El estudiante fantasma: el hombre que escribe los ensayos de tus estudiantes cuenta su historia

La solicitud llegó por correo electrónico alrededor de las dos de la tarde. Era de una cliente previa que tenía un asunto urgente que resolver. Cito su mensaje textualmente (si yo tuve que soportarlo, tú también tendrías que hacerlo): “Me hiciste un propsta de proycto sobre ética en los negocios a mí y necesito la […]

Texto de 24/08/16

La solicitud llegó por correo electrónico alrededor de las dos de la tarde. Era de una cliente previa que tenía un asunto urgente que resolver. Cito su mensaje textualmente (si yo tuve que soportarlo, tú también tendrías que hacerlo): “Me hiciste un propsta de proycto sobre ética en los negocios a mí y necesito la […]

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La solicitud llegó por correo electrónico alrededor de las dos de la tarde. Era de una cliente previa que tenía un asunto urgente que resolver. Cito su mensaje textualmente (si yo tuve que soportarlo, tú también tendrías que hacerlo): “Me hiciste un propsta de proycto sobre ética en los negocios a mí y necesito la propsta fue aprobada x fv puedes escribirme el trabajo?”.

Me he vuelto muy bueno para interpretar este tipo de correspondencia. La cliente había adjuntado un documento de su profesor con los detalles que requería el ensayo. Necesitaba la primera parte en una semana. Setenta y cinco páginas.

Le dije que no había problema.

Y de verdad no había problema. En el último año, había escrito unas cinco mil páginas de ensayos universitarios, la mayoría de ellos con fecha de entrega muy próxima. Pero no vas a encontrar mi nombre en ninguno de ellos.

He escrito sobre psicología cognitiva a nivel de maestría y para un doctorado en sociología, y he redactado un puñado de ensayos para posgrado en diplomacia internacional. A nivel licenciatura he trabajado temas de hospitalidad, administración de empresas y contaduría. He escrito para cursos de historia, cine, relaciones laborales, farmacología, teología, administración de deportes, seguridad marítima, servicios aéreos, sustentabilidad, presupuesto municipal, mercadotecnia, filosofía, ética, religión oriental, arquitectura posmoderna, antropología, literatura y administración pública. He asistido a tres docenas de universidades en línea. He completado doce tesis de posgrado de cincuenta páginas o más, todas ellas para otras personas.

Nunca has escuchado hablar de mí, pero muy probablemente has leído algo de mi trabajo. Soy un pistolero a sueldo, un doctor en todo, un mercenario académico. Mis clientes son tus estudiantes. Te lo prometo, alguien en tu clase usa un servicio que no puedes detectar, del que no puedes defenderte y que tal vez ni siquiera sabes que existe.

Trabajo en una compañía en línea que genera decenas de miles de dólares al mes creando ensayos originales basados en instrucciones específicas proporcionadas por estudiantes tramposos. Desde el 2004, laboro ahí de tiempo completo. En cualquier día del año académico trabajo en más de veinte encargos.

En medio de esta gran crisis económica, el negocio está en auge. En tiempos ajetreados, durante los finales o a mitad de semestre, el personal de mi compañía, de cerca de cincuenta escritores, no es lo suficientemente grande como para cubrir los pedidos de estudiantes que están dispuestos a pagar por nuestro trabajo y afirmar que es suyo.

La ineptitud de la escritura de tus estudiantes te sorprendería. He visto la palabra “desesperado” mal escrita en todas las formas imaginables. Y estos estudiantes están verdaderamente desesperados. No podrían escribir ni una lista de compras de forma convincente, y sin embargo están haciendo el posgrado. Realmente necesitan ayuda. Necesitan ayuda para aprender y, por otro lado, necesitan ayuda para pasar sus cursos. Pero no la están obteniendo.

