Ochenta, noventa, cien años de vida. ¡Algo que celebrar! Sonoro eco que retumba en las naciones del mundo, en donde, para sorpresa de todos, no se diga la mía, también sumo ya muchos años. Millones de adultos mayores conformamos ya esas extrañas pirámides de edad, cuyos vértices se engruesan y tienden a afilarse, como la […]
Conectando generaciones
Ochenta, noventa, cien años de vida. ¡Algo que celebrar! Sonoro eco que retumba en las naciones del mundo, en donde, para sorpresa de todos, no se diga la mía, también sumo ya muchos años. Millones de adultos mayores conformamos ya esas extrañas pirámides de edad, cuyos vértices se engruesan y tienden a afilarse, como la […]
Texto de María Amparo Labastida Romo 18/04/17
Ochenta, noventa, cien años de vida. ¡Algo que celebrar! Sonoro eco que retumba en las naciones del mundo, en donde, para sorpresa de todos, no se diga la mía, también sumo ya muchos años. Millones de adultos mayores conformamos ya esas extrañas pirámides de edad, cuyos vértices se engruesan y tienden a afilarse, como la de Japón y muchos países más, debido a su cantidad de centenarios. Los adultos de la tercera o cuarta edad —llamados por las Naciones Unidas “personas de edad”, “talludos” en España, o en otras partes conocidos como seniors, oldest old, ancianos— estamos aquí y seguimos avanzando: en México la cifra es de 12 adultos mayores por cada 100 habitantes (Conapo, 2016). Nunca había existido en la historia de la humanidad tal “cantidad de vida”, es decir, hasta cinco generaciones coexistiendo en un mismo espacio, donde los bisabuelos y bisabuelas son cada vez más comunes. Además, las abuelas actuales se parecen más a nuestras madres, y las madres compiten en moda y lozanía con sus hijas adultas. Lo mismo, por cierto, sucede con los hombres. Un fenómeno al que los especialistas denominan “envejecimiento exitoso”, “envejecimiento saludable”. Ésta es una realidad a la que nos enfrentamos en todo el mundo, incluyendo nuestro país, llegando a edades cada vez más avanzadas y en buenas condiciones de vida, lo que nos permite un mayor espacio de tiempo. Un gran regalo, creo yo, en el que tenemos aún la enorme oportunidad de continuar realizando un sinfín de actividades y de mantenernos activos y flexibles tanto mental como físicamente. Conformamos un sector que tiene como sus grandes tesoros sabiduría y experiencia para compartir. ¿Por qué no canalizarlas y así ayudar a otros? Permaneciendo atenta a las necesidades de otros en condición de “escucha”, me enteré de los problemas a los que se enfrentan mamás de una colonia popular, vecina a la mía, relacionados con la escolaridad de sus hijos. Debido a su precaria situación económica o social, estas madres, muchas
Esta problemática me llevó a concebir un sencillo proyecto basándome en la premisa “enseñar al que no sabe”. Se lo presenté a un grupo de señoras, la mayoría personas de la tercera edad como yo, jubiladas, viudas, algunas con estudios superiores, con tiempo, conocimientos, vitalidad y energía, quienes escucharon con interés mi idea. Le dieron dos o tres “revolcones” y cuatro “sacudidas”, pero finalmente se logró conformar un proyecto al que llamamos “Maestras voluntarias”. Decidimos prepararnos en lo que llamo “intercambio de saberes” para lograr el tan pretencioso objetivo de que “el otro aprenda”. No somos maestras de profesión pero sí tuvimos hijos y los apoyamos en sus tareas cuando tuvimos esa maravillosa oportunidad. Diseñamos un programa laico, gratuito, en el que durante dos días por semana nos reunimos con niños en edad escolar. Respecto al lugar, a sugerencia de nuestro párroco, elegimos un templo en la colonia donde contamos con tres salones más una
sencilla biblioteca, organizada por quien se dedica a contar cuentos, complementando así nuestro proyecto. Así, impartimos ejercicios de gimnasia cerebral, apoyo a tareas escolares para niños de primaria, clases de inglés básico, taller de cuentos y pláticas de superación personal para mamás. Y ante la solicitud de varios adolescentes, también se les apoyó por las mañanas en las materias de física y química a nivel de secundaria y preparatoria, e inglés avanzado, específicamente gramática. Considero que hicimos un buen trabajo, porque para 2017 un grupo de vecinos del lugar nos solicitaron más clases, por lo que tendremos un día más a la semana con el mismo programa, y, a petición de otras mamás, se abrió un curso de inglés básico para ellas. Éste es un proyecto “vivo” que se va adaptando a los requerimientos tanto de los niños, como de sus jóvenes madres, y sorprendentemente, de las maestras mismas. Ganar-ganar conectando generaciones. ¿Qué sigue? No lo sé. Pero es cierto que nos han contagiado de su alegría y gusto por aprender. Y nosotras, las “maestras”, contentas, fortalecidas, apoyándonos unas a las otras, demostrando que la edad no es un impedimento, que podemos dejar atrás la actitud pasiva y retomar las riendas de nuestra vida con un ánimo participativo y comprometido. En lo particular, me siento feliz con esta iniciativa, agradecida con cada niño que sonríe y se mira en mis ojos, por la maravillosa oportunidad de dar. ¡Adelante!, que a las personas de edad de este nuestro bello país nos queda mucho por ofrecer y aún más por dar… digo yo, ochenta, noventa, cien años de vida. Siempre habrá alguien a quien puedas enseñar algo y acompañar aun desde un nuevo lugar. EstePaís
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