Brasil, dividido

Brasil atraviesa una segunda vuelta electoral complicada, debatiéndose la ciudadanía entre dos polos: la izquierda de Lula o la derecha de Bolsonaro. Ambas opciones demuestran una crisis de los nuevos liderazgos políticos.

Texto de 19/10/22

Brasil atraviesa una segunda vuelta electoral complicada, debatiéndose la ciudadanía entre dos polos: la izquierda de Lula o la derecha de Bolsonaro. Ambas opciones demuestran una crisis de los nuevos liderazgos políticos.

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Para muchos brasileños el universo de su patria podría ser el mundo. El gigante del Cono Sur— la eterna promesa que a veces despega, pero se desploma en el juego de un dramático canon— es la patria del gran pulmón del orbe, además, posee una compleja vecindad con diez naciones sudamericanas a lo largo de más de 16 mil kilómetros. Salvo Ecuador y Chile, todos los demás estados de Sudamérica comparten una línea fronteriza con Brasil, un país que ha mantenido su existencia entre imperio y república, incluso antes de su peculiar proceso de independencia, donde ni una bala se disparó. Bien supo el icono de la reconocida diplomacia brasileña, el Barón de Río Branco, quien negoció con maestría las fronteras nacionales de Brasil, que no habría espacio allende el hemisferio si no se construye primero una sana relación con el vecindario.

Brasil —donde el Norte tiene un mayor índice de pobreza y el Sur es el icono de la industria de São Paulo y de los poderes económicos del país amazónico— es residencia de una de las sociedades más desiguales del planeta, así lo señala el coeficiente de Gini, indicador que mide dicha afrenta en toda sociedad que busca ser democrática. La pandemia y el quiebre económico y comercial han ensanchado la brecha de la desigualdad con la paradoja de ser uno de los mayores mercados domésticos del mundo, además de que por su poder en la producción de commodities como el café, caña de azúcar, cítricos, soja, entre otros, es un actor de influencia global en los precios. De nueva cuenta esa riqueza se resbala con un serio reto de combatir la desnutrición y el hambre entre los menos favorecidos, razón de uno de los programas emblemáticos del primer gobierno de Lula da Silva.

“Para muchos brasileños la elección se da en un dramático ‘es lo que hay’, justo entre los polos de la derecha y de la izquierda.”

Brasil va por el ballotage, la expresión francesa que alude a la segunda vuelta electoral. Frente a lo que creían muchos expertos, el bolsonarismo no está apagado y le faltó aire al Partido de los Trabajadores (PT) para lograr el 50 más 1 y evitar la segunda elección entre los dos punteros. Para muchos brasileños la elección se da en un dramático “es lo que hay”, justo entre los polos de la derecha y de la izquierda. Con un sistema de partidos atomizado y un engranaje donde la corrupción ha empapado a todos, muchos ciudadanos de la bandera verdeamarela cuestionan: “están tan mal las opciones, que debemos elegir entre la mancha de lo que fue contra lo que habita hoy en el Palacio de Planalto (sede del Gobierno Federal de Brasil)”.

Atrás quedaron los primeros gobiernos electos y las experiencias que sucumbieron en gobiernos fallidos como el del carismático Fernando Collor de Mello, que cayó por corrupción. Vueltas del destino político, José Sarney, que llegó al poder después del fallecimiento del presidente electo Tancredo Neves, que no pudo tomar posesión y el propio Collor de Mello, fueron después senadores destacando a Sarney como Presidente de la Cámara Alta. Si la pericia brasileña se muestra en la osadía de la mudanza de Río de Janeiro a la nueva capital federal a Brasilia, también lo es el tránsito de un presidente de las filas de la intelectualidad política, el respetado sociólogo Fernando Henrique Cardoso, a la llegada de Lula da Silva, que sin título universitario ha sido uno de los líderes de la democracia brasileña. El sociólogo de las filas de la Social Democracia de Brasil y profesor de la Universidad de París, creador del Plan Real para afrontar la crisis económica desde que fue Ministro de Hacienda con el exmandatario Itamar Franco, pese a ser contrincante histórico del PT, ha mencionado su decidido apoyo a Lula en la segunda vuelta presidencial.

