Boca de lobo: Taylor Swift nos regaló un sauce

En esta columna, Aníbal Santiago nos comparte una breve reflexión sobre la música de Taylor Swift y su mágico poder para romper fronteras culturales, ideológicas y temporales.

Texto de 04/09/23

taylor swift

En esta columna, Aníbal Santiago nos comparte una breve reflexión sobre la música de Taylor Swift y su mágico poder para romper fronteras culturales, ideológicas y temporales.

Tiempo de lectura: 3 minutos

De vez en cuando me he aventurado a nuevos sonidos e incluso he luchado como guerrero por librarme de mi camisa de fuerza musical; con forcejeos sudorosos, arrebatados, alguna vez lo he conseguido. Pero lo admito: estoy atrapado, instalado al fondo de un barranco que me impide oír casi todo lo que sucede ahí arriba: el presente.

Si retozo en mi cama una tarde de lluvia en la Portales y me llama la nostalgia, pongo a The Smiths. Si el día nace y conduciendo requiero que mi cerebro sacuda su marasmo, busco a Creedence para que sus guitarras sólidas, atravesándome el pecho, me hagan pensar que no estoy en Calzada de Tlalpan sino en la Route 66, justo entrando a Arizona. Y si quiero que los acordes me acompañen sin robar mi atención, que solo me hagan bien como una noche de buen dormir, voy hacia Velvet Underground. Es decir, en un oleaje constante, imperturbable, invoco a los años 70, cuando nací, o a los años 80, cuando crecí. Y entonces me mantengo indiferente, distante, si mi hija adolescente me gana la mano con la música del coche y pone a Zoé, Billie Eilish o Arctic Monkeys.

“[…] lo admito: estoy atrapado, instalado al fondo de un barranco que me impide oír casi todo lo que sucede ahí arriba: el presente”.

Por suerte, logramos acercarnos si en una cuenta regresiva elige a Gustavo Cerati. Algo sucede cuando él canta: “Un compás de luz / el faro dibujó en el mar / Con un beso azul / la espuma se convierte en sal / Sirenas e hipocampos / con su canto nos encantarán”. ¿Qué es lo que sucede? Mi hija Alaia y yo nos vemos cómplices, solo eso. Ya no importan nuestros 32 años de diferencia.

En 2021, cuando la pandemia no daba respiro, circulábamos sobre Insurgentes a la altura de Perisur, justo en ese embudo motorizado, caluroso y sofocante de aire viciado, con el sol achicharrando el techo. De pronto, en Spotify sonó una canción. Una voz transparente, profunda y femenina, con una energía suave pero poderosa, inundó nuestro pequeño Fiat, el cual habíamos cerrado para abstraerlo del mundo y volverlo nuestra caja musical. La voz cantaba lo siguiente: “Life was a willow and it bent right to your wind / Head on the pillow, I can feel you sneakin’ in / As if you are a mythical thing”. O en español: “La vida era un sauce y la dobló tu viento / Mi cabeza en la almohada, te siento entrar sigiloso / Como una criatura mítica”.

—¿Qué es eso? —le pregunté. 
—Taylor Swift. 
—No la conozco. 
—¿No la conoces? —me dijo, extrañada como si ignorara que la Tierra es redonda. 

Creo que le respondí algo, divagué sobre la belleza de lo que oía. Esos 4 minutos de música me llevaban a un bosque donde una mujer hermosa salía de una casa dentro de un árbol y observaba arroyos de luz corriendo por tierra húmeda.

Con el tiempo me di cuenta que Alaia todo el tiempo escuchaba a Taylor Swift (la canción The 1 a la cabeza) y que le encantaba que fuera fan como ella de las Águilas de Filadelfia. Logró ir al primer concierto de “The Eras Tour” en el Foro Sol, y volvió a casa con montones de pulseritas (Friendship Bracelets).

—¿Por qué te gusta tanto? —le pregunté.
—Tiene una canción para todo. Se muere tu abuela, tiene una canción. Pones el cuerno, hay una canción. Te ponen el cuerno, también. Incluso si sabes de un crimen, hay una canción (En No Body, No Crime, un marido infiel asesina a su esposa). Por eso siento que Taylor Swift siempre me acompaña —dijo.

“Tiene una canción para todo. Se muere tu abuela, tiene una canción. Pones el cuerno, hay una canción. Te ponen el cuerno, también. Incluso si sabes de un crimen, hay una canción […] Por eso siento que Taylor Swift siempre me acompaña…”

Desde aquel día en Insurgentes, cuando nos vemos en el pantano de los motores, la contaminación y los claxons, suele poner Willow (‘sauce’, en español), la canción que me fascinó. Quizá sea solo una canción compuesta para cuando uno está en el tráfico; no lo creo. Lo cierto es que cuando oímos Willow, mi hija y yo nos volvemos a ver, cómplices. Ya no importan nuestros 32 años de diferencia. EP

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