Ritual del sueño

Pizza y yoghurt es el blog de Alaíde Ventura en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 22/02/21

Pizza y yoghurt es el blog de Alaíde Ventura en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 5 minutos

El médico lo llama ritual del sueño. La antropóloga que vive en mi interior sonríe. 

Como cualquier otro ritual, consiste en una serie de regulaciones específicas aplicadas a mi conducta: qué me está prohibido y qué permitido con miras al objeto sagrado, el sueño. Prohibidos los electrónicos en el cuarto, las luces y los ruidos fuertes, las siestas, tomar líquidos después de las ocho, acostarme sin cenar, utilizar la cama para algo distinto al acto de dormir. Indicados el baño con agua tibia, respiración diafragmática y masaje corporal y facial. Permitidos el ejercicio físico antes de las cuatro, el café temprano, las pastillas de valeriana, yoga, pandiculación. Emmanuel se equivoca: dormir cansado no significa dormir relajado. 

Con todas las luces de la casa apagadas desde las nueve, me he convertido en una persona que navega entre tinieblas. No puedo leer ni escribir, y sin embargo evito abandonarme a rumiar. He comenzado a practicar meditación.

Decidí curarme del insomnio que me aqueja desde hace meses, estoy harta de despertar en el desierto con el sonido de mi propia respiración, como Scott Fitzgerald en Crack Up aunque sin un rifle en las manos, todavía, creo. Pero sí la misma soledad sin retorno y el impulso de hit and run.

Cuatro semanas de vigilancia estricta y anoche, por primera vez en largos, larguísimos meses, logré dormir cinco horas de corrido.

En su tratado sobre meditación y silencio, Pablo D’Ors confiesa que al principio se sentía muy inquieto al momento de sentarse a meditar, con dolores y achaques en varias partes del cuerpo. La inferencia aquí es inmediata y no requiere mayor reflexión: la meditación no le provocaba el malestar, simplemente lo volvía consciente de él. El silencio tiene esa cualidad develadora, de pronto descubres que llevabas un tiempo aguantando vara. ¿Qué vara? Quién sabe. No importa. Disfruta la satisfacción de traer a la superficie aquello que estaba sumergido. Inasequible, indómito, pero disponible ante la vista a partir de ahora. 

Pocas cosas tan complicadas como articular pensamientos sobre la meditación. Los profesionales acuden, igual que yo, a la retórica. Visualiza un cauce de agua. Un arroyo. Mejor: un arroyo vehicular. Imagina que estás al lado de una carretera y que los autos que pasan frente a tus ojos son tus pensamientos. No intentes detenerlos, solo míralos transitar. Aceptación. Aquí. Ahora. Palabras con A. Ya se te fue la mente otra vez, Alaíde.

Para dormir, primero hay que fingir que dormimos. Para meditar, lo mismo.

Cuando comencé a meditar, me pasó igual que a D’Ors, me aparecieron dolores por todos lados. Culpé al COVID y a mi cuerpo de edad mediana. A lo mejor era el aparato de defensa de mi psique, negándose a aceptar su propio deterioro progresivo. La psique anuncia a su conciencia interior que es el cuerpo con sus defectos acaso corregibles —no la mente, preciosa e insustituible— el que se está saliendo de quicio.

 Mis malestares, desde luego, no se limitaban al cuerpo, y lo digo con los pelos de la burra en la mano —análisis clínicos, cartografía personal—. Pero mis padecimientos de naturaleza melancólica todavía no emergen del todo, están hundidos y más cubiertos de percebes que las embarcaciones de Hernán Cortés. 

El insomnio crónico de despertar adelantado está relacionado con las depresiones melancólicas. Styron, depresólogo por excelencia, menciona la perturbación del ciclo circadiano, los ritmos metabólicos y glandulares que rigen nuestra vida activa cotidiana. También menciona la tortura que es el insomnio combinado con el agotamiento y «la fantástica y atroz revelación, tal la de una verdad metafísica envuelta en luengo sudario, de que la privación del sueño me costaría la vida».

