En esta columna, Aníbal Santiago reflexiona con nostalgia sobre la condición de nuestras infancias y su cada vez mayor dificultad de apropiarse de unas calles que se encuentran pobladas de peligros y adversidades.
Boca de lobo: La niña en bicicleta
En esta columna, Aníbal Santiago reflexiona con nostalgia sobre la condición de nuestras infancias y su cada vez mayor dificultad de apropiarse de unas calles que se encuentran pobladas de peligros y adversidades.
Texto de Aníbal Santiago 02/10/23
Iluminada por una lamparita de su estudio, oscurecido porque la tormenta de libros extinguía la luz filtrada por la ventana, la filósofa mexicana Elvira García González sonrió cuando oyó mi pregunta. Quizá lo hizo complacida de que por un instante yo olvidara su trabajo académico, una navegación profunda en el mar negro de México que ella ha convertido en libros: la injusticia, la violencia, la desigualdad, los abusos hacia la mujer.
Por internet sabía que esta investigadora de 66 años, una eminencia intelectual, había crecido en San Pedro de los Pinos. Quería imaginarla de chica con sus amig@s. Que me dijera algo, lo que fuera.
—¿Cómo era la vida de esos niños? —le pregunté.
—Salíamos en bici. Tenía mis amigas y salíamos en vacaciones todo el día en la bici. Era tranquilo, un barrio tranquilo de familias que nos conocíamos. Íbamos al parque Pombo, descansábamos. En bici todo el día —contestó.
Aunque en ese momento la respuesta fue nada más que una imagen agradable de hace seis décadas en la ciudad donde vivo, días después la cosa cambió. Cuando en mi casa transcribía la entrevista para la revista TecScience pensé que eso que la filósofa me había relatado, una pequeña andando en bici con sus amiguitos en una colonia de la capital del país en los años 60, era algo imposible en el México de hoy. Es inverosímil que varios niños rueden juntos en bici sobre las calles sin vigilancia adulta. Si tienen un mínimo de sentido común y quieren a sus hijos, no hay modo de que los papás acepten que sus hijos salgan a la vía pública si ellos no están viéndolos a cada segundo, más como guardaespaldas que como padres. De permitirlo, la exposición a la violencia, al abuso, al secuestro e incluso a la trata de personas sería salvaje.
“Los niños de esta ciudad perdieron, quizá para siempre, lo mejor del mundo: la libertad”, escribí tiempo atrás en una crónica que relataba cómo los niños de la colonia Viaducto Piedad subíamos solos al pesero para ver a los Tigres en el Parque Deportivo del IMSS, entonces un estadio de beis y hoy la plaza comercial Parque Delta (qué tristeza).
El martes pasado, cinco meses después de aquella entrevista con Elvira García, caminaba por una calle de la colonia Portales. De pronto, a mi lado pasó una niña de colitas de no más de 6 años: andaba en bici sobre la banqueta. Pedaleaba durísimo, emocionada y sonriente porque ya no necesitaba las rueditas laterales, supongo. Hace poco, calculo, había descubierto el equilibro, había experimentado ese instante asombroso de nuestras vidas que casi todos podemos relatar a detalle.
Al inicio fue bonito y sorpresivo verla circular en esa calle desolada, respirando con toda la fuerza de sus pulmones para que el aparato, pequeñito y rojo, avanzara. Pero pasaron diez segundos y volteé a los lados: buscaba adultos. A sus padres, a su abuela, al menos a su hermano mayor. ¿Acaso estaba viendo a una niña chiquita que jugaba sola, sin un mayor a su lado que la protegiera de este México? Entonces me detuve y seguí esperando a alguien. Nadie por ningún lado. La observé ir y volver en la misma cuadra (nunca me volteó a ver), y apoyado en un muro aguardé un par de minutos. En un momento estuve tentado de preguntarle: “¿Y tus papás?”. Al final, ignoro por qué, no lo hice. La chiquita siguió pedaleando y yo seguí mi ruta. Lo hice con una sensación rara, la sensación de un adulto irresponsable, como si ella fuera mi hija y la estuviera dejando pedalear ante el límite de un abismo.
Hoy, cuando las campañas electorales van y vienen, el país se llena de retórica, promesas, mentiras y el espantoso mundo adulto debate quién es mejor o peor para conducir este país herido, pensaba que no tendría que haber más grande prioridad para el México del futuro: un país con calles seguras y en paz, libres de monstruos, que pertenezcan otra vez a los niños —como en la infancia de Elvira— para correr, cascarear, jugar canicas, andar en bicicleta. EP
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