La patria íntima de Ramón López Velarde

A finales de junio de 1921, en el número 3 de El Maestro. Revista de Cultura Nacional, se publicó por vez primera el poema “La suave patria”, de Ramón López Velarde. La publicación del poema coincidió con el cumpleaños treinta y tres del autor (quien nació el 15 de junio de 1888 en Jerez, Zacatecas) y […]

Texto de 22/09/17

A finales de junio de 1921, en el número 3 de El Maestro. Revista de Cultura Nacional, se publicó por vez primera el poema “La suave patria”, de Ramón López Velarde. La publicación del poema coincidió con el cumpleaños treinta y tres del autor (quien nació el 15 de junio de 1888 en Jerez, Zacatecas) y […]

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La patria íntima de Ramón López Velarde

A finales de junio de 1921, en el número 3 de El Maestro. Revista de Cultura Nacional, se publicó por vez primera el poema “La suave patria”, de Ramón López Velarde. La publicación del poema coincidió con el cumpleaños treinta y tres del autor (quien nació el 15 de junio de 1888 en Jerez, Zacatecas) y con su muerte, pues falleció el 19 de junio de 1921 en la Ciudad de México.

El poema patrio más popular de uno de los más importantes poetas de México había sido entregado para su publicación por su autor a la revista El Maestro, y su motivación no declarada era el primer centenario de la consumación de la Independencia nacional celebrado en 1921.

El referente histórico es éste: el 27 de septiembre de 1821, el Ejército Trigarante o de las Tres Garantías (independencia, religión, unión) hizo su entrada a la Ciudad de México, luego del acuerdo (o abrazo) de Acatempan, el 10 de febrero de 1821, entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, y de la proclamación del Plan de Iguala (o Plan de Independencia de la América Septentrional), el 24 de febrero de ese mismo año, mediante la cual se declaró la Independencia de México respecto de España.

“La trigarante faja / en tus pechugas al vapor”, dice el poeta en la estrofa final de “La suave patria”, como única referencia precisa al hecho histórico. “Claro que sí —explicará muchos años después Juan José Arreola—. La bandera trigarante, cruza tricolor el pecho alimenticio en bandolera”. Para Eugenio del Hoyo, “pechugas al vapor” es una extraña metáfora y una sorprendente imagen, como extrañas y sorprendentes, además de espléndidas, son muchas otras metáforas e imágenes en la poesía lopezvelardeana.

A la “trigarante faja”, que es a la vez tricolor (verde, blanco y rojo), la acompaña el poeta no de gestas heroicas ni hazañas militares, sino de gustos, sensaciones y sentimientos en los que, como bien advierte Del Hoyo, “se funden sensualidad y gula”. La patria es, por encima de todo, amada y nutricia.

“La suave patria”, el poema nacional de México por excelencia, no es un himno o cosa parecida (una composición poética en loor de dioses y héroes), pues desde el título mismo la patria es “suave” (delicada, apacible, sutil, dulce, humilde, tersa, grata, íntima) y no ruda ni rígida ni mucho menos pétrea, y quien le canta (el poeta “del íntimo decoro”) apenas si levanta un poco más la voz (“a la manera del tenor que imita / la gutural modulación del bajo”) para decir “con una épica sordina: / la Patria es impecable y diamantina”.

Pero no es “diamantina” por su dureza, sino por su brillantez y transparencia, por su límpida luz:

Suave Patria: tú vales por el río

de las virtudes de tu mujerío;

tus hijas atraviesan como hadas,

o destilando un invisible alcohol,

vestidas con las redes de tu sol,

cruzan como botellas alambradas.

Pese a ser un poema escrito en ocasión del primer centenario de la consumación de la Independencia de México, esto, como ya dijimos, no lo manifiesta el autor en ninguna parte de la composición, y no hace falta decirlo, porque la ocasión es sólo esto, una oportunidad de declararle el amor a la patria (siempre sensual y femenina), y por ello no canta López Velarde las glorias y hazañas nacionales, sino la sensualidad y la calidez de la madre que lo ha modelado por entero

al golpe cadencioso de las hachas,

entre risas y gritos de muchachas

y pájaros de oficio carpintero.

Es un poema de amor filial, no una composición destinada al ensalzamiento de la historia. Anuncia el autor:

Navegaré por las olas civiles

con remos que no pesan porque van

como los brazos del correo chuan

que remaba la Mancha con fusiles.

