Internet y las redes sociales han transformado radicalmente la industria periodística, no sólo en el modelo de negocio, también en aspectos sociales trascendentes. Esta conversación es un intento por comprender qué son esos cambios, qué tan profundo operan y cuál es el camino a seguir.
El periodismo frente a la revolución digital. Entrevista con Diego Salazar
Internet y las redes sociales han transformado radicalmente la industria periodística, no sólo en el modelo de negocio, también en aspectos sociales trascendentes. Esta conversación es un intento por comprender qué son esos cambios, qué tan profundo operan y cuál es el camino a seguir.
Texto de Diego Salazar & Este País 13/01/20
Este País (EP): ¿Cuál consideras que es el principal cambio que ha provocado la revolución digital en términos sociales?
Diego Salazar (DS): El principal cambio es, sin lugar a dudas, que una buena parte de la sociedad, por no decir la mayoría, ha pasado de ser mera receptora de contenidos a ser productora de contenido. Para los medios de comunicación, ese monopolio de la atención que teníamos y esa relación vertical que existía antes entre los medios de comunicación —ya sea televisión, radio, revistas, diarios— y la audiencia hoy en día es mucho más horizontal.
El que tanta gente pueda producir contenido y difundirlo a través de las redes sociales ha generado también que aumente de una manera exponencial la cantidad disponible de información y ha acelerado el ciclo informativo; como consecuencia, tenemos este momento absurdamente acelerado y confuso en el que nos encontramos y que acogió a buena parte de los medios de comunicación; mejor dicho, a toda la industria: prensa y medios de comunicación. Además, de forma paralela están las plataformas que han hecho posible esto: Google, Facebook y otras. El modelo de negocio que ha sostenido a la prensa o a los medios de comunicación por casi 200 años, desde que se inventó a finales del siglo XIX en Nueva York —el pago por anuncios—, ha volado por los aires y eso ha supuesto la mayor crisis en la historia de la industria de los medios de comunicación, al punto de que todavía estamos intentando encontrar respuestas.
EP: Quizás una posible respuesta sean las plataformas de fondeo, como Kickstarter. ¿Crees que son una alternativa viable para los medios de comunicación?
DS: Depende del medio. Es algo que no se ha terminado de entender o, más bien, de asumir. Pareciera que nos estamos negando a darnos cuenta de que la realidad ha cambiado de una forma radical. Lo que ha cambiado es ese modelo de negocios que se mantuvo por cerca de 200 años. Con excepción de algunos casos donde la intervención del Estado alteraba de alguna manera el libre mercado, como en México, en casi todas partes los medios funcionaban económicamente de la misma manera. Producías un paquete informativo —ya sea en la televisión, en el diario, en la radio o en una revista— destinado a captar la atención de un público que podía variar en tamaño, en intereses, en lugar geográfico… Todos eran productores de un paquete informativo cuya principal misión, desde el punto de vista del negocio, era capturar una audiencia que luego era alquilada a anunciantes, empresas o negocios que querían poner sus productos a la vista de esas personas; ese era el negocio para todo el mundo.
Con la llegada de internet, pero principalmente con la aparición de Google y Facebook, se altera por completo la naturaleza de ese negocio; estas plataformas han sido capaces de afinar de tal manera el sistema de anuncios, que hoy en día no se puede competir con ellas. A partir de ese momento los medios han tenido muchos problemas: en primera instancia en reconocer el cambio. Esto nos ha costado muchísimo; a estas alturas, en 2019, deberíamos tener claro que esa solución única ya no existe y no va a existir. Los medios no van a poder aplicar la misma fórmula para hacer viables sus negocios. Una de ellas puede ser, como bien mencionan, un crowdfunding, una plataforma de donaciones, como Patreon, que está funcionando en España y Estados Unidos. Cada medio tiene que encontrar una solución acorde a su identidad, a su audiencia, al mercado cuyas necesidades se supone debe satisfacer. Por extraño que parezca hoy, todavía hay una parálisis en buena parte de la industria.
EP: Uno de los errores que como medios cometimos fue haber dado acceso libre a nuestros contenidos e incluso haberlos subido a las redes sociales. ¿Podemos volver el camino y regresar al modelo tradicional?
