¿Qué hace diferente la izquierda uruguaya frente a un contexto mundial en donde los partidos políticos enfrentan un gran deterioro de su credibilidad?
Elecciones en Uruguay: ¿qué explica el largo éxito del Frente Amplio?
¿Qué hace diferente la izquierda uruguaya frente a un contexto mundial en donde los partidos políticos enfrentan un gran deterioro de su credibilidad?
Texto de César Morales Oyarvide 15/10/24
El próximo 27 de octubre habrá elecciones en Uruguay. En ellas, el Frente Amplio (FA), el partido de izquierda que gobernó el país de 2005 a 2019 con José Mujica y Tabaré Vázquez durante la “marea rosa”, tiene grandes posibilidades de regresar al gobierno. ¿Qué es lo que ha hecho a este partido una fuerza política tan exitosa? La respuesta puede estar en su peculiar organización.
Aunque el resultado de estos comicios en la “Suiza de América” se augura cerrado y la segunda vuelta es casi un hecho, todos los pronósticos apuntan a un probable regreso del FA a la presidencia del país, luego de 5 años como oposición frente al gobierno de centroderecha de Luis Lacalle Pou. Pese a que este abogado —hijo, a su vez, de un expresidente de la república— mantiene una razonable popularidad, hoy alrededor del 40% de los uruguayos manifiestan su apoyo al partido de Tabaré Vázquez y “Pepe” Mujica.
En una región donde varios de los partidos más relevantes de las últimas décadas, especialmente dentro de la izquierda, han navegado entre las fracturas internas y la dependencia hacia liderazgos carismáticos, la trayectoria reciente del FA es un fenómeno muy particular. Como señalaba la politóloga Verónica Pérez Betancur, lo interesante del caso es que, pese a su derrota en 2019, el FA no sólo ha mantenido su unidad, sino que incluso fortaleció su presencia territorial y su oferta programática, a pesar de ya no contar sus dos líderes históricos. ¿Cómo explicar esta anomalía?
Encontrar la respuesta a esta pregunta es la tarea de “How Party Activism Survives: Uruguay’s Frente Amplio”, libro publicado a finales del año en que el FA dejó el gobierno por la propia Pérez Betancur, Rafael Piñeiro Rodríguez y Fernando Rosenblatt. En él, este grupo de investigadores voltean a ver a la organización interna del FA para encontrar la clave de su largo éxito. Y lo hacen yendo hasta su nivel más modesto: el del llamado “comité de base”. Para estos politólogos, lo que distingue al FA del resto de los partidos es, en primer lugar, el gran número de activistas de base que tiene esta organización; y, en segundo lugar, una estructura y unas reglas internas que garantizan que estos activistas tengan un papel político directo en la toma de decisiones del partido.
Hoy que los militantes suelen ser vistos como una reliquia o un token y cuando tantas organizaciones caen presa de la “ley de hierro de la oligarquía” o de un personalismo más o menos encubierto, la organización del FA es francamente atípica. El partido no sólo mantiene en el territorio una amplia base de miembros voluntarios —que no son ni burócratas a sueldo ni simples engranajes de estructuras clientelares—, sino que les ha dado un amplio poder de decisión e influencia desde su fundación. El resultado ha sido, por un lado, una tensión entre la militancia y los líderes que, lejos de producir un impasse, ha sido una fuente constante de vitalidad para el partido. Por el otro, la posibilidad de seguir vinculándose con organizaciones sociales para recoger sus demandas desde abajo. En conjunto, ambos procesos han servido para evitar la formación de ese “vacío” entre elites políticas y ciudadanos comunes que con tanta vehemencia denunciaban especialistas como Peter Mair.
Esta peculiaridad organizativa es una de las razones por las que, tras perder las elecciones de 2019, luego de quince años ocupando la presidencia, el FA hoy es de nuevo el favorito en las encuestas. A diferencia de otros partidos, que desconcertados al tener que adoptar el rol de opositor se difuminan una vez que dejan el gobierno, la historia de los últimos años de FA es una de resiliencia.
Habría que decir, para ser honestos, que en realidad el FA nunca se fue. En 2019, cuando dejó de estar en el gobierno, fue la fuerza política más votada en la primera vuelta (39 %) y perdió el ballotage (segunda vuelta) por apenas dos puntos porcentuales. Su rival fue una coalición de derecha formada por los dos grandes partidos tradicionales —el Partido Nacional y el Partido Colorado, con una historia de casi 200 años— junto con otras formaciones más pequeñas y liderada por Lacalle Pou.
Prueba de esa fuerza fue que, apenas pasada la pandemia, que fue el momento de mayor respaldo popular hacia Lacalle, el FA fue capaz de organizar un referéndum para derogar una de las leyes más importantes del gobierno entrante. Y si bien es cierto que la coalición gobernante logró que se mantuviera la ley, el ejercicio demostró el poder movilizador del FA en la oposición, como explica el sociólogo Agustín Canzani.
Sin embargo, no sería hasta 2022 que el FA entraría a un proceso de renovación interna que hubiera sido impensable sin su activismo de base. Como explica nuevamente Pérez Betancur, en ese año el partido expandió aún más su estructura de comités de base, tanto en barrios de la periferia de Montevideo como en el interior del país. En segundo lugar, delegados de estos mismos comités realizaron, junto con la dirigencia, un amplio recorrido por el país para recabar demandas sociales. Este proceso, bautizado como “El FA te escucha”, consistió en 38 giras, visitas a más de 300 localidades y 1400 reuniones con organizaciones, desde sindicatos hasta comedores populares, grupos de vecinos y colectivos ambientalistas.
Aunado a lo anterior, una serie de escándalos dentro de la coalición que apoya a Lacalle Pou ha abonado aún más el camino del posible retorno del FA a la presidencia: ministros vinculados a narcotraficantes, senadores acusados de abuso sexual y altos funcionarios acusados de tráfico de influencias. Y así llegamos a 2024.
Hoy el candidato del FA a la presidencia es un profesor de historia, Yamandu Orsi, hijo de un trabajador agrícola y una costurera, que ha gobernado por una década Canelones, la segunda región más poblada del país. Por el lado de la centro-derecha, el candidato es Álvaro Delgado, mano derecha del actual presidente Lacalle, que apuesta a la continuidad. En una nota curiosa, el mensaje de la campaña de Delgado se resume—aunque usted no lo crea— en buscar “construir un segundo piso de transformaciones”.
Como señalaba algunas líneas arriba, estas elecciones uruguayas serán particularmente competidas. El FA será con seguridad el partido más votado. Sin embargo, eso no garantiza aún su vuelta al gobierno. En esta campaña, la llamada “sociedad del consenso” se encuentra políticamente polarizada en dos bloques, prácticamente de dimensiones idénticas. La diferencia es que uno lo constituye una sola fuerza de izquierda; el otro, un conjunto de organizaciones en la que están los dos viejos partidos que dominaron la competencia por dos siglos.
Mientras esperamos el resultado del 27 de octubre y, en su caso, de la segunda vuelta de finales de noviembre, la gran —y modesta— lección política del FA sigue siendo la misma: tomarse en serio, más allá de símbolos y discursos, a la organización y los militantes base. EP
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