Ocios y letras: Jean-Yves Mollier. La lectura, historias de edición y censura

 Este año tenemos diversos motivos para pensar en Francia. Su hoy y su mañana importan no sólo a Europa sino al resto del mundo. Pensarán algunos que siempre ha sido así, como suele estar presente su capital entre nosotros y entre los de allá y más allá. Es cierto, me parece, tan cierto como lo […]

Texto de 19/07/17

 Este año tenemos diversos motivos para pensar en Francia. Su hoy y su mañana importan no sólo a Europa sino al resto del mundo. Pensarán algunos que siempre ha sido así, como suele estar presente su capital entre nosotros y entre los de allá y más allá. Es cierto, me parece, tan cierto como lo […]

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Ocios y letras: Jean-Yves Mollier. La lectura, historias de edición y censura

 Este año tenemos diversos motivos para pensar en Francia. Su hoy y su mañana importan no sólo a Europa sino al resto del mundo. Pensarán algunos que siempre ha sido así, como suele estar presente su capital entre nosotros y entre los de allá y más allá. Es cierto, me parece, tan cierto como lo es el deseo de pasear por la orilla del Sena una y otra vez, de recorrer con asombro sus museos, de saborear un café, una copa de vino o lo que la sed elija en cualquier esquina, y de visitar sus universidades y bibliotecas, en particular la Biblioteca Nacional de Francia (identificada por sus siglas como BnF, “la benef”), para quienes gustamos de viajar al pasado, con largas escalas en los siglos xviii y xix.

Por fortuna, hace unas semanas encontramos un camino más accesible para contemplar esos paisajes y adentrarnos en algunas de sus historias sin salir de la ciudad ni gastar nuestros ahorros. Se trata de la ruta que nos ha trazado el doctor Jean-Yves Mollier, profesor e investigador emérito de la Universidad de Versailles Saint-Quentin-en-Yvelines, quien, durante su participación en el coloquio “De eruditione americana. Historia de la lectura en los ámbitos académicos en Nueva España”, así como mediante el curso “De la historia del libro y la edición a la historia literaria”, organizados por el Instituto de Investigaciones Bibliográficas y el Instituto Mora a finales de mayo, gracias a las gestiones de los investigadores Manuel Suárez y Laura Suárez de la Torre, nos permitió observar ciertos pasajes significativos del mundo de la lectura, la historia del libro y la edición en Francia en el siglo xix, a lo largo de un programa que consistió en mostrar las líneas que han seguido los estudios sobre estas disciplinas, con el fin de enfocar y analizar la dimensión globalizadora de los procesos de lectura y censura; para ejemplificarlos, consideró un estudio de caso sobre Ernest Renan y su obra Recuerdos de infancia y de juventud. Queda aquí una pálida reseña de las lecciones del doctor Mollier.

Al profesor Mollier le interesa insistir en que la historia de la literatura no puede desvincularse de la historia de la edición y la lectura, información indispensable para comprender mejor la circulación de las ideas que contienen los impresos. Por eso, un estudioso de las letras debe indagar y analizar las relaciones que los escritores establecen con sus editores y el universo de intereses que los mueve.

La conferencia que leyó en el coloquio, titulada “De la República de las Letras del siglo xvii a los intelectuales de finales del siglo xix: el lugar que ocupan el libro y la lectura en la formación y la cultura de las élites letradas”, nos permitió saber que en el siglo xix la exportación masiva del Catecismo histórico de Claude Fleury, desde las imprentas parisienses o de otros talleres españoles, contribuyó a la armonización de la enseñanza de la historia santa en México y en otros países del subcontinente. Fue una lectura impuesta en Francia en el plan de estudios de la educación pública hasta 1880; de esa misma manera, múltiples manuales escolares empleados en México, en Argentina y probablemente en otra parte fueron importados o copiados, tal como puede comprobarse con una revisión de los catálogos de las librerías Hachette y Larousse; por eso no debe sorprender el parecido de esos impresos en ambos continentes, pues es uno de tantos fenómenos que la historia del libro ha mostrado desde hace algunas décadas.

En otra parte de la disertación de Mollier nos enteramos de que

cuando se publicó en 1697 la primera edición del Diccionario histórico y crítico de Pierre Bayle, algo nuevo se insertó en el diálogo entre letrados: la obligación de pensar por uno mismo. Ya no se trató de subirse a los hombros de Platón o Aristóteles, de Cicerón o de Séneca, ni de apoyarse en la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino para desembocar en una síntesis capaz de conciliar la Antigüedad greco-latina con la autoridad de la Iglesia, sino de emplear el entendimiento para juzgar sobre todas las cosas. De cierto modo el pasado se borró para dejar lugar al mundo moderno. Los clásicos seguían siendo materia de estudio, objeto de reverencia, y sus manuscritos se seguían coleccionando con pasión, pero ya no constituían la referencia ni el horizonte de expectativa de las élites cultas y letradas.