DS: Ese fue uno de los errores iniciales. No hay una solución única. En algunos casos sí. Tienes cabeceras como The New York Times o el The Wall Street Journal que han empezado a echar marcha atrás; pero que en realidad no es una marcha atrás, sino un cambio hacia delante. Mientras nosotros estamos hablando, hay decenas o centenas de media consulting —de estos consultores que van con sus maletincitos recorriendo redacciones por toda América Latina principalmente, pero también por Europa y en algunos mercados locales en Estados Unidos— que te quieren vender soluciones. Es la misma gente que te rediseñaba el diario y la redacción hace dos o cuatro años y te decían: “YouTube es el futuro y tienes que hacer tantos miles de videos porque ahí es donde está la audiencia y ahí es donde está el dinero”. Esos que también decían que la gente no lee y que lo que se publique en internet tiene que ser chiquitito y con una fuente 45. Son los mismos que cuando Facebook empezó a regalar dinero a ciertos medios para que produjeran Facebook Lives, decían: “Ahora es Facebook Live”. Es gente que no tiene ni idea de lo que habla, que repite fórmulas que se aplican principalmente en Estados Unidos y en medios que han tenido cierto éxito, o que han aparentado tenerlo.
¿Cuál es ahorita la nueva mascota? El modelo de suscripción. Todos los medios que tienen cierta cuota de mercado importante en sus países están o poner en práctica o estudiando la posibilidad de implementar ese esquema: en cierta página de internet puedes leer tres artículos al mes y a partir del cuarto pagas, o no te dejan continuar navegando. Evidentemente parece una solución, pero lo que no se explica es que sólo lo sea para determinado tipo de medios. Se acaba de anunciar que The New York Times ya está por encima de los cuatro millones de suscriptores digitales; esto no es sólo en el diario, porque tiene algunos productos como Cooking, revista T o Crossword. The New York Times es la principal marca informativa del mundo, escrita en el principal idioma en internet, con una audiencia potencial de varios cientos de millones de usuarios. Y si de estos se han suscrito cuatro, ¿cuál es la tasa de conversión? Traslada eso a la realidad de casi cualquier otro medio. Ninguno puede sobrevivir con un ingreso tan limitado.
Hoy todos somos productores de contenido. Claro, la mayoría tenemos acceso a internet, podemos producir contenido y mandar información y esa información tiene valores distintos en el mercado. Para la mayoría de la gente, el único valor es conseguir un like en Instagram o en Facebook, o que te retuiteen diez personas. El costo de producción de esta información es muy bajo para la gran mayoría de los medios; buques que vienen de la era predigital y tienen una capacidad instalada monumental que muy difícilmente puede ser sostenible con el poco dinero que están recibiendo hoy o que puedan recibir con suscripciones. Volvemos a lo mismo: hoy en día la oferta informativa y de entretenimiento en internet es prácticamente infinita y gratuita y, para poder convertir a un usuario en uno de paga, tienes que darle algo que otorgue un valor bastante elevado.
Durante los primeros años de la adaptación digital a internet, los medios eran una especie de hemeroteca digital: se ponía todo y punto. No había estrategia para conseguir audiencia. Se entendió que, ante la promesa de un número infinito de usuarios de internet y sin las restricciones de la distribución, de la falta de acceso, la audiencia del medio iba a ser mayor y los anunciantes iban a estar ahí, porque ahora habría más ojos. Pero no ocurrió así.
EP: ¿Ese mundo idílico en que una persona salía por las mañanas a comprar el diario para leerlo, en donde había una oferta de información variada y que resultaba en una forma de entretenimiento, se acabó?
DS: Nuestra capacidad de atención se ha reducido considerablemente. Pero sí, el mundo que describes ya no existe. Y hay un detalle ahí que tú lo has dicho bien: los diarios, los medios y el periodismo, eran parte de la industria del entretenimiento. Y esto es algo con lo que los periodistas parece que no hemos terminado de sentirnos cómodos. Tenemos esta idea un poco exagerada de nuestra importancia. Sentimos que somos los guardianes de la democracia, que nuestro trabajo es de una seriedad y de una relevancia para la sociedad, sin la cual mañana viviríamos en un escenario apocalíptico.
Hay que entender que leer el diario, informarse noticiosamente, era una forma de entretenerse. Hoy en día la oferta de entretenimiento es mayor y los periodistas no hemos querido ver esto, pues cuando uno dice “entretenimiento” parece que estás frivolizando. Yo no lo veo de esa manera; que algo sea entretenido no quiere decir que sea idiota. Entretenerse es encontrar una forma de ocupar el tiempo y eso hacemos. Si no entendemos que formamos parte de esa industria del entretenimiento y que estamos luchando por la atención de la gente —y que en 15 años la oferta de ese entretenimiento se ha elevado a la enésima potencia—, no vamos a encontrar la manera de satisfacer a una audiencia específica que nos permita cierta estabilidad económica.
