Héctor Xavier: sin dibujo, no hay pintura

En Héctor Xavier. El trazo de la línea y los silencios, Angélica Abelleyra y Dabi Xavier, coordinadoras, congregan a veintiocho autores —críticos de arte y narradores, poetas e historiadores, periodistas y editores, artistas plásticos y escénicos— que escribieron en su momento, o comparten su testimonio para esta obra, acerca del artista mexicano nacido en Tuxpan, Veracruz, […]

Texto de 22/11/17

En Héctor Xavier. El trazo de la línea y los silencios, Angélica Abelleyra y Dabi Xavier, coordinadoras, congregan a veintiocho autores —críticos de arte y narradores, poetas e historiadores, periodistas y editores, artistas plásticos y escénicos— que escribieron en su momento, o comparten su testimonio para esta obra, acerca del artista mexicano nacido en Tuxpan, Veracruz, […]

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EHéctor Xavier. El trazo de la línea y los silencios, Angélica Abelleyra y Dabi Xavier, coordinadoras, congregan a veintiocho autores —críticos de arte y narradores, poetas e historiadores, periodistas y editores, artistas plásticos y escénicos— que escribieron en su momento, o comparten su testimonio para esta obra, acerca del artista mexicano nacido en Tuxpan, Veracruz, en 1921, y fallecido en la Ciudad de México en 1994.

El recorrido deja constancia de que su obra como dibujante fue reconocida en vida, aunque su distancia de los círculos del arte y posteriormente su fallecimiento lo han ubicado en un purgatorio cercano al olvido, por lo que esta reunión, que se publica a veintidós años de su muerte, se vuelve central para acercarse a su obra, con la aspiración de volverlo un referente más frecuente en los planes de educación artística superior, en la futura crítica de arte y en la historia de la cultura de México.

La faena realizada por Angélica Abelleyra y Dabi Xavier, quien inició hace ocho años el proyecto, incluye también un dossier visual de espléndida factura desde el punto de vista de la selección y del trabajo editorial realizado por la Universidad Veracruzana y el Instituto Veracruzano de la Cultura, incorpora las percepciones de algunos miembros de la familia de Héctor Xavier y de varios de sus amigos acerca tanto de los momentos centrales de su trayectoria artística como de su cambiante, compleja y difícil persona, además de una sólida bibliografía, la lista de exposiciones individuales y colectivas, y abundantes referencias hemerográficas, lo cual ara el camino y fija coordenadas para las necesarias futuras investigaciones.

La mención de los participantes, aunque larga, es obligada para subrayar la valía del esfuerzo: Raquel Tibol, Alberto Dallal, Pilar Rioja, Gladiola Orozco y Michel Descombey, Gilberto Aceves Navarro, Julia López, Felipe Ehrenberg, Tomás Parra, María Luisa Mendoza, Marco Antonio Campos, Jaime Labastida, José Emilio Pacheco, Jorge Alberto Manrique, Angélica Abelleyra, Huberto Batis, Eduardo Deschamps, René Avilés Fabila, Guillermo Samperio, Obed Zamora Sánchez, Antonio Rodríguez, Emilio Carballido, Ceferino Palencia, Ester Echeverría, Carlos Pellicer, así como Hemit Xavier y Tamari Xavier, hijos del artista, Miguel Kaiser y la gestora cultural Miriam Kaiser.

Tales voces perfilan los elementos de una apasionada biografía por escribirse: el origen veracruzano de Héctor Xavier, la búsqueda de nuevos horizontes que lo llevan a la Ciudad de México, donde sobrevive dedicándose por las noches a hacer caricaturas de los transeúntes de San Juan de Letrán —treinta centavos las de en blanco y negro; uno cincuenta las de color—, más los ingresos extra que obtiene como merolico, lo que precede a su paso breve por la Esmeralda, donde no se encuentra a sus anchas, volviéndose autodidacta, antes del inicio de la aventura fundacional de la galería Prisse en 1952 al lado de Vlady, Alberto Gironella y Enrique Echeverría, que anima al movimiento plástico de la Ruptura.

Sobre el nombre de la galería, en entrevista (La Jornada Semanal, Nueva Época, 12 de noviembre de 1989, pp. 15-17), el artista español José Bartolí nos compartió la anécdota:

[En la Ciudad de México] inicié mi amistad con Alberto Gironella, Vlady y Héctor Xavier, y conocí a Rivera y a Siqueiros. Siqueiros, en esos años, nos llamaba putas de París, pues Gironella, Vlady y Héctor Xavier habían montado una galería en la Zona Rosa, a la que llamaron Prisse, y en la que expuso Cuevas por primera vez, aunque ahora no hable de eso por su manía contra Alberto y Vlady. El nombre Prisse, ahora lo recuerdo, se lo puso un hombre que resultó ser un industrial sueco. Alberto, Vlady y Héctor Xavier recogieron una gatita callejera. El hombre se les acercó para preguntarles por una calle, conversaron un rato, surgió el tema de la galería sin nombre, y sugirió le pusieran prisse, gato en sueco.

