Cornucopias: Cocina

¿Cuántos problemas calentados o congelados en una cocina? La cocina: epicentro de nuestra vida. / La cocina: consultorio en que todos hacemos de psicoanalista. / Cocina: pub para dirimirnos en dos sentidos: (a) Solucionar una discusión. (b) Deshacer la unidad de un grupo, especialmente de aquél en el que sus miembros están unidos por un contrato. / Si […]

Texto de 18/06/17

¿Cuántos problemas calentados o congelados en una cocina? La cocina: epicentro de nuestra vida. / La cocina: consultorio en que todos hacemos de psicoanalista. / Cocina: pub para dirimirnos en dos sentidos: (a) Solucionar una discusión. (b) Deshacer la unidad de un grupo, especialmente de aquél en el que sus miembros están unidos por un contrato. / Si […]

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Cornucopias: Cocina

¿Cuántos problemas calentados o congelados en una cocina? La cocina: epicentro de nuestra vida. / La cocina: consultorio en que todos hacemos de psicoanalista. / Cocina: pub para dirimirnos en dos sentidos: (a) Solucionar una discusión. (b) Deshacer la unidad de un grupo, especialmente de aquél en el que sus miembros están unidos por un contrato. / Si las cosas “están que arden”, entonces están en la cocina. / ¿No es acaso, más que en las alcobas, en la cocina donde hemos llorado más lágrimas? / Vedla bien: esa vieja mesa de la cocina fue el crisol donde se fundió nuestro apellido. / El que lleve el pan a la mesa hará las veces de tlatoani de la cocina. Acaso también quien cocina. Ahora bien, en estos tiempos, ¿quién cocina? / En las viejas cocinas, de noche, cuando todo se halla en silencio, lo que se escucha no es un refrigerador: es el inmarcesible paso del tiempo. / Los cacharros viejos, esos utensilios cascados, nos dicen lo precámbrico que puede ser una familia: esa sartén, ese refractario, ese molinillo, ese cucharón. / El sonido de la licuadora a la hora de la comida, el olor a aceite hirviendo para freír tortillas: a eso huele la historia de una familia. / Dime que ya no meriendas y te diré quién dejaste de ser. / Incluso esa sopa aborrecida, el caldo pesado, un trozo de hígado encebollado, despertarían en nuestra memoria los olores de esa familia original. / ¿Y las fiestas? ¿Quién no recuerda esas fiestas, levantadas con cualquier pretexto, las efemérides más extrañas, con esas viandas especiales esparcidas sobre la mesa? ¿Los pasteles, las gelatinas que ya no existen sobre la Tierra, todos sentados a la mesa, pura gente ya muerta? / ¿Y las vacas flacas? ¿Cuando en la alacena casi no había nada? “¡El jamón!” —añoraba la clase media—, como si fuera en verdad lo más importante. Un buen papel de baño y jamón, soñaba la clase media. No quería comer más queso de puerco o mortadela. / La cocina: ese lugar secreto para cucharear de paso: frijoles, darle corte a una milanesa. / Y para asustar al otro. Faltaba más. ¿A quién no lo asustaron de pronto en la cocina? / Los hermanos pequeños se fraguan en la calle, ahí en el polvorín, con armas inventadas y bicicletas. Los hermanos ya grandes se reconocen en la cocina: en ese sentido, y solamente en ése, todas las cocinas de las familias que fueron de la mano hacia el futuro son igual de dramáticas que las cocinas de los filmes italianos: coscorrones, mentadas, gritos, llantos del más alto paroxismo, amagues de irse para siempre. / Si uno no se puede pensar desasido de tiempo o espacio, las cocinas figuran como ese líquido amniótico de nuestros primeros recuerdos. Generalmente flanqueados por nuestra madre y nuestro padre. / Hay una ecuación que nunca falla: padre que no educó en una mesa = padre que no tuvo madera. ¿Lo ves? / Las madres nos enseñan a comer los platillos más sabrosos. Los padres los más estrambóticos. Eso sí: las madres, los modales señoriales: no hablar con la boca llena o no subir los codos a la mesa. / A unos sí que les dieron con una pala de madera. En esa idea de