El derecho de vivir en paz y La Wiphala: símbolo de liberación

El neoliberalismo en México se caracterizó por la hegemonía de la relación con Estados Unidos a costa de descuidar la historia social y política en común con América Latina. Esta crónica busca describir literaria y periodísticamente el viraje de México hacia el Sur en un lapso de dos meses, entre octubre y diciembre del 2019.

Texto de 22/12/20

El neoliberalismo en México se caracterizó por la hegemonía de la relación con Estados Unidos a costa de descuidar la historia social y política en común con América Latina. Esta crónica busca describir literaria y periodísticamente el viraje de México hacia el Sur en un lapso de dos meses, entre octubre y diciembre del 2019.

Tiempo de lectura: 10 minutos

Aquí pueden leer la primera parte de esta crónica.

El derecho de vivir en paz

Ellas y ellos no eran más de 30 a eso de las cuatro de la tarde en la Plaza de las Tres Culturas. 

Una niña sujetaba un pincel ayudada por su mamá, quien junto con otros cuatro o cinco jóvenes terminaban una manta multicolor, mientras unos músicos ensayaban sus acordes al pie de la Estela a las Víctimas de la Matanza del dos de octubre de 1968. No les importaba ser vigilados por la siniestra figura de Gustavo Díaz Ordaz, pintada en un grafiti sobre una de las paredes del conjunto habitacional Tlatelolco.

No eran mexicanos, sino chilenos residentes en México, solidarizándose con sus compatriotas perseguidos por milicos y pacos, es decir soldados y carabineros, tras la declaratoria de estado de emergencia ante la movilización social desencadenada por el aumento en la tarifa del metro de Santiago. 

“Estamos en guerra,” había dicho el presidente Sebastián Piñera.

Nuestros chilenos vivieron el final de octubre luchando por hacerse visibles desde la CDMX. Primero se manifestaron un domingo al mediodía sobre la plancha del Zócalo, entre las blancas carpas de la Feria Internacional del Libro, y después organizaron marchas partiendo de un Ángel de la Independencia amurallado tras el tapial de madera luego del paso de la controversial marcha feminista, y de un Hemiciclo a Juárez cuyos mármoles todavía lucían intocados. Asimismo, hubo cacerolazossobre la banqueta de la calle Andrés Bello en Polanco, sede de la embajada chilena, a donde arribó la cantante Mon Laferte, cuyos senos se harían virales en Twitter cuando en la alfombra roja de los Latin Grammy ella mostró la leyenda escrita en el torso desnudo: “EN CHILE TORTURAN, VIOLAN Y MATAN”. 

Volviendo a Tlatelolco, la manta multicolor recibía los últimos toques: la yerba mate que alguien llevó se cebaba sorbo a sorbo, los micrófonos eran conectados, las cámaras tomaban fotos. Y las gargantas iban calentándose en el desfile de sonrisas de quienes se reúnen para resistir juntos.

Cuando la manta quedó lista su mensaje era claro: “No estamos en guerra.” Conforme subía la armonía de guitarras, trompetas, un saxofón, un acordeón y un bombo con sus platillos, aparecían otros mensajes: “Arriba los que luchan,” “#ChadwickAsesino,” “No + Represión Militar,” “Piñera, escucha, ándate a la chucha,” “Basta de privatización: a recuperar nuestros derechos y recursos naturales,” “No más violaciones a niñas y mujeres: devuélvanse a los cuarteles.” 

Alguien sacó una cartulina que decía: “Hermanos chilenos: los mexicanos de izquierda (chairos) estamos con ustedes”, y otro más alzó otra manta con la leyenda: “No + AFP.”

Entonces, la voz de Francisco, aquel chileno que me reveló la situación de su tierra mientras caminábamos por la avenida Allende de La Habana, se escuchó de nuevo:

Las AFP son algo muy fome.Es el sistema de jubilaciones que impusieron con la constitución y AFP son las siglas de Administradoras de Fondos de Pensiones. Des-cotización obligatoria e individual: no podí retirar tus ahorros y te sacan el diez por ciento de tu sueldo y al final te entregan una miseria. Al principio la gente podía escoger entre AFP o el sistema antiguo IPS que era un reparto colectivo. Mi mamá se quedó con el IPS y mi papá cambió a AFP, considerando también que en aquel tiempo todo lo pintaban re lindo y re bacán. Hasta el periódico hegemónico en Chile, El Mercurio, publicó: CHILENOS SE PENSIONARÁN CON 100% DE SU SUELDO EN 2020.

En México copiamos el modelo chileno, respondí. Se llaman Afores. Pero honestamente llevo años en el mercado laboral y en ninguna de mis chambas, o pegas,como les llaman ustedes,me han contratado formalmente. O sea que estoy de la chingada, traducción, pa’l pico.