Tengo una pregunta para todos aquellos que han asesorado a un estudiante que escribe su tesis, que han sido parte de un comité de revisión de tesis o que han guiado a un alumno de posgrado en un proceso formal de investigación: ¿alguna vez se han preguntado cómo es que un estudiante que tiene problemas para formular oraciones coherentes cuando habla logra producir una investigación ligeramente competente? ¿Cómo es que ese estudiante puede arreglárselas?

Vivo bien de la desesperación, la miseria y la ineptitud que tu sistema educativo ha creado. Sí, como escritor podría ganar mejor; y ciertamente hay maneras de ganar menos. Pero nunca tengo problemas para encontrar trabajo. Y mientras mis colegas tienen empleos ingratos de oficina que se vuelven cada vez más intolerables a medida que van pasando los meses dentro de la crisis económica, yo me encuentro en lo que hasta ahora ha sido mi mejor año. Este año voy a ganar aproximadamente unos sesenta y seis mil dólares. No es una fortuna, pero es más de lo que muchos educadores ganan.

Claro, sé que estás consciente de que los fraudes ocurren, pero no tienes idea de qué tan profundo penetra este tipo de engaño en el sistema académico, ni mucho menos de cómo detenerlo. El verano pasado, The New York Times reportó que sesenta y uno por ciento de los estudiantes universitarios había admitido hacer algún tipo de trampa en exámenes o ensayos. Sin embargo, hay poca discusión sobre los trabajos por encargo y cómo estos difieren de formas de plagio más detectables, o sobre por qué los estudiantes hacen trampa, para empezar.

Espero que este artículo sea el inicio de dicha discusión. Por mi parte estoy planeando retirarme. Estoy cansado de ayudar a tus estudiantes a que aparenten ser capaces.

El semestre ya se acerca a su fin —que es cuando me encuentro haciendo malabarismos con las fechas de entrega de los trabajos y escribo entre veinte y cuarenta páginas al día— cuando la estudiante de negocios me contacta. Unas semanas antes le había escrito una breve propuesta de investigación, sugiriéndole un proyecto que relacionara prácticas de negocios poco éticas con los patrones de la liberalización comercial. La propuesta había sido aprobada y ahora tenía seis días para completar la tarea. No se trataba de un encargo precisamente urgente, lo que costaría mucho más dinero, de modo que tendría un precio estándar de dos mil dólares —la mitad iría a mi bolsillo.

Unas horas después de acceder a escribir el ensayo, recibí el siguiente correo electrónico: “mandando referensias para que uses gracias”.

No contesté de inmediato. Una hora más tarde recibí el siguiente mensaje:

“recibiste las referensias que mando

¿por favor dónde estás ahora?

estoy desperada por pasar con proycto”.

Esta estudiante no solo sería una constante molestia a mi lado, sino que, además, se comunicaba por medio de haikús, cada uno menos descifrable que el anterior. Le hice saber que estaba dándole prioridad a su ensayo, que había recibido sus referencias bibliográficas y que me comunicaría con ella si tenía cualquier duda. Después pasé a otra cosa.

En mi experiencia, son tres los grupos demográficos que buscan mis servicios: los estudiantes para quienes el inglés es su segunda lengua, los alumnos irremediablemente deficientes y los niños ricos holgazanes. Para estos últimos, las universidades son una perfecta plataforma de lanzamiento: están hechas para recompensar a los ricos y perdonarles su pereza. Seamos honestos: las personas exitosas no siempre son las mejores y más brillantes, y ciertamente no son las más éticas.

Mis clientes favoritos son aquellos con una cantidad ilimitada de dinero y con muchas instrucciones sobre cómo quieren que se haga su trabajo. Mientras que el estudiante deficiente generalmente no sabe cómo pedir lo que quiere hasta que no lo obtiene, el estudiante rico y flojo sabe exactamente lo que quiere: está acostumbrado a una vida de decirle a otros qué hacer y pagarles por ello. En efecto, está adquiriendo todas las habilidades que necesita para ser el número uno.

