Voces de la migración. Trump presidente

El mundo ve con gran preocupación la posibilidad de que Donald Trump ascienda a la presidencia de Estados Unidos. Y con razón. Las políticas sostenidas por el candidato republicano a lo largo de una campaña en contra de la inmigración, los tratados comerciales, los musulmanes y las mujeres —por mencionar algunos casos—, además de su […]

Texto de 24/09/16

El mundo ve con gran preocupación la posibilidad de que Donald Trump ascienda a la presidencia de Estados Unidos. Y con razón. Las políticas sostenidas por el candidato republicano a lo largo de una campaña en contra de la inmigración, los tratados comerciales, los musulmanes y las mujeres —por mencionar algunos casos—, además de su […]

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El mundo ve con gran preocupación la posibilidad de que Donald Trump ascienda a la presidencia de Estados Unidos. Y con razón. Las políticas sostenidas por el candidato republicano a lo largo de una campaña en contra de la inmigración, los tratados comerciales, los musulmanes y las mujeres —por mencionar algunos casos—, además de su ataque individualizando especialmente a México y a los mexicanos en forma sistemática, asociado a su personalidad agresiva, ignorante, mentirosa, vulgar y abusiva, apuntan al ejercicio de una presidencia conflictiva, improvisada, impredecible y caótica, y eventualmente muy peligrosa.

Las encuestas registradas con posterioridad a las convenciones republicana y demócrata ubican a Hillary Clinton por arriba de Trump en las preferencias electorales, habiendo iniciado hacia finales de julio con una ventaja de siete puntos porcentuales, y ampliándose a principios de agosto, según una encuesta de The Wall Street Journal/NBC (wsj/nbc), a nueve puntos, con un 47% a favor de Hillary y 38% a favor de Trump.

Pero resulta difícil confiar en la medición de las encuestas, pues éstas varían a lo largo de la campaña y son producto de circunstancias temporales que no son necesariamente indicativas del resultado final de las elecciones. En este caso la popularidad de Hillary aumentó después de una Convención Demócrata muy bien llevada a término, a diferencia de la Republicana, que estuvo plagada de fallas de organización y padeció la ausencia de figuras importantes del Partido Republicano, lo que impidió a Trump iniciar su campaña con base en una plataforma sólida y con un partido unificado.

Agréguese a esto una serie de torpezas cometidas por Trump a principios de agosto debidas a su negativa a respaldar las candidaturas a reelección de Paul Ryan, líder de la mayoría republicana en el Congreso, y del senador John McCain, excandidato presidencial republicano, ambos personalidades destacadas del partido con quienes Trump ha tenido serias diferencias, además de su ataque a los padres de un soldado de religión musulmana caído en Afganistán, lo que provocó fuertes reacciones en su contra entre miembros de ambos partidos.

La insinuación velada de que un partidario extremo de la Segunda Enmienda, relativa al derecho de los ciudadanos a portar armas, pudiera hacerse cargo de eliminar a Hillary es una muestra de la calidad moral y el bajo nivel al que ha llegado Trump. Esta declaración ha motivado la intervención del Servicio Secreto y una fuerte reacción por parte del público estadounidense.

Hillary Clinton lleva una campaña metódica y bien organizada, y cuenta, además, con un fondo superior al de Trump, quien, por el contrario, ha llevado una campaña caótica y no cuenta con una infraestructura electoral en todo el territorio de los Estados Unidos, independientemente de su conflicto con la dirigencia republicana y con importantes figuras del partido; sin embargo, el ánimo actual del electorado hace que sea difícil concebir cualquier predicción sobre el resultado de las elecciones de noviembre, y todo puede suceder.

A pesar de que 6 de cada 10 personas en Estados Unidos consideran que Trump no tiene las calificaciones para ser presidente, de que según una encuesta del wsj/nbc el 72% de los electores tiene una opinión desfavorable de él, y de que Hillary Clinton parece tener una ventaja considerable a estas alturas, no puede afirmarse con seguridad que la elección esté ya decidida. En el verano de 1980, el presidente Jimmy Carter tenía índices superiores a los de Ronald Reagan, pero esa diferencia se revirtió en noviembre dándole el triunfo a este último. Lo mismo sucedió en el caso de Michael Dukakis y George H. W. Bush en 1988, y con Al Gore y George W. Bush en la elección de 2000.

Trump ha cultivado la insatisfacción existente entre el electorado estadounidense, causada principalmente por la caída del nivel de vida de algunos sectores de la población y por la pérdida de empleos, particularmente industriales, debido a la globalización de la economía y al incremento de la productividad manufacturera por la automatización. Influye en todo esto la percepción entre esta población de la declinación del poderío de Estados Unidos y el enojo por la disfuncionalidad del Gobierno, sin tomar en cuenta que ésta se debe en gran parte a la oposición sistemática y al sabotaje del Partido Republicano a las tareas de la administración de Obama, intentando por todos los medios bloquear las iniciativas del Partido Demócrata.

