Caridad —Nunca aprendemos las lecciones de la historia. ¡Y menos las más recientes! Eso refunfuña una casi tan vieja como la República. Tiene presente su experiencia y los escándalos que se han acumulado sin que la jerarquía modifique su arrogante intolerancia. Hay golpes de pecho, promesas de poner en orden la casa, regateos indignos de […]
Prohibido asomarse: Las buenas nuevas
Caridad —Nunca aprendemos las lecciones de la historia. ¡Y menos las más recientes! Eso refunfuña una casi tan vieja como la República. Tiene presente su experiencia y los escándalos que se han acumulado sin que la jerarquía modifique su arrogante intolerancia. Hay golpes de pecho, promesas de poner en orden la casa, regateos indignos de […]
Texto de Bruce Swansey 19/07/17
Caridad
—Nunca aprendemos las lecciones de la historia. ¡Y menos las más recientes!
Eso refunfuña una casi tan vieja como la República. Tiene presente su experiencia y los escándalos que se han acumulado sin que la jerarquía modifique su arrogante intolerancia.
Hay golpes de pecho, promesas de poner en orden la casa, regateos indignos de las verduleras que los religiosos, en cambio, sostienen con soterrada insistencia, dilemas materiales ante los cuales elevan la mirada, no se sabe si en comunicación con el Altísimo al que interpretan como ventrílocuos o sencillamente exasperados por la atención pública que desearían haber evitado. Sus hermanas en religión petrifican el rostro y escatiman el dinero convenido para reparar injusticias que se niegan a asumir por más que las víctimas por fin hayan recuperado sus nombres y tengan una historia.
Los hechos están allí. Durante años las mujeres caídas encontraron en los albergues de las religiosas un refugio que pagaban mediante su trabajo no remunerado. Allí podían esperar la hora del parto y desprenderse del fruto de su pecado a cambio del cual las hermanas recibían donaciones de las parejas infértiles al otro lado del océano donde había recursos abundantes.
La misma orden ofrece generosamente al Estado espacio dentro de uno de sus predios para construir un nuevo hospital destinado a atender a las mujeres. Su compromiso con la salud de las futuras madres es inalterable y así lo confirman los planes para reemplazar el hospital destartalado en el que actualmente se tienden las parturientas.
—¡Y son las mismas que ni siquiera han pagado lo que les correspondía por tener esclavas y arrebatarles a sus bebés!
¿De qué habla la herida? De dolor.
Efemérides
En el verano de 1934, el precario estado de una recién nacida República adquirió un terreno que habría formado parte del parque de una casona en las afueras de la capital. El aire era salubre por su proximidad a la bahía, y veintiséis años después se puso la piedra fundadora del que sería un complejo hospitalario. Catorce años después los primeros pacientes fueron trasladados y el hospital se inauguró el 17 de noviembre con la asistencia del arzobispo que, después de bendecir la construcción, declaró que “quienes poseen y administran el nuevo hospital son las mismas hermanas que eran dueñas y administradoras del anterior. La inconmovible certeza de nuestra fe regula este hospital en el que cada uno se compromete a obedecer escrupulosamente la moral que lo define. Sólo hay una autoridad que propone, explica y defiende ese principio moral: la enseñanza de la Iglesia. Este día solemne en que inauguramos el nuevo hospital con la bendición de Dios nuestro señor lo dedicamos al servicio de los enfermos, y por lo tanto es nuestro deber declarar que en esta institución se respetará, en teoría y en la práctica médica, las enseñanzas de nuestra Santa Madre la Iglesia”.
A continuación, los ochocientos invitados acudieron a misa, presidida por el arzobispo y la madre superiora de las Hermanas de la Caridad, seguidos por el presidente de la República y su gabinete, los Caballeros de Malta, los representantes del Ejército y la banda que al término de tan lucida ceremonia interpretó melodías y después libó con singular entusiasmo a la salud del Eterno. La mejor sociedad estuvo presente.
La moral cristiana
Desde hacía dos siglos las monjas dedicaban sus desvelos a las descarriadas. Eran Magdalenas que junto con el resultado de su concupiscencia también perdían su nombre, reemplazado por un número.
Hay que aclarar que no todas eran pecadoras. Algunas eran chicas empleadas en el servicio doméstico, reclutadas por las buenas hermanas que les ofrecían un mejor futuro. A las nueve de la noche en punto eran encerradas en una celda cuyas ventanas miraban al cielo. La única oportunidad de estirar las piernas era cuando salían a tender la ropa bajo la vigilancia de sus bienhechoras. Aisladas del mundo, también lo estaban de sus familias.
Treinta mil mujeres a las que las monjas se referían como “criaturas” fueron confinadas, y ciento cincuenta y cinco cadáveres fueron localizados en sus terrenos. También descubrieron huesos de infantes. Números. Todo en nombre de la moral cristiana.
Recuerdo inolvidable
Al principio de mi carrera como ginecólogo recibí una llamada inolvidable. Era el arzobispo primado cuyo nombre habría preferido olvidar porque era mi primer empleo y me avergüenza admitir que me amedrentó. Entonces todavía no habían sido revelados los escándalos que aun siendo hombre de fe estuvieron a punto de volverme un cínico.
—Quiero advertirle —dijo pastoralmente— que el hospital está bajo el estricto control de la Iglesia y por tanto se guía de acuerdo con los principios de la moral cristiana, ¿me explico?
