Bertha y Víctor

Bertha mira el infinito,1 el más reciente poemario de Víctor Manuel Cárdenas, con el que hace un homenaje a la larga vida de su madre, fue presentado el 6 de marzo en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. He aquí el texto con el que Eduardo Casar participó en la presentación.

Texto de 23/06/16

Bertha mira el infinito,1 el más reciente poemario de Víctor Manuel Cárdenas, con el que hace un homenaje a la larga vida de su madre, fue presentado el 6 de marzo en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. He aquí el texto con el que Eduardo Casar participó en la presentación.

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Conocí a Víctor en el gélido invierno del Departamento de Cultura de Tuxtla Gutiérrez hace ya cerca de cuarenta años, a unos cuarenta grados de temperatura. Le daba un taller de poesía a unos niños que han de seguir siéndolo, porque aunque es historiador, siempre ha sido en sus ríos subterráneos poeta, y de los muy buenos, y seguramente les enseñó a que no crecieran.

     He presentado sus libros porque me resultan revelaciones; lo he prologado y solapado. Ha vivido en mi casa y he vivido en la suya. Siempre me ha gustado una de sus hermanas pero no voy a decir cuál.

     Nos damos a leer lo que escribimos, nos opinamos mutuamente, hemos pescado, hemos pecado, nos burlamos juntos de otros escritores, nuestros hijos han estado a punto de cruzarse, nos recomendamos lecturas. Alguna vez le doné sangre y ahora con este libro me la retribuye.

     Ah, y también hubo una ocasión en que nos emborrachamos. Ahí fue cuando conocí a Bertha. Fue en Manzanillo. Habían alquilado una casa en la playa, yo andaba dando unas conferencias en Colima y me llevaron. Bertha dirigía la casa, exactamente igual como estos poemas, con maestría, con precisión, con elegancia, con una capa entérica de serena alegría.

     Víctor y yo salimos a la playa a tomarnos unos tragos bien literarios y se nos pasaron los comentarios eruditos y regresamos a llevarle serenata a la familia. Hasta ahí todo muy bien. Lo malo es que nos volvimos a salir para seguir comentando temas y autores que habían quedado pendientes, y cuando quisimos volver no encontramos la casa: simplemente había desaparecido. Evaluamos la situación y optamos por cavar unos hoyos en la arena hasta encontrar lo calientito, y nos quedamos a dormir ahí, para cuidar al mar, que se estaba azotando.

     Al día siguiente no sufrimos reproches familiares, sino comprensión y la resaca de ciertas burlas sesgadas, estando ya la casa sosegada.

     Me impresiona la manera de trabajar los poemas que tiene