“Brasil enfrenta más que una elección presidencial y, sumido en el fango de la crisis de la democracia, elegirá entre dos opciones que demuestran una crisis de nuevos liderazgos políticos.”

Brasil enfrenta más que una elección presidencial y, sumido en el fango de la crisis de la democracia, elegirá entre dos opciones que demuestran una crisis de nuevos liderazgos políticos. Con independencia de su lugar en la historia y el duro recorrido que ha forjado el tránsito de obrero a líder sindical y después a la de Jefe de Estado, el eterno Lula regresa a buscar el poder. Es cierto, una maquinaria se le vino encima para encarcelar, más que su libertad —justo lo que hoy busca—, la oportunidad de regresar al poder. La dolorosa experiencia de la caída de Dilma Roussef con el proceso de destitución desde el Congreso, mancilló la oportunidad de la primera mujer presidenta brasileña, pero también expuso a los demonios que polarizan a Brasil.

El otro lado de la moneda, un hombre que alcanzó el grado de Capitán del Ejército, los mismos uniformados que frente a su dominio permitieron una industrialización sin precedente además de no tocar el espacio de Itamaraty en su valiosa diplomacia. Bolsonaro se creía “salvado” de no ser un hombre de la política tradicional, pero pasó por ocho partidos y dos décadas de congresista. Un ultraderechista sin tapujos que ataca a la institucionalidad democrática y que, aspirando al favor del espacio celestial evangélico radical, se cree un hombre predestinado para el resguardo de la moral nacional, ubicándolo más cerca de un ayatolah que el de un guardián laico que debiera ser un Presidente. Bolsonaro, que fustigó que sus compañeros de armas no hubieran apagado más vidas de “comunistas” durante la peculiar dictadura brasileña, vuelve al juego electoral con el riesgo de que la ardua tarea de la restauración democrática en los años 80 tenga una lamentable regresión.

Pareciera que Brasil nunca pensó en estos momentos vitales cuando hace pocos años presumía de su fuerza económica, de sacar de la pobreza a 30 millones de brasileños, del juego geopolítico con los BRICS, de batallas enormes en la OMC o en causas nobles como las patentes de la medicina para cáncer y VIH. Al igual que México, tuvo una “graduación global” en el Mundial de Fútbol y dos años después, las Olimpiadas de Río de Janeiro, los méritos no le faltaban hasta que la fiesta se acabó. El resultado de la elección presidencial tendrá eco en el proceso de integración del lastimado MERCOSUR, que pese a todas sus sombras ha sido una de las construcciones colectivas de sus integrantes paralela al retorno democrático de cada país. Nuevas realidades como la presencia china como principal socio comercial de Brasil, la transición energética, la discusión de la amenaza de una regresión a la reprimarización de la economía con un aflojamiento de la industrialización y la nueva generación post industrial, son parte de los retos que tendrá el próximo Ejecutivo Federal de Brasil. Tarea política colosal frente al reto de dar civilidad a la razón de la política democrática.

En 1954 el Presidente Getulio Vargas, transformador del Brasil moderno, ante la presión política escribió una carta a manera de testamento donde dijo: “El odio, las infamias, la calumnia no abatirán mi ánimo. Les daré mi vida. Ahora les ofrezco mi muerte. Nada de temor. Serenamente doy el primer paso al camino de la eternidad y salgo de la vida para entrar en la historia” y descargó un balazo sobre su corazón. No es exagerado que la polarización y odio navegan entre el pueblo brasileño que no necesita la sangre de un redentor, pero si la templanza para el resguardo de su democracia y para volver a volar alto y firme, como lo hizo el célebre aeroplano 14-BIS de Alberto Santos Dumond, el brasileño que enseñó a volar al mundo. EP

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