¿Me explico?

En esta íntima crónica, el periodista Guillermo Osorno reflexiona sobre los efectos de su homofobia internalizada como el abuso de alcohol y otras drogas, cuya prevalencia suele ser mayor entre la población LGBTTTIQ+. #VisibleEnEstePaís🌈

Texto de 26/02/21

En esta íntima crónica, el periodista Guillermo Osorno reflexiona sobre los efectos de su homofobia internalizada como el abuso de alcohol y otras drogas, cuya prevalencia suele ser mayor entre la población LGBTTTIQ+. #VisibleEnEstePaís🌈

Tiempo de lectura: 4 minutos

Dejé de beber a mediados del año pasado y me he dado cuenta de que la sobriedad es gradual porque te va otorgando la claridad en pedazos discretos.

Desde el temblor de 2017, cuando tuve que dejar un cálido, soleado y amplísimo apartamento que rentaba en la colonia Roma, frente a la plaza de Río de Janeiro, se aceleró un deterioro personal.

Me enganché en una relación abusiva con un guapo hombre moreno —sudamericano de origen sirio, inteligente y culto— que al mismo tiempo era un sol negro, una fuerza destructiva, de esas que enganchan con el monstruo emocional.

Yo había tenido que huir de Dr. Vértiz (así lo llamaré en honor a las calles de la colonia donde ahora vivo) luego de que él había pasado por un par de episodios psicóticos. Un especialista que consulté me dijo que no eran para tomarse a la ligera. Me mudé a un lugar donde no podía encontrarme, una pequeño edificio de cuatro apartamentos que había comprado como inversión en la colonia Doctores. Tres estaban rentados, quedaba uno libre, en la planta baja. Me deshice de decenas de cajas de libros y el resto de mis cosas las metí en una bodega, mientras me establecía en esta nueva vida.

“Siempre he bebido, pero nunca como en esos meses. Me acuerdo bien del día de la última borrachera.”

Y luego vino el intento de suicidio de mi inquilino, un amigo gay de hace años a quien le había rentado el apartamento con la intención de hacer una pequeña comunidad. Llamémosle Niños Héroes. Todos en la ciudad estábamos negociando el primer confinamiento, cuando NH se tiró desde la azotea del edificio. Cuando salí a ver qué se había caído me lo encontré allí tirado en el asfalto, sangrando. Me tardé unos minutos en entender que era él. ¿Quién iba  a pensar que alguien con un trabajo estable, amigos y una buena relación con su familia iba a intentar un acto de esa naturaleza? Pero algo se fracturó esa mañana. Vino la ambulancia, llegó el ministerio público, sonaron las llamadas a los familiares y esa tarde me quedé sólo en casa, reviviendo de manera incesante el ruido de su caída.

Siempre he bebido, pero nunca como en esos meses. Me acuerdo bien del día de la última borrachera. Era sábado. Me habló Dr. Norma, un viejo amigo, conocido en la comunidad gay por organizar unas fantásticas comidas en un lindo apartamento frente al Parque México.

Para la comunidad de los viernes de Dr. Norma ya no era un secreto que algo estaba mal conmigo. Una noche había sufrido un desvanecimiento (provocado por la explosiva combinación de Rivotril, que estaba tomando bajo prescripción médica, con alcohol, a pesar de la  advertencia resonante de que no debía de mezclarlos). Me desplomé por el hueco de la escalera del primer piso y estuve a punto de hacerme un daño grave de no ser porque Dr. Norma me agarró del pantalón y entre varios amortiguaron la caída.

Meses después, el sábado que me buscó Dr. Norma, NH ya había intentado suicidarse y estábamos confinados. Me invitó a comer al patio de Casa Bell.

¿Saben? Norma ya me trataba como el amigo que se había desgraciado y me estaba mandando el mensaje de que ese sábado tendríamos una sesión los dos solos para tratar de conectar.

Me invitó a su casa y allí seguimos bebiendo. Estaba estrenando un nuevo mueble en su sala, una vitrina como de metro y medio de alto por medio metro de fondo, repleta de alcohol e iluminada por una luz de led, el altar a la peda.

Dr. Norma me invitó un ácido. Era la primera vez que yo probaba LSD. Fue un viaje muy regañón, muy introspectivo. A Dr. Norma le dio por hablar de momentos muy difíciles de sus trabajos pasados y traer al presente la dolorosa homofobia de su familia religiosa.

“He llegado a pensar que el alcohol está en el centro de mi experiencia homosexual y me acompaña desde que emprendí mi salida del clóset.”

Me perdí un par de días. Recobré la conciencia poco a poco con la certeza de que debía buscar ayuda de inmediato y parar. Como dije, la sobriedad te va trayendo la claridad a pedazos. En la primer entrega me di cuenta de que había dejado de contestar llamadas importantes de trabajo. Encontré un terapeuta que muy pronto me sacó del bucle. Y, a partir de ese momento, la sobriedad me ha entregado más raciones de verdad.

Si miro hacia atrás, puedo ver claramente cómo muchas de mis relaciones y experiencias estuvieron mediadas por el alcohol; personas y circunstancias importantes de hace cinco, diez, quince, veinte años. ¿De qué estaba tratando de escapar?

He llegado a pensar que el alcohol está en el centro de mi experiencia homosexual y me acompaña desde que emprendí mi salida del clóset. Hay una borrachera en la antesala del faje con otro cuate en la primera hora. De hecho, la vida sexual de mi generación se fraguó en la noche y los bares. No en balde escribí un libro entero sobre eso.

Al impulso autodestructivo (las malas relaciones sentimentales, la sensación de que uno no se cae bien), no se dónde ponerlo: ¿falta de amor propio? Aunque suene lejano y antiséptico, por lo pronto lo llamaré por otro nombre, como cuando uno le pone un título provisional a un proyecto: homofobia internalizada. La estudian los científicos sociales y la asocian con el abuso del alcohol y las drogas en la comunidad LGBTQ, siempre más alto que en otras poblaciones. Es una hipótesis.

Lo que estoy tratando de hacer ahora es ponerle la cara a la injuria que nos antecede, la que te condena incluso antes de que te des cuenta, y tratar de descubrir una vez más, ahora sin tragos de por medio, qué ha significado para mí. En palabras del fabuloso pensador Didier Eribon, hacerme homosexual para eludir la violencia que ejerce sobre nosotros la sociedad que nos hace ser el homosexual. O como dice Trixie Matell, en RuPaul Drag’s Race, este juego no se trata de cómo nos caemos sino de cómo nos levantamos. ¿Capice? EP

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