El cambio de paradigma es brutal. Antes, los medios apelaban a una audiencia regular. Para tener más usuarios, intentabas ofrecerle la mayor cantidad de información sobre la mayor cantidad de temas. El diario era para todos. En internet, la cuestión es radicalmente distinta por la organización de las audiencias. Hoy en día nadie tiene porque estar expuesto a algo que no le interesa. Siempre nos muestran contenido que nos interesa a priori o que el algoritmo cree que nos interesa, por nuestros hábitos de consumo. En internet, la manera de tener un negocio relativamente exitoso es encontrar una audiencia, un nicho obsesionado por un tema. Ese nicho tiene que ser suficientemente amplio para satisfacer la demanda con contenido y que, además, esa audiencia no necesite ir a otro sitio para encontrar información sobre ese tema.
EP: ¿Existe una crisis de la lectura? ¿Cómo han cambiado los hábitos de lectura con la revolución tecnológica?
DS: Nuestro lapso de atención ha disminuido, aunque también es cierto que leemos más que nunca. Estamos todo el día leyendo la mayor cantidad de contenido disponible. Lo que la gente más ve en internet es el contenido de lectura; los videos siguen creciendo pero la gente sí procura leer. Lee distinto y lo que le interesa. Una de las cosas buenas que tenía el formato offline, sin ánimos de romantizar el pasado, era que te exponía a información o contenido que no tenía por qué interesarte. Estaba diseñado para satisfacer un abanico de intereses lo más amplio posible. Hoy, conseguir ese tipo de información requiere un esfuerzo activo por parte del usuario, porque los algoritmos están constantemente registrando a qué haces click, en qué te interesas y a qué páginas entras. Te alimentan con contenido que te va a interesar; es difícil escapar de esa rueda de hámster en que se ha convertido el internet.
Cuando internet se convierte en una herramienta social, en la que todos pasamos a ser proveedores de contenido, nos enfrentamos a un problema aún mayor. Porque ahora no es sólo nuestro contenido y nuestra información la que está ahí compitiendo por los ojos de la gente: es un río gigantesco de información. Además, en ese tránsito a redes sociales todo pasó a ser lo mismo; sin categorías ni escalafón. Es lo mismo un reportaje de los incendios forestales del Amazonas hecho por 15 periodistas de The New York Times que el video de gatitos que compartimos en la mañana mientras tomamos café. La categoría es la misma.
EP: Vivimos una realidad completamente dispersa, atomizada, un poco loca en el sentido de las prioridades, de la jerarquización de la información. ¿Estamos haciendo algo para educar a las nuevas generaciones como nos educaron? ¿Estamos preparados para hacer algo al respecto?
DS: No, creo que no. Me parece que estamos en un momento de crisis y que eventualmente tendremos que encontrar la forma. Me da cierto optimismo lo siguiente: una parte de mi investigación para No hemos entendido nada, y un poco desde antes, ha sido revisar cómo fueron recibidos en su momento ciertos avances tecnológicos relacionados con la información. Por ejemplo, cuando se popularizó el ferrocarril, había médicos que decían que el cuerpo humano no estaba preparado para esas velocidades. Cuando se inventó el teléfono, la industria de la música estaba preocupadísima porque pensaban que nadie iba a querer volver a ir a una sala de conciertos porque iban a poder escuchar los conciertos por teléfono. Igualmente el fonógrafo, la televisión, el video. Esto, por un lado, me da cierta esperanza.
El problema con esta argumentación es el reduccionismo en que podemos caer y llegar a los extremos. Vamos a decir: “Esto se puede solucionar, no pasa nada” y no es así, evidentemente. Para arreglar o reconducir algo necesitamos entenderlo. Todos los cambios de paradigma y de formato han supuesto, a la vez, cambios más profundos en cómo las sociedades se gestionan y se vinculan. Estamos dejando de lado el tecno-optimismo acrítico que se ha mantenido mucho tiempo y, finalmente, hay personas que están reflexionando y realizando críticas en el momento en que nos encontramos. En tiempos de crisis y de cambio de paradigma como hoy, hay que ser más críticos que nunca y hay que encontrar el tiempo y las ganas de analizar las cosas y entender. EP
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