¿Qué es lo contrario al soberbio mansplaining? María Antonieta Mendívil acuña el término de childsplaining, que “no sería más que el descubrimiento fascinante, desde la “mente absorbente” de la niñez, de esas verdades o evidencias que están ahí listas para ser percibidas.”
El childsplaining o la oportunidad de otros futuros
¿Qué es lo contrario al soberbio mansplaining? María Antonieta Mendívil acuña el término de childsplaining, que “no sería más que el descubrimiento fascinante, desde la “mente absorbente” de la niñez, de esas verdades o evidencias que están ahí listas para ser percibidas.”
Texto de María Antonieta Mendívil 26/08/20
¿Existe el childsplaining? Estoy segura de haberlo descubierto durante este confinamiento, en que he tenido la fortuna de pasar más tiempo con mi hija de ocho años.
Y creo que durante la pandemia se han hecho más patente estas explicaciones asertivas de niños y niñas, sobrepuestas sobre las convenciones de la adultez, justo porque el confinamiento ha generado, entre hijas, hijos, madres, padres y cuidadores, un espacio de verdad. Y si acaso nuestra generación marcará en la historia un salto cualitativo, será la instauración de la verdad intergeneracional: si en los años sesenta, la infancia sufrió un cambio en el sistema de valores, si en los ochenta las niñas y los niños irrumpieron socialmente como un grupo poblacional protagónico, en estos tiempos de pandemia habremos ganado un espacio compartido en la verdad.
Como madres (y padres y cuidadores) siempre hemos escondido piadosa y selectivamente una parte de la realidad. Concretamente en México hemos ocultado —parcial o totalmente— la inmersión del país en la realidad del narcotráfico, del tráfico y la trata de personas, de desapariciones forzadas, de feminicidios, de fosas comunes repletas de cuerpos despedazados.
Pero en esta tragedia no hemos podido negar ni invisibilizar la realidad bajo ninguna alfombra, ni con ninguna escapada al cine, ni con el encandilamiento de las luces navideñas. La pandemia está aquí, confinándonos, poniendo distancia entre miembros de una misma familia, con amistades, con maestras y maestros, con la simple vida cotidiana en sus rincones e itinerarios infaltables los fines de semana o al terminar las clases.
Está ahí el lavado constante de manos, el gel antibacterial, el cubrebocas, la sana distancia, la escolarización desde casa, el trabajo desde casa, las crisis económicas, las depresiones, la soledad, los muertos, los enfermos, los desahucios económicos.
Y nada podemos hacer por edulcorar esa realidad. Ahí está y tenemos que hablar con nuestras niñas y nuestros niños de lo que es una pandemia, los riesgos, los cuidados, por qué estamos confinados y cómo mantener ese resguardo implica un acto de solidaridad para no ser factor de contagio para los demás.
Este espacio de verdad compartido es un hito. Un quiebre histórico en el continuo familiar y social.
Es una sacudida del verdadero sentido de la educación, de la relación entre madres, padres, cuidadores, hijos, hijas. Porque no se trata de una realidad que tengamos que reencauzar. Se trata de una realidad que siempre estuvo ahí, y ante la cual siempre debimos actuar como ahora.
Y de alguna manera, ante esa necesidad, nos habíamos inventado estrategias artificiales y efímeras, como “un día en la oficina de mamá o papá”, “papá o mamá visitan la escuela y nos cuentan en qué trabajan y qué hacen”, o los proyectos sombra entre becarios y mentores.
No hay proyecto sombra más efectivo y completo que éste en el que estamos: cada miembro de la familia compartiendo en el mismo espacio los quehaceres, los conflictos laborales, las dificultades de los respectivos oficios o del desarrollo escolar; todo concentrado en el día a día, a veces en la misma mesa de trabajo; todas las voces yuxtapuestas. No hay lugar para los heroísmos: los yerros, las omisiones, las debilidades, el desánimo, los fracasos, los miedos, la fragilidad; todo queda expuesto sobre la mesa, en un espacio de verdad.
Otro espacio de verdad es la oportunidad única de convivir varias generaciones cada hora de cada día de cada semana de cada mes.
María Montessori decía que el niño es el constructor del hombre. El childsplaining no sería más que el descubrimiento fascinante, desde la “mente absorbente” de la niñez, de esas verdades o evidencias que están ahí listas para ser percibidas. No es un acto de rebeldía, no es un acto de soberbia al querer imponer una verdad subestimando al interlocutor (como sucede con el mansplaining). Es el arrobamiento ante el descubrimiento de la vida.
Tenemos ante nosotros esa condición educadora que Natalia Ginzburg recomienda en Las pequeñas virtudes (Acantilado, 2002): “es preciso que nos revelemos en este diálogo tal cual somos: imperfectos, confiados en que ellos, nuestros hijos, no se nos parezcan, que sean más fuertes y mejores que nosotros”.
Si niñas y niños son constructores de las personas que serán, si las personas adultas estamos en perenne construcción, es más natural encontrarnos, dialogar y entendernos intergeneracionalmente.
Estamos inmersos en una sociedad que se reúne en espacios virtuales para hablar, pero que no está dialogando. Porque nadie acude a ese diálogo pensando que su visión está inacabada y se va a completar de una mejor manera al entrar en contacto con las otredades que parten de esa misma visión inacabada y mejorable. Por eso hay tanta desesperanza. Porque la falta de diálogo no da claves para el futuro.
La pandemia nos ha llevado a un estadio oscuro, a una sensación de callejón sin salida, a un calabozo. Pero no podemos permitirnos como padres y madres cancelar la reimaginación del futuro. Desde un espacio de verdad, sin ficciones, porque “las ficciones son siempre deseducadoras”, dice Ginzburg.Desde ese lugar, nuestros niñas y niños se nos seguirán revelando como exponentes del childsplaining, y cada vez que sobrepongan sus explicaciones a nuestras verdades inacabadas, estaremos alentando diálogos, reimaginando futuros, abrazándonos a la vida a pesar de las realidades, en espacios de confianza y verdad. EP
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