Noel René Cisneros ensaya sobre la relación de las palabras y la identidad y sobre cómo encontró aquella que a él lo definiera. #VisibleEnEstePaís🌈
Queer, Joto o de cómo terminé siendo Quijoto
Noel René Cisneros ensaya sobre la relación de las palabras y la identidad y sobre cómo encontró aquella que a él lo definiera. #VisibleEnEstePaís🌈
Texto de Noel René Cisneros 10/09/21
A la memoria de Franka Polari
I
—Papá soy gay
—¿Qué? —responde indignado el padre.
—Sí, papá. Tienes que aceptarme, soy gay.
—A ver, a ver, a ver —ataja el padre—. ¿Tienes un departamento en Polanco?
—No.
—¿Tienes un auto deportivo?
—No.
—¿Te vas de vacaciones a Europa, al Sudeste Asiático, a Dubái?
—No.
—Ahí está. Tú no eres gay, tú eres un joto de cuarta.
II
En una secundaria de un poblado semiurbano del norte de México a finales de los noventa, un púber era acosado por sus compañeros por su amaneramiento. No pocas veces lo molestaron hasta hacerlo llorar. La palabra que más le lanzaban era “¡joto!” La última vez que ocurrió, él, con los ojos colmados de lágrimas, se enfrentó a uno de sus agresores.
—Y si así fuera, ¿qué? —lo cuestionó.
Fue el final de las burlas.
III
Las palabras no son inocentes y no es inocente el uso que hacemos de ellas, aunque lo ignoremos. Enrique Servín, en Objeciones poéticas y éticas al término prehispánico, argumenta que no podemos seguir utilizando ese término no sólo porque es exógeno a las civilizaciones que describe, sino porque es colonizador, la conquista continua continúa, nos dice. El políglota y defensor de los derechos lingüísticos indígenas sostiene que a la Europa clásica no la llamamos “Europa preatílica” por el simple hecho de que nuestro punto de vista no desciende del de los hunos de Atila, en el mismo sentido en que no se puede juzgar a todo el desarrollo civilizatorio que llevó miles de años en lo que actualmente es México y Centroamérica a partir de sus conquistadores.
IV
El término “gay” ha sido abrazado en nuestro país por los hombres que se sienten atraídos hacia otros hombres. Se asumen, nos asumimos, en relación con una idea de lo gay que, en gran medida, ha sido importado, como el término mismo, de Estados Unidos. Creo que una de las razones por las que ha sido tan ampliamente aceptado no depende tanto de la publicidad, de tornar lo gay un mercado y un producto, sino de su inocuidad como término.
Las palabras son armas y como tales pueden estar cargadas. Cuando pasamos una palabra de una lengua a otra, cuando la traducimos o la traemos tal cual, las palabras cambian en su nuevo contexto. Gay en español es casi una tabula rasa, donde el hombre que desea a otro hombre escapa de la persecución que implican palabras como joto, puto o maricón, que le han sido lanzadas desde la infancia. Asumirte gay es una forma segura de asumir su deseo, su interés erótico, sin ponerse en riesgo.
V
Es impresionante cómo se esparció esta nueva forma de pensamiento […] Así en una tierra donde no existían las retorcidas leyes católicas se fueron imponiendo los ajenos ideales con muerte y agravio a cada sector donde se propagó esta escoria tormentosa que aniquiló nuestra originaria y rica cultura indígena.
Los conquistadores miraron a los hombres indígenas como seres salvajes afeminados por su ornamentación y a las mujeres como calientes por llevar parte del cuerpo al desnudo.1
—Hija de Perra
VI
Si gay es una forma segura de asumir el propio deseo, queer es una forma de analizar esos deseos desde el atalaya de la academia, desde una serie de privilegios que permiten mantener la distancia. En su momento —como gay— queer y fagot fueron términos arma que los agredidos asumieron para desmantelar su poder de daño. Pero asumir el término queer como hoy lo entendemos, como un campo de estudio, también surge de la necesidad taxonómica de una sociedad puritana, la estadounidense, obsesionada con la segregación, que quiere evitar no sólo mezclarse con lo diferente, sino que lo diferente no se mezcle entre sí.
Afirma Franka Polari: “Queer como estrategia de fondeo, queer como cazabobos para asegurar una plaza en la academia”. Lo queer es una mirada exterior; es el explorador que estudia a los salvajes para arrojar luz sobre su comportamiento.
VII
En nuestro país, no responder a los patrones de la heteronormalidad pone en riesgo la vida. Los crímenes de odio contra personas la diversidad sexo-genérica son una triste realidad. El término gay ofrece seguridad a los hombres atraídos a otros hombres. Una seguridad que implica un ideal de vida aspiracional que el pink market refuerza.
