“Quien lo probó lo sabe”: la sintomatología del amor en un soneto de Lope

Lope de Vega (1562-1635), el Fénix de los ingenios, no sólo se distinguió como prolífico dramaturgo, sino también como un insigne poeta que dejó translucir en sus versos aquella profusa vida amorosa llena de nombres y de escándalos, de entre los que podemos espigar los más memorables: Elena Osorio, su amor de juventud, y Marta […]

Texto de 17/02/17

Lope de Vega (1562-1635), el Fénix de los ingenios, no sólo se distinguió como prolífico dramaturgo, sino también como un insigne poeta que dejó translucir en sus versos aquella profusa vida amorosa llena de nombres y de escándalos, de entre los que podemos espigar los más memorables: Elena Osorio, su amor de juventud, y Marta […]

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Lope de Vega (1562-1635), el Fénix de los ingenios, no sólo se distinguió como prolífico dramaturgo, sino también como un insigne poeta que dejó translucir en sus versos aquella profusa vida amorosa llena de nombres y de escándalos, de entre los que podemos espigar los más memorables: Elena Osorio, su amor de juventud, y Marta de Nevares, con quien tuvo un amor pasional ya siendo obispo.

Pese a que esta pulsión vital estuvo presente, Lope fue un poeta de su tiempo que no se abstuvo de las modas que marcaron el ritmo de la poesía amorosa en la Península; su pluma también abrevó del tintero de Petrarca, quien con su Canzoniere (siglo XIV), dedicado a su amada Laura, impuso unas características de forma y contenido que sus seguidores, los petrarquistas, convertirían en las más imitadas en la poesía italiana e hispánica de los siglos XVI y XVII: se describía el estado psicológico del enamorado, quien cantaba a un amor infeliz, pues era atormentado por la crueldad y la belleza de la amada, muchas veces retratada en el poema.

Si adaptáramos aquel famoso verso de “La canción de los pinos” de Rubén Darío a aquellos siglos, cualquier poeta habría podido afirmar: ¿Quién que es, no es petrarquista? Pero como sucede a toda moda literaria, el desgaste no se hizo esperar, así que dicha tradición se transformó en mero ejercicio literario que reproducía, una y otra vez, un modelo sentimental. Se convirtió, por tanto, en un reto para los ingenios de la época lograr conjugar la vitalidad amorosa con la imitación del modelo. Algunos escogieron la vía de la parodia, pero otros buscaron giros ingeniosos que añadieran algo de novedad.

Podemos decir que Lope es uno de esos ingenios que logró admirar a sus lectores, aun pese a los calzadores que imponía la poética de la imitación. Su obra sigue considerándose un abanico de posibilidades respecto a los motivos amorosos petrarquistas, justamente porque hay algo más vital que vibra en su poesía y que puede llegar incluso a los lectores modernos poco acostumbrados a la poesía del Siglo de Oro. Baste de ejemplo el maravilloso y paradigmático soneto 126 sobre la definición del amor que, a su vez, recreaba el soneto CXXXIV del Canzoniere de Petrarca. Aunque no nos detendremos a analizar este modelo, nos conformamos con transcribir su traducción para vislumbrar el alcance de la imitación del poeta madrileño:

Paz no encuentro, y no tengo armas de guerra;

temo y espero; ardiendo estoy helado;

vuelo hasta el cielo, pero yazgo en tierra;

no estrecho nada, al mundo así abrazado.

Quien me aprisiona no me abre ni me cierra,

por suyo no me da, ni me ha soltado;

y no me mata Amor ni me deshierra

ni quiere verme vivo ni acabado.

Sin lengua ni ojos veo y voy gritando;

auxilio pido y en morir me empeño;

me odio a mí mismo, y alguien me enamora

Me nutro de dolor, río llorando;

muerte y vida de igual modo desdeño:

en este estado estoy por vos, señora.1

Lope recrea el soneto de la siguiente manera:

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,

mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,

satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,

beber veneno por licor süave,

olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,

dar la vida y el alma a un desengaño;

esto es amor, quien lo probó lo sabe.

De entrada, podemos decir que el poeta madrileño mantiene del modelo el sentido de los contrarios (oxímoros) que van creando una suerte de adivinanza o enigma sobre el padecimiento del poeta, resuelto hasta el último verso. No obstante, decide ir más allá, pues en su soneto va vinculando verbos en infinitivo y adjetivos (opuestos en pares) en una suerte de acumulación caótica que prescinde, la mayoría de las veces, de la conjunción copulativa (asíndeton), lo que acelera y da más intensidad a la descripción y a la contradicción de los sentimientos del amante.

Los infinitivos sustituyen la enunciación en primera persona del poema de Petrarca, pues no sólo se orientan a describir la sintomatología del yo lírico, sino que también se hace extensiva a todo lector que se sienta identificado con la descripción de esta especie de “prospecto farmacéutico”: desmayarseatreverseestarno hallarmostrarse, huirbeberolvidaramarcreer y dar. Posteriormente, aparecen los adjetivos, sobre todo en los dos cuartetos, que acompañan el estado del enfermo, como meras suposiciones, en las que se presiente el drama de lo inefable: ¿Cuál es esa enfermedad?

Así, en el primer terceto, Lope pone en evidencia el estado de negación del enfermo-amante, quien voluntariamente decide huir del desengaño y amar el daño. Pero no sólo eso, también decide beber el veneno del amor, de manera consciente, como si fuera suave licor, metáfora que nos remite de inmediato al hermoso pasaje de la Eneida, en el que la infortunada Dido bebe a tragos el vino del infausto amor de Eneas. Con esto se nos revela que el amor es líquido y se bebe como falsa cura.

En el último terceto, el enfermo-amante refrenda sus esperanzas amorosas a partir de otro oxímoron: unir el cielo y el infierno, lugares que forman un paralelismo con la vida y alma que él mismo entrega al desengaño. Finalmente, y sin más preámbulos, llega la cruel revelación del mal que se padece: “esto es amor”, afección que se extiende al lector-amante-cómplice en turno: “quien lo probó, lo sabe”. El cierre no puede ser más ingenioso y devastador para el enfermo terminal. Comprobamos, por tanto, que los rasgos de la pluma de Petrarca apenas se distinguen en este palimpsesto amoroso de Lope que, más allá de describir un sentimiento ajeno hacia una dama desconocida, alude a un mal universal con cuya sintomatología nos sentimos identificados. No hay más contundencia que ésta: saber que, por fin, alguien más nos entiende.  ~

1 Traducción de Ángel Crespo. El último verso ha sido modificado por la autora con el fin de apegarse más al original.

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RAQUEL BARRAGÁN AROCHE es doctora en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Actualmente es investigadora de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Desde enero de 2014 coordina el Seminario de Estudios Literarios del Siglo de Oro (SELSO). Su trabajo ha sido publicado en distintas instituciones y revistas académicas.

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