Cantantes célebres que mueren antes de tiempo hay muchos. Sólo este año se han ido, ni más ni menos, Prince y David Bowie. Cantantes célebres que mueren antes de tiempo justo el día en que se transmite el último episodio de la serie sobre su vida, sólo hay uno: Juan Gabriel. No hay duda de […]
Drama en series: Hasta que te conocí (la historia jamás contada)
Cantantes célebres que mueren antes de tiempo hay muchos. Sólo este año se han ido, ni más ni menos, Prince y David Bowie. Cantantes célebres que mueren antes de tiempo justo el día en que se transmite el último episodio de la serie sobre su vida, sólo hay uno: Juan Gabriel. No hay duda de […]
Texto de Ernesto Anaya Ottone 24/11/16
Cantantes célebres que mueren antes de tiempo hay muchos. Sólo este año se han ido, ni más ni menos, Prince y David Bowie. Cantantes célebres que mueren antes de tiempo justo el día en que se transmite el último episodio de la serie sobre su vida, sólo hay uno: Juan Gabriel. No hay duda de que todo ser humano está ligado a un destino, pero el destino de Alberto Aguilera Valadez fue realmente excepcional: uno entre todos. Sus últimos quince años de vida estuvieron plagados de problemas de salud (depresión, hipertensión, diabetes, neumonía y cáncer en el intestino). Sin embargo, ofrecía un concierto tras otro, shows larguísimos de más de cinco horas; porque ser admirado era su único soporte emocional: no los hijos; menos una familia que nunca tuvo.
Ya en 2014 vivió la antesala de lo que sería su muerte: al final de una presentación en Las Vegas fue internado de urgencia con un cuadro de neumonía. Dijo en una entrevista a TVNotas: “la muerte duerme en mí; cuando yo muera, ella despertará”. En 2014 la muerte no despertó, pero tuvo el sueño demasiado ligero, lo que llevó a Juan Gabriel a autorizar la realización de la serie dramática que contaría su vida. Había dicho “no” durante siete años, y al darse cuenta de que ya no le quedaban otros siete, dio el paso. Además, se convirtió en productor de la serie, lo que le permitió acelerar el proceso con el afán de presenciar el único homenaje que le faltaba. En tan sólo un año, un ejército de casi tres mil personas reconstruyó la trágica, angustiosa y azarosa vida de Juan Gabriel en trece episodios de cuarenta y cinco minutos cada uno. La presión del tiempo incidió en el resultado final. Cuando se tiene la obligación de hacer a la brevedad algo difícil, no queda más remedio que hacerlo de manera fácil; y “fácil” fue el arma (el criterio) con el que guionistas, productores y director salieron a cazar una historia compleja, una historia que en los tiempos de Esquilo o Sófocles hubiera dado para una tragedia del calibre de Edipo rey o Medea. Si se observa con detenimiento, Juan Gabriel podría ser el anti Edipo: con una madre (Victoria) a la que es imposible amar, mientras que el padre (Gabriel) al que nunca conoció, y que murió en un manicomio, es amablemente integrado en el seudónimo. Victoria podría ser Medea en Parácuaro: la mujer que desprecia los intereses familiares por un amor (rechaza a un joven hacendado que la pretendía y se casa con el humilde Gabriel, hecho que provoca la depresión y muerte de la madre); más tarde, la Medea de Parácuaro intentará vender al último de sus hijos, a quien finalmente abandonará. El escenario de tragedia griega en un entorno miserable es algo que, por desgracia, sucede en miles de hogares latinoamericanos todos los días y que arroja al mundo seres desdichados, desesperados, dispuestos a cualquier cosa. Juan Gabriel padeció hasta el martirio todo tipo de violencia y humillaciones desde su más tierna infancia. Fue la encarnación misma de lo que en términos dramáticos se conoce como pathos, dicho ampliamente: todo aquello que padece (recibe) un personaje en términos biológicos y culturales, en este caso la indiferencia materna, el abandono, la homofobia, el hambre, el fracaso, la soledad, la cárcel. Son pruebas insuperables, y el hecho de que un ser delicado como él las haya enfrentado y las haya convertido en algo luminoso y artístico lo asciende, en términos dramáticos, a la calidad de héroe.
En su célebre libro El héroe de las mil caras, Joseph Campbell define al “héroe” como ‘el campeón, no de las cosas hechas, sino de las cosas por hacer’, y agrega: “la primera misión del héroe es retirarse de la escena del mundo de los efectos secundarios, a aquellas zonas causales de la psique que es donde residen las verdaderas dificultades, y allí aclarar dichas dificultades (o sea, presentar combate a los demonios infantiles)”. El retiro del mundo es lo que sufre Juan Gabriel en el internado de menores, en el breve exilio en las comunidades negras de California y, finalmente, en la cárcel. Cuando el héroe no tiene nada ni nadie que lo sostenga, entonces se sostiene a sí mismo, y al hacerlo (en este caso, aferrado a un cuaderno rojo en el que escribe canciones) se vuelve invencible. El héroe mítico es la figura dramática en la que encaja Juan Gabriel, y esto tiene implicaciones a la hora de construir el personaje para la dramatización.
