#CuerposVigilados: San Valenqueer o del amor

Este es un texto del blog #CuerposVigilados publicado en 2017.

Texto de 14/02/22

Este es un texto del blog #CuerposVigilados publicado en 2017.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Hoy es San Valentín. O quizá fue ayer, no lo sé.1 Tal vez San Valentín es todos los días. Se despliega en el tiempo como nube de algodón sacarosada, distribuyendo, de cada cual según sus patologías y a cada cual según sus necesidades, las hostias consagradas del estado civil. Como una caja de chocolates donde, a diferencia de las envolturas artesanales de Forest Gump, sí sabes lo que te va a tocar2 y por medio de cuántos nutrientes amorosos y procesos legales y afectivos te vas a morir; aunque sigas muerto en vida deambulando por las dulcerías, esperando a que el próximo chocolate te mate, si no de diabetes, sí al menos de algo hermoso y “pasional”.

Si el amor fue, en alguna isla inexistente, como una caja de chocolates genérica, hoy es más como la crónica de autor de una nota roja anunciada. Firmada con la sangre del enfermo enamorado, validada por los jueces grises y arcoíris de los lazos afectivos, y patrocinada por la industria famaco-depresora y las terapias de reinserción a los estadios civiles que la vida puso a nuestra disposición desde que nos dimos a luz (solteros, casados, viudos y “otros”). Hayamos sido, o no, arrojados “con amor” al mundo, los trazos condenatorios estaban ya ahí: un ejercicio gráfico de líneas paralelas practicado durante siglos, por nuestros antepasados enfermos, para estratificar el afecto de nuestros cuerpos neonatos, y así (de)limitar la potencia de nuestros vínculos bajo una escala de intensidad imaginaria que, según su orden (familiar, amistosa, de amantes o de simples y mediocres conocidos), traza las heridas mediante las cuales distribuimos nuestras inevitables muertes amorosas.

“Si el amor fue, en alguna isla inexistente, como una caja de chocolates genérica, hoy es más como la crónica de autor de una nota roja anunciada”.

En el último peldaño de las líneas paralelas, en dirección al cielo, huye-sube-y-vuela,3 pero permanece, el fantasma de la monogamia (re)celosa y el andrógino cuatrojos aristofánico perfecto: cuatro manos, cuatro pies, dos rostros, ¡dos órganos sexuales!, “extraordinario(s) en fuerza y vigor” y con un inmenso orgullo que, por una revolución copernicana mala-leche, hoy no conspira(n) contra los dioses,4 sino contra el mundo y las medias naranjas dospiernamediocres, escindidas de su Gran Otro y esparcidas a lo bajo y largo de la pirámide del amor. Y en el suelo, las cascaras podridas, los lisiados de los que no pueden sacarnos ni un jugo agrio y que, en “amorosa” comunidad, hacemos de nuestros cuerpos abducidos por la propiedad privada, naves alienadas que nos asemejen a la santa y lovewinsera representación neo-retro-platónica del amor. De modo que podamos, si bien no culminar como andrógino raybancero de revista (nadie lo ha logrado), sí distribuir al menos el mandato del amor y ya de perdis apropiarnos de otros cuerpos, familiares, amistosos o simples y mediocres conocidos: para amarlos, celarlos, quererlos y oprimirlos.

Hacemos lo que podemos y, en nombre del amor, inventamos viejas formas de coercer al otro, pero le pedimos prestadas nuevas envolturas a Forest Gump para generarnos sorpresa y así sentirnos despatriarcalizados del yugo aristofanicrático del amor andrógino. Gritamos consignas poliamorosas para justificar afectos y pulsiones, e intentamos teorizarlas. A veces para alienarnos en algún peldaño más intelectual (y más burgués) de la pirámide del amor, a veces para denostar anarcamente de “heteronormados vendidos al sistema del amor” a quienes ejercen su libre y alienado derecho a someterse a quien les plazca y con cuantos binomios (así sea uno para toda la vida) les venga en gana. Otras veces lo hacemos simplemente para justificar nuestra subyugación al dispositivo hipersexual por medio del cual, bajo banderas libertarias anacrónicas, creemos sentirnos hiperliberados y superamar a nuestros cuerpos, cuando más bien, (nos) ocultamos la transacción capitalista hiperconsumista a la que sometemos a nuestros afectos y a nuestras extremidades supercosificadas entre nuestros pares poliamorosos (dispositivo: 10, nosotros: 0). Otras veces, las menos, lo hacemos para “liberar” o describir las prácticas “de hecho en el mundo” o, mejor aún y más sincero, para poner a temblar a nuestros propios fantasmas amorosos.