Por lo que respecta a los dos primeros tipos de estudiantes (aquellos para quienes el inglés es su segunda lengua y los irremediablemente deficientes) es claro que las universidades les están fallando del todo. Los estudiantes que vienen de otros países a las universidades estadounidenses ven frustrados sus esfuerzos por aprender otra lengua no solo por la brecha cultural, sino también por la presión del sistema evaluativo. La importancia que se le da a la evaluación, más que a la enseñanza, significa que quienes no han dominado el inglés tienen que hacerlo rápidamente o deberán sufrir las consecuencias. Mi servicio ofrece una manera particularmente rápida de “dominar” el inglés. Por su parte, los alumnos irremediablemente deficientes —un eufemismo, lo admito— batallan con la comunicación en general.

Habían pasado dos días desde la última vez que tuve noticias de la estudiante de negocios cuando una noche recibí catorce correos suyos en los que me daba más instrucciones para el ensayo, como por ejemplo: “pero por favor asegurate que halla unas buenas conecciones ente la revisión de las lectuiras y todo el capítulo y el benficio de mi ensayo. Por último que piensas tu del nivel de este trabajo? que resultados puedo obtenerlos?”.

Debo admitir que no entendí bien ese mensaje, el cual continuaba con una aclaración: “donde estás puedes recibir mis mensajes? Por favor pago mucho y no puedo yo reprobar estoy empesando a preocuparme bastante”.

Sus mensajes habían llegado entre las 2 a.m. y las 6 a.m. Una vez más, le aseguré que tenía todo bajo control. Era cierto. A estas alturas hay muy pocos desafíos académicos que me resulten intimidantes. Cualquier cosa que se te ocurra, me han pagado por escribir sobre ello.

Las órdenes de mis clientes son infinitamente diferentes pero, de una manera extraña, son todas iguales. Sin importar el tema, ellos necesitan saber que su trabajo está en manos capaces. Sería terrible pensar que tu tesis para graduarte de una universidad de prestigio está en manos de la ética y perspicacia de un vago de universidad pública. Así que una parte de mi trabajo consiste en ser lo que mis clientes quieren que sea. Cuando alguien me pregunta si tengo un doctorado en sociología, digo que sí. Cuando alguien me pregunta si tengo experiencia profesional en psicología industrial y organizativa, digo que sí. Cuando alguien me pregunta si he diseñado una máquina del tiempo eléctrica en perpetuo movimiento y si he documentado los resultados en alguna revista científica, digo que sí.

El tema, el grado, la universidad y el curso son aspectos irrelevantes para mí. Los precios se determinan por el número de páginas y por cuánto tiempo tengo para terminar el trabajo. Mientras no me pidan que haga cálculos matemáticos o que documente en video la cría de animales, escribiré lo que sea.

He completado un sinfín de cursos por internet. Los estudiantes me dan sus contraseñas y nombres de usuario para que pueda acceder a documentos clave o a exámenes en línea. Incluso he participado en discusiones semanales por internet con otros estudiantes del mismo curso.

Me he vuelto un experto en ensayos de admisión. Los he escrito para entrar a programas de licenciatura, maestría y doctorado, algunos en universidades de élite. Puedo explicar con exactitud por qué eres un buen candidato para la Universidad Brown, por qué el programa de maestría en administración de negocios de la Escuela de Negocios Wharton se beneficiaría con tu presencia, o cómo es que ciertas experiencias personales te han preparado para el rigor universitario de tu programa de elección. No quiero parecer insensible, pero no puedo decir con exactitud cuántas veces me han pagado por escribir sobre alguien que ayudó a algún ser amado en su lucha contra el cáncer. He escrito ensayos que podrían convertirse en películas protagonizadas por Meryl Streep.