Puede observarse cómo Trump distorsiona las estadísticas y hace afirmaciones absurdas propiciando la diseminación de teorías de la conspiración de lo más disparatadas, que, sin embargo, el público seguidor de su candidatura acepta, considerando que es simple retórica electoral y que él es un líder que dice lo que piensa y no un político del sistema. Lo más grave es que la dirigencia republicana, sin necesariamente solidarizarse con Trump, no lo ha desmentido en sus declaraciones más extremas.

El análisis de las anteriores candidaturas presidenciales en Estados Unidos revela que el electorado tiende más a votar por candidatos que apelan a sus emociones y que muestran liderazgo que por aquellos que presentan farragosos y complicados programas gubernamentales difíciles de entender para la mayoría de la población. Es el caso de Barack Obama, quien ofreció cambiar la forma de hacer las cosas en Washington, despertando la esperanza de amplios sectores de la población. De alguna manera, Trump, aunque de forma negativa, se ubica en el primer planteamiento, mientras que Clinton tiende a ser demasiado cerebral y a no siempre establecer una conexión con su público.

Las presiones de la dirigencia republicana y de figuras destacadas del partido, al igual que de importantes donadores de fondos para la campaña y del círculo interior de Trump, integrado por miembros de su familia, están obligándolo a cambiar de tono su discurso y su comportamiento, especialmente después de las desastrosas actuaciones posteriores a la Convención Republicana. Como resultado, el magnate ha tenido que dar marcha atrás en sus diferencias con importantes personalidades del Partido Republicano, con miras a la unificación, y ha modificado sus declaraciones más controversiales para suavizar su imagen.

Pero es posible que sea demasiado tarde. A 90 días de la elección, el daño que se ha hecho a sí mismo con su actuación anterior quizá le impida acceder a la presidencia de los Estados Unidos. No obstante, conviene hacer un repaso de las consecuencias que tendría para el mundo, y particularmente para México, que Donald Trump llegara a ocupar la Casa Blanca.

Durante su campaña, Trump ha hecho planteamientos de política muy extremos y controvertidos, y dentro de su estrategia de señalar culpables ha sido particularmente virulento en contra de los mexicanos y de México, singularizándolo a la par de China en sus ataques. Asimismo, se ha pronunciado en contra del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica y de la inmigración extranjera, especialmente la que proviene de nuestro país, señalando que los inmigrantes mexicanos son criminales, violadores y traficantes de droga, y ha hecho uno de los temas centrales de su campaña la idea de construir un muro en la frontera, el cual México tendría que pagar.

En su lógica simplista, que es la que tiene resonancia entre los grupos de población blanca venida a menos por la desindustrialización de Estados Unidos, la falta de empleos bien remunerados ha sido causada por la emigración de la planta industrial a otros países, tales como China y México, y porque los inmigrantes extranjeros están tomando los empleos que antes ocupaban los trabajadores estadounidenses.

Se entiende que es un tema de campaña para atraer los votos de la población desplazada del mercado laboral, pero la aplicación de esas políticas, de llevarse a cabo, produciría una enorme desestabilización de la producción manufacturera y del comercio en Norteamérica, y tendría un enorme impacto económico negativo en la región, no sólo en Canadá y México, sino también en el propio Estados Unidos.

Trump, en su inmensa ignorancia, no sabe cuáles serían los efectos de lo que está proponiendo. El solo pensar en obligar a Ford y a otras empresas estadounidenses establecidas en México a desmontar sus plantas para reinstalarlas en Detroit va en contra de los principios de la economía, pues, suponiendo que sucediera, el costo y las repercusiones por el incremento del precio de los productos industriales repatriados, debido al aumento del costo de la mano de obra y a las prestaciones de los trabajadores estadounidenses, tendrían un efecto devastador.

La deportación de 11.4 millones de inmigrantes indocumentados, independientemente del impacto social por la separación de las familias, es una medida de difícil aplicación. En el caso de México, la expulsión de 6.1 millones de emigrantes mexicanos sin documentos de territorio estadounidense representaría un problema de inmensas proporciones para el Gobierno de nuestro país, que tendría que enfrentar la inserción de golpe de una población que representa el 5% del total de la población nacional. Por otro lado, la construcción del muro fronterizo —además de ser una afrenta el hecho de que Trump pretenda que México tendría que pagarlo— no sólo es una solución absurda que no va a remediar los problemas en la frontera, sino que, por el contrario, va a entorpecer la vida de la comunidad fronteriza.

Pero aquí, el problema esencial es la personalidad agresiva, inestable e inescrupulosa de Trump, que, ya en la presidencia de Estados Unidos, podría tener repercusiones de enorme trascendencia en la salud de las relaciones internacionales y al interior del país. Algunas de sus posiciones no sólo son ilegales, sino que rayan en lo criminal. El Partido Republicano enfrenta una debacle de grandes proporciones para su futuro con la candidatura de Trump —podría cancelarla y proponer a otro candidato, como Paul Ryan, o sostener la del empresario y hundirse con él en las elecciones de noviembre.

Pero imaginemos que todo es una pesadilla y despertemos con Hillary Clinton en la presidencia de Estados Unidos.

Fernando Sepúlveda Amor es director del Observatorio Ciudadano de la Migración México-Estados Unidos.

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