Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.
Bienvenidos a la nueva Guerra de Castas
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Texto de Aníbal Santiago 05/05/21
La forma que la demagogia tuvo el lunes fue la de un presidente en guayabera pidiéndole disculpa a los mayas por el exterminio y la violencia que, a manos de los blancos, sufrieron en la Península de Yucatán por más de 50 años en la Guerra de Castas. Hasta ahí, nada para criticar demasiado. Un mea culpa dudoso (quizá falso) pero a la vez un poco de historia y otro tanto de memoria critica, como para que ese sometimiento atroz debido la raza y la condición social nunca más volviera a ocurrir.
Lástima que una nueva Guerra de Castas, 120 años después de concluir la original, ocurrió en su país, en concreto en la estación Olivos del Metro horas después de que el presidente se llenara la boca con el México igualitario y luminoso que jura encabezar, y que si acaso existe es solo en su cabeza. Esta vez, las 25 víctimas mortales y los cerca de 80 heridos por la horrible caída nocturna de dos trenes no son mayas, pero sí pobres (o al menos con vidas precarias) como los mayas, morenos como los mayas, desamparados como los mayas, ultrajados por el poder empresarial y político como lo fueron sus hermanos mayas del Siglo XIX.
Y esta vez la Guerra de Castas no ocurrió en Chan Santa Cruz, donde en 1901 concluyó la Guerra de Castas con la derrota indígena, sino en el oriente del Valle de México, símbolo supremo en nuestra nación del atraso y el despotismo. Ya sabíamos que ahí vivían hacinados cerca de 15 millones de mexicanos, la mayoría sin servicio regular de agua potable, y que ahí, en ese enjambre urbano que intersecta al Estado de México y la capital, se concentra un porcentaje elevadísimo de los delitos asociados a la miseria, el desempleo y la falta de justicia del país.
Quizá, sin embargo, no teníamos tan claro que la Guerra de Castas del 2021 se producía también vía el transporte, otra de las cabezas de esa hidra llamada “corrupción”. No teníamos duda de que algo andaba mal cuando el entonces jefe de gobierno y hoy Canciller, Marcelo Ebrard, hace cerca de seis años fue acusado en el Congreso junto a su secretario de Finanzas y hoy jerarca de Morena, Mario Delgado, por las inconcebibles fallas en la onerosa Línea 12 del Metro cuya construcción impulsaron. Este 3 de mayo se humilló al pueblo con latigazos no para que trabajaran sobre agaves, sino haciendo viajar a hombres y mujeres dentro de un polvorín.
Las irregularidades que detectó en aquel tiempo la Auditoría Superior de la Federación en la obra vial de casi 25 mil millones de pesos integrarían un libro muy gordo, y eran gravísimas porque ponían en riesgo vidas. Los trabajos erraron en el control de los programas de obras electromecánica y civil, no se contabilizaron las penalizaciones por el incumplimiento de la obra, y talleres y múltiples estaciones se realizaron de forma deficiente. A columnas, muros, trabes, escaleras, se les escapó el acero estructural de las entrañas y eso generó “segregación, abombamiento y fracturas en el concreto hidráulico”. Cuatro mil 800 durmientes tuvieron fisuras y los rieles mostraban ondulaciones con potencial catastrófico. Tampoco hubo un reconocimiento de que hubo “trabajos mal ejecutados y de mala calidad” (pudieron aceptar a tiempo el desastre para remediarlo). Y la lista de desperfectos continúa.
Ebrard explicó su decapitación política por la venganza de su sucesor, Miguel Ángel Mancera, y aunque debió huir a París pudo volver a México y reintegrarse a la política, que lo premió con el puesto de secretario de Relaciones Exteriores. En su cargo le ha importado mucho hacer reír con cualquier chiste malo, como su #tenemosismo o los tuits en ruso en plena pandemia con 218 mil muertos.
Aunque claro, no toda la desgracia del colapso de Tláhuac es atribuible a una persona. La culpa la compartirán los que no hicieron caso durante tres administraciones a los señalamientos ciudadanos (ante el desgobierno, en México ellos deben volverse auditores) sobre espantosas grietas, elementos constructivos caídos o puentes arqueados como balsas, o a quienes no hicieron su trabajo de mantenimiento y supervisión de infraestructura, equipo y trenes adecuadamente y con su negligencia engendraron un Metro asesino. Y también, seguramente, no están libres de culpa quienes pensaron que el austericidio podía incluir 571 millones de pesos menos al Metro.
La tragedia que vimos ayer se nos ha clavado en el alma, y nos recuerda que los pobres son otra vez las víctimas de esta nueva Guerra de Castas en la que los dueños del dinero y el poder los desprecian hasta matarlos. Y a los potentados, como en tiempos de Don Porfirio, más opulencia: Carso, ICA y Alstom, empresas constructoras de la Línea 12 a las que se les descubrió un catálogo mayúsculo de fallas, ahora se encargan del Tren Maya.
Exactamente cuando la lista de muertos crecía, López Obrador maldecía a la prensa, Claudia Sheinbaum sostenía en su puesto a una directora del Metro inocultablemente incapaz, y Ebrard se llenaba de mezquindad preocupándose por él (“el que nada debe nada teme”) y atribuyendo las críticas a su persona a “muchas motivaciones políticas”.
Ya no hay discusión de que en la Guerra de Castas de 2021 los crueles verdugos del pequeño Brandon Giovanny, la joven Nancy Lezama y tantos otros mexicanos inocentes ya no son los dueños de las haciendas henequeneras. EP
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