Hago muchos trabajos para seminaristas. Estos estudiantes me agradan; parecen tan felizmente inconscientes de la inherente contradicción que hay en pagarle a alguien para hacer trampa en cursos sobre cómo “seguir el camino del Señor” y cómo proveer un modelo ético para que otros también lo sigan. Me han solicitado que escriba apasionantes condenas a la decadencia moral de Estados Unidos, ejemplificada por el aborto, el matrimonio homosexual o la enseñanza de la evolución. En general, podemos suponer que las autoridades clericales ven estos temas como una amenaza mayor que el plagio cometido por futuros curas.

En cuanto a los enfermeros de Estados Unidos, no temas, nuestras vidas están en buenas manos —pero manos incapaces de escribir algo. Los estudiantes de enfermería constituyen una de las bases de clientes más grandes de mi compañía. He escrito planes de trabajo, reportes sobre la ética en la enfermería y ensayos acerca de la importancia de esta para el futuro de la medicina. Incluso he escrito cursos sobre tratamientos farmacéuticos para pacientes que, espero, fueran hipotéticos.

Yo, que no tengo nombre, opiniones ni estilo, hasta ahora he escrito tantos ensayos, incluyendo informes legales, evaluaciones estratégico-militares, poemas, reportes de laboratorio, y sí, incluso ensayos sobre honestidad académica, que me es difícil determinar qué área de estudio está más infestada de trampa. Pero podría decir que el campo de la educación es el peor. He escrito ensayos para alumnos de programas sobre educación primaria, para estudiantes de educación especial y de cursos de capacitación de inglés como segunda lengua. He escrito planes de estudio para aspirantes a maestros de preparatoria y he sintetizado reportes a partir de las notas que los clientes han tomado durante sus observaciones en salones de clase. He redactado ensayos para aquellos que quieren ser administradores de una escuela, y he completado tesis para quienes están por convertirse en directores de un colegio. En la enorme conspiración que es el fraude estudiantil, la vanguardia de la comunidad de inteligencia está infiltrada por agentes dobles. (Futuros maestros de Estados Unidos: yo sé quiénes son).

Mientras la fecha de entrega del ensayo sobre ética en los negocios se aproxima, pienso en lo que me depara el futuro. Cuando acepto un trabajo así de largo, me da una extraña sensación física. Mi cuerpo me pregunta “¿estás seguro de que quieres hacer esto de nuevo? Sabes lo mucho que dolió la última vez. Sabes que esta estudiante va a estar contigo por mucho tiempo. Sabes que te vas a volver su contacto de emergencia, su consejero y su balsa salvavidas. Sabes que durante las cuarenta y ocho horas que le vas a dedicar a este trabajo todas tus funciones humanas cesarán excepto por teclear, que vas a googlear hasta que el término haya perdido todo significado, y que vas a tomar suficiente café como para avivar una revolución en algún pequeño país de Centroamérica”.

Pero entonces está el dinero, la sensación de que tengo que capitalizar las oportunidades, y hasta una pizca de emoción por saber si puedo hacerlo.

Y puedo hacerlo. No es imposible escribir un ensayo de setenta y cinco cuartillas en dos días. Pero es deprimente. No necesito muchas horas de sueño, y cuando estoy en una buena racha puedo escribir cuatro o cinco cuartillas por hora. Primero diseño las secciones del ensayo —introducción, planteamiento del problema, metodología, bibliografía, observaciones y conclusiones— cualesquiera sean las instrucciones. Luego empiezo a googlear.

No he ido a ninguna biblioteca desde que empecé a trabajar en la compañía. Amazon es muy generoso con las muestras de texto gratis. Si puedo encontrar aunque sea una página de un texto en específico, puedo armar con eso un reporte, deduciendo lo que no conozco de las opiniones de lectores y de las notas editoriales. El Google Scholar es una gran fuente de información que provee el resumen de casi cualquier artículo de revista. Y, por supuesto, está Wikipedia, que suele ser mi primera parada cuando trato con temas que desconozco. Claro que hay que verificar la información en otro lado, pero he tomado cientos de cursos intensivos de esta manera.