“Porque en último término, es el yo quien da y quien recibe el amor, quien es a la vez objeto y sujeto del amor”.

Y otras veces hablamos de amistad. Hacemos descender las mismas patologías amorosas al reino de las “redes de afecto” para sustituir a “buenos amantes” por “buenos amigos”, siempre ahí (sometidos) para todo y ¡hasta el final!; una carta magna de San Valentín donde el “nunca cambies” quiere decir (y ordenar) exactamente eso: nunca cambies, quédate conmigo, vales mil, stand by me. Tejemos hermosas redes de amistad de vigilancia continua donde nuestra libertad para opinar/coercer/exigir, ya sin el velo del miedo al abandono amoroso, potenciamos con la mascarilla incorporada de los celos y la envidia de todo lo que “no soy yo”. Porque en último término, es el yo quien da y quien recibe el amor, quien es a la vez objeto y sujeto del amor.5 

Atravesamos los espejos para pasar de la enajenación del otro a la enajenación de uno mismo. Y anarco-hablamos de soltería y de “libre soledad”, como si la soledad y el cuidado de sí no vendieran cremas, revistas y puestos laborales para los solteros emprendedores. Netflix, gimnasios, redes sociales y diversos dispositivos sexuales y pornográficos, moldean y construyen nuestra soltería empoderada y, bajo los mismos términos que las parejas o poliamantes terminan enfermándose de su feliz otredad ensimismada, el mandato del amor atraviesa, limita la potencia y enferma también el cuerpo de los lobos neoesteparios con la consigna capitalista y felizmente apropiada que augura, en el templo moderno de Osho, en Nuevo Delfos: ámate a ti mismo.

Los amantes de Valdaro. Dagmar Hollmann | Wikipedia Commons


Notas

1 Adaptación libre de las frases iniciales de El extranjero de Albert Camus: “Aujourd’hui, maman est morte. Ou peut-être hier, je ne sais pas.” Traducción: “Hoy murió mi madre. O quizá ayer, no lo sé”.

2 En la película Forest Gump, la madre, antes de morir, le dice a su hijo (F. G.), sobre el destino: “La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes lo que te va a tocar”.

3 Extracto de la canción “El amor coloca”, de Mónica Naranjo.

4 El mito del andrógino al que hago referencia aparece en el diálogo Banquete de Platón, en voz de Aristófanes. Cuando los dioses vieron la fuerza que estos seres poseían y, por medio de la cual, “intentaron subir al cielo para atacar a los dioses”, Zeus los cortó en dos mitades para que fueran “más débiles y más útiles”. Desde entonces, continúa el relato de Aristófanes, “[…] es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana.” Platón, Diálogos, Tomo III, Ed. Gredos, Madrid, 1986, pp. 224-226.

5 Frase de Gilles Deleuze reelaborada y descontextualizada de su aparición original en Lógica de la sensación, “A la vez «devengo» en la sensación y algo «ocurre» por la sensación, lo uno por lo otro, lo uno en lo otro. Y, en último término, el cuerpo mismo es quien la da y que la recibe, quien a la vez es objeto y sujeto”, en Deleuze, Gilles, Francis Bacon: Lógica de la sensación, Arena Libros, Madrid, 2002, pp. 41-42.

* Texto originalmente publicado el 20.02.2017

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