Como yo tardara en responder, el prelado añadió que desde las afanadoras hasta el presidente del patronato defendían esos principios obligatorios. Esta vez sin esperar respuesta cambió de tono, me deseó afablemente un buen día y colgó.
Lo natural
Cuando nuestro tercer hijo anunció su inminente llegada no nos inquietamos a pesar de que a mi mujer se le rompieron las aguas en el coche y debí manejar muy de prisa, tanto que una patrulla nos detuvo. No necesitamos perder tiempo en explicaciones ni con el tráfico porque los oficiales nos escoltaron al hospital. Todo ocurrió como era previsible, pero lo que nunca me había preocupado me desasosegó mientras acompañaba a mi mujer después del parto. Las camas estaban separadas por cortinas y era imposible no escuchar las conversaciones.
—Tengo cuarenta y dos años y seis hijos, doctor, y no quiero tener otro.
—Lo entiendo, señora, pero no puedo hacer nada. Debe llenar una forma y el Comité de Ética decidirá si su solicitud procede.
Escuchamos los pasos del médico que se aproximaba a otra cama.
—Éste es el quinto, doctor.
—Felicidades, señora.
—Se lo agradezco, doctor, pero, ¿sabe?, somos muy pobres y casi no tenemos qué llevarnos a la boca. ¡Por Dios! Si viera cómo vivimos. ¡Amárreme doctor!
—Lo siento, señora, pero esto no podemos decidirlo usted ni yo. Puede llenar una forma y mandarla al Comité de Ética, pero le advierto que los gastos deberán ser cubiertos por usted.
El médico siguió su rutina y ya no escuchamos más; sin embargo, mi mujer y yo nos miramos, avergonzados. No porque esas dos mujeres pidieran ser esterilizadas sino por su humillación: “esto” era el derecho a su propio cuerpo, a su futuro, a su vida familiar y social arrebatado por el Comité de Ética.
Desde entonces creo que la palabra “ética” ha sido degradada. Una cultura no sólo es lo que afirma sino sobre todo lo que niega, lo que ni siquiera necesita examinarse como si fuera natural, como la humillación, por ejemplo.
La temporada
En verano los ciudadanos pierden el pudor y se exhiben rollizos y coloradotes con una alegría sin causa que los hace más vulnerables. Caminan despacio y chocan entre sí como hechizados. Todos los años es igual: la gente se dispone a gozar la inconsciencia colectiva.
La música es banal, las películas también. Es la época ideal para las sorpresas.
La buena nueva
El ministro de Salud da a conocer la buena nueva de que el Estado destinará trescientos millones de los contribuyentes a la construcción de un nuevo hospital para atender a las mujeres. Es una buena nueva porque el edificio estará a la altura de los mejores del mundo. Y no sólo eso: el terreno en el que se fincará es propiedad de las Hermanas de la Caridad, que así contribuyen con cien millones, el valor del predio, por lo cual serán las propietarias del nuevo hospital.
Nada corrompe tanto la noción de democracia como la caridad: los ciudadanos nada tendrían si no fuera por la misericordia cristiana. La diferencia entre tener derechos y ser objeto de compasión es que ésta es inescrutable. Pero quienes se benefician no sólo son las congregaciones religiosas sino también quienes deberían responder por el mandato del voto. En una cultura donde nadie puede reclamar nada, la impunidad florece.
Fieles a los principios de la moral cristiana, allí no se permitirá abortar ni se usarán métodos artificiales para la concepción ni se ligarán tubos ni trompas ni se proporcionarán píldoras ni se realizarán vasectomías ni nada que atente contra la moral católica.
Pero la mañana es cálida y la luz se filtra a través del follaje en el parque. Las palomas picotean disputándose los residuos de comida y, voraces, tampoco desprecian los escupitajos.
Esperanza
Noventa y siete mil firmas son recabadas contra el acuerdo entre el ministro y las bienhechoras, a quienes se sugiere donen el predio, ya que, por cierto, no han liquidado las indemnizaciones correspondientes a las víctimas de antaño. Miles de mujeres y hombres se manifiestan ante el escándalo de los recalcitrantes que los señalan con índices flamígeros acusándolos de ser una infame turba que se ha propuesto linchar a las religiosas. Miran la polémica que la prensa reporta como si fuera una más de las trompetas del Apocalipsis que seguro también sonará con reclamos renovados para legalizar el aborto.
—¡Dios nos agarre confesados!
Doscientas trece monjas
Las doscientas trece monjas que serán las dueñas del flamante hospital para la maternidad tienen un promedio de edad de setenta y seis años y pertenecen a una generación similar a la de los Hermanos Cristianos que han creado un fideicomiso dueño de noventa y seis escuelas, lo cual restringe la posibilidad de que los padres decidan la educación que desean para sus hijos que, para ser admitidos, necesitan estar bautizados y confirmados.
El ministro de Salud asegura que “hasta donde sea posible” las monjas no intervendrán en los procedimientos médicos ni habrá distinciones raciales o religiosas como la que ocasionó la muerte, el 28 de octubre de 2012, de Savita Halappanavar por negarle abortar porque vivía en un país católico.
Noticia de último momento: el ministro de Salud agradece a las Hermanas de la Caridad porque nadie negará lo que la ley del país garantiza y éstas dejan en manos del Estado el Hospital de la Maternidad.
Mecidas por el viento, las gaviotas ríen a carcajadas. Llevan tocas blancas. ~