Después de reunir mis fuentes de información, extraigo líneas utilizables, las cito y las distribuyo en las secciones del trabajo. A lo largo de los años he perfeccionado mi forma de alargar ensayos. Puedo convertir una oración de cuatro palabras en una de cuarenta. Solo dame una frase de un párrafo que puede ser citado y produciré dos páginas de pesada explicación. Puedo decir en diez cuartillas lo que una persona normal diría en un párrafo.

También tengo una biblioteca en mi cabeza llena de frases académicas: “Un detallado estudio de los eventos ocurridos en _______ durante _______ demuestra que _______ ha entrado en una fase de cambio cultural, económico y social generalizado que definirá _______ las siguientes décadas”. Llene los espacios en blanco con las palabras dadas por el profesor en las instrucciones del trabajo.

¿Qué tan bueno es el resultado a partir de este proceso? Depende —del día, de mi humor, de cuántos ensayos más esté escribiendo. También depende del cliente, de sus expectativas y del grado en que el trabajo hecho supere sus habilidades. Nunca edito mis textos. De esa manera tengo menos solicitudes de clientes para que lo haga de “peor calidad”. Algunos de mis trabajos son excelentes. Otros, no tanto. La mayoría de mis clientes no tiene la capacidad para notar la diferencia, lo que probablemente quiere decir que en casi todos los casos el trabajo es mejor que lo que ellos podrían haber hecho. He tenido clientes que incluso me han agradecido por ser lo suficientemente listo como para insertar dedazos. “Muy buen toque”, me dicen.

He leído suficiente material académico para saber que no soy el único artista estafador ahí afuera. Pienso en cómo a Dickens le pagaban por palabra y cómo, por consiguiente, Casa desolada es… bueno, seamos diplomáticos y digamos que exhaustiva. Dickens es mi modelo a seguir.

Entonces ¿cómo es que alguien se vuelve un escritor de ensayos por encargo? La historia de cómo me involucré en esto puede ser instructiva. Se trata, en su mayor parte, de la tremenda decepción que me esperaba en la universidad.

Mi disgusto por el horario tempranero y por la naturaleza tan reglamentada de la preparatoria era atenuado por la promesa de la comunidad educativa que le seguía, con su libre intercambio de ideas y acceso a grandes mentes. Cuán desalentador fue darme cuenta de que la universidad era solo otro lugar donde las calificaciones se gorroneaban, donde la competencia restaba importancia al desarrollo personal y la amenaza de reprobar era utilizada para estimular el aprendizaje.

A pesar de que la experiencia universitaria no estuvo a la altura de su tan alabada reputación, sí me llevó adonde me encuentro ahora. Crecí en una familia de clase media alta pero fui a la universidad en un barrio pobre. Allí encajé muy bien: después de pagar la colegiatura, me quedé sin un centavo. No tenía más que un plan de comidas y la computadora de mi compañero de cuarto. Pero estaba determinado a ganarme la vida escribiendo, y, más que nada, a pasar esos años extremadamente caros aprendiendo a hacerlo. Cuando terminé mi primera novela, entre el segundo y el penúltimo año de la carrera, contacté al Departamento de inglés para proponer la creación de una materia independiente sobre edición y publicación. Me recibieron como si fuera un enfermo mental. Me dijeron: “No hay nada como eso aquí”. También me dijeron que podía regresar a las aulas, tomar mis clases y hacer los exámenes de opción múltiple hasta que me graduara.

Sin embargo, las clases no me importaban mucho. Dormía hasta tarde y pasaba el resto del día trabajando en mis propios asuntos. Entonces algo curioso sucedió. Ahí estaba, rogándole a cualquiera con autoridad que tomara en serio mi trabajo, pero fueron mis compañeros quienes lo hicieron. Notaron mis habilidades y la gran cantidad de tiempo libre que tenía. Notaron un valor que la universidad ignoró.

