A 30 años del levantamiento zapatista, Aníbal Santiago escribe sobre la violencia que azota al estado de Chiapas a raíz de las disputas entre diversos grupos del crimen organizado y la ausencia de la autoridad.
Boca de lobo: ¿Dónde quedaste, viejo Chiapas?
A 30 años del levantamiento zapatista, Aníbal Santiago escribe sobre la violencia que azota al estado de Chiapas a raíz de las disputas entre diversos grupos del crimen organizado y la ausencia de la autoridad.
Texto de Aníbal Santiago 20/05/24
No había aún ningún motivo —o hasta mi adolescencia yo no lo había conocido— para pensar que mi país alguna vez sería distinto. A México lo estrangulaba un sistema político con una capacidad extraordinaria, con virtuosismo asombroso, para reinventar la injusticia. ¿Cómo gobernar un país siendo tan injustos, cada día durante décadas, y siempre renovar el ingenio para que la injusticia adquiriera nuevas formas? Ellos sí lo sabían.
En la casa sonaba la radio y fue por la radio que con mi papá pusimos atención—en el primer amanecer de 1994— a una señal del otro lado del país. Intentábamos entender lo que sucedía en un lugar tan remoto y fuera de nuestras vidas como Chiapas. Chiapas era casi otro planeta, desde el que esa mañana algún reportero explicaba que indígenas —los más desamparados de los más desamparados— se levantaban en armas contra la opresión.
La estática confundía: ese crujidito radiofónico que hace a la señal parecer procedente de la Luna, que vuelve toda noticia más lejana de lo que es y que a la vez da un halo histórico a la información, hacía difícil la comprensión. ¿Indígenas levantados en armas? ¿Varios muertos portando falsos rifles de palo como niños en un patio luchando contra un gobierno armado de verdad?
Al paso de los días, sin embargo, fuimos entendiendo que el levantamiento zapatista era la reivindicación de la dignidad indígena y mucho más: la exigencia de un país justo. Aunque no lo dijeran las leyes, Chiapas se nos volvió la capital del país. Desde esa tierra que antes ignorábamos y pese a que no estuviéramos ahí, Chiapas fue el centro de México, el corazón de la rebeldía que representaba a todos los mexicanos, aunque fueras sonorense o nayarita.
Hace tres días, 30 años después de aquella mañana que creímos fundacional de un nuevo México, volví a sintonizar la radio. En Chiapas, específicamente en un municipio llamado Chicomuselo, habían aparecido asesinadas 11 personas (cinco mujeres, cinco hombres y un menor). ¿Por qué? Porque aquella entidad que se metió al alma de México regala noticias que cuentan que hoy a Chiapas —y a su Sierra Mariscal— se la disputan el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa. Menuda tragedia, en la que luego ahondó un nuevo encabezado periodístico: “Familia de catequistas se niega a apoyar al CJNG y los asesinan en Chiapas”.
Por la noticia me enteraba de esos 11 muertos en el pueblo de Nueva Morelia, números que se añaden a muertos y más muertos en ese estado botín de criminales. Chiapas vale por su droga: la que ahí pasa y la que ahí se produce.
Con inocencia pensaríamos: “Menos mal que vivimos en democracia, porque ella servirá para que en dos semanas la herida sociedad chiapaneca elija autoridades que sepan, o al menos intuyan, los caminos políticos que devuelvan la paz”. Pero Chiapas no es Disneylandia. De pronto, Eduardo Torres, corresponsal de W Radio en ese estado, reveló esto al aire: “Ningún candidato —diputaciones locales, federales; senadurías, gubernaturas, alcaldías— trata este tema. Lo esquivan por completo y nadie entra a la Sierra Mariscal. Y tampoco nadie propone una solución”.
¿La hay? Si los políticos ya ni entran a ese territorio, si víctimas del pavor como toda la población las autoridades evitan ir ahí (y con razón, pues hasta el viernes México sumaba 30 homicidios de aspirantes, cinco chiapanec@s), no hay esperanza. O la esperanza es seguir vivo, y por eso hasta este domingo 213 candidatos de ese estado habían renunciado.
La Sierra Mariscal es una maqueta de México: los cárteles cortan la electricidad a los pobladores, cobran derecho de piso, bloquean los caminos con troncos, frenan el suministro de víveres. Y ahora sumemos homicidios, desapariciones y desplazamiento forzado: “Las familias comienzan a huir de sus viviendas. Las familias están con un grito de auxilio”, expresó el corresponsal.
El nuevo sistema político abandonó Chiapas. Que sea lo que Dios quiera (o lo que los criminales quieran). No hay modo de ilusionarse en que el 2 de junio las casillas se instalen. Y si se instalaran, la sociedad elegiría a algún político aterrorizado que gobernará pueblos destrozados por la sangre y el pavor. Ergo, sin necesidad de voto los gobernantes serán los narcotraficantes.
1994 parece un siglo. No queda nada del Chiapas de la esperanza. EP
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