Taberna: Generaciones a la mesa

Poco tiempo antes de morir, mi abuela materna quiso hacerme un regalo. Yo había ido a Bolivia a despedirme de ella, y en casa de una de mis tías me llamó aparte, tomó un ejemplar del compendio de recetas que había obsequiado a sus cinco hijos y, abriéndolo, me dijo: “Fernandito, como tú sabes de […]

Texto de 24/10/16

Poco tiempo antes de morir, mi abuela materna quiso hacerme un regalo. Yo había ido a Bolivia a despedirme de ella, y en casa de una de mis tías me llamó aparte, tomó un ejemplar del compendio de recetas que había obsequiado a sus cinco hijos y, abriéndolo, me dijo: “Fernandito, como tú sabes de […]

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Poco tiempo antes de morir, mi abuela materna quiso hacerme un regalo. Yo había ido a Bolivia a despedirme de ella, y en casa de una de mis tías me llamó aparte, tomó un ejemplar del compendio de recetas que había obsequiado a sus cinco hijos y, abriéndolo, me dijo: “Fernandito, como tú sabes de cocina, te voy a dar los secretos de estas recetas”. Enumeró y corrigió una serie de inexactitudes —cantidades de harina, mantequilla, huevo, tiempos y temperaturas de cocción, y algunas técnicas más bien estéticas— en los procedimientos que ella misma había dictado. Recuerdo haber pensado, ingratamente, “¡pinche viejita!”.

Más tarde me enteré de que la práctica de dar mal las recetas era común en su generación, de modo que la deshonestidad de mi abuela era la norma y no la excepción en aquel tiempo. Forjé entonces una opinión sobre una generación ladina en la cual la inteligencia se confundía con la astucia. Luego de estudiar economía, sin embargo, me di cuenta de que la asimetría de información distorsiona a los mercados competitivos y que era la escasez de recetarios (no digamos internet) lo que fomentaba tal comportamiento. Es decir, el entorno condiciona los valores de una generación, y a su vez dichos valores definen la realidad que ésta habita.

La idea de dividir a la humanidad por camadas no es nueva, Gertrude Stein la popularizó al nombrar a la “generación perdida” de 1920.1 Hoy en día se habla mucho y muy mal de los millennials y de la Generación Z2 que, según The New York Times, “se la pasan en su smartphone y se creen con derecho a todo”.

Las críticas a millennials y Z’s son en general anecdóticas. Se les acusa de narcisistas. El trastorno narcisista de la personalidad (TNP) es tan frecuente que se considera epidemia y hay quien habla de una generación sociópata.3 Claro que después de ver programas como el de las Kardashian no hay que ser Freud para hablar de narcisismo, ignorancia y autocomplacencia. Pero hablar de una generación entera requiere de más rigor, ya que, si realmente se trata sólo de indolentes o sociópatas, ¿cómo podría explicarse el éxito del socialista Bernie Sanders entre los jóvenes, o el crecimiento sin precedente de voluntariado y empresas sin fines de lucro, o que este grupo de ignorantes de la actualidad haya organizado Occupy Wall Street?

El interés por lo nuevo y el egocentrismo relativo son rasgos de la juventud en cualquier época. Gracias a las redes sociales en internet y a las selfies, nuestra juventud se exhibe.4 Pero no sólo son características de la juventud. Según un estudio de Slate, la mayoría (82%) de los que tienen entre 30 y 50 años usan las redes sociales de manera prácticamente igual a los que tienen entre 18 y 30 años (la diferencia es de 7%). Esto pone en duda la propia idea de una separación tajante entre generaciones.5

Un libro de cocina de la generación de mi abuela que consulto con regularidad —una vez al año— es Nuestras comidas, de Nelly de Jordan. El procedimiento al que acudo es el de las empanadas salteñas, cuyo nombre evoca una región argentina pero nombra a la empanada boliviana por excelencia, y en mi opinión la reina de las empanadas. Lo que la hace única es estar rellena de caldo —un milagro sólo igualado (hasta antes de la cocina molecular) por los dumplings Xiaolongbao de Joe’s Shanghai— y que no puede comerse sino recién hecha.6 La receta es laboriosa (la carne debe picarse a mano), pero sencilla, salvo por una barrera de entrada tecnológica: la temperatura de cocción debe superar los 350°C, algo que pocos hornos convencionales logran. He sorteado ese problema gracias a un horno de leña, lo que le añade un ligero ahumado. También le he hecho correcciones que seguramente obedecen al momento en que vivimos: menos manteca y papa, más carne, grenetina en vez de gelatina de vaca. Ojalá pudiera probarlas la viejita. EstePaís

NOTAS

1 Y Hemingway la inmortalizó al ponerse el saco.

2 Nacidos después de 1980 y después del 2000, respectivamente (los de skinny jeans).

3 Ver The Narcissism Epidemic. Living in the Age of Entitlement, por Jean M. Twenge y Keith Campbell, y The Me, Me, Me Epidemic. A Step-by-Step Guide to Raising Capable, Grateful Kids in an Over-Entitled World, por Amy McCready (y cuyo título recuerda al ensayo “The ‘Me’ Decade and the Great Third Awakening”, de Tom Wolfe, publicado en 1976).

4 En Mirror Mirror: The Uses and Abuses of Self-Love, Simon Blackburn nos dice, tal vez inspirado por Benito Juárez, que debemos ser indulgentes pero no a costa de los demás.

5 El intento más “científico” de medir la evolución del TNP es el Narcissistic Personality Inventory, ideado por Raskin y Hall en 1979, creado como respuesta a la prevalencia de la psiquiatría y terapias auto-afirmativas en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Un ejemplo ilustrativo es la divertidísima novela de Philip Roth, Portnoy’s Complaint, donde el analista sólo habla al final de la novela para decir: “So…Now vee may perhaps begin. Yes?”.

6 La empanada recalentada, sin carne o frita, es una aberración equivalente al taco al pastor de pollo.

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