En este escrito, Silvia Márquez y Javier González —miembros de Ethos Innovación en Políticas Públicas— discuten sobre las burbujas informativas y cómo podrían incidir en las elecciones que tendrán lugar el próximo año.
¿Democracia amplificada?: cámaras de eco y burbujas informativas en la vorágine de la información electoral
En este escrito, Silvia Márquez y Javier González —miembros de Ethos Innovación en Políticas Públicas— discuten sobre las burbujas informativas y cómo podrían incidir en las elecciones que tendrán lugar el próximo año.
Texto de Silvia Márquez, Javier González & Ethos Innovación en Políticas Públicas 23/10/23
Un ángulo obligado para analizar el clima político en el que tendrá lugar la elección más grande de la historia de México es la relación entre la democracia, los medios de información y las tecnologías emergentes. La vorágine informativa se compone de diversas capas, algunas más complejas que otras, que van arrastrando la corriente hacia linderos inéditos que contribuyen a la formación de la opinión pública y las preferencias electorales.
Las teorías de comunicación política clásica coinciden en un axioma fundacional: “Quien controla la narrativa lo controla todo”. Y aunque no podemos estar ajenos a la transformación de la sociedad en las últimas décadas, lo cierto es que esa máxima se sigue aplicando. Independientemente de la célebre frase de Marshal McCluhan: “The medium is the message” (el medio es el mensaje), la forma en que consumimos la información ha cambiado radicalmente. La llamada democratización de la información, la cual ha venido con los medios digitales y las redes sociales, abre nuevas dimensiones en la sustancia del cambio social y pone de relieve nuevos desafíos éticos y políticos, sobre todo en lo que respecta a la relación de las personas con los medios informativos.
Uno de estos desafíos, relacionado con la creciente incursión de las personas en las plazas públicas virtuales, es la existencia de las llamadas burbujas informativas y las cámaras de eco, de las que los internautas somos tanto objetos como sujetos activos. Estos fenómenos configuran una realidad en la que la información fluye de manera aislada y sesgada, lo que limita nuestra posibilidad de confrontar otras perspectivas diferentes y verificables.
De forma resumida, las burbujas informativas (término acuñado por el empresario Eli Pariser) se basan en la personalización de los contenidos que consumimos en internet. Cada vez es más frecuente escuchar expresiones como: “El algoritmo me está espiando” o “Tengo que limpiar mi feed”, que denotan la función de los motores de búsqueda y las redes sociales para mostrar, mediante algoritmos, contenido que se presupone que es relevante para cada usuario de acuerdo a su historial de navegación y preferencias personales (mientras que se ocultan las cosas que, aparentemente, no le serían atractivas o interesantes). La analogía de las burbujas como espejos, en los que vemos reflejadas nuestra creencias y prejuicios, representa claramente su funcionamiento. Esto se traduce en el riesgo de crear una realidad digital “conveniente” para lo que pensamos o sentimos: un traje diseñado a la medida, pero del que no podemos escapar con facilidad.
Por su parte, las cámaras de eco, esos núcleos de socialización política prácticamente impermeables, refuerzan el discurso personalizado de las burbujas informativas. Jamieson y Capella las definen como: “un espacio mediático delimitado y cerrado que tiene el potencial tanto de magnificar los mensajes emitidos en él como de aislarlos de la refutación”. Nada más peligroso para el pensamiento crítico.
Los motores de búsqueda, los algoritmos y las redes sociales se han convertido en los nuevos guardianes de la información. La inmediatez, la comodidad y la ilusión de tener el mundo en el bolsillo van aparejadas con un control que cedemos de manera voluntaria —tal vez inconsciente—, a cambio de una engañosa sensación de estar consumiendo “la mejor información” posible. No obstante, este rejuego limita cada vez más la diversidad de perspectivas y refuerza aquello que ya sabemos o intuimos. La información termina por aislarnos y ensordecernos a causa de un mismo mensaje que se repite una y otra vez.
