Más que Acapulco, Guerrero sin red

En este texto, Juan-Pablo Calderón Patiño reflexiona sobre los problemas históricos, económicos y territoriales que, más allá del huracán Otis, azotan las costas de Acapulco y al estado de Guerrero en general.

Texto de 06/11/23

Acapulco

En este texto, Juan-Pablo Calderón Patiño reflexiona sobre los problemas históricos, económicos y territoriales que, más allá del huracán Otis, azotan las costas de Acapulco y al estado de Guerrero en general.

Tiempo de lectura: 10 minutos

Paraíso rasgado, emblema del trópico, puerta de llegada de la Nao de China, Acapulco ha sido sede lo mismo para tiempos precolombinos que para la Nueva España y la formación del Estado mexicano. No se necesita publicitar su belleza porque es eminente que su singularidad conquista la mirada de cualquier viajero. Uno de ellos, Alexander Von Humboldt, quien desembarcó en Acapulco proveniente de Guayaquil, Ecuador.

Dos puertos han sido ejemplos de definición y de rutas que, más allá de su vocación mercantil, fueron las que trazaron la épica para hacer y seguir teniendo un Estado: el Puerto de Veracruz y Acapulco, del Golfo al Pacífico, ambos con sus fortificaciones, San Juan de Ulúa y San Diego, jugaron un papel vital en la conformación de México. Morelos sabía que la Independencia radicaba en lograr una victoria en Acapulco, porque el campo de batalla se trasladó del Bajío al sur y el control del puerto guerrerense era vital. La estrella acapulqueña nació entre el carrizo, de donde su origen etimológico en náhuatl, y la impronta libertaria del México naciente, visión enriquecida con la población afroantillana que en territorio guerrerense dio una nueva vena a la diversidad mexicana. 

“De masacres sociales como la de los copreros en 1967 al actual charco de sangre por la disputa territorial del narco, el ensueño se convirtió en palmera ensangrentada y en decapitados, y ni siquiera el sector turístico se salvó cuando las ejecuciones se comenzaron a dar en plena playa de turistas.”

El siglo XX mexicano y el boom de la nueva industria sin chimeneas, el turismo, hicieron posible el Acapulco turístico y con ello el inicio de México como potencia turística. Los primeros vuelos entre CDMX y Acapulco vieron el nacimiento de un polo turístico que después adoptó el jet set global, las estrellas de cine e incluso una gran cantidad de presidentes de Estados Unidos, entre ellos John F. Kennedy y su esposa Jackie, tuvieron su luna de miel bajo la brisa acapulqueña. El Concorde era un avión que ilustraba el glamour. Décadas después la autopista del Sol acercó a la CDMX para trazar el célebre “acapulcazo” de fin de semana.

Del ensueño pasó a la tragedia y a la disparidad que violenta la realidad mexicana. Acapulco se convirtió en el principal generador de riqueza para un Estado dolido como Guerrero. Junto con Ixtapa Zihuatanejo, el dinero que no proviene de la federación se recauda en ambos puertos. Mientras el turista tomaba el sol, a unos kilómetros rumbo a la montaña, con epicentro en Atoyac, la guerrilla era masacrada por el Ejército mexicano en la noche negra de la Guerra Sucia. Con ese amargo telón de fondo, la amapola empezó a rivalizar con actividades como el café y la copra. El crimen organizado y el narcotráfico iniciaron la toma, primero de la montaña y después, entrado el siglo XXI, de Acapulco, hecho que hizo que la ciudad se convirtiera en una de las más peligrosas del orbe. De masacres sociales como la de los copreros en 1967 al actual charco de sangre por la disputa territorial del narco, el ensueño se convirtió en palmera ensangrentada y en decapitados, y ni siquiera el sector turístico se salvó cuando las ejecuciones se comenzaron a dar en plena playa de turistas. El horror en el paraíso, la destrucción de un icono.

A la toma del narco se sumó el desordenado crecimiento urbano (con mayor vulnerabilidad ante temblores y huracanes en los cinturones de pobreza), la contaminación y el clasismo. Si en Río de Janeiro la playa es de todos, en Acapulco es solo de los hoteles que entorpecen la vista desde la costera Miguel Alemán. El drama aumentó y los que iniciaron directa o indirectamente el horror fueron los alcaldes, legisladores, gobernadores por linaje en una nueva hegemonía política tan cómplice como la del PRI de no atender el drama guerrerense. No se equivocó Humboldt cuando dijo que no había conocido, más que en Acapulco: “un aspecto más salvaje y aún diré, más lúgubre y romanesco”. Hoy, la reconstrucción del viejo puerto implica mucho más que recomponer los servicios básicos para que el tejido social esté de nuevo a prueba. Un paraíso que lo mismo lo dobla la mano del hombre que la furia de la naturaleza.