Y si menciona, una sola vez, el sitio de residencia del poder político de México es sólo para mostrar también su carácter entrañable, íntimo, puesto que incluso esta edificación carece de majestuosidad faraónica; estrictamente es un palacio enano (“en ese año de 1921 —observa Eugenio del Hoyo—, aún no se añadía el tercer piso al Palacio Nacional, que resultaba realmente desproporcionado: tan enorme su extensión y tan mezquina su altura”):

Tu imagen, el Palacio Nacional,

con tu misma grandeza y con tu igual

estatura de niño y de dedal.

Parecida es la intención en el terceto nostálgico que dice:

Suave Patria: tu casa todavía

es tan grande, que el tren va por la vía

como aguinaldo de juguetería.

En Colores en el mar y otros poemas 1915-1920 (1921), el primer libro de Carlos Pellicer, el cual dedicó “a la memoria de mi amigo Ramón López Velarde, joven Poeta insigne, muerto hace tres lunas en la gracia de Cristo”, hay coincidencia estética y empatía poética en esta forma íntima de mirar el mundo, como cuando al hablar de Curazao escribe:

Estamos en Holanda y en América

y es una isla de juguetería,

con decretos de Reina

y ventanas y puertas de alegría.

Pellicerianas, pero también de raigambre lopezvelardeanas, son estas descripciones poéticas en los siguientes pareados de Colores en el mar:

En sus ventas el alcohol

está mezclado con sol.

Sus mujeres y sus flores

hablan el dialecto de los colores.

Todo en “La suave patria” es sensualidad y delicadeza: la sensualidad y la delicadeza que caracterizan plenamente a la obra poética de López Velarde:

Al triste y al feliz dices que sí,

que en tu lengua de amor prueben de ti

la picadura del ajonjolí.

Y también es erotismo, porque a la patria si se le quiere, como a la madre que es, se le desea edípicamente:

Suave Patria, vendedora de chía:

quiero raptarte en la cuaresma opaca,

sobre un garañón, y con matraca,

y entre los tiros de la policía.

“El poema, en su género, es perfecto”, escribió Octavio Paz en uno de los capítulos de su libro Cuadrivio, pero decir esto implica afirmar que “La suave patria” es patriótico, pero no patriotero, pues, dice Paz, “tolera las complicidades sentimentales, no las ideológicas”, y no es una prédica ni mucho menos una arenga, ni “un canto a las glorias o desastres nacionales”. Nos entrega a la patria como una realidad íntima, no histórica ni política, como lo señala el propio López Velarde en su célebre prosa Novedad de la patria, que data también de 1921.

A la patria, dice López Velarde en esa espléndida prosa, “la hemos descubierto a través de sensaciones y reflexiones diarias, sin tregua… La miramos hecha para la vida de cada uno. Individual, sensual, resignada, llena de gestos, inmune a la afrenta, así la cubran de sal. Casi la confundimos con la tierra”.

Refiriéndose al segundo porfiriato, el poeta advierte que “el descanso material del país, en treinta años de paz, coadyuvó a la idea de una Patria pomposa, multimillonaria, honorable en el presente y epopéyica en el pasado”. Fueron necesarios los años de sufrimiento (los de la Revolución mexicana) para desmentir esa imagen y poder ver y sentir, cada quien, a la patria íntima, no pomposa ni fingida, no una patria “oficial” (histórica y política), sino humilde, modesta, verdadera, entrañable, sufrida, sí, pero también “inmune a la afrenta”.

En este sentido, la patria de López Velarde, contra lo que muchísimos suponen, no es una patria declamable o recitable y, por tanto, artificiosa y altisonante, sino “menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”, como el propio poeta la desea y la percibe. Por ello, el único héroe que aparece en “La suave patria” merece estar en el poema porque es el “único héroe a la altura del arte”. Cuauhtémoc es un símbolo legendario de la patria que posee, especialmente, la dignidad en medio del suplicio: lo que la patria es (digna, “impecable y diamantina”) incluso en el tormento.

Yo que sólo canté de la exquisita

partitura del íntimo decoro,

alzo hoy la voz a la mitad del foro,

a la manera del tenor que imita

la gutural modulación del bajo,

para cortar a la epopeya un gajo.

Tales son los versos iniciales del poema, donde el autor anuncia su intención y la forma que empleará para el canto de celebración. No gritará, no recitará. Hablará con claridad. Dirá lo suyo con una “épica mesurada” como bien traduce Francisco Monterde la celebérrima “épica sordina” del autor.

