En este siglo XXI hispanoamericano aún hay varios pensadores que a través del ensayo siguen la reflexión histórica y cultural para analizar y criticar las falsedades y errores de este progreso. Mario Vargas Llosa es, entre ellos, uno de los más críticos de esta posmodernidad.
Mario Vargas Llosa contra el progresismo
En este siglo XXI hispanoamericano aún hay varios pensadores que a través del ensayo siguen la reflexión histórica y cultural para analizar y criticar las falsedades y errores de este progreso. Mario Vargas Llosa es, entre ellos, uno de los más críticos de esta posmodernidad.
Texto de Marcos Daniel Aguilar 23/02/16
En 1923 el filósofo español José Ortega y Gasset criticó en su libro El tema de nuestro tiempo los excesos del progreso político y económico que había arrojado el racionalismo después de los procesos de Ilustración e industrialización; hechos culminantes de lo que para él significaba una de las más grandes revoluciones de la humanidad: pasar de un estado religioso y tradicional colectivo, a un estado donde el ser humano occidental se condujo hacia la comprensión, análisis y comprobación de las ideas para alcanzar una supuesta “verdad” sobre la existencia.
Según Ortega, estos errores, que limitaron la llegada de regímenes políticos justos, de una economía que evitara las desigualdades y la fácil obtención del conocimiento, eran producto del endiosamiento de la idea culminada en ideología racional: con el objetivo de forjar sociedades de progreso en nombre del socialismo, la democracia, el capitalismo o el nacionalismo.
Casi veinte años antes en América, el uruguayo José Enrique Rodó encabezó una revolución intelectual entre los jóvenes escritores de los pueblos de habla española, su idea de cambio social a través de la filosofía consistió en criticar también el progreso que nunca llegó para las naciones hispanoamericanas. Rodó lo hizo al enfrentar al positivismo, escuela de la razón que deseaba entender a la sociedad con base en sistemas traídos de las ciencias, para tener así certidumbre de algo tan incierto como es el ser humano. Por ello a Rodó le pareció un hecho contradictorio.
El filósofo uruguayo, en su libro Ariel (1900), quiso romper este progresismo estéril volviendo a interpretar la vida con el sentido común y la inteligencia: “¿No nos será lícito, a lo menos, soñar con la aparición de generaciones humanas que devuelvan a la vida un sentimiento ideal, un grande entusiasmo, en las que sea un poder el sentimiento…?”.
A ochenta y cien años de estos ensayos parece que las sociedades contemporáneas están sufriendo una decadencia cultural similar a la que criticaron aquellos, ya que el sistema económico neoliberal y el pensamiento funcional estructuralista académico, otra vez en su afán de buscar el progreso en las democracias, han cambiado el concepto de cultura y lo han trivializado en mero entretenimiento y al humanismo lo han encerrado en los claustros universitarios como en tiempos de Rodó.
En este siglo XXI hispanoamericano aún hay varios pensadores que a través del ensayo siguen la reflexión histórica y cultural para analizar y criticar las falsedades y errores de este progreso. Mario Vargas Llosa es, entre ellos, uno de los más críticos de esta posmodernidad.
Aunque el peruano se ha destacado por tener una bella prosa y lúcidas ideas en la narrativa, en sus ensayos, no muy ricos en estilo por cierto, hay posturas importantes para entender estos tiempos contradictorios, violentos y desiguales para muchos. Desde su ya lejano ensayo La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary (1975), Vargas Llosa dio a conocer el fracaso de la modernidad pues considera a esta novela francesa la primera en exhibir públicamente la mediocridad, pobreza moral y la frivolidad de la burguesía del siglo XIX. A Vargas Llosa le gusta la literatura de Flaubert justo por eso, porque critica a la sociedad occidental.
Si Vargas Llosa veía la disminución de los valores morales en la Francia del siglo XIX, se dio cuenta que también se vive esto en el siglo XXI. En su libro La civilización del espectáculo (2012) advierte que las democracias ven a la cultura y a la educación no como conocimientos, sino como información para que el individuo pueda transformarlo en una técnica que lo ayudará a ser más productivo en el mercado laboral: “La educación no llevará la alta cultura a todos, sino que la empobrece en un afán democratizador”.