La gobernabilidad de Guerrero: el reto

Guerrero es el abanico de siete regiones donde viven, de acuerdo al censo del INEGI 2020,  3 540 685 habitantes. Como otros estados, una buena parte de su población es urbana, pero mantiene el fenómeno de la “rurbanización”, con grupos de hombres que son en su formación campesinos, pero que viven en los polos urbanos.

Acapulco es la ciudad más poblada con poco más de 800 000 habitantes y después Chilpancingo, la capital estatal que junto con Iguala y Taxco aglomera una tercera parte de la población total. Si bien Guerrero, a diferencia de Oaxaca, Puebla o Veracruz, no representa una diversidad que raya en la atomización territorial municipal con más de 200 o 500 ayuntamientos, sus 81 alcaldías representan un conglomerado tan diverso que se convierte en un desafío para cualquier autoridad.

En Acapulco se observa un abismo con ayuntamientos de menos de 8 mil habitantes. Esa asimetría demográfica, como la mayor parte del país, es un reto para la gobernabilidad si no están bien aceitadas la comunicación, sincronización y coordinación entre los tres órdenes de gobierno.

Al lado de la agenda de seguridad y desarrollo de los últimos treinta años, cobra especia relevancia la labor municipal, pues, al ser el primer contacto con el ciudadano, es la más vulnerable para el ejercicio de la legítima autoridad. Es la rendija donde se puede atorar la aplicación de las facultades del municipio y es el ángulo más perverso por donde se filtran poderes fácticos ilegales como el crimen organizado y el narcotráfico. La discusión del municipio libre, propia de la reforma constitucional del artículo 115 en 1983 y 1999, reconoció la pluralidad de ayuntamientos, pero, desde esa distancia, poco se advirtió el hecho de que una gangrena municipal fuera capaz de poner en jaque al Estado y a la Federación. Guerrero es uno de los estados donde más erosión ha mantenido su campo de gobernabilidad a partir de la cuasi yuxtaposición entre autoridades municipales y la red de la delincuencia organizada.

“Al lado de la agenda de seguridad y desarrollo de los últimos treinta años, cobra especia relevancia la labor municipal, pues, al ser el primer contacto con el ciudadano, es la más vulnerable para el ejercicio de la legítima autoridad.”

La desfragmentación de cárteles y la multiplicación de grupúsculos delincuenciales han mantenido una guerra territorial en la que la violencia política, característica de Guerrero, fue desplazada por la violencia delincuencial y la presión de secuestros, extorsiones, robos y hasta el control del abastecimiento de productos básicos en los mercados locales, como es el caso del pollo en Chilpancingo. El cómo fortalecer este municipio en el siglo XXI frente a los nuevos retos es la interrogante para Guerrero y para la mayoría de los más de 2 500 ayuntamientos en la República. 

Las siete regiones guerrerenses mantienen su vinculación natural y política con su estado, pero las diferencias entre la región norte, de mayor vinculación con Morelos, y la región de Acapulco son eminentes. Tantas diferencias —incluso en la costa que está dividida por tres regiones, o en la propia montaña— ameritan especialización y conocimiento para que la primera ventanilla del ciudadano, el orden municipal, mantenga su credibilidad y posea mayores anticuerpos frente al crimen organizado y el narcotráfico. 

Con relación al tema municipal, se advierte la existencia de dos triángulos que forman la realidad guerrerense. Por un lado, el llamativo triángulo del sol que enlaza a Taxco, Ixtapa Zihuatanejo y Acapulco como uno de los mayores corredores turísticos del país, además de centralizar, en el último caso, uno de los destinos icónicos del turismo global. El otro triángulo dista de tal reconocimiento y es la antípoda frente al primero, pues enlaza la pobreza con el cacicazgo y la violencia armada. El enlace entre cada uno de ellos dista de una generalización y da espacio a un conjunto de ecuaciones y funciones de enorme riesgo para la gobernabilidad democrática del propio Guerrero y de la propia República. 

