Lágrimas negras como petróleo

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 17/03/21

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Mamá te despertaba 6 am para que desayunaras —aunque fuera sin hambre y cabeceando— unos huevitos y Choco Milk. Amodorrado, con gallos en la cabeza atravesabas la mañana fría de la ciudad para llegar 7:30 a la escuela antes de la chicharra, y en la Primaria no te pusieran falta. 

Pero por fortuna, si tocaba clase de historia podías seguir descansando. Los compendios de fechas, nombres y tratados eran excelentes para echarse un coyotito. No había modo de abrir felices los ojos y poner orejas alertas si la historia equivalía a memorizar nombres raros de virreyes, como José de Iturrigaray Aróstegui o Juan Francisco Güemes y Horcasitas, los 5 mil tratados y planes incluyendo el de Iguala y de Ayutla, y todas las fechas clave de la Independencia. 

No entendíamos nada, todo era una tortura, y de plano nuestra mente navegaba en las hazañas de Batman, pensando en la fabricación de cerbatanas y, desde luego, dormitábamos tantito. Pero alto, no siempre era así: cuando la historia se volvía aventuras de buenos contra malos, algo tan común en la educación básica, a veces nos manteníamos despiertos. Por ejemplo, Madero bueno Vs Porfirio Malo. Hidalgo Bueno Vs Españoles Malos, Juárez Bueno vs Maximiliano Malo, y claro, Lázaro Cárdenas Bueno contra Empresas Petroleras Malas. Aunque simplificado como combate de lucha libre de técnicos vs rudos, el último de esos relatos tenía lo suyo: un presidente que todos amaban decidió pagarles a los que extraían nuestro petróleo, unos güeros gringos e ingleses ricos, para que se largaran de aquí: el petróleo, un líquido negro con el que se hacía todo, al fin sería nuestro. El problema es que para pagarles se requería un dineral. ¿Qué ocurrió? Muchísimos pobres de México hicieron fila para entregar al gobierno lo poco que tenían (un guajolote, un anillo de matrimonios, un cochinito, una radio) y así “Tata” Cárdenas pudiera pagar.

Aunque quizá demasiado romántica, la historia servía para que los niños entendiéramos el valor de que los mexicanos sacáramos provecho de esa sustancia que existía bajo el agua, el petróleo (formada con miles de vegetales, bichitos y animales muertos), la fuente más importante de la riqueza de México. Un día, con petróleo otro sería nuestro destino.

Esa expropiación se anunció el 18 de marzo de 1938 (mañana se cumplen 83 años), y ni tres meses después, el 7 de junio, Cárdenas ya había creado Petróleos Mexicanos (Pemex). Desde entonces y hasta hoy, el sistema político insiste en que la empresa es de todos los mexicanos. Es decir, aunque vendas pepitas en Iztapalapa, aunque te la pases en una banca de la Alameda Central hojeando el Aviso Oportuno para buscar trabajo, aunque seas niño limpia parabrisas, tú tranquis porque eres empresario, Pemex te pertenece junto a otros 126 millones de mexicanos. Es un cachito chiquito, pero sonríe: te toca el tuyo.

Cuando era el candidato a la presidencia que (inocentes palomitas) cambiaría la desgracia priista, Vicente Fox abría sus manazas para formar un cilindro y decir algo que iba así: “Pemex será la monumental cañería de la que saldrán millones de billetes que bañarán a la nación”. 

Lo cierto es que ni fue esa cañería, ni tampoco poseer una de las 126 millones de partes de la empresa sirve de mucho.

“Carlos Romero Deschamps, ex legislador y durante 26 años secretario general del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, renunció a su puesto de Pemex en el que ya no hacía nada y cobraba bien poquito: 1.2 millones de pesos.”

Quizá entre tantos escándalos, dramas y vergüenzas de la política actual, Pemex, un asunto que debiera despertar el debate entre la población, y además la inteligencia, la creatividad y el rigor en el gobierno para que la mayor compañía del país nos salvara de la asfixia, difícilmente atrae miradas, reflexión, ideas nuevas; vamos, ni siquiera tuits.

Esta semana fue la excepción: al parecer Carlos Romero Deschamps, ex legislador y durante 26 años secretario general del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, renunció a su puesto de Pemex en el que ya no hacía nada y cobraba bien poquito: 1.2 millones de pesos. No hacer nada y vivir como jeque, agota. Y además hay que tener con qué defenderse de las acusaciones de fraude, corrupción, extorsión, influyentismo, delincuencia organizada, extorsión y enriquecimiento ilícito que pesan sobre él. Bueno, por la renuncia estuvimos a punto de gritar “hip hip hurra”, pero en México nunca olvides que si ves el lado luminoso de la luna, el otro está oscuro. Por la noche, el portal Sin Embargo reveló que aunque el señor de 78 años se vaya, siguen activos los 36 secretarios del sindicato, todos hombres suyos, que siguen sus órdenes y que glotones succionan las ubres de tu empresa y la mía. No cuesta imaginar el festín que se dan y se darán.

Y ojalá las calamidades de la empresa de todos acabaran ahí. Aunque este gobierno apuesta por la energía sucia (no la eólica, solar, geotérmica) e invierte todo lo imaginable en la nueva Refinería de Dos Bocas, la producción de gasolinas se derrumba. El año pasado fue de 2 millones 226 mil 864 barriles, casi 10 % menos que el 2019. Nunca, desde 1980, Pemex había fabricado tan poco. En producción petrolera somos tan malos como con López Portillo.

A eso sumemos que en 2020 perdió 21 mil 417 millones de dólares, 40 % más que 2019, la peor crisis de su existencia justo en el peor año de nuestra historia.

Y aunque podríamos ponernos (un poquito) contentos porque este gobierno lucha contra el huachicol a nivel de suelo, nos acabamos de enterar que ha surgido otra desgracia: el huachicol fiscal. Hay empresas logran meter al país combustible haciéndolo pasar por otras sustancias, como aceites automotrices o lubricante, para no pagar impuestos. ¿Y eso qué implica?  Se consumen menos hidrocarburos de Pemex, y además el daño anual al erario es descomunal: 12 mil millones de pesos. Y aquí paro con noticias malas porque esto no tiene fin.

Nuestro cachito de Pemex está viejo, inservible, apelmazado. Somos 126 millones de empresarios muy desdichados, por no decir que en una quiebra dramática. Y la cañería de la que surgirían millones y millones hoy escupe menos billetes que nunca. 

Cierto, el aviador Deschamps se va y lo celebramos (ya bastante aportó a la desgracia nacional), pero Pemex, la fuente idílica de nuestra riqueza, echa unos chorritos mugrientos: parecen lágrimas. 

Si supieras en qué terminó tu sueño y el de los que te regalaron su guajolote, “Tata” Cárdenas. EP

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