En los años recientes, desde que empezó la pandemia, la educación a distancia ha requerido de la tecnología para continuar. Pero este modelo educativo no es nuevo. Francisco Gallardo y Kenia Nairobi Cendejas hacen un recorrido por la historia de esta modalidad educativa.
Educación a distancia: un acierto de hace décadas
En los años recientes, desde que empezó la pandemia, la educación a distancia ha requerido de la tecnología para continuar. Pero este modelo educativo no es nuevo. Francisco Gallardo y Kenia Nairobi Cendejas hacen un recorrido por la historia de esta modalidad educativa.
Texto de Francisco Gallardo Negrete & Kenia Nairobi Cendejas Ortiz 25/02/22
Luego de casi dos años de confinamiento, todo indica que 2022 será el año del retorno a las aulas universitarias en México. No obstante, también parece previsible que la tecnología, la cual ha desempeñado un papel crucial durante este período de trance y de incertidumbre, continuará con su protagonismo. En presencia de tal horizonte, la siguiente historia de la educación a distancia, que va de los cursos por correspondencia de mediados del siglo XIX a las actuales videoreuniones, se figura pertinente.
Según un juicio muy extendido, los primeros cursos por correspondencia se encargaron de impartir las asignaturas de estenografía —un sistema de escritura que pretendía emular la velocidad del habla y que hoy está prácticamente extinto—, archivología y contabilidad. En 1840, por ejemplo, el profesor Isaac Pitman usó el Penny Post inglés para enseñar taquigrafía y en 1873, en la Mancomunidad de Massachusetts, Anna Eliot Ticknor fundó la Society to Encourage Study at Home, con un método de enseñanza que consistía en enviar correspondencia mensual a los alumnos suscriptores y que estaba provisto de lecturas guiadas y de exámenes frecuentes.
Más tarde, en un período no mayor a tres décadas, se fundaron la University Correspondence College of Cambridge (1887), la Centre École Chez Soi (1891), la Norsk Correspondanseskole (1914) y la Fernschule Jena (1914). La Revolución Industrial y los transportes a los que había dado origen —el buque de vapor, el ferrocarril de largas distancias y los vehículos con motor de combustión interna— incidieron en la eficacia y en la seguridad que demandaban el intercambio de material didáctico y la expedición de títulos académicos, probando que el espíritu de la Modernidad tardía había comprendido, a conciencia, el carácter expansivo y divulgativo del conocimiento.
Dado que contravenía una tradición donde lo más importante del proceso pedagógico había sido el contacto físico entre el maestro y los alumnos —desde la academia de Platón y el liceo aristotélico hasta, por lo menos, la escolástica medieval y aún el Renacimiento—, la educación a distancia encontró férreos detractores. Se le cuestionó que el material didáctico estaba limitado por la propia extensión de sus soportes (el número de páginas, la cantidad de ejercicios prácticos y de autoevaluación, etcétera), que se perdía mucho tiempo valioso en su envío y en su recepción y que, por consiguiente, se retrasaba o ralentizaba el diálogo, siempre provechoso y fructífero, entre el orientador (un personaje creado por las circunstancias) y el estudiante en turno.
El meollo del asunto era, o parecía ser, la diacronía en la educación a distancia. Ésta, a juicio de sus críticos más aguerridos, incluso podía segmentarse en fases, dividirse en etapas. Por ejemplo: 1) la Casa Hermods de Escandinavia, cuyos directivos eran especialistas en teneduría de libros, remitía un paquete con diversas lecciones de la misma disciplina; 2) el paquete en cuestión era sellado por las oficinas postales y comenzaba su extensa travesía hacia, digamos, un país de Sudamérica —la suposición no es inverosímil, toda vez que la Casa Hermods, sostienen varias fuentes, llegó a contar con una matrícula anual de ciento cincuenta mil alumnos alrededor del mundo—; 3) un hombre, lego en la teneduría de libros, pero deseoso de aprender el oficio de calcular el superávit o el déficit de las empresas, lo recibía en la comodidad de su domicilio, estudiaba las lecciones correspondientes y contestaba los reactivos propuestos; 4) reenviaba las respuestas y esperaba pacientemente, con los dedos anudados sobre el escritorio, la devolución de sus notas. Este sumario de actividades, descrito de manera panorámica, además de exhaustivo era pausado y espacioso, porque tan sólo atravesar el Atlántico por la vía marítima en esa época tomaba, en promedio, un mes y un par de semanas más.
Objeto de semejantes acusaciones, la educación a distancia se vio obligada a elaborar, pues, sus contraargumentos; también debió dar pasos agigantados con rumbo hacia el porvenir. Pronto, con la asunción de las telecomunicaciones, las herramientas audiovisuales se pusieron al servicio de la enseñanza. Durante los enfrentamientos bélicos de la primera mitad del siglo XX, que ocasionaron el desplazamiento de las poblaciones europeas, la radio, la televisión y hasta el cinematógrafo se utilizaron para subsanar la decreciente asistencia a las escuelas. Las más importantes radiodifusoras y cadenas televisivas (la BBC de Londres) emitieron programaciones culturales y científicas, ora como currículos autosuficientes, ora como complementos educativos.
Por lo que atañe a México, la educación a distancia inició, aproximadamente, en la década de los treinta, en el Maximato. En la revista ilustrada El Maestro Rural, se incluyeron los primeros cursos por correspondencia que el Estado mexicano implementó por medio de la dirección de Misiones Culturales. La dirección editorial corría a cargo del poeta Salvador Novo y sus contenidos, de amplio espectro formativo, estaban destinados a personas inscritas tanto en el nivel de educación básica como en el de educación superior. Tiempo después, todavía en los años cincuenta, José Vasconcelos, el Apóstol de la educación, apareció en las pantallas de televisión en el programa Charlas Mexicanas con cierta periodicidad, hablando de literatura y de la naciente identidad del país.
La invención de Internet y su ulterior democratización, fenómenos verificados en los últimos cinco decenios, trajeron consigo condiciones más propicias para estudiar en casa. Con el propósito de cribar los contenidos de la World Wide Web, muchas veces llenos de paja, las empresas involucradas en esa prometedora industria desarrollaron las enciclopedias multimedia digitales —Microsoft Encarta, publicada de 1993 a 2009, es un caso ilustrativo—. No es coincidencia, dada la magnitud de esos avances, que las modalidades de educación abierta y no escolarizada hayan venido a más, de manera simultánea, en México. El Sistema de Universidad Abierta —SUA—, de la UNAM, data de 1972, y la Universidad Abierta y a Distancia de México —UnADM— fue fundada, apenas, en 2012.
En los dos años inmediatos anteriores, es decir, en 2020 y en 2021, las universidades tradicionales del país han sido sometidas a una verdadera prueba de fuego: la pandemia por Covid-19. Para salvaguardar la integridad de los alumnos y de los profesores, para no cometer un atentado en contra de la salud pública, éstas se han visto en la necesidad de incorporar, en sus actividades cotidianas, el uso de softwares de videollamadas como Google Meet, Microsoft Teams y, sobre todo, Zoom. Hoy que el regreso a clases presenciales se vislumbra asequible, con el Plan Nacional de Vacunación en marcha y ante la variante Ómicron —considerablemente más contagiosa, pero con un menor índice de letalidad—, no existen señales de una “involución tecnológica”. Con base en un siglo y medio de experiencia, las instituciones en cuestión pueden confiar en una tesis confirmada: sólo la educación a distancia, paradójicamente, nos acerca. EP
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