Como apuntó Orlando Espinosa Santiago en La alternancia política de las gubernaturas en México, en Guerrero: “la pobreza, violencia, inestabilidad política encabezada por fuertes y activos movimientos populares que provocaron enfrentamientos y una larga lista de remociones de gobernadores, los más violentos y arbitrarios” son las características que quizá mejor ejemplifican el miedo al despertar del México bronco, esa quimera que duerme en la travesía institucional de la democracia por procedimientos, la electoral.

No es casualidad que la figura de desaparición de poderes tenga en Guerrero el epicentro de su accionar desde la posrevolución. La reforma política emprendida por Jesús Reyes Heroles inició en 1977 con el célebre discurso del entonces Secretario de Gobernación con motivo del II informe de Gobierno del gobernador Rubén Figueroa Figueroa, a partir de la experiencia guerrerense de cambio de gobernadores desde el centro. De ahí que el también historiador del liberalismo mexicano haya decidido codificar una ley reglamentaria al artículo 76 para emprender el manual legal de la desaparición de poderes, misma que terminó decretando el Senado de la República.

A casi medio siglo del discurso de Reyes Heroles existe un recordatorio puntual de lo peligroso que es el espejismo populista, que lejos de modular el subdesarrollo lo acrecienta. Con el peligro de no ejercer ciudadanía plena como pleno equilibrio entre las obligaciones y los derechos y un nuevo entendimiento fiscal para integrar a Guerrero a la media de desarrollo nacional, la violencia social, política y criminal pueden acrecentarse con el manto del demagogo populista.

El entonces Secretario de Gobernación advertía sobre el populismo en los siguientes términos:

“Ajenos a cualquier paternalismo populista, sólo en apariencia generoso y en verdad contraproducente a corto plazo, para Guerrero se presenta un camino, que en el esfuerzo, el trabajo y la imaginación, puedo, simultáneamente, convertir en riqueza real la que sólo es potencial y nivelar las posibilidades de los más en el disfrute de un decoroso bienestar. No se ofrece un bienestar ficticio que se anticipa en el goce de una riqueza inexistente, con la quimera de que es posible consumir sin producir e invertir; no se trata de un populismo dadivoso, fundado en ilusiones y engendrador de amargas decepciones; populismo generador y generalizador de pérdidas nacionales, que esteriliza producciones y destruye toda auténtica capacidad de justicia social; populismo que es, en esencia, contrarrevolucionario. Se propone un plan para librar batallas simultáneas en muchos frentes y así lograr un mínimo vital para las grandes mayorías de esta entidad”.1

Si el voto representa la primer construcción de legitimidad de la autoridad, Guerrero parece ser que tuvo cobijo institucional en lo electoral con el viejo partido hegemónico, pero un descalabro en la continuidad de los gobiernos electos, como recuerda Esteban Illades, en la revista Nexos (“Las grietas de Guerrero”, julio 2015): “cuando Guerrero instauró el periodo sexenal, sólo nueve gobernadores han logrado cumplir su mandato de principio a fin. En lugar de haber sido 12 en 70 años, ha tenido 19”. La inconsistencia del período constitucional en las diversas elecciones para gobernador fue mancillada desde el epicentro del poder presidencial, en la capital federal. Ningún otro estado de la república presentó tal discontinuidad en sus sexenios, como los hechos dan evidencia en Guerrero.

El Trapecio de Guerrero: ¿existe una red?

El primer significado de la palabra trapecio es la de un: “palo horizontal suspendido de dos cuerdas por sus extremos y que sirve para ejercicios gimnásticos”. Así lo reconoce la Real Academia Española (RAE). Los estudiosos del lenguaje han sumado, al arte circense, la carpa que de tan alta juega con el vacío, con siluetas de cuerpos voladores que desafían la gravedad. Las manos entalcadas en el trapecio son las manos de la salvación y resucitan la fuerza corporal en el azaroso impulso del vuelo. Es la última agarradera de la salvación, la última esperanza si no se quiere caer al vacío mortal que atestiguan los presentes. La metáfora es casi perfecta en el entrecruce que solo permiten las letras y el sentir vibrante de la política como vocación, tal cual nos enseñó Max Weber, pero también, como nos enseñaron los atenienses y el florentino, en entender la política como espacio de reflexión y acción. Después del huracán político del fin de la hegemonía del PRI, la excepcionalidad del PRD y ahora Morena, ¿tiene red de salvación política Guerrero? Después de Otis que arrancó el principal sustento económico guerrerense, ¿existe una red para amortiguar una dramática caída?