En primer lugar, el heroísmo no se alcanza sino que se cumple; es un asunto que tiene que ver con el destino (la dimensión jurídica de la historia, su deber ser). El destino es una fuerza ineludible que guía la vida de un ser a un fin. Cuando se trata de un personaje, esa fuerza ineludible la encontramos en la identidad o tipo que éste encarna. Definir con precisión la identidad del sujeto que interviene en la historia nos permite aclarar lo que debe hacer el personaje y cómo debe hacerlo. El tipo que encarna Juan Gabriel es el “redentor”. El pathos pasa por él y se convierte en eros, en canción, en contoneo y alarido; un eros, además, en franca resistencia cultural, porque en la era de Queen, de Pink Floyd, de Yes, de los Bee Gees y de Jarre, el eros que Juan Gabriel encarna y sostiene es la música vernácula mexicana: la ranchera, el mariachi, la balada popular. En todas ellas revitalizó el género, reflejando el sentimiento de un pueblo que asume el placer como hijo del dolor. Eros —el placer— y Tánatos —el dolor— coinciden, conviven en la figura de Juan Gabriel, en santificado equilibrio. No en vano adopta dos nombres: por un lado Juan (el que le enseñó música, el placer de crear), y por el otro, Gabriel (el anormal, el peligroso, el que tiene que ser aislado). Dolor y placer son el peso y contrapeso de una ecuación fundamental en la cultura mexicana, y Juan Gabriel es la solución de esa ecuación, en términos incluso mesiánicos, porque él absorbe los pecados de un mundo lleno de maldad y corrupción. Se trata de un Cristo mexicano: despreciado por la madre y adoptado por la Virgen de Guadalupe, es decir, por el pueblo. Así de grande.
Joseph Campbell estudió a fondo las etapas por las que tiene que pasar el héroe en su aventura (la llamada, la negativa al llamado, la ayuda sobrenatural, el primer umbral, el vientre de la ballena, el camino de las pruebas, el encuentro con la diosa, la agonía de Edipo, la reconciliación con el padre, la apoteosis, la última gracia). George Lucas encontró en El héroe de las mil caras las claves narrativas para convertir La guerra de las galaxias (la novela) en la célebre saga cinematográfica. También la vida de Juan Gabriel podría haber sido dramatizada siguiendo la misma pauta; pero la palabra “fácil” llevó las cosas por otro camino. Por definición, no hay ningún héroe que la tenga fácil: heroísmo y dificultad van siempre de la mano. Sin embargo, Hasta que te conocí anula las dificultades y desinfla la dimensión heroica de Juan Gabriel; en esta “dramatización” todo se complica de manera fácil y de manera fácil se resuelve. Se trata de una historia heroica sin héroe.
El guion más fácil de escribir es aquel que ilustra un relato. Hasta que te conocí no es una historia sino un relato bellamente ilustrado (la historia es acción; el relato, dicción). ¿Quién relata? La respuesta fácil dice: el propio Juan Gabriel, que plácidamente cuenta un pasado ya pasado al director musical de la disquera RCA, mientras se dirigen a Parácuaro en auto. Es 1974 y van al entierro de la madre, Victoria. En la vida real se trató de un viaje lleno de angustia, porque Juan Gabriel esperaba verla con vida y llegó tarde; pero algo así complicaría la dramatización: en lugar de eso, Juan Gabriel y Eduardo Magallanes viajan lenta y serenamente, durante doce capítulos, hasta llegar al funeral, uno rememorando y el otro escuchando. Se trata de un simulacro de acción de tiempos paralelos: la historia se relata desde 1974, sin que esa acción contraste o coincida con ninguna de las escenas rememoradas; simplemente es un protagonista en estado de contemplación.
Así, de manera lineal y a punta de brochazos (resolución de varios acontecimientos en una sola escena), se pasa revista a los hitos de una vida, eludiendo cada uno de los desafíos que impone la dramatización de una historia que ofrecía todo tipo de dramas. A pesar de ello, la serie no llega a ser desagradable. Claro, no es Breaking Bad, Mad Men o House of Cards; esta última se atreve a mostrar a un futuro presidente besando a un guardaespaldas, mientras que en Hasta que te conocí, incluso con un protagonista abiertamente homosexual, nunca pasa nada, ni en el internado (apenas un beso de despedida de niño a niño), ni en la cárcel (apenas un albur), ni en el México de los setenta, ni en un antro con prostitutas, ni en una fiesta gay.
Indudablemente, desde el punto de vista de las series estadounidenses, Hasta que te conocí resultaría mal evaluada: artificial, irreal, estática, plana; características propias de una pintura medieval más que de una serie moderna. La analogía es pertinente porque si bien la serie despojó al personaje de Juan Gabriel de su carácter heroico, no lo dejó en la nada: en lugar de héroe lo trató como ícono. Los íconos son pinturas en las que las figuras se achatan y el dibujo se simplifica; se trata de una estética que quiere transmitir algo sagrado, un arte cuya función es revelar en lugar de hacer sentir. En las pinturas medievales las figuras se ven planas porque la perspectiva viene de fuera; responde a la idea de que lo que da profundidad está más allá, y es hacia ese más allá adonde el ícono debe dirigir la atención del espectador. De la misma manera, a la serie mexicana no le interesa mostrar cómo pasaron las cosas, sino más bien, remitir a las cosas que pasaron. La ficción tiene calidad en cuanto revela al espectador una realidad a la que se refiere.
Al ver Hasta que te conocí, el espectador de series estadounidenses diría: “así no es”. El espectador de telenovelas mexicanas, en cambio, pensaría: “eso es”, entendiendo que la vida sublimada de Juan Gabriel remite al auténtico Juan Gabriel, porque lo falso en el arte tiene que conectar al espectador con una verdad, y la verdad está donde le corresponde: fuera de la ficción. En el arte del melodrama no se puede hablar del mundo sin sublimarlo; es la llave maestra que mueve los engranajes de cualquier historia que queda atrapada en el género. Es un lenguaje que tiene que ver con la cultura mexicana, en donde, desde épocas ancestrales, las indirectas, los vacíos y las elipsis, resultan un potente mecanismo de identidad de grupo. Es que aquí, cuando se cuenta algo, se trata de no contarlo. ~