Aníbal Santiago discute sobre la recurrente necesidad del presidente Andrés Manuel López Obrador de dividir el mundo político en “buenos” contra “malos”, y sobre las investigaciones que la Drug Enforcement Administration (DEA) llevó a cabo en su contra por un aparente nexo con el crimen organizado.
Boca de lobo: Al presidente de México le tocó ser el malo. Como el Capitán Garfio
Aníbal Santiago discute sobre la recurrente necesidad del presidente Andrés Manuel López Obrador de dividir el mundo político en “buenos” contra “malos”, y sobre las investigaciones que la Drug Enforcement Administration (DEA) llevó a cabo en su contra por un aparente nexo con el crimen organizado.
Texto de Aníbal Santiago 13/02/24
El presidente debe ser un muy buen abuelo porque un muy buen abuelo sabe contar historias, y él las cuenta muy bien.
Casi todos los días cuenta historias, quién sabe si a sus nietos, pero sí a millones de mexicanos. Sus historias son simples pero contienen una secuencia narrativa con los tres componentes indispensables para atrapar: introducción, nudo y desenlace. Y, muy importante, presentan a dos personajes antagónicos: el bueno y el malo.
Los buenos no son Peter Pan, el Capitán América o el Hombre Araña, y los malos no son el Capitán Garfio, Maléfica o el Guasón. Sin embargo, al igual que ellos, los buenos del presidente son buenísimos y los malos, malísimos.
En las historias de Andrés siempre hay seres generosos y nobles, y en oposición otros desalmados y sádicos, seres sin piedad. Aunque no podríamos enumerarlos a todos porque esta columna sería un catálogo de personajes de muchísimas páginas, aquí van cuatro o cinco malos y buenos del presidente, unos antiguos y otros recientes. Aclaración. Curiosamente, los buenos suelen ser antiguos, porque si contara historias de muchos buenos vigentes los volvería su competencia (aspira al monopolio de la bondad). En cambio, la lista de malos sí es larguísima porque el mundo está lleno de ellos, e incluye individuos del pasado y el presente. Él, por ejemplo, nos ha enseñado que buenos son Francisco I. Madero, Jesucristo, Manuel Bartlett, Epigmenio Ibarra, Benito Juárez, Claudia Sheinbaum, Pancho Villa, Miguel Hidalgo, los hermanos Flores Magón y Lord Molécula. ¿Los malos? Porfirio Díaz, Carlos Salinas de Gortari, Claudio X González (los tres más crueles), Victoriano Huerta, Felipe Calderón, Carmen Aristegui, Carlos Loret de Mola, Ciro Gómez Leyva (entre periodistas hay montones de malos, y por fortuna nos hace tomar recaudos: huyan porque los dañarán con palabras).
Recordemos que el bueno más bueno es él: el mandatario nos insiste paciente y hasta el cansancio (a veces nos cuesta entender) que nunca ha robado, mentido, traicionado. Él se preocupa y desvive por el bienestar del pueblo: es un hombre noble y generoso como el pueblo al que gobierna.
Por eso, insiste también, si alguien insinúa con documentos, testimonios o simples reflexiones que él no es tan bueno, esas acusaciones son mentiras y quienes la formulan son o malos, o empleados de seres malísimos que hacen el trabajo sucio de su jefe.
Y entonces, para que nos quede claro que todos ellos no son buenos, sino malos que se hacen pasar por buenos, despotrica contra ellos, descalifica, ofende, estigmatiza. Para denigrarlos ha elegido palabras que repite muchísimo, así a la gente se le graba que son malos: ‘neoliberal’, ‘corrupto’, ‘aspiracionista’, ‘fifí’, ‘facho’, ‘conservador’, ‘tecnócrata’. Malos. Y entonces niega cualquier crítica a su gestión, a sus obras, a su conducta, y su furiosa defensa suele justificarla con una frase: me defiendo porque “La calumnia, cuando no mancha, tizna”. Aunque inmune a sufrir una mancha (algo imposible), ni siquiera quiere salir tiznado. Y sí, hasta ahora el presidente se sacudía el polvito que manchaba el hombro de su traje con el leve movimiento de una mano. Fuera tizne, asunto resuelto y algo clave-clave-clave: es un hombre tan inteligente que al exonerarse a sí mismo, calumnia, tizna y/o mancha a ese enemigo malo que denuncia algo en contra suyo. Es decir, los designa malos para siempre. Al que me ataca, lo ataco. Hazme algo y el tiznado, e incluso manchado y calumniado, serás tú.
Pero el 30 de noviembre todo cambió. El portal ProPublica y otros medios informaron que la Drug Enforcement Administration (DEA) investigó posibles aportaciones del Cártel de Sinaloa a su campaña presidencial del 2006. En la entrada de ese dinero estarían involucrados dos sujetos cercanísimos al hoy presidente: Mauricio Soto Caballero y Nicolas Mollinedo Bastar.
¿La investigación existió? Sí. ¿La DEA probó que dinero infectado con sangre, droga y tragedia ayudó a los intereses de Andrés Manuel? No. ¿El reportaje probó su culpabilidad? No.
Pero un país y el mundo supieron que el político sí fue en algún momento investigado por presuntas alianzas con el crimen. No está mal saberlo. Nadie puede afirmar nada de lo que la DEA sospechó, pero el reportaje ha traído un problema enorme. Durante semanas, en la opinión pública Andrés Manuel y su vínculo con aquel presunto delito han concentrado el debate nacional. Peor aún, el hashtag #NarcoPresidenteAMLO ha dominado las redes.
Colérico, el presidente bueno ha declarado que el reportaje es “completamente falso”, “una calumnia”, y al periodista Tim Golden, su autor, lo ha atacado como ha podido. Dijo que el dos veces ganador del Premio Pulitzer es “un mercenario de la DEA,” amigo de Carlos Salinas de Gortari, “un peón”, e incluso propuso: “Deberían de darle el premio a la calumnia”. Sabio para construir cuentos de malos y buenos, al presidente le repugna pasar a la historia como malo. Él, tan infinitamente bueno, hace años estuvo investigado por su presunta maldad. Hoy, al menos eso ya se sabe, y en su beneficio no tenemos dudas: la investigación de la DEA acabó en nada. ¿Eso importa? En la época de las redes sociales eso importa poco: el hombre bueno que calumnia, tizna y mancha, hoy salió tiznado. No hay una sola certeza de que recibiera donaciones de delincuentes, pero en el cuento que Andrés Manuel jamás quiso que se contará, él es el malo. Como el Capitán Garfio. EP
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