, casi siempre o casi nunca, él responde a las preguntas que se le hacen porque inicia largas peroratas en las que aprovecha para atacar a sus contrincantes y para exponer su programa político. Y en esas oportunidades, no hay nadie que le pregunte, nadie que le diga le vuelvo a preguntar sobre lo que he preguntado. Como periodistas, nosotros tenemos que lograr que, a pesar de que no le gusten nuestras preguntas, termine respondiéndolas. A mí me parece que es muy claro que no le gusta confrontar a un periodista que le pregunte cosas incisivas de forma constante, si no ya lo habría hecho. Hay muchos periodistas que hubiéramos querido entrevistarlo y no lo hemos podido hacer porque el escenario, el clima, la atmósfera que se da en el salón de la Tesorería del Palacio Nacional es muy cómoda para él; es prácticamente un ambiente de mitin político. Aunque eso es lo más raro de la mañanera; no puedes aseverar eso completamente, porque de vez en cuando van periodistas que hacen preguntas realmente periodísticas.
EP: ¿Por qué piensas que el periodismo apegado a una ética es escaso? ¿Por qué ese tipo de periodismo podría fungir como un contrapeso al poder político? Y, sobre todo, ¿por qué necesitamos ese tipo de periodismo como sociedad?
RC: Necesitamos buen periodismo porque, si no lo tenemos, la democracia corre riesgo. Se ha visto claramente con el tema de las noticias falsas y la desinformación. El riesgo de la desinformación y de la posverdad, de mi verdad contra la tuya, de los datos no importan, es que llegará un momento en el que no seamos capaces de diferenciar lo que es verdadero de lo que es falso, y eso para una sociedad es el primer paso previo al autoritarismo más absoluto. No es una cosa excepcional de México, está latente en todas las partes del mundo. En algún momento, a los medios se nos llamó el “cuarto poder”; eso tiene una connotación negativa para algunas personas, pero también tiene una connotación positiva: es una responsabilidad muy grande. La ética periodística está íntimamente ligada con la responsabilidad social que tenemos los medios de comunicación, los periodistas. Lo que nosotros hacemos tiene un impacto muy grande en la sociedad y por eso tiene que cuidarse mucho, tanto desde dentro como desde fuera. Tanto nosotros haciendo bien nuestro trabajo como desde las instituciones, respetando nuestro trabajo. Si no se respeta nuestro trabajo y están erosionándolo constantemente, están indirectamente poniendo en riesgo un pilar de la democracia; eso es lo que creo que es el periodismo.
En el libro menciono un elemento clave del discurso de López Obrador que me parece muy interesante, que es su aplicación de esta técnica inventada por el gran escritor inglés George Orwell en la novela 1984, que es el doble pensamiento, el doble thinking. Es una estrategia que utiliza el presidente con mucha frecuencia. Tiene que ver con utilizar elementos o conceptos antagónicos para dar la sensación de que son lo mismo; en la novela, por ejemplo, decían “la guerra es paz”, “la libertad es la esclavitud”. López Obrador aplica esa estrategia de doble thinking, por ejemplo, cuando él empieza a atacar a los medios de comunicación conservadores, neoliberales, corruptos, los acusa incluso de estar detrás de un golpe de estado blando; inmediatamente después, empieza a restarle importancia a esos ataques y acaba asegurando que en realidad es bueno que haya debate en el país, que es bueno que esos medios de comunicación lo critiquen y que es bueno para la salud de la democracia. Con esto, está absorbiendo todo el espectro de las opiniones y de los conceptos manejados. Es una estrategia autoritarista en el fondo, porque pretende tener el monopolio absoluto del debate y del discurso. Creo que eso hace del mandato y de la forma de comunicación pública de López Obrador, algo muy llamativo y original; no es único, ni es inédito, por supuesto, pero es muy característico de él. Creo que no se habla lo suficiente de eso. Él está muy consciente: es habilidoso en términos de comunicación política, sabe cómo manejar eso y, además, hace algo que han hecho también en su momento Trump y otros presidentes de tinte populista: vulnera o viola determinadas reglas no escritas de la democracia. En el libro Cómo mueren las democracias de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, estudiosos de Harvard, justamente hablan sobre esas reglas no escritas por las cuales tú no puedes atacar de determinada manera a la prensa, o no puedes acusar de mentir a la gente como él lo hace. Aunque no hay ninguna ley que diga que el presidente no puede denunciar un fraude electoral, sí hay una ley no escrita que dice que para que la democracia siga sana lo ideal es que un presidente no denuncie un fraude.