“Después del huracán político del fin de la hegemonía del PRI, la excepcionalidad del PRD y ahora Morena, ¿tiene red de salvación política Guerrero?”


Guerrero ha dado diversos saltos entre procesos electorales y la construcción de una gobernabilidad democrática; no obstante, antes y después de Otis, sigue siendo una pendiente, un apuro que va más allá de los guerrerenses. ¿Existirá sentido de grandeza de los grupos políticos y un ejercicio de ciudadanía con su diversidad social, o iniciará una época de más incertidumbre? ¿Seguirá la contradicción entre los discursos sobre la base de la democracia legal y representativa y el ejercicio de una democracia participativa directa que crea más polarización? De continuar la erosión del “vuelo demócrata”, entonces el trapecio tendrá poco viento a favor y lejos de tomarse el trapecio salvador, se tendrá que ajustar la red de caída, si es que da tiempo. La gimnasia democrática o el ingrato espectáculo circense donde acabamos perdiendo todos, todo México, tiene a Guerrero como algo más que “tierra caliente”.

La nueva alternancia en la gubernatura, ¿creó una alternativa en la manera de hacer política o administra los riesgos de un camino empedrado en viejos cacicazgos con una estructura económica y social fincada en un rezago ancestral, además de obedecer al hombre del Palacio Nacional que la puso por default? En ese camino hay un riesgo enorme de “la delincuencia organizada que se fortalece bajo el cobijo de autoridades. Empero, cuando buscan, además, imponer gestores directos de su empresa criminal, las cosas tienden a descomponerse más […] Episodios atroces como el de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, no pudieran entenderse sin la influencia del crimen organizado en los municipios involucrados en la planeación y ejecución de los hechos”, en palabras de Manelich Castilla. Frente a “verdades históricas” discutidas en la actual administración y la anterior por el episodio de los 43 estudiantes desaparecidos, ¿se seguirá ocultando la verdad de los peores demonios que lo mismo tocan la subversión armada de antaño, el prestigio de las Fuerzas Armadas y el peligro del narcotráfico que es capaz de mancillar lo impensable?

Ni las elecciones libres como resorte para una gobernabilidad democrática que se construye a diario, ni los millones de pesos destinados a Guerrero antes de Otis han dado como resultado una mejor gobernabilidad o mejores condiciones de vida. El trapecio se mueve y espera un aire renovado para no caer en la decepción sin red. La tierra guerrerense cabe en una frase de Ortega y Gasset donde se menciona que las rebeliones son contra los abusos y las revoluciones contra los usos. Al siglo XXI guerrerense le tocará edificar su propia revolución con las herramientas de una democracia que clama ser auténtica ante la disrupción del crimen organizado, el narcotráfico y, ahora, la crisis por el huracán Otis que acentúa la desigualdad social y el éxodo de guerrerenses. La rebelión ha sido la constante desde que se hizo Estado en 1857 y lo mismo se llamó Juan Álvárez, Lucio Cabañas, Genaro Vázquez, copreros en la costa, o cafetaleros contra amapoleros en la montaña.

“Al siglo XXI guerrerense le tocará edificar su propia revolución con las herramientas de una democracia que clama ser auténtica ante la disrupción del crimen organizado, el narcotráfico y, ahora, la crisis por el huracán Otis que acentúa la desigualdad social y el éxodo de guerrerenses.”

Mijail Bakunin escribió que el Estado: “además de ser la cosa pública, los intereses, el bien colectivo y el derecho de todo el mundo, opuestos a la lección disolvente de los intereses y de las pasiones egoístas de cada uno, es justicia y la realización de la moral y de la virtud sobre la tierra”. El anarquista ruso sabía que la utopía del anarquismo pasaba por tener un Estado en lo que expresaba. ¿Qué pensaría de ver la constelación que tiene Guerrero entre fuegos ardiendo, con más rojo vivo por el reciente huracán? ¿Le diría Porfirio Muñoz Ledo: tenemos nación, pero no tenemos Estado? EP

  1. https://www.memoriapoliticademexico.org/Textos/6Revolucion/1977-DIRF-JRH.html []
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