Hackear la maternidad

“Decidí dejar de buscar el ideal de una mamá que parecía ser incuestionable. Así fue como el hack se accionó. Entendí que Matilda no sólo debía ser madre: también es profesionista, hija, hermana, y amiga.”

Texto de 04/10/20

“Decidí dejar de buscar el ideal de una mamá que parecía ser incuestionable. Así fue como el hack se accionó. Entendí que Matilda no sólo debía ser madre: también es profesionista, hija, hermana, y amiga.”

Tiempo de lectura: 4 minutos

En alianza con Kaja Negra, publicamos una serie de textos que surgieron en el marco del taller en línea “El texto que sale de nosotrxs. Escribir para descubrir”, guiado por Sylvia Aguilar Zéleny, quien es también colaboradora de Este País.

Estábamos sentadas en la sala. Matilda, mi madre, miraba alguno de sus programas de espectáculos en el televisor sentada sobre el sillón de junto. Yo la miraba a ella y reafirmaba que ambas movemos la pierna cuando estamos ansiosas o estresadas.

Transcurrieron unos segundos mientras evitaba no distraerme por el ruido que provenía de la pantalla y por el movimiento de su pierna.

Sin pensarlo más, lancé la pregunta: ¿Apoyas el aborto?

Matilda dejó de mover su pierna derecha y respondió: Sí, lo apoyo. Sin despegar sus ojos del televisor.

Al obtener su respuesta no supe cómo reaccionar, pero sí quedé tranquila de saber que compartimos algo más poderoso que un tic nervioso. Años atrás me hubiera sido impensable abordar el tema.

Matilda es una fortaleza que intenta sortear cualquier provocación para mostrar su sentir; se rehúsa a compartir su vulnerabilidad con quienes la rodeamos. Sé escasas anécdotas de su vida de no ser porque doña Elo, mi abuela, nos comparte cómo fue su niñez en Mexicali, Baja California.

Cuando era pequeña el actuar de Matilda me ocasionó un sinfín de confusiones. Pensaba que la relación entre madre e hija era un vínculo amoroso e inquebrantable al escuchar o ver como mis amigas de la primaria se relacionaban con sus mamás.

Mis referentes de madres estaban plagados de cariños, atenciones y detalles.

“Sin pensarlo más, lancé la pregunta: ¿Apoyas el aborto?


Matilda dejó de mover su pierna derecha y respondió: Sí, lo apoyo. Sin despegar sus ojos del televisor.”

A la vez, me encontraba con la figura de Matilda, quien mantenía una fría distancia conmigo y mis hermanas.

La ausencia de abrazos; su continua molestia al ayudarme a realizar la tarea, sus regaños y manazos por la mínima travesura; y su nulo interés por saber cómo estaba, me confirmaban que Matilda no era la persona en quien más confiaba y a quien más amaba en ese momento.

Nuestra relación se fue tejiendo sobre miedo, silencio y desconfianza. En mi infancia la respuesta más clara a todo era que no me quería porque yo había hecho algo mal. Decidí no escarbar más allá la razón de su comportamiento hacia mí y mis hermanas.

Pasaron los años y mi cuerpo acumuló más dudas, palabras no dichas y un sinfín de reproches. Acepté que no debía hacer un esfuerzo más para entablar una relación de afecto y apoyo. Al contrario, cada vez sentía un cómodo abismo entre ella y yo; tenía claro que no nos conocíamos y no teníamos la intención de hacerlo.

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Hace 27 años, Matilda estaba cerca de cumplir 40 años y tenía dos hijas de 15 y 13 años. Entre sus planes no estaba una hija o un hijo más. Su decisión la selló con un anticonceptivo duradero y reversible: dispositivo intrauterino (DIU).

Mi llegada dejó claro lo reversible del dispositivo. Llegué a este mundo el 27 diciembre, pleno invierno, de 1993. En mi frente traía el DIU como una marca de desobediencia.

Mi crianza estuvo marcada por cómo vine a este mundo: sentía que estaba de más y que de una u otra forma había logrado colarme a la vida de Matilda y de mi familia.

Mi nacimiento motivó que las finanzas se reajustaran, que los juguetes y ropa de mis hermanas tuvieran un segundo uso antes de ser tirados o regalados. También implicó que mi hermana mayor se involucrara en mi crianza; comencé a verla como un refugio durante mi niñez.

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Hace dos años Matilda cayó en una severa depresión. Para mí fue ver cómo la fortaleza que había edificado entre ella y sus hijas, años atrás, se desmoronaba en segundos. Su cuerpo comenzó a mostrar los signos del colapso de emociones: pérdida de peso, mareos y llanto.

Después de guardar mi distancia emocional por tanto tiempo, la vida me colocó frente a ella en un estado de vulnerabilidad. Volvió a mí la maraña de experiencias y sentimientos que había acumulado a lo largo de 26 años. Me cuestionaba una y otra vez si había algo que perdonar.

No sabía cómo acercarme a ella después de acostumbrarme al abismo que habíamos instaurado entre ambas. Aunque tenía claro que era necesario atravesarlo para preguntarle si en algo podía ayudarla.

Con inseguridad y desconocimiento, poco a poco, me fui acercando. Le hacía saber que estaba ahí para lo que necesitara: le preguntaba cómo había amanecido, intentaba platicar un poco más sobre lo que sentía. Era complicado acercarme a ella.

Pese al acercamiento, me negaba a enfrentar las razones de su indiferencia y agresividad hacia mí, preferí ignorarlo. En ese punto de quiebre contaba con más herramientas que me permitieron sortear la mezcolanza de emociones.

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Mi acercamiento con el ciberfeminismo y el hackfeminismo mediante lecturas, actividades, talleres y encuentros con otras mujeres me ayudaron a hackear mi relación con Matilda.

Decidí dejar de buscar el ideal de una mamá que parecía ser incuestionable. Así fue como el hack se accionó. Entendí que Matilda no sólo debía ser madre: también es profesionista, hija, hermana, y amiga.

Han sido meses de reconfigurar y tejer una relación de amistad con ella. Ahora la considero una amiga a la que quiero, apoyo, trato de entender y no juzgar. Practico la escucha y descubro anécdotas que me permiten conocerla un poco más.

El no vivir juntas nos ha acercado aún más al hablarnos por teléfono para compartir chismes de la familia, y del vecindario; nuestro gusto por la ropa de segunda mano que cada vez es más popular en bazares de Instagram; recomendaciones para librar el estrés o celebrar su alta con el psiquiatra.

No olvidaré que el día que partí de su casa me regaló trastes para que no llegara sin nada al departamento que sería mi nuevo hogar. Ese pequeño detalle significó bastante para mí; fue un gran apapacho que esperé por tanto tiempo.

Sé que aún falta por conocernos y trabajar en la relación que poco a poco estamos construyendo. No logramos coincidir en todo, pero me queda claro que quiero seguir conociendo a Matilda. Sé que la quiero en mi vida y yo estar presente durante su vejez.

Gracias a Matilda dejé de romantizar la maternidad y comencé a cuestionar el rol de madre. Entendí que la maternidad debe ser una elección; debe ser deseada.

Gracias a Matilda mi postura es que la maternidad no debe reducirse a un acto biológico del cual no podemos escapar. EP

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