El médico general me recetó pastillas para la tiroides. En la clínica del sueño me sugirieron otra cosa.

*

Mi Jung favorito es el que tuerce los límites del análisis hasta alcanzar la poesía mística. Miento. Mi Jung favorito es el que escribe sobre los extraterrestres. Miento otra vez. Mi Jung favorito es el Jung profesor. Lo que más me gusta de Jung son sus alumnas. 

Dice Von-Franz que, en los momentos de crisis, de crisis verdaderas, todos los consejos son inútiles. Lo único que funciona es dirigirse directa y resueltamente hacia la oscuridad. Un poco como la contemplación, pienso, la aceptación del aquí y el ahora. Ha caído la noche en la carretera.

Pero, rendirme ante lo ominoso ¿no implicaría la derrota de Fantasía a manos de la Nada? Tal vez, sí, claro, pero en tinieblas ya estoy viviendo todos los días a partir de las nueve. Y la oscuridad se parece a la lluvia en que, por más que corras, al final te alcanza.

*

Dice Jacobi, otra alumna de Jung, que la gente que confía totalmente en su pensamiento racional, al grado de reprimir las manifestaciones de su vida psíquica, es la que más fácilmente se sentirá atraída ante las supersticiones y que, incluso, será engañada por magos y prestidigitadores —yo agregaría brujas, chaneques, duendes, el espíritu de mi abuela despertándome a las tres de la madrugada—. 

Los sueños, así, conforman una especie de umbral o sala de espera. De nuevo, Von-Franz insiste en que la oscuridad tiene un propósito y que este es a menudo inesperado, solo se puede descifrar por medio de sueños y fantasías surgidos del inconsciente. Si prestamos atención, permitiremos el flujo de imágenes simbólicas útiles. Aunque, sí, por supuesto, primero sobrevendrán comprobaciones dolorosas y lo que ella llama todo tipo de verdades amargas. 

Por lo general rehuyo las salas de espera. Los espacios límbicos, liminares. Por eso ando cargando mis chivas a cada ciudad que visito: o estoy en casa o no estoy en ningún lado. Y estas señoras quieren que suelte mi mochila y mi rifle, que me pare de puntitas en la arena y me deje apalear por la marea, digo, por los autos. En este carnaval o purgatorio o inventario, a veces los recuerdos son indistinguibles de los sueños.

Híjole.

Comprobaciones dolorosas: mi abuela murió y la extraño. Verdades amargas: me encuentro en medio de un duelo que se remonta mucho más atrás de su muerte. Al caer la noche, las figuras pierden sus relieves. Imposible desenterrar ahora la raíz de esta melancolía, incógnita irresoluble; lo único tangible es su existencia, frondas que opacan la luz del sol. La distimia cruza esta carretera una y otra vez, como un caballito de carrusel. Agárrala, Alaíde, ¿qué te haces?

Aceptación del aquí y el ahora. Soy depresiva. Estoy deprimida. A veces quisiera habitar un idioma que no hiciera esta distinción.  

*

Taller de respiración los lunes, de meditación los martes, psicóloga los miércoles, terapia del sueño los jueves, nutrióloga los viernes. Estoy decidida a curarme en una doble acepción: quiero sanar, sí, pero también quiero hacer curaduría, estoy fatigada y me gustaría aprender a soltar —¿Marie Kondo emocional, acaso?—. Me educo en las tareas más básicas, ahora resulta que nunca aprendí a dormir, a respirar, a comer, a llorar. Aquí, ahora, a mis treinta y cinco años, debo ser mi propia mamá y mi propia hija, pero sin la magia curadora del embracilar. Lleno las tardes con actividades que me preparen para el futuro, como esos niños que van a karate y natación. Privilegiados, como yo, que puedo sentarme a examinar mis males. La terapia es un lujo. La evocación, otro. La mera consciencia de las emociones del cuerpo implica un interludio ocioso, improductivo, que pocas personas pueden permitirse. La meditación, otro lujo. 

La carretera. Me bajé de la bici y desde aquí estoy mirando los autos, en silencio, a oscuras. EP

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