Significativo y trascendental fue que Pierre Bayle justificara su decisión de emplear el francés en vez del latín para difundir su Diccionario histórico y crítico, poniendo de relieve la modificación de las estructuras formales de la República de las Letras. “Más amplia que en la época anterior, esta República ya no sólo apunta a reunir a eruditos que buscan la verdad en las obras de la Antigüedad, sino que pretende divertir, es decir, enseñar sin aburrir, y congregar públicos más diversos que un siglo antes”. Este cambio dio lugar a que las bibliotecas privadas recibieran en sus estantes obras en lenguas vernáculas, impresos que desplazan a las obras escritas en latín. “[…] los autores modernos se emancipan de los modelos del pasado y, tanto en Francia como en España, Corneille, Racine, Molière, La Fontaine, por un lado, y Cervantes, Lope de Vega y Calderón de la Barca, del otro, escriben y publican en su propia lengua, ofreciendo así a las élites cultas de toda Europa obras clásicas que se van añadiendo a las anteriores […] los autores están orgullosos de ser leídos, representados, citados y apreciados por sus coetáneos en su propia lengua”.

El autor de L’argent et les lettres. Histoire du capitalisme d’édition, 1880-1920 (El dinero y las letras. Historia del capitalismo de la edición, 1880-1920) (Fayard, 1988) comentó que tanto en los periódicos y revistas como en los libros, a pesar de las censuras —pues no hay sólo una— el pensamiento de los liberales, conservadores, socialistas o de los fundadores de la democracia cristiana podía encontrarse en todas partes, por lo menos en los puertos y las grandes ciudades a semanas o meses de su publicación en Europa. Mollier explica cuál fue la importancia cuantitativa del francés en esos intercambios simbólicos o culturales, como lo ilustra el caso del editor español Vicente Salvá Pérez, que se había mudado a París después de abandonar Londres en 1835, y cómo, más tarde, en 1849, su Librería Española y Clásica fue comprada por los hermanos Garnier, quienes la transformaron en la Librería Garnier Hermanos con filiales en México y Buenos Aires para el castellano, y Livraria Garnier Irmaos para Río de Janeiro en Brasil, sucursales que se encargaron de importar al continente los libros de los mejores autores franceses. De este modo, por ejemplo, en 1862 un lector mexicano podía elegir entre leer Les misérables, de Victor Hugo, en francés, o Los miserables en castellano, puesto que la misma obra estaba disponible en Garnier Hermanos en las dos lenguas. Lo mismo ocurrió al año siguiente con la Vida de Jesús, de Ernest Renan, ya que, si bien ambos libros habían sido editados en París por las editoriales Albert Lacroix y Michel Lévy hermanos, Garnier Hermanos fungía como difusor y distribuidor en América Latina.

Valiosa también fue la revisión del tema de la censura, que es “multiforme, híbrida, un monstruo con varias cabezas como la hidra”, y el de las quemas de libros en el siglo xx, que le conducen a observar que “nuestra época aprendió que el libro y su lectura no necesariamente protegen contra el fanatismo y el oscurantismo, al contrario de lo que creían los humanistas del Renacimiento y los hombres de la Ilustración”, por ello tenemos que “vivir con esta verdad, de que no es ni el libro en su esencia ni la lectura como principio los que están en juego, sino los usos que de ellos hace la humanidad”. Mollier aconseja “mirar con una lucidez desencantada” el mundo del libro, acaso el mensaje más importante que le aportaron las ciencias sociales del siglo xx. Concluye, al final de una de sus interesantes disertaciones, que libros como los de Claude Lévi-Strauss, Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Hannah Arendt o Noam Chomsky, “si no procuran la felicidad que experimentaba el héroe de Jorge Luis Borges al descubrir La Biblioteca de Babel, nos enseñaron a orientarnos mejor en el laberinto de nuestras existencias. Si no es aún el sol que ciega a los hombres cuando salen de la caverna de Platón el que alumbra nuestro porvenir, por lo menos podemos decir que los libros, desde Cervantes y las aventuras de su hidalgo don Quijote de la Mancha, nos ayudan a entender mejor por qué habrá siempre un libro ausente que necesitaremos para ser un poco más felices”.

Las lecciones del doctor Mollier son verdaderas cátedras no solamente porque domina las materias de las que se ocupa y con cálculo experto dosifica la erudición que posee; son cátedras porque enseñan, convencen y, naturalmente, ilustran, tal y como lo concibieron aquellos que pusieron buena parte de la esperanza del ser humano en el uso de la razón. El doctor Mollier argumenta, explica y convence porque el conocimiento le apasiona, le interesa transmitirlo y sabe cómo hacerlo. Es un mediador sobresaliente que no requiere de presentaciones en PowerPoint; acaso usa alguna vez imágenes, no lo sé, pero me queda claro que no las necesita para comunicar sus ideas, sus planteamientos y consideraciones.

Comparto estas pistas tomadas al vuelo en este espacio dedicado a las letras porque, si bien las conferencias de Mollier fueron escuchadas con atención por un público interesado y atento, compuesto en su mayoría por profesores, investigadores y estudiantes que tuvieron la oportunidad de intercambiar datos, inquietudes, sugerencias y recomendaciones académicas, me parece importante que un número mayor de lectores interesados en los temas del libro, la prensa, la edición y la lectura conozcan los trabajos del doctor, en la medida que ya circulan en español La lectura en Francia durante el siglo xix (1789-1914) (trad. de Yekaterina García Márkina, Colección Cuadernos de Secuencia, Instituto Mora, México, 2009) y La lectura y sus públicos en la Edad Contemporánea: Ensayos de historia cultural en Francia (trad. de Víctor Goldstein, Ampersand, Argentina, 2013).  ~

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