Yapo, es que en Chile las pensiones están determinadas por la precarización del trabajo: educación cara, deudas grandes, salarios bajos. Se ahorra poco. Estando en el sector privado tú trabajai un tiempo y luego te mandan a la cresta. Y volvemos a la constitución, porque ni educación ni trabajo ni salud están consignados como derechos; más bien son bienes de consumo por los cuales tú pagai. Igual la universidad privada en la que estuviste en Viña es de élite, pero hay cientos de universidades privadas ofreciendo las mismas carreras saturadas, como geología o ingeniería comercial, generando profesionales cesantes o cesantes ilustrados. Así pasai los años pegándote con un palo.   

La voz de Francisco paró abruptamente.

Los chilenos de Tlatelolco, ahora más de 50, comenzaron a corear al unísono la canción ensayada por sus músicos. Se trataba de “El derecho de vivir en paz,” del legendario cantautor Víctor Jara quien murió torturado en la penumbra de un túnel del Estadio Nacional en 1973. Sin embargo, apenas sonó la primera trompeta, Jara volvió de entre los muertos sonriendo y sujetando su guitarra:

Cortesía del autor

El derecho de vivir
Poeta Ho Chi Minh
Que golpea de Vietnam
A toda la humanidad
Ningún cañón borrará
El surco de tu arrozal
El derecho de vivir en paz

Tío Ho, nuestra canción
Es fuego de puro amor
Es palomo palomar
Olivo del olivar
Es el canto universal
Cadena que hará triunfar
El derecho de vivir en paz

Tlatelolco estaba convertido en una suerte de Plaza Italia, hoy día rebautizada Plaza de la Dignidad en Santiago. Pero, si bien Chile se escuchaba en la música, los acentos y las palabras, pensé que Chile casi que no podía verse en símbolos gráficos. Y es que sólo había cuatro banderas en toda la manifestación: la de Chile, la de México, y dos más que costaba reconocer.
La voz de Francisco volvió a escucharse:
“Conozco la constitución de 1980 porque la estudié para mi tesis. El título era Pueblo Mapuche: Violencia Política o Terrorismo.” Los mapuches, los indígenas originarios, no tienen reconocimiento constitucional de modo que, Francisco explicaba, sus tierras han sido botín para hidroeléctricas, mineras, constructoras de carreteras, salmoneras y otras industrias extractivistas. Encima existe una ley de seguridad del Estado usada para criminalizarlos diciendo que son terroristas ¿cachai?


Cortesía del autor

Sí, ahora cacho:

Una de las dos banderas que costaba reconocer era la bandera de los mapuches. Francisco lo confirmó vía WhatsApp: “La bandera mapuche es una expresión de lucha y de resistencia.” 

La otra bandera era la hermosa Wiphala, cuyo significado lo escuché de boca de Evo Morales a fines de noviembre, cuando la UNAM se convirtió en una parte de Sudamérica: Cochabamba o el Altiplano boliviano.

La Wiphala: símbolo de liberación

Alberto Fernández —que pocos días después asumiría el cargo de Presidente de Argentina— estuvo en el Anfiteatro Simón Bolívar del Antiguo Colegio de San Ildefonso invitado por la Universidad Nacional Autónoma de México, y su conferencia dejó dos grandes lecciones. Soltó la primera al sugerir que el Peronismo fue el nombre de la revolución social en Argentina: “Un día llegó Perón al poder y dijo que las universidades debían ser gratuitas para permitir que los hijos de los trabajadores se convirtiesen en doctores.” Yo defiendo la educación pública y ustedes no saben cuán feliz soy de estar en la UNAM, modelo de universidad para América Latina, remató entre aplausos de argentinos y mexicanos.

La segunda lección, muy útil de cara al encuentro con Evo en el Centro Cultural Ollin Yoliztli, fue que los eventos abiertos al público con políticos internacionales tienen una gran concurrencia: hay que llegar temprano para alcanzar lugar.

 Así, pasé una hora de pie por todo Insurgentes Sur antes de bajar en Periférico Sur. A través del cristal del metrobús el cielo claro y el sol otoñal dotaban al Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria de cierta belleza que fugazmente calmó la ansiedad de si podría verte o no. Verte a ti, el legendario indio boliviano de mi viejo libro de historia contemporánea de Latinoamérica, cuyo rostro y cuya voz son los de indios emancipados y cholitas con sus polleras rompiendo las cadenas del racismo y el clasismo que siguen sometiendo las mentes de varios.

Llegué a tiempo a la fila. Recibí un boleto y una hoja con el programa del “Diálogo con el primer presidente del Estado Plurinacional de Bolivia.” Respiré aliviado.