Al no ser un poema heroico, “el tono nunca es hueco, ni altisonante”, dice Allen W. Phillips: “No nos marea con oratoria ni discursos teatrales. No es una patria heroica la que recrea López Velarde, sino más bien la patria de todos los días, a la que vuelve con amor y cariño entrañables”.

Recordemos que López Velarde le tenía una particular aversión a la teatralidad gesticulante del poetastro, al engolamiento, al engolosinamiento fatuo del “plumista de ripios, de deformidades y de ridiculeces” que camina “con un balanceo irreprochable, como de pavo silvestre”. En “La derrota de la palabra”, conferencia que pronunció en la Universidad Popular el domingo 26 de marzo de 1916, escribe y dice lo que resulta congruente con el tono y la intención que puso en “La suave patria”:

En más de una ocasión he querido convencerme de que la actitud mejor del literato es la actitud de un conversador. La literatura conversable reposa en la sinceridad. Quienes conversan se despojan de todo propósito estéril. En la mesa de los banquetes rige la cordialidad; los vinos y los manjares, en su eficacia expansiva, consolidan la mutua confianza; los invitados procuran mostrarse unos a otros sus interiores, exactamente, naturalmente; pero al filo de los brindis, los comensales se cohíben y una rígida expectación señorea al concurso. Es que ha llegado el momento de la alocución tiesa. La vida ha dejado de vivirse y va a recitarse.

De esa “alocución tiesa”, de esa vida recitada, huyó todo el tiempo López Velarde. Por ello tiene razón Octavio Paz al afirmar que “La suave patria” es un poema que ha sido manoseado con enorme torpeza. Hay quienes creen de veras que se trata del poema que exige declamación, gesticulaciones e imposturas musculares y fonéticas, teatralidades “patrióticas” o más bien patrioteras, excesos de énfasis, recargada oratoria ceremonial y tantas cosas más de la exageración y el artificio que son ajenas por completo al poema y a la intención y el tono que López Velarde puso en su inolvidable obra.

“La suave patria” es un poema conversable, con elocuencia, sin estridencia, con voz clara y templada, y sin un solo grito. Los únicos dos versos entre signos de admiración no indican grito, sino emoción contenida: “¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena / de deleites frenéticos nos llena!”. Únicamente un recitador, un declamador de alocución tiesa, gritaría estos versos en lugar de enfatizarlos.

En un proemio, dos actos y un intermedio (estructura dramática, por supuesto), López Velarde nos conversa no la historia nacional, sino lo que constituye la esencia de la patria: su “espejo diario”, su geografía, su paisaje, sus riquezas forestales, sus costumbres, su dignidad, sus alegrías, sus fiestas religiosas y profanas, su sensualidad, su amor. Que sea un poema dramático no implica que deba ser un espectáculo teatrero en el peor sentido de la expresión. En ciento cincuenta y tres versos endecasílabos de rimas consonantes, divididos en treinta y tres estrofas, el poeta traza, con maestría, la actualidad y la nostalgia de la patria en lo que ella tiene de inmutable: lo que sobrevive más allá de episodios políticos, de guerras y enfrentamientos fratricidas, de “ideologías”, como bien lo apuntara Octavio Paz.

Eso que sobrevive, lo inmarcesible, es lo que define a la patria: lo que nos identifica y con lo que nos identificamos. Escribe López Velarde:

Tu barro suena a plata, y en tu puño

tu sonora miseria es alcancía;

y por las madrugadas del terruño,

en calles como espejos, se vacía

el santo olor de la panadería.

Cuando nacemos, nos regalas notas,

después, un paraíso de compotas,

y luego te regalas toda entera,

suave Patria, alacena y pajarera.

[…]

¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena

de deleites frenéticos nos llena!

Trueno de nuestras nubes, que nos baña

de locura, enloquece a la montaña,

requiebra a la mujer, sana al lunático,

incorpora a los muertos, pide el Viático,

y al fin derrumba las madererías

de Dios, sobre las tierras labrantías.

Trueno del temporal: oigo en tus quejas

crujir los esqueletos en parejas,

oigo lo que se fue, lo que aún no toco

y la hora actual con su vientre de coco,

y oigo en el brinco de tu ida y venida,

oh trueno, la ruleta de mi vida.

