Racismos
a la mexicana
No somos muy numerosos los que
reconocemos abiertamente que nuestra sociedad es tan racista como otras en el
mundo. La versión generalizada a la que nos aferramos indica que el noventa por
ciento de los mexicanos somos mestizos, mientras que el resto forma parte de
las comunidades indígenas, las cuales nos despiertan cariño, respeto y
admiración. Esta versión idílica no resiste ni el más superficial análisis. En
México, según la pigmentación de la piel, existen ciudadanos de primera, de tez
clara; de segunda, los morenos, y de tercera, precisamente “los pueblos
originarios”.1 Caricaturizando
sólo un poco, se podría afirmar que los primeros suelen sentirse superiores a
los otros dos, por lo que son aborrecidos por la población morena que también
se divide a sí misma en dos modalidades: morena clara y morena oscura; ambas
discriminan, a su vez, a quienes ocupan el lugar inferior en la escala social.
De ahí que indio se considere un insulto: “chundo”, “nopal”, “patarrajada”,
“bajado del cerro a tamborazos”, “prófuga del metate”, “cabeza de indio” (tela
burda), “no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre”.
Desde el siglo pasado, los gobiernos
han establecido organismos para proteger a los indígenas con argumentos
humanistas que únicamente han segregado más a ese millón de compatriotas,
además de tolerar sus en ocasiones violentos “usos y costumbres”, proponer
leyes exclusivas para ellos,2 no
cuestionar su machismo (como si fuera diferente del de los otros
ciudadanos…). Lo único que se ha logrado es infantilizarlos “por su bien” y
mantenerlos alejados de los beneficios de la modernidad.3
Ahora
se escucha hablar más de los llamados afromexicanos, lo que nos obliga a
voltear a ver a esa tercera raíz de nuestra mexicanidad. Durante siglos su
existencia se escamoteó, quizás para distinguirnos. Pues sí, con la Conquista
llegaron los esclavos negros que los europeos atrapaban en África, a los que
subyugaron, al igual que a los indígenas. Durante siglos fueron mano de obra
gratuita, crimen que los españoles, portugueses, ingleses, franceses y
holandeses no han deplorado suficientemente, ni han ofrecido una reparación.
También su color se expresa a manera de injuria: “Pinche
negro/tizón/cambujo…”, “trabajar como negro”, “cena de negros”. En nuestro
entrañable “negro, pero cariñoso”, la adversativa es elocuente.
Ya
se ha tratado en esta columna la relación del mundo árabe con el hispánico.
Tensión lógica tras siglos de ocupación. Recordemos solamente locuciones
heredadas de los peninsulares, como “ver moros con tranchetes”, “(no) haber
moros en la costa” o el platillo “moros con cristianos”, popular en el Caribe.
Para el mexicano promedio, todos los
asiáticos son chinos, “chales” o “amarillos”, independientemente de su
nacionalidad, ya que tienen “ojos de alcancía”. “Estar (algo) en chino”,
“engañar como a un chino”, no son expresiones que pueda compensar nuestra
mexicaní-sima china poblana. 4
Hay otro racismo entre nosotros que
suele pasar desapercibido. Concierne a quienes, según la incoherente taxonomía
estadounidense, son caucásicos, es decir “güeros”.5 El título de esta columna
cita un verso de la “canción de protesta” de los años setenta, muy aplaudida en
las peñas de entonces, “La maldición de Malinche”, compuesta e interpretada por
Gabino Palomares. Es una oda al racismo según la cual los rubios encarnan el
mal (todos ellos, sin excepción), mientras que los indígenas, también sin
excepción, son una suerte de raza superior, despreciada pero inigualable.
Resulta extraño, no obstante, que el turismo nacional prefiera viajar a países
de “blancos” que de “morenos”. Esa relación de amor/odio la fraseó así un
humorista: “los mexicanos desearían vivir como los gringos, pero sin prescindir
de sus sirvientes”.
Las reacciones xenófobas que se han
visto ante las caravanas de centroamericanos en nuestro territorio confirman
que el racismo, por desgracia, es universal.6 EP
1
El adjetivo parece exagerado si damos crédito a la hipótesis del cruce del
estrecho de Bering por parte de pueblos asiáticos hace miles de años.
2
Los Acuerdos de San Andrés van en ese sentido: los llamados progresistas en
realidad son conservadores.
3
Esquizofrénicamente, las propuestas para sustituir el efímero logotipo CDMX se
inspiraron en lo prehispánico.
4
La historia de la Revolución soslaya la masacre villista de cientos de
laboriosos chinos en Coahuila.
5
La mayoría no emigró de Europa Central sino del Reino Unido.
6
Incluso entre personas de apariencia idéntica, como ocurrió entre tutsis y
hutus, con un saldo de ochocientos mil asesinados
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