También afirma que en esta posmodernidad ya no hay humanidades en las universidades y aunque el crecimiento y avances en la ciencia y en la tecnología han sido vertiginosos, esto no ha podido traer mayores libertades e igualdades para los individuos. Lo que está diciendo este escritor es que la cultura ha dejado de lado la capacidad crítica y el entendimiento de la tradición intelectual de Occidente, legando este trabajo a especialistas que no salen de sus cubículos universitarios.
Además, esta cultura de masas crea la idea de que se lleva información a todos los sectores. Esto es cierto, pero dicha información carece de referencias históricas, de sensibilidad estética, lo que provoca que no haya un esfuerzo intelectual, con lo que se pierde capacidad de crítica y referentes que puedan ofrecer identidad, afirma el ensayista en su libro. En esta civilización global, comunicada por internet con entrada y salida a casi todos los datos, con la posibilidad de tener aparatos electrónicos y créditos para comprar lo que sea, hay engaños que motivan a que ese progreso no se concrete: primero, se crea la sensación de que ya no existen las clases sociales, pues todos ven, leen y poseen lo mismo. Vargas Llosa ve esto como un peligro: el proletariado deja de saber su condición, entonces deja de exigir mejores condiciones de vida.
Segundo, al confundir la cultura con el entretenimiento —pues estas sociedades modernas tienen negado el derecho al aburrimiento y a la meditación—, lo importante es el espectáculo rápido, fluido y superficial, que crea la sensación de haber consumido un “producto cultural”, guardando en un baúl el ejercicio de pensar. Por ello el premio Nobel de literatura dice, por ejemplo, que en estos tiempos el periodismo es entretenimiento, ya no analiza “lo cierto o lo falso, lo justo o lo injusto, lo bello o lo execrable” que ocurre en la sociedad, sino que la prensa se vuelve un medio publicitario de productos, comerciales o políticos, restándole lugar a la crítica.
Y tercero, dice Mario Vargas Llosa que sin este punto crítico los amantes del progreso idealizado aniquilaron durante el siglo xx a los líderes, quienes fungían como guías morales, ya que pensaron que la libertad se conseguía erradicando la figura de “autoridad” en todas las esferas, incluyendo la del profesor universitario y la del intelectual.
El ensayista peruano, como en su momento lo hizo Rodó, busca con estos textos entender ese falso progreso, impuesto por la cúpula política y empresarial que ha creado una cultura “falsa, artificial, ya nada es genuino y espontáneo”, porque resulta que cada vez se marcan más las desigualdades económicas, las oportunidades educativas y se reduce la posibilidad de intervenir en la cosa pública-política. Y esto no solo lo dice Vargas Llosa, recientemente el economista francés Thomas Piketty, en su libro El capital del siglo XXI, afirma que el capitalismo o neoliberalismo ha producido de forma mecánica la desigualdad con arbitrariedad incluso en las sociedades democráticas.
El autor de La guerra del fin del mundo es sin duda uno de los pocos intelectuales preocupados aún en dar a conocer el origen de la violenta injusticia que se respira en este siglo de globalización, de informar y preservar la tradición de las naciones de Hispanoamérica y de Occidente, y de continuar con la crítica intelectual que el “progreso” ha tratado de aniquilar al atribuirle el significado de “discurso de dominación”, pues sobre el tema concluye Vargas Llosa que “esta es quizá una de las tesis más controvertibles del posmodernismo. Porque en verdad la tradición más viva y creadora de la cultura occidental no ha sido nada conformista, sino precisamente lo contrario: un cuestionamiento incesante de todo lo existente”. Mientras se decide si en este momento aún es válida la figura del intelectual, no estaría mal leer con mayor atención las ideas de un autor preocupado por el presente y futuro de la crítica y la cultura.
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MARCOS DANIEL AGUILAR (Ciudad de México, 1982) es ensayista. Autor de Un informante en el olvido: Alfonso Reyes (Conaculta, 2013). También es coautor de los libros de ensayos Facciones (Universidad Veracruzana, 2012) y Un escritor en la tierra: José Revueltas (FCE, 2014). Es colaborador de Laberinto de Milenio diario, La Jornada Semanal y de la revista Tierra Adentro.