Falaciario

¿De dónde viene lo que afirma, tan seguro, Donald Trump? En este texto, Irene Tello Arista explica que, en realidad, se trata de falacias y proposiciones falsas.

Texto de 24/01/22

¿De dónde viene lo que afirma, tan seguro, Donald Trump? En este texto, Irene Tello Arista explica que, en realidad, se trata de falacias y proposiciones falsas.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Tocan a tu puerta, ¿quién es? El nuevo inquilino que te visita para darte su opinión sobre los vecinos con los que has convivido casi toda tu vida: “Están trayendo drogas, están trayendo crimen, son violadores; algunos, supongo, son buenas personas”.

Además de pensar en los hábitos de espionaje y ociosidad que lo hicieron llegar a dichas conclusiones, te preguntas: ¿será verdad? La duda empieza a carcomer tu incredulidad. Aunque no habías notado esa variedad de comportamientos ilícitos, empiezas a preocuparte por tu seguridad. Entonces le preguntas azorado: “¿qué podemos hacer?” La respuesta del vecino te toma por sorpresa: “construyamos un muro”.

Es imposible hablar de falacias sin mencionar a Donald Trump. El actual presidente de Estados Unidos ofrece cada día una sarta de argumentos erróneos y de datos incorrectos o imprecisos que son un material didáctico incomparable para enseñar la forma como no debe argumentarse. Es importante aclarar que muchas de las cosas que dice, más que falacias, son proposiciones falsas, que parecen lo mismo, pero no lo son. Las falacias son argumentos incorrectos que nos engañan y nos conducen a aceptarlos como válidos. Las proposiciones falsas pueden ser parte de un argumento falaz, pero por sí mismas no constituyen una falacia.

“Las caracterizaciones que ha hecho Trump sobre los mexicanos que viven en Estados Unidos —’lo peor de México, bad hombres, violadores, corruptos, criminales y enemigos’— constituyen argumentos ad hominem“.

Una de las falacias más frecuentes en el discurso de Trump es la llamada ad hominem o “contra el hombre”. Se le nombra así porque presenta una serie de críticas contra una persona para desacreditar sus argumentos. Debido a que usualmente asociamos los razonamientos con las personas que los sustentan, esta falacia funciona cambiando el foco de atención de lo que se dice hacia quien lo dice. Si se descalifica a la persona, nos vemos tentados a transferir el demérito a sus argumentos, independientemente de si lo que razona está bien argumentado o no. Las caracterizaciones que ha hecho Trump sobre los mexicanos que viven en Estados Unidos —“lo peor de México, bad hombres, violadores, corruptos, criminales y enemigos”— constituyen argumentos ad hominem. También las que hace de sus contrincantes políticos: la “fraudulenta” Hillary Clinton o los “falsos” medios (fake media), por mencionar algunos. Lo que busca con ello es convencer a la audiencia sobre la descripción peyorativa y negativa que hace de sus contrincantes, evadiendo así la falta de evidencia que pruebe la necesidad de construir un muro, de deshacer el TLCAN, de meter a Hillary Clinton en la cárcel o de comprobar que las notas que son críticas hacia él son falsas.

“No sabemos por qué nos sentimos así y no podemos argumentar nuestra posición, pero eso es irrelevante. Lo que importa es asustar, conmover y crear un enemigo común a quien culpar de todos nuestros males”.

Es fácil caer en el engaño de la falacia contra el hombre. Nos resulta más cómodo descalificar personas que argumentos con los que podemos estar de acuerdo o no, pero que están bien construidos. La apelación a las emociones es otro de los factores que nos disuaden de buscar el contraargumento. La evidencia que pruebe que un muro no frenará una migración indocumentada de mexicanos —ya de por sí menguante— puede ser ignorada con tal de no tener contacto con personas que nos desagradan. Este tipo de discursos apelan a interpretaciones reduccionistas del mundo en las que consideramos que nuestros sentimientos equivalen a argumentos suficientes de nuestra verdad. No sabemos por qué nos sentimos así y no podemos argumentar nuestra posición, pero eso es irrelevante. Lo que importa es asustar, conmover y crear un enemigo común a quien culpar de todos nuestros males. Más difícil es dejar de lado nuestros temores y desprecios, y enfocarnos en las ideas de las que se nos quiere convencer. Es momento de retomar la importancia de construir correctamente nuestros argumentos. EP

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