Ni las burbujas informativas ni las cámaras de eco aparecieron por primera vez con las redes sociales. Su existencia es anterior al auge de las tecnologías, y se relaciona con la tendencia natural de las personas a buscar información que confirme creencias preexistentes: los seres humanos necesitamos reafirmarnos de manera constante. Lo que sí es inusitado es que las redes sociales, basadas en la segmentación de audiencias según sus nichos, permiten amplificar y viralizar mensajes polarizadores y extremistas a gran velocidad. Si sumamos que los algoritmos buscan mantener cautivado al espectador el mayor tiempo posible, no es sorpresivo que utilicen mensajes anclados en las emociones, incluso las más negativas, pues tienen mayor capacidad de atracción.
Con este trasfondo podemos afirmar que uno de los peligros más notorios en el contexto electoral es la polarización disolutoria del contrato social. El terreno es fértil para que las opiniones y los discursos extremos se escuchen más fuerte, mientras los usuarios tendemos, cada vez más, a confiar en la personalización de nuestros contenidos y a eludir el contraste de ideas o la sana verificación de la información.
El bombardeo de información que coincide con nuestras posturas refuerza la psicología del “nosotros contra ellos”, a la vez que compromete seriamente la diversidad de pensamiento y la apertura al diálogo. Este refuerzo ideológico fomenta que las personas, en vez de buscar ser desafiadas con argumentos y puntos de vista diferentes, adopten sentimientos de intolerancia y segregación, hecho que las vuelve más vulnerables a la desinformación y los riesgos de la inteligencia artificial, como las llamadas deep fakes.
¿Qué influencia tendrán estos fenómenos en los y las votantes del próximo ciclo electoral? Es imposible medirlo con precisión, pero sería ingenuo ignorar sus profundos efectos, que pueden condicionar el ambiente político al penetrar y caracterizar la conversación social en el mundo digital.
Son esperables otros efectos —potencialmente nocivos— de la actividad superficial, auto-reafirmante y sesgada en las cámaras de eco y las burbujas informativas. Acotar la exposición de los usuarios a perspectivas tendenciosas sobre el mundo dificulta la toma de decisiones informadas. Además, en el interior de los cibernautas puede cristalizar un falso sentido de participación ciudadana. El denominado clickactivismo no se traduce en incidencia política, en análisis crítico o en diálogo democrático. Por el contrario, compartir un video, dar like a una publicación o escribir un comentario reactivo, contribuye frecuentemente a la intoxicación informativa y a la polarización en plena era de la post-verdad.
Por último, sabemos desde hace mucho que la abundancia de información en internet no es sinónimo de mayor conocimiento, ni mucho menos de conversaciones que busquen reafirmar la confianza en los valores de la democracia. Una democracia saludable depende de una ciudadanía informada y comprometida que pueda tomar decisiones fundamentadas y participar en un diálogo político significativo.
Por eso, el periodismo profesional, independiente y con amplios valores de investigación y comprobación de datos tiene un papel crucial. Mientras que las redes sociales se basan en patrones endogámicos y en la expulsión de voces disidentes, el periodismo puede proporcionar contexto y verificación de hechos. Hoy más que nunca es una herramienta valiosa para contrarrestar la narrativa de las burbujas informativas y proporcionar un marco de referencia basado en el principio de la búsqueda de la verdad.
Las posibles soluciones, forzosamente multiactorales y multidimensionales, pueden ir desde la promoción de la educación mediática y la exigencia de transparencia algorítmica, hasta el apoyo al periodismo de calidad y los medios profesionales. También es esencial asumir la responsabilidad de buscar perspectivas diversas y cuestionar la información que consumimos, esto con el fin de mejorar nuestra relación cotidiana con la prensa y los medios de comunicación. La transformación de las estructuras sociales atribuible a las tecnologías de la información y la comunicación es innegable. La forma es fondo, el mensaje es el medio, la red es contenido, ya no sólo carretera. La tecnología no ha creado estos problemas, pero sí los ha exacerbado. En consecuencia, debemos esforzarnos por encontrar formas de fomentar la diversidad de contenidos y la curiosidad en un mundo cada vez más fragmentado. EP
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