Más adelante, Héctor Xavier tiene una estancia de tres años en Europa, en cuyos museos abreva, establece cercanía con Brancusi, regresa a México y, acaso por esa experiencia nutricia y no sólo por cuestiones de carácter, decide alejarse del establishment de las artes plásticas y ocuparse de su obra creativa, lo que también ocasiona sus ausencias familiares de meses y a veces años en busca de soledad, de libertad para sus fluctuaciones emocionales, de experiencias, atmósferas y visiones inspiracionales.

Héctor Xavier. El trazo de la línea y los silencios ofrece coordenadas claras acerca de su evolución artística, que inicia con su devoción por las líneas japonesa, maya y clásica griega, continúa con su ruptura con el lápiz, que lo lleva a la tinta, a la pluma y finamente a la punta de plata, técnica en la cual se convierte en un artífice de excepción en México, y a la que explora desde las líneas cerradas, secuenciales y sobrepuestas, hasta los trazos abiertos y de variados grosores, por donde circula el aliento de los espacios en blanco, a la par de su obra en color, convencido siempre de que sin dibujo, no hay pintura.

La indagación acerca de la técnica del dibujo se enlaza igualmente con sus motivos temáticos: el cuerpo femenino, su zoología en colaboración con Juan José Arreola, los vegetales silvestres, las estampas pueblerinas, los viejos, el retrato —Orozco, Brancusi, Carpentier, Borges, Carballido, Nandino, entre tantos—, más una parte menos conocida aunque sugerida en su propio testimonio a Alberto Dallal y en algunas de las imágenes incluidas: los heterogéneos motivos eróticos.

Al respecto de sus retratos, a la muerte de Borges en 1986, Huberto Batis me instruyó que entrevistara a Héctor Xavier acerca de su sesión de dibujo con el escritor, realizada en 1981, durante su segunda visita a México —y con quien Xavier se había encontrado también en 1973, ocasión en la cual el bonaerense recibió el Premio Alfonso Reyes (unomásuno, 22 de junio de 1986, pp. 28):

Le había pedido, para tranquilizarle, que recordara su estudio en Buenos Aires. Borges presentía a los dos guaruras que lo acompañaban. El haberle situado en Buenos Aires le inquietó la memoria. De una manera inconsciente lo único que percibí fueron los ojos, hundidos en la ceguera, y la gran nobleza y amorosa actitud de sus manos […] Mi recuerdo de Borges es el de un artista plástico. La segunda y última vez que lo vi, le confesé mi admiración al despedirme. Borges entonces intentó un gesto de sonrisa. Queriendo darla y al mismo tiempo retenerla, como prefiriendo que los ojos hundidos, en su ansiedad de ver, se comunicaran por él.

La aparición de esta obra debe atraer la atención de las instituciones culturales acerca de lo que ocurrió con el legado de Héctor Xavier, pues a través de los testimonios de la familia se sabe que Ivar, uno de los hijos que tuvo con la gestora cultural Miriam Kaiser, lo acompañó durante su última etapa de vida y fue declarado heredero universal, sin que se sepa a la fecha ni de Ivar ni de lo que sucedió con la obra, lo que se ha vuelto un obstáculo adicional para su más amplio reconocimiento y difusión.

El paso natural es una exposición en la Ciudad de México —la última que hubo en la capital se realizó en la Casa de la Cultura México-Japonesa en 1989—, la reedición del álbum Punta de plata, proyecto inicialmente concebido por Héctor Xavier y al que se incorporó Juan José Arreola —aunque suele pensarse que el dibujante ilustró los textos del cuentista—, y que ha sido publicado dos veces, pero en ediciones no venales, y una sala permanente en algún museo del inba, tal como propuso el poeta Jaime Labastida hace veinte años en un texto de 1997 que figura en esta compilación, y a quien Xavier le ilustró su poemario Dominio de la tarde (Siglo XXI Editores, 1991).

Al revisar la hemerografía del libro nace la intención de leer, en un próximo volumen, lo que su entrañable amigo y vecino José Revueltas escribió sobre Héctor Xavier, la entrevista que el olvidado cuentista y traductor Carlos Valdés le realizó, un testimonio de Emilio Payán en cuyo taller trabajaba el dibujante antes de su muerte, así como los detalles del documental que Julio Pliego realizó para Canal 22 y que no se encuentra en la red, entre otros documentos de valía.

Esperemos también que la Universidad Veracruzana y el Instituto Veracruzano de la Cultura, que no ofrecen todavía una buena distribución, logren colocar la publicación en algunas librerías claves de educal, el Fondo de Cultura Económica y El Péndulo, al menos de la CDMX. No es mucho pedir algo así. EP

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Gerardo Ochoa Sandy ha sido periodista cultural desde 1986 en distintos medios impresos de México. Fue asesor de la Dirección General del Museo Soumaya y agregado cultural en Praga, Lima y Toronto. Es autor de La palabra dicha: Entrevistas con escritores mexicanos, Política cultural: ¿Qué hacer? y 80 años: Las batallas culturales del Fondo, entre otros libros.

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