El hecho de que la patria sea esencial implica que mantenga inmutable todo lo que le da sentido y valor. Por ello el poeta le pide, le suplica: “Sé igual y fiel”. La fidelidad es un valor de la esencia. Lo que defiende el poeta y lo que tendría que defender cualquier hijo amoroso de su patria es el ánima (el alma) y el estilo (el carácter propio) de su patria íntima:

Patria, te doy de tu dicha la clave:

sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;

cincuenta veces es igual el Ave

taladrada en el hilo del rosario,

y es más feliz que tú, Patria suave.

En su ensayo “El ángel que acompañó a Tobías”, que precede a la edición bilingüe de La suave patria / The Soft Land (El Tucán de Virginia/Conaculta, 2013), Víctor Manuel Mendiola advierte que “el texto nos ofrece una sucesión de fechas religiosas y actos litúrgicos: la Navidad, la Cuaresma, la Semana Santa y las devociones de San Felipe de Jesús y del rosario”, elementos definitorios de una patria católica, de un país donde la religión (una de las tres garantías que enarboló la Independencia) es hábito e identidad que incluso se confunde con lo profano.

Añade Mendiola que “en la visión erótica del poema hallamos, asimismo, un énfasis en la belleza redonda y turgente del busto femenino: el pecho curvo de la emperatriz, el bravío pecho empitonando la camisa y las pechugas al vapor”.

En este punto hay que insistir en el hecho de que el único indicio que revela que “La suave patria” es un poema escrito en ocasión del primer centenario de la consumación de la Independencia es justamente la extravagante o chusca imagen de “la trigarante faja / en tus pechugas al vapor”. Aunque, como interpretara Arreola, “pechugas al vapor” se refiera a la fuente alimenticia de la patria (el pecho de la madre que nos nutre), hay también un guiño de erotismo inocultable en esta expresión, pues para todos los lectores de López Velarde es bien sabida la predilección del poeta por los senos, como cuando ahí mismo, en “La suave patria”, no deja pasar la oportunidad de echarles una mirada lasciva a las cantadoras

que en las ferias, con el bravío pecho,

empitonando la camisa, han hecho

la lujuria y el ritmo de las horas.

Evoca también “el pecho curvo de la emperatriz”. Y en su “Elogio a Fuensanta” escribe:

Nardo es tu cuerpo y su virtud es tanta

que en tus brazos beatíficos me duermo

como sobre los senos de una Santa.

López Velarde, al evocar el pecho de la patria, junta amor erótico con amor beatífico: placer y alimento. Y no es para nada caprichoso pensar que esas “pechugas al vapor” puedan ser también los senos de las cantadoras de las ferias, dentro de las camisas que empitonan, en el calor y “el ritmo de las horas”. Sudor y lujuria: “pechugas al vapor”.

Para López Velarde la patria es nutricia y amorosa, como la madre y la amada. Es suave porque es entrañable e íntima. Es amorosa y acoge a sus hijos en su seno y los nutre. Es “castellana y morisca, rayada de azteca”, dice el poeta en Novedad de la patria, y de esta mezcla, de este mestizaje, nos “ofrece el café con leche de su piel”. Por ello, en “La suave patria”, el poeta la enaltece en su valor de madre y mujer:

Y en el barullo de las estaciones,

con tu mirada de mestiza, pones

la inmensidad sobre los corazones.

En la historia de la poesía mexicana no hay poema patriótico amoroso más hondo y magistral que el de López Velarde. Nadie antes que él (y quizá tampoco nadie después) supo ver a la patria en su más profunda belleza y en su sentido más auténtico, no en su pomposidad de discurso oficial y huero. De esta mirada lopezvelardeana tan auténtica se desprenden, sin duda, los siguientes versos de la “Alta traición” del lopezvelardeano José Emilio Pacheco:

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto

es inasible.

Pero (aunque suene mal)

daría la vida

por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques de pinos,

fortalezas,

una ciudad deshecha,

gris, monstruosa,

varias figuras de su historia,

montañas

—y tres o cuatro ríos.  ~

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JUAN DOMINGO ARGÜELLES es autor de la Antología general de la poesía mexicana (Océano, 2012-2014) y de la Breve antología de poesía mexicana impúdica, procaz, satírica y burlesca (Océano, 2015). Sus más recientes libros de poesía son El último strike (Laberinto Ediciones/UJAT, 2016) y En la boca del lobo (Fondo Editorial Estado de México, 2016).

DOPSA, S.A. DE C.V