que el pan duro hace al hijo bueno. Seguro lo recuerdan. Lo agradezco. / La cocina: el lugar donde pudo faltar algún ser querido: nunca tortillas o Coca-Cola. / Cuando llegó la televisión a las cocinas no se acabó con el relato: se dejó de hablar de uno para hablar de actores estadounidenses. / Si las paredes oyen, habrá que pedir a las de nuestra cocina que nos digan todo eso que escucharon en más de medio siglo de historias, entre tristes, bellas y nauseabundas, que nos constituyen. / Un niño comienza a dejar de serlo cuando llora bien sentado sobre la mesa. / Todo se esconde en una buena salsa, como también debajo de la mesa de una cocina. Ahí se guardan los verdaderos secretos de “la abuela”. / La sal y la pimienta de nuestra vida se dieron más que nada por las charlas sobre una mesa: entre chuscas, impertinentes o groseras, hicieron no sólo la dicha de nuestra sobremesa: ya fuera nuestra vida triste o alegre, fue por ellas más plena. / Se celaba aquel relato. Por ello no se permitían distractores en la comida: telefonazos o llamadas a la puerta. Comer fue un ritual intransferible, cerrado, aquilatado y serio. Era comernos. / En las cocinas se hicieron los primeros cafés: también por ello los corazones fuertes. / ¿Recuerdas el olor a leche hervida? ¿La leche derramada sobre el papel aluminio que forraba las hornillas? ¿Qué augurio o metáfora nos decía? / ¡Y ahora los hipsters pretenden redescubrir el peltre! / Los mandiles: uniforme del ejército de cocina. / Nada llamó más poderosamente la atención de un niño, apenas regresando del colegio, que el llamado (reiterado a veces, a veces como grito desesperado) para sentarse a comer con sus hermanos.  / ¿Qué mesas? De conglomerado, de metal, de formica, de melanina, las que fueran, rara vez de recia madera. / ¡Y los manteles! Esa vieja “tradición” de manteles de plástico, de vasos de plástico, de contenedores de plástico, comidas de plástico. El plástico a todo galope en la boyante América. / La hora de la comida era la hora de la familia, y por ello, los afortunados comieron familia toda su vida durante tres veces al día. Lo suficiente para no sentirse huérfanos en el mundo. Ahora se come en la oficina o en la esquina. / La cocina es el lugar de donde viene el calor: la sopa caliente, el chocolate. Es el horno que guarda la temperatura de una familia: de donde proviene su calidez. / A cocina fría: familia fría. A cocina caliente: familia con ganas de vivir la vida a tope. / En una buena familia, la luz de la cocina se apaga tarde. / Y no hay que confundirse: compartir un simple pan, compartir tortillas con sal convierte cualquier cuchitril en cocina. / Los enfermos, los castigados, los idos, afectan la geometría del todo. Nada es igual con una ausencia rumiando silencio sobre la mesa. / Y al revés: toda vez que lo requieran, nuestros muertos serán invitados a la mesa. Y es más, veámoslo: casi siempre se sientan y nos hacen hablar de ellos. Es su forma de decirnos que aún comparten nuestros deseos. / Ojalá y alguien nos sobreviva para decirnos: “A Fulanita le gustaba esto, Sutanito gustaba de esto otro”. Así recordaremos algo de todo. / El primer pensamiento político, el de la empatía por la pobreza, los niños muertos de hambre, se dio en una cocina: las pláticas de amigos sobre enamoradas y galanes, el inicio de una educación no formal sobre el sentido de pertenencia a un grupo, las nociones de lealtad y por ello de confabulación contra los impares, todo ello también tuvo su primer hervor en una cocina. / Cocina: cuartel para el primer hervor del hombre o mujer que ahora somos. / Los tragos amargos, dicen, la mala leche, lo echado a perder, todo eso caduco que no es bueno para uno se supo en una cocina. Cuándo nos debe hervir la sangre, cuándo debemos enfriarnos, cuándo hay que cernirnos para cuajar de una vez por todas en ese barroco platillo con el que soñamos llegar a ser. ~

DOPSA, S.A. DE C.V