Más de mil asistentes llenaron la sala Silvestre Revueltas y estallaron jubilosos cuando apareciste acompañado de tu ministra de salud, Gabriela Montaño, y de tu vicepresidente, Álvaro García Linera. ¡Presidente! ¡Presidente! ¡No estás solo! ¡No estás solo!

ALERTA, ALERTA, ALERTA QUE CAMINA

LA ESPADA DE BOLÍVAR PARA AMÉRICA LATINA


Cortesía del autor

“Los mapuches, los indígenas originarios, no tienen reconocimiento constitucional de modo que, Francisco explicaba, sus tierras han sido botín para hidroeléctricas, mineras, constructoras de carreteras, salmoneras y otras industrias extractivistas. Encima existe una ley de seguridad del Estado usada para criminalizarlos diciendo que son terroristas ¿cachai?”

Jóvenes del Sistema de Becas para Estudiantes Indígenas y Afrodescendientes de la UNAM, procedentes de pueblos originarios de Milpa Alta y Xochimilco, y zapotecas de la sierra sur de Oaxaca, te dieron la bienvenida en sus lenguas. El poeta nahua Mardonio Carballo, como el Nezahualcóyotl de los billetes de 100 pesos, aludió al canto del cenzontle abrazándote y entregándote los saludos de su padre, dijo: “Vas a ver a ese Evo: dile que se cuide, dile que hizo bien en salir de su país y venir a México. Dile que lo queremos bien y lo queremos con vida.”

Quiero decirles, hermanas y hermanos, así comenzabas tu discurso. El movimiento indígena originario ha construido un movimiento político de liberación del pueblo boliviano… Pero de pronto fuiste interrumpido cuando de las alturas de la sala bajaron gritos, ataques y abucheos. Era una docena de personas. Te acusaban de hacer fraude electoral. Negaban que la intervención de las fuerzas armadas por la cual se derramó sangre civil fuera un golpe de estado.

¿Hasta dónde llegarían? 

¿Qué pasaría si de la confrontación verbal pasaban a la confrontación física? 

Espontáneamente, de las filas próximas al estrado saltaron unas diez mujeres agarrándose de las manos las unas con las otras: formaron un cinturón de paz a tu alrededor hasta que aquel grupo se marchó por la puerta de atrás. La calma volvió lentamente.

“EVO ES RECIBIDO ENTRE ABUCHEOS DE LA GENTE”, titularon los medios de comunicación de la “esquina de la información” en Paseo de la Reforma, de la Avenida Chapultepec y del suburbio de Doral en Miami, Estados Unidos.

“Estos son los golpes que vivimos cada día de parte de la derecha-racista-fascista, para que sepan, hermanos de México. Eso no nos asusta: hemos soportado los indígenas más de 500 años esta clase de agresiones. En el pasado, durante la colonia. Amenazados del exterminio, discriminados, marginados. Políticamente oprimidos, culturalmente alienados, económicamente explotados, saqueados nuestros recursos naturales.”

Escuchándote hablar, se me ocurrió que, como la parábola del trigo y la cizaña, México y Bolivia comparten la semilla buena de lo autóctono que el enemigo de la historia quiso estropear añadiéndole la cizaña racista durante las largas noches del colonialismo y de esa flagrante contradicción moderna que es la democracia de élites. Trigo y cizaña han crecido juntos, pero intentar extirpar la cizaña por la fuerza, advierte la parábola, conlleva el riesgo de matar el buen retoño y perder toda la cosecha. Se necesita permitir que el trigo madure a medida que futuras generaciones puedan arrancar la cizaña y hacerla arder el día de la siega.

Tú continuaste tu relato empuñando tu mano izquierda, lanzando miradas penetrantes, como de majestuoso cóndor posado en las cumbres de los Andes.

“Hermanas y hermanos: algo que no me perdonan con este golpe de estado fue que hicimos cambio. El año 1985, cuando empezaba el neoliberalismo, ¿qué decía el presidente de entonces? ‘Bolivia se muere.’ Yo no podía entender: ¿cómo Bolivia se va a morir? ¿Saben, hermanas y hermanos? Este año ganamos en la primera vuelta con 648 mil votos.
No nos perdonan, hermanas y hermanos, nuestras políticas económicas. ¿Qué comentan? ‘¿Cómo un indio, los movimientos sociales, pueden nacionalizar los recursos y cómo pueden cambiar Bolivia?’ Y cuando los movimientos sociales, con una administración eficiente, acompañada con profesionales por supuesto, patriotas convencidos de la clase media, como el compañero Álvaro García Linera, hemos demostrado que Bolivia no se muere. Bolivia tiene mucha esperanza. Vuelvo a demostrarles cómo los indios gobernamos mejor que esos estudiosos que vienen del Harvard.”


Cortesía del autor

En tu discurso, casi no existe el ‘Yo,’ sino el ‘Nosotros,’ pensé.

