Ocios y letras: Las historias y los mapas, pasiones de Manuel Orozco y Berra (1816-1881)

Hay cosas que parecen cercanas y, en realidad, ya están lejos, miopías de la memoria, y así recuerdo el proyecto de investigación y estudio del Diccionario universal de historia y de geografía, duhg (enciclopedia publicada en diez tomos entre 1853 y 1856), que encabezó Antonia Pi-Suñer, profesora distinguida de la Facultad de Filosofía y Letras de […]

Texto de 23/06/16

Hay cosas que parecen cercanas y, en realidad, ya están lejos, miopías de la memoria, y así recuerdo el proyecto de investigación y estudio del Diccionario universal de historia y de geografía, duhg (enciclopedia publicada en diez tomos entre 1853 y 1856), que encabezó Antonia Pi-Suñer, profesora distinguida de la Facultad de Filosofía y Letras de […]

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Hay cosas que parecen cercanas y, en realidad, ya están lejos, miopías de la memoria, y así recuerdo el proyecto de investigación y estudio del Diccionario universal de historia y de geografía, duhg (enciclopedia publicada en diez tomos entre 1853 y 1856), que encabezó Antonia Pi-Suñer, profesora distinguida de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, hace veinte años (y puede que algo más). Lo tengo presente porque en estos días he reflexionado sobre esa magna obra que, como advertía Pi-Suñer, es antecedente importante de México a través de los siglos y otras enciclopedias y diccionarios de conocimientos editados en este país. De aquel proyecto académico salieron un Catálogo de los artículos sobre México en el duhg y cuatro volúmenes más o menos antológicos que con el título de México en el duhg pusieron al alcance de nuevos lectores decenas de interesantes artículos sacados de las páginas de los diez tomos del duhg. El tercer volumen correspondió a una selección de textos que aportó el coordinador del duhg, Manuel Orozco y Berra.

     Mi participación en la formación de esa tercera antología (al lado de Aurora Flores Olea y Othón Nava, compañeros en aquella grata aventura editorial) me permitió conocer la importancia de los trabajos del científico e historiador que fue Orozco y Berra. Este 8 de junio hará doscientos años que nació don Manuel en esta atribulada ciudad, cuando sus habitantes ignoraban todavía si serían parte de un país independiente o no.

     El bicentenario del historiador me parece digno de atención, por eso comparto con los amables lectores algunas notas sobre su trayectoria, tomadas del estudio que antecede a sus textos, escogidos por aquellos tres lectores que fuimos atraídos por sus conocimientos.

     La incorporación de Orozco y Berra a la galería de mexicanos ilustres fue gestionada por Francisco Sosa tres años después de su muerte, ocurrida en 1881, y por aquellos que conocían y seguían con interés sus trabajos en el seno de las veintidós asociaciones a las que perteneció, por lo que no concedían importancia al “desliz imperial” del historiador. Había sido perdonado.

     De familia modesta, Manuel demostró muy temprano que era bueno en matemáticas, hizo la carrera de ingeniero topógrafo y, como joven ilustrado, gustaba de la literatura, al grado de escribir poemas y algún drama. Emigró a Puebla a los veinte años, donde dio muestras de su talento, estudió leyes y alcanzó puestos de importancia.

     En 1851 regresó a México para encargarse como abogado de un negocio del general Antonio López de Santa Anna. Terminado este asunto, José Fernando Ramírez, entonces ministro de Relaciones, lo nombró empleado de la Sección de Registros en el Archivo General de la Nación. Caída la administración de Arista, Santa Anna regresó a la presidencia y Lucas Alamán, ministro de Relaciones del nuevo Gobierno, recomendó a Orozco y Berra con Manuel Díez de Bonilla, quien lo nombró jefe de sección del Archivo General. Todo lo anterior favoreció su nuevo arraigo en la Ciudad de México y la estancia en el archivo nacional le permitió al ingeniero conjugar su vocación por la historia, la geografía y la estadística.

     En 1853 escribió y documentó de un modo extenso su monografía Noticia histórica de la conjuración del marqués del Valle, que le valió la entrada al cenáculo de los historiadores. Ese mismo año se casó con Agustina Priego, con quien tuvo diez hijos. Curiosa coincidencia, también ese año emprendió los trabajos del duhg, que consta de diez tomos. En 1856 fue nombrado director del Archivo General y vinieron otros nombramientos que lo confirmaban como el geógrafo más autorizado del país como para hacerse cargo de la parte de la Estadística y Geografía Comparada, que debería figurar en el Atlas geográfico, histórico y estadístico del Valle de México, para ser comisionado en el plan de elaboración de la Carta General de la República, y para que, en compañía de José Fernando Ramírez, hiciera el inventario del Convento de San Francisco cuando fue suprimido.

     En 1858 dejó estos encargos por la Guerra de Reforma. Al final de este conflicto civil, en enero de 1861, Orozco y Berra regresó a su trabajo intelectual con la esperanza de remediar su situación económica. Dos años después fue nombrado magistrado de la Suprema Corte, y en esas estaba cuando en junio de 1863, ante la salida del Gobierno de Juárez, se instaló una Junta de Gobierno y una Asamblea de Notables, a la que fue incorporado, tal vez por instancias de José Fernando Ramírez. El primer nombramiento que Orozco y Berra aceptó del Gobierno imperial fue el de miembro de la Comisión Científica de México. En junio de 1864 se le llamó para presentar un proyecto de división territorial del Imperio, pues Maximiliano la consideraba necesaria para la administración del vasto territorio, y así publicó dos obras relevantes: la Memoria para la carta hidrográfica del Valle de México y la Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México. Ocupó luego la Subsecretaría de Fomento, fue director del Museo Nacional y además se le encargó, junto con Pascual Almazán, Joaquín García Icazbalceta y José Fernando Ramírez, la clase filosófica-histórica de la Academia de Ciencias y Literatura que creó Maximiliano en 1865 con el objeto de “impulsar los progresos de la inteligencia”. En esta academia se dieron cita, amén de los mencionados, muchos intelectuales destacados de la época. El emperador lo ascendió a Consejero de Estado, como premio a su labor en Fomento, le concedió la Cruz de la Orden de Guadalupe y, más adelante, el grado de oficial de la Orden del Águila Mexicana.

