En la mitología griega, los Campos Asfódelos son uno de los tres sitios adonde van las almas de quienes mueren. El lugar lleva ese nombre por las flores que allí crecen y que son la comida favorita de los muertos. Los asfódelos también se vinculan al olvido gracias al río Leteo, corriente de agua de la que los muertos tienen que beber para olvidar su pasado en este mundo. MAM
f,l,m.: Arte botánica
En la mitología griega, los Campos Asfódelos son uno de los tres sitios adonde van las almas de quienes mueren. El lugar lleva ese nombre por las flores que allí crecen y que son la comida favorita de los muertos. Los asfódelos también se vinculan al olvido gracias al río Leteo, corriente de agua de la que los muertos tienen que beber para olvidar su pasado en este mundo. MAM
Texto de Marco Antonio Murillo 19/06/17
En el jardín de su casa,
William Carlos Williams se preocupó de la poesía,
pensó en el crecimiento y cuidado de algunas flores.
Las procuró diariamente con agua y abono
y ya hinchadas de cierta luz, las vio
y leyó en la enciclopedia que no eran especiales,
se llamaban asfódelos:
planta raramente
aromática, herbácea
de raíces tuberosas,
de tallo erecto y lampiño
y hojas basales.
Flores que no sirven para cantar,
como sí la rosa o el jacinto, flores
para cuando se vaya la primavera.
Después de un paro cardíaco,
Williams recordó las flores de ese jardín.
Entonces, le escribió a su mujer:
Del asfódelo
yo vengo, querida
a cantarte.
Quiso decirle
que es justo que en nuestros jardines personales,
también los muertos participen de las labores botánicas de la poesía:
en su quietud de seca orquídea,
en su nada que hacer sombrío,
los muertos cosechan pequeños bulbos ovalados,
falsos frutos que no se pueden comer…
por ahora.
Mientras anochecía en el jardín,
recordó Williams,
una tras otra las flores iban perdiendo el sol,
se multiplicaban en una leche oscura,
y en sus raíces se guardaba
el tiempo detenido de los muertos
y en el tallo el olvido de los vivos.
Tal vez el cansado florecer de un jardín
sea la única forma en que los muertos pueden hablarnos.
Los oímos
en el crujir de verdes ramas,
en el viento que dobla
y mueve
las delgadísimas hojas
como una estación en tránsito.
Estoy seguro que Williams,
mientras le escribía a su mujer,
pensaba que las líneas de cultivo
en el jardín, irregulares, se parecían
a la duración de algunos versos suyos:
Cuando hablo
de flores
es para recordar
que en un tiempo
fuimos jóvenes.
Le debemos tanto a nuestros muertos,
el gusto por algunas especies de plantas
que inútilmente crecen en nuestro jardín,
y la pena de extrañar la vida,
cuando estamos enfermos. ~
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MARCO ANTONIO MURILLO es maestro en Escritura Creativa por la Universidad de Texas. En 2009 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos y en 2014 el Premio Estatal de la Juventud en Artes. Es autor de los poemarios Muerte de Catulo y La luz que no se cumple, y coantólogo de Casi una isla: nueve poetas yucatecos nacidos en la década de 1980. Actualmente es becario de la FLM en el área de ensayo.