Uno de los obstáculos más importantes que ha encontrado López Obrador en su gestión ha sido justamente la Suprema Corte de Justicia. Cuando él ha pretendido cambiar determinadas leyes que obligaban a modificar la Constitución y la Suprema Corte como órgano rector y vigilante de que se cumpla la Constitución, le dijo: “No, de aquí no puede pasar, pero en otros campos sí”. O se vulneran normas que antes no se vulneraban. Yo pienso que muchas de las cosas que pasan en Palacio Nacional, si hubiesen sucedido en tiempos de Peña Nieto o Calderón, o de Fox o Zedillo, hubiesen sido sorprendentes. Ahora no lo parecen tanto. Yo creo que eso también es parte de la habilidad que tiene López Obrador para manejar la opinión pública. Es evidente que, por ejemplo, cuando llegan las elecciones locales —y ha habido varias durante su sexenio— la mañanera se vuelve un espacio en el que existe una promoción de las acciones de gobierno. El INE en ese sentido, a pesar de que no deja de ser atacarlo, yo creo que ha sido muy indulgente con el presidente. Pensamos en Peña Nieto, cuando cumplía a rajatabla esa parte de que dejaba de haber actos públicos del gobierno durante determinadas semanas; otra cosa es que Peña Nieto utilizara estrategias diferentes para controlar la opinión pública a través de la publicidad oficial o la comunicación gubernamental: gastó mucho dinero ahí. No sé si sea ilegal y si se pueda demostrar que es ilegal, pero una vez más, es esa vulneración de las reglas no escritas. No esperas que un presidente vaya a estar hablando de su gobierno a pocos días de una elección en la que uno de sus candidatos está en juego, está intentando conseguir un cargo público.
EP: ¿Hay algún otro aspecto sobre el discurso del presidente López Obrador que quieras destacar?
RC: En el capítulo “AMLO, el verdadero” hablo de la forma en la que el presidente se comunica. Tiene que ver con otra teoría del filósofo estadounidense Harry Frankfurt. El análisis que incorporo aborda cómo maneja la información y cómo se asemeja a Trump o a Hugo Chávez, por ejemplo. En términos del manejo de la verdad y de la mentira, de las noticias falsas, que para presidentes como López Obrador es un tema importantísimo, un concepto más bien teórico, que suena un poco frívolo pero que tiene mucha enjundia es bullshit. Frankfurt señala que esa forma de encarar la verdad, de enfrentarse a la realidad y de exponer la realidad es un elemento característico de personajes como Trump y yo añado que también de AMLO. Bullshit significa que tú no dices nada, que a ti no te importa lo que es cierto, ni lo que es falso. O sea, a las personas que dicen ese tipo de cosas les da igual si lo que están diciendo sea cierto o sea falso. Para Frankfurt esto es muy grave, porque cuando la gente escucha a una persona que premeditadamente está diciendo una mentira, la juzga de una manera dura.
Por ejemplo, cuando López Obrador afirma que cuando se construya el Tren Maya, no se va a tirar ningún árbol es una afirmación obviamente imposible de cumplir. No es una promesa, sino un compromiso que no se puede hacer porque el Tren Maya va a entrar en la selva y aunque ya tenía un tramo, un trazo, obviamente va a tener que destruir algún árbol. Es inevitable, ¿no? Pero a él no le importa. Él lo dice y lo dice, y se queda tan ancho y no le importa. O cuando dice que México existía desde hace varios miles de años, uno puede llegar a entender que se está refiriendo a la cultura, a las culturas milenarias previas a México, pero la realidad es que México, como tal, no era, no existía. Cuando habla de que la refinería o el aeropuerto de Santa Lucía es el mejor aeropuerto del mundo. Son cosas que en realidad uno sabe que no son ciertas, pero a él no le importa lo que es verdadero de lo que es falso. Él simplemente está diciendo algo porque le va a gustar a sus seguidores, y eso es muy peligroso porque te da manga ancha para decir cualquier cosa. Recientemente, ha dicho que el Tren Maya es el trayecto ferroviario más grande que se ha hecho, que se ha construido nunca. Es falso porque el Transiberiano tiene 9000 kilómetros de extensión y el Tren Maya tiene 1500. Para personas que tenemos un mínimo interés por la cultura y por la civilización, nos llama la atención, pero probablemente para gente a la que no le importe tanto esa parte, se lo cree. Ese es un elemento que también me gustaría destacar en cuanto al discurso de López Obrador, esa manera de saltarse cualquier norma en términos de la búsqueda de la verdad. En ocasiones la verdad es una cosa secundaria y eso hace que exprese esas cosas. Las famosas bullshit ante las cuales la gente no es tan crítica, o por lo menos sus seguidores o sus potenciales votantes. La oposición no resalta ese tipo de cosas. EP
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