Resultó ser que mis flojos, adictos a los ansiolíticos y alcohólicos compañeros estaban encantados de pagarme para que escribiera sus ensayos. Y yo estaba encantado de tomar su dinero. Imagina que eres un estudiante atormentado por el precio de los boletos de estacionamiento de la facultad y una falta de confianza en ti mismo cuando el típico miembro de una fraternidad estudiantil te ofrece efectivo para que escribas sobre Platón. Hacer ese trabajo era pan comido. La noticia de mis servicios se difundió rápidamente, sobre todo entre las fraternidades. Muy pronto me encontraba recibiendo llamadas de extraños que querían que escribiera para ellos. ¡Era un escritor!

Casi una década después, estudiantes —no editores— vienen de todas partes a buscarme. Me gano la vida trabajando muy duro. Soy amable con la gente. Pero entiendo que, en términos simples, soy el malo del cuento. Sé que soy vulnerable ante el escrutinio ético.

Pero culparme es muy fácil. ¿Por qué prospera mi negocio? ¿Por qué tantos estudiantes prefieren hacer trampa a hacer su propio trabajo? Digan lo que quieran de mí, pero yo no soy la razón de que sus estudiantes hagan trampa.

¿Saben qué es lo que nunca ha pasado? Nunca he tenido un cliente que se haya quejado de haber sido expulsado de la escuela, de que la originalidad de su trabajo haya sido cuestionada o de haber sufrido alguna medida disciplinaria. Hasta donde yo sé, ninguno de mis clientes ha sido descubierto.

Con solo dos días restantes, finalmente estaba listo para emprender el trabajo sobre negocios. Apagué mi celular, me encerré en mi oficina y me adentré en el purgatorio de embutir toda la supuesta educación de un estudiante en un solo fin de semana. Intenta hacerlo alguna vez. Después de la vigésima hora de trabajo en un solo tema, tienes una experiencia casi extracorporal.

A mi cliente le encantó mi trabajo. Me dijo que iba a mostrarle el capítulo a su tutor y que después me contactaría para decirme cuáles serían los siguientes pasos. Transcurrieron dos semanas, tiempo tras el cual dicho ensayo se convirtió en un recuerdo distante, oscurecido por los cientos de cuartillas que había escrito desde entonces. Un miércoles por la tarde recibí el siguiente correo electrónico: “Muchas gracias por el capítulo que es muy bueno el prefesor le gusta pero quiere las siguentes sugerensias qué piensas?: ‘La hipótesis es interesante pero me gustaría que fuera un poco más centrada. Elige una conexión específica e intenta demostrarla’. Qué debieramos decir?”.

Esto sucede mucho. Me pagan por encargo, pero con trabajos más largos, los estudiantes empiezan a verme como a un orientador educativo. Ella me pagó por escribir una respuesta de una sola página a su profesor, y luego me pagó para que revisara su ensayo. Hice cada uno de los trabajos, guardando el tono que la estudiante había establecido y manteniendo la fachada de aptitud desde algún lugar invisible muy por debajo de la torre de marfil.

El ensayo de setenta y cinco cuartillas sobre ética en los negocios finalmente se convirtió en una tesis de posgrado de ciento sesenta páginas, de la cual cada palabra había sido escrita por mí. No puedo recordar el nombre de mi cliente, pero es el nombre que tiene mi trabajo. Colaboramos por meses. Como con muchos otros temas que abordo, la conexión entre las prácticas no éticas de los negocios y la liberalización comercial se convirtió en un trasfondo de mi día a día.

Así que, claro, pueden imaginarse mi emoción cuando recibí las buenas noticias: “Muchas grasias por tuayuda ahora puedo voy a graduarme”.  ~

Traducción de Andrea Sánchez Grobet

* Texto originalmente publicado en The Chronicle of Higher Education, el 12 de noviembre de 2010, firmado con el seudónimo Ed Dante.

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DAVE TOMAR es escritor y periodista musical. Es autor del libro The Shadow Scholar: How I Made a Living Helping College Kids Cheat (Bloomsbury USA, 2013).

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