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Columna mensual

Texto de 05/11/19

Columna mensual

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A principios de año el gobierno anunció que añadiría 17 productos a la canasta básica.  ¿Habría llegado la modernidad que tanto esperamos en forma de igualdad de género para los productos considerados necesidades mínimas, como las toallas femeninas y los tampones?  O, se habría suprimido el Knorr Suiza, al menos. Nada de eso. Los cambios añadirían carne de res y pollo, pan, huevo fresco, pescado seco…alimentos, pues la canasta básica a la que se refería el anuncio es la de Diconsa, una canasta que anteriormente contaba con solo 23 productos alimentarios como el maíz, frijol, café soluble y galletas.

Vayamos por partes.  La “canasta básica” es un concepto teórico que permite medir el gasto de un hogar promedio a nivel nacional, monitoreando su precio en el mercado a través del tiempo.  Es decir, es un indicador del nivel de precios de la mezcla de productos incluidos (es imposible hacer una canasta que incluya todos los productos en la proporción correcta, pues esta sería, en lenguaje borgesiano, el universo completo), y nos refiere a la noción de poder de compra.

Este poder de compra puede seguirse a través de diferentes indicadores, y en este artículo nombraré tres.   El primero es la canasta básica del INEGI, que incluye 82 productos y servicios que van más allá de lo alimentario, como pasajes de autobús y metro, larga distancia, medicamentos homeopáticos y naturistas, refrescos y desodorante.  Vale notar que incluir transporte y bienes puede traer lo que los economistas llaman multicolinealidad, es decir que dos o más de las variables independientes estén relacionadas entre sí.  

Navegando por las cifras del sitio web, este indicador reporta al mes de agosto un ligero aumento de 2.33% anual, inferior a la inflación general (el INPC aumentó 3.16% para ese mes).  Vistas mes a mes ambas series muestran una disminución porcentual desde la primavera, lo cual en principio suena como algo deseable para el poder de compra de las familias. Sin embargo, debe recordarse que el poder de compra no solo se compone por el precio de los bienes y servicios, sino por su relación frente al ingreso de las familias.  Sin desviarnos del tema alimentario, podemos utilizar cifras de salarios para estimar este ingreso y ver que la remuneración media real en el sector comercio por persona ocupada subió en solo 1.9% anual al mes de julio, según el sitio de Banxico. Añadiendo la variable empleo al cóctel, vemos que la tasa de desocupación reportada por el INEGI subió de 3.3 en agosto 2018 a 3.6 en agosto 2019, con lo que no es difícil constatar que, en efecto, nos encontramos ante una reducción del dinamismo económico (como confirma el escaso crecimiento anual del PIB para el segundo trimestre de 0.6%).

Otro organismo que monitorea estadísticas sobre una canasta básica es el CONEVAL (cuyas oficinas rezan “lo que se mide se puede mejorar”) con la llamada línea de pobreza.  Esto es un precio por persona, por debajo del cual es difícil la supervivencia, que se calcula de manera diferenciada para zonas rurales y urbanas.  Como ejemplo podemos decir que la línea de pobreza urbana, es decir la canasta alimentaria, pasó de valer $3,001.74 en agosto del 2018 a $3,081.10 en el mismo mes del 2019.  De nuevo, requiere un enfoque interpretativo saber si este modesto incremento de 2.6% anual es buena o mala noticia para el trabajador, si los precios crecen poco por la escasa actividad económica o a pesar de ella.

El tercer y último índice que nombraré es el Big Mac Index, inventado por la revista The Economist en 1986.  La idea es que una Big Mac debería costar lo mismo en todos los países, y se puede utilizar la diferencia en el precio ajustado a dólares para estimar la desviación del tipo de cambio.  Según este juego —porque es solo eso, una broma— el peso estaba sub valuado en un 53.9% al mes de julio. 

La canasta básica que lleva el recién creado Instituto de Seguridad Alimentaria, empresa creada por la fusión de Diconsa (la antigua Consaupo) y Liconsa, ambas pertenecientes a la antigua Sedesol, hoy Secretaría del Bienestar, no cuenta como índice, pues la página del instituto (cuyo dominio sigue siendo Diconsa) no presenta series de tiempo sobre precios.  De hecho, no presenta ninguna estadística. La canasta que lleva el instituto dirigido por Ignacio Ovalle (director de Conasupo en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari) es más un sistema de abasto. La idea no es nueva: comprar bienes a un sobreprecio para ayudar a “los pobres” (como si fueran un grupo) y vendérselos más barato a esos mismos pobres.

En vez de mencionar el desdén o temor del actual gobierno frente a los datos, prefiero pensar que, aunque la propuesta de distribución sea un tanto trasnochada, con 27,00 tiendas a cargo de Segalmex podremos ver al menos un impacto nutricional.  Pues con o sin series de tiempo, estoy de acuerdo con la crítica —por simplista que sea— de que los indicadores no se comen.

Desechemos la tecnocrática medición, y evaluemos entre nosotros…a usted, lector, cuando va al supermercado ¿le alcanza más, o menos, que antes? EP

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