Te diriges siempre a un sujeto colectivo (‘Hermanas y hermanos’) desde otro sujeto colectivo (‘el movimiento indígena,’ ‘el pueblo boliviano’). Sin embargo, usaste el ‘Yo’ dos veces: describiendo cómo saquearon e incendiaron la casa de tu hermana y reconociendo que en tu juventud no pudiste ir a la escuela.

La mirada férrea del cóndor se convirtió en los ojos inocentes de un niño del campo. Tu puño se abrió suavemente.

“Yo no soy experto en temas económicos: aprendí gracias a nuestros profesionales. No me arrepiento, hermanas y hermanos. Por razones económicas, sociales, no tengo formación académica. Pero, como decía un joven: uno aprende de las calles, uno aprende de la miseria, uno aprende del sufrimiento. Del sufrimiento viene un sentimiento de liberación, un pensamiento de liberación.”

Algunos días después de verte, en vísperas del uno de diciembre, en una habitación improvisada como sala de estudio, yo estaba junto con unos 10 jóvenes mexicanos en charla con la periodista independiente Alina Duarte. Ella volvía de un viaje trayéndonos noticias de Chile: “Cuando pienso en esta frase, ‘Hay que hacer las cosas sin miedo,’ la definición son los chilenos quienes hoy se enfrentan a los carabineros cuerpo a cuerpo: más de 230 han perdido la visión total o parcialmente. Gustavo Gatica, de 21 años, quien estaba fotografiando las protestas, le dispararon con perdigones en ambos ojos y los perdió.”

Mientras escuchaba, detrás mío se oían susurros.

Resultaron ser dos bolivianos asilados en México, quienes, una vez terminada la charla, nos contaron su verdad a condición de preservar sus anonimatos por razones de seguridad.

Su relato profundizaba el tuyo: campesinos y obreros habían salido a las calles haciendo frente al grupo opositor que alegó fraude electoral pero que exhibía tácticas paramilitares: capuchas, motocicletas, cadenas, cocteles molotov. Un día, más de diez mil mujeres se manifestaron en favor tuyo y los medios distorsionaron aquello: MASIVA MARCHA FEMENIL CONTRA EL EVO. El día que policías y soldados comenzaron a apalear cholitas cogiéndolas de la pollera supieron que no había marcha atrás: las fuerzas armadas se habían amotinado. No sólo han torturado y masacrado, dijeron los dos bolivianos, también han quemado Wiphalas que son ya distintivo internacional de la lucha contra el fascismo.

Y, en ese momento, fue tu voz hablando en la UNAM la que se escuchó como antes ocurrió con la de Francisco hablando en La Habana:

“Finalmente ofenden a nuestra Wiphala, símbolo originario-milenario que es parte de Tahuantinsuyo. En la nueva constitución la incorporamos como símbolo patrio. Respetamos la bandera boliviana, pero a la bandera boliviana la han cambiado tres veces. La Wiphala nunca se ha cambiado: es el símbolo de integración, de rebelión, de sublevación por la liberación del movimiento indígena y del pueblo boliviano. Tanto soportamos, hermanas y hermanos. Ni se imaginan. Pero el movimiento indígena nunca ha sido rencoroso, nunca ha sido vengativo.”

Las cuatro banderas de Tlatelolco por fin tenían identidad: México, Chile, la nación Mapuche y la Wiphala.

El domingo uno de diciembre de 2019 la sudamericanización de México se confirmó en un Zócalo repleto y bajo un sol cayendo a plomo en el primer aniversario de la 4T. La cuarta transformación acabó por transformar incluso a Andrés Manuel López Obrador, quien por años eludió hablar de América Latina bajo el mantra de que la mejor política exterior es una buena política interior. Esta vez, ante la mirada cómplice y traviesa del expresidente uruguayo José Mujica como invitado de honor, AMLO habló: 

“Que se escuche bien y que se escuche lejos: Evo no sólo es nuestro hermano que representa con dignidad al pueblo mayoritariamente indígena de Bolivia. Evo fue víctima de un golpe de estado. Y desde México para el mundo sostenemos: democracia sí, militarismo no.”

El México sudamericanizado en tiempos de la 4T es ahora escenario para la historia sin fin de nuestra Patria Grande, desde Tijuana hasta el estrecho de Magallanes más allá de fronteras arbitrarias y de nacionalidades inciertas e ilusorias, como dijo Ernesto Guevara en Perú antes de transformarse en el Che. Y para mí, todo comenzó con un ¿cómo estai? en La Habana que resultó ser una premonición con acento chileno,mientras se me pasaba el mareo de aquel tabaco tan pesado, tomándome una cerveza y hablando de fútbol, de Alexis, de Vidal y de La Roja. EP.

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