     Aun ante el inminente fracaso del Imperio, Orozco y Berra atendía las labores encomendadas, como la de formar una memoria de la Ciudad de México, clasificando y ordenando los datos que habían servido para delinear un plano completo; para hacer el texto más atractivo al lector, agregó una parte compuesta de narraciones sobre los principales edificios de la capital. A principios de 1867 esta información se dio a conocer en la Memoria para el plano de la ciudad de México, formada de orden del Ministerio de Fomento.

    Una vez que la República fue restaurada y Benito Juárez regresó a la capital, todos aquellos que habían servido al Imperio como consejeros, notables, generales, etcétera, fueron detenidos, y Orozco y Berra fue a dar al ex convento de la Enseñanza, se le condenó a pagar 4 mil pesos de multa y a pasar más de cuatro años en prisión. Al poco tiempo se le eximió del pago de la multa pero siguió encerrado algunos meses hasta que, debido a las enfermedades que lo aquejaban y gracias a la intervención de algunos de sus amigos con el presidente Juárez, el Gobierno de la República Restaurada le permitió ir a su casa en calidad de prisionero. A partir de entonces vivió ajeno a las cuestiones políticas y decidió refugiarse en la historia. Estaba muy pobre y sus amigos le consiguieron un puesto en la Casa de Moneda. En 1870 fue reinstalado por la Sociedad de Geografía y Estadística y aceptado nuevamente en la Academia de Ciencias y Literatura. A lo largo de los años había reunido cuantos planos, manuscritos e impresos le llegaban, pues quería que su colección sirviera para el estudio de la historia de México. Como esa colección creció extraordinariamente, se dio a la tarea de clasificarla, y una vez terminado este trabajo tuvo materia más que suficiente y tiempo para escribir su obra de mayor aliento: Historia antigua y de la Conquista de México.

     Los reconocimientos comenzaron a sucederse dentro y fuera del país; al fundarse la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente de la de Madrid, fue llamado a formar parte de ella en la silla número 13, en la cual permaneció del 25 de septiembre de 1875 hasta su muerte. La Società Geografica Italiana lo designó socio de honor en 1877, y al año siguiente, la Sociedad de Arqueología de Santiago de Chile lo nombró miembro correspondiente. Vicente Riva Palacio, como ministro de Fomento, le dio el cargo de director de la Carta General de la República, pero sus ocupaciones o sus males no le permitieron desempeñar por mucho tiempo esta comisión. Era ya un anciano, pero su amplitud de conocimientos hacía que se le consultara como a una biblioteca ambulante que resolvía cuestiones de arqueología, historia, filología, geografía o cualquier asunto relacionado con el país. Francisco Sosa afirmó que “su gabinete de estudio revelaba desde la primera ojeada el carácter y los hábitos del sabio que allí pasaba las horas. No era su biblioteca tan numerosa como otras que en México existen, pero sí escogida y especial. Los libros eran todos referentes a la historia del país, como también los planos y cartas geográficas: el busto que coronaba uno de los libreros, era el del eminente mexicanista José Fernando Ramírez; algunos ídolos de piedra y barro que allí se veían, eran aztecas”.

     Ernesto de la Torre señaló que Orozco y Berra es el historiador de los temas prehispánicos y de la Conquista más distinguido del siglo XIX: “Hombre que a veces carecía de pan y tenía tiempo y otras en que tenía pan pero le faltaba el tiempo, pudo, pese a ese gran dilema, aplicarse a la ímproba tarea de redactar una Historia antigua de México en la que utilizó con un cuidadoso e inteligente criterio los mejores métodos, las fuentes más precisas y variadas, los conocimientos válidos para su época. Reflexión y erudición se dan la mano en la Historia de Orozco y Berra. No es la suya obra vana, sino fecunda, recia”.

     Manuel Orozco y Berra solamente alcanzó a ver impresos dos volúmenes de su trabajo, pues la muerte lo sorprendió el 27 de enero de 1881. El 31 de diciembre de 1889 se le hizo un homenaje al que asistió el presidente Porfirio Díaz. Sin duda, se trataba de la primera gestión pública y formal de los amigos y seguidores de don Manuel para explicar su conducta y resaltar sus méritos con el propósito de devolverlo como distinguido mexicano a la República. En esa ocasión, José María Vigil, director de la Biblioteca Nacional, pronunció un discurso en el que afirmaba que las dotes que Orozco y Berra poseía como hombre privado “le hacían amar de cuantos le rodeaban, pues en él veían el acabado modelo del esposo, del padre y del amigo. De una conducta irreprensible, de una honradez nunca desmentida, no conoció más norma que la del deber, ni escuchó más consejo que el de su recta conciencia. Con un espíritu liberal y expansivo, hallábase dispuesto a hacer partícipe de su saber a todo el que lo solicitaba; a tomar parte de la manera más desinteresada, en toda obra que tuviera por objeto la difusión de conocimientos útiles”.  

DOPSA, S.A. DE C.V