En México, no tener los privilegios de ser hombre, heterosexual, blanco y de clase media-alta o alta no sólo implica una desventaja: es encontrarse en la posibilidad de ser sometido, de convertirse en objeto, en víctima. Lo cual a los hombres atraídos por otros hombres les conflictúa, puesto que es su deseo el que los excluye de la posición de poder que implica haber nacido con algo colgando de entre las piernas.
Luego, asumirse como gay puede ser un canto de sirena de clase que compense lo que la orientación sexual hace que el individuo hombre (cis, por supuesto) pierde, su posición de privilegio.
VIII
¿Podré soñar que lo queer seguirá su legado de resistencia y libertad de expresión y no se transforme en una moda o en una norma?
Ojalá la utópica idea de mi mente trastocada se haga realidad y lo queer se transmute en una constante deconstrucción y creación amorosa donde todos podamos congeniar con sabiduría y placer.2
—Hija de Perra
IX
Tengo una esperanza, que en realidad son dos: por un lado, que llegue el momento en que seamos capaces de abolir los privilegios que el género, la identidad sexual, la raza y la clase implican; por otro lado, una idea personal, que amar pueda ser una forma de creación.
Llegará el momento en que asumamos la agresión y la desarmemos, para desear, amar, ser sin que el sistema nos diga cómo hacerlo. En que podamos decir: “Soy joto, ¿y?”
X
Para llegar a esas reflexiones cuánto camino le fue necesario a ese niño acosado en la secundaria por sus maneras. Para pasar de nombrar a ese niño en tercera persona a nombrarme en primera me fue necesario procesar mucho dolor, pero también mucha aceptación.
Estudié la preparatoria en una ciudad pequeña de Chihuahua, estado cuyo gobierno por aquel tiempo organizaba un concurso de lectura del Quijote (Don Quijote en la vida de los jóvenes de hoy); el primer premio era un viaje a España y yo estaba decidido a conseguirlo. Mis compañeras hacían burla tanto de mi afición a la lectura como a mis maneras, y me apodaban Quijotito. Aquella burla no me hizo la misma mella que me llegó a hacer en la secundaria, para empezar ya se prestaba a los dobleces: “no te dije jotito, sino Quijote pequeño”, etc.
XI
Franka Polari, en septiembre de 2017, me invitó a integrarme a House of Apocalipstick. Yo había acudido a las prácticas que la casa vogue realizaba en un local del centro de la ciudad de México, el cual estaba cerca de donde vivía en ese entonces.
En el vogue encontré un refugio. Claro que me fascinaban los pasos de baile que aprendí, las poses en la pasarela que me encantan; aquel brillo que desprenden los cuerpos en batalla, las líneas de la old way, la suavidad de la femme vogue, la elegancia del runway. Fue un mundo de jotería que desconocía. Pero, más allá de esas obviedades que pude haber conocido igualmente por medio de videos de internet, Apocalipstick fue un espacio en el que encontré gente como yo, gente para la que la cisheteronorma resultaba opresiva.
Después del sismo de 2017, me fue difícil encontrar trabajo; me sentía profundamente solo y la ciudad, a pesar del momento de solidaridad que hubo después del sismo, mostró un rostro más hosco. Durante los últimos meses, me dediqué a uno de los peores trabajos que he tenido en mi vida: fui bicirepartidor de una app que ya ni siquiera funciona en México. En ese momento fue House of Apocalipstick, la familia Apock, la que me dio su amor, tanto Franka como Vicktoria Letal me demostraron la razón por la que quienes encabezan una casa de vogue se autodenominan madres (o padres). El vogue no es sólo la pose: es la familia.
Pero seguía sin nombre. Estaba en la casa y todavía no encontraba un nombre con el que llevar el apellido Apocalipstick. El nombre voguero es el nombre con el que nos damos a conocer en la pista, en los balls, en las competencias. Pero yo carecía de alguno. No encontraba qué me definiera dentro del ballroom.
Así, pensando en qué era antes del vogue y qué quería ser dentro de él, vine a dar con un nombre sonoro que reflejaba muy a las claras a mi persona, aquella burla de la preparatoria: Quijotito, pero para que no quedara duda de que me apropiaba de aquella arma que se me lanzó entonces le quité el diminutivo: Quijoto.
Quijoto Apocalipstick, así he caminado desde entonces en el vogue. Nombre que conjuga mi gusto por la literatura y por la jotería. Insulto vuelto inofensivo, reapropiado. EP
1 Hija de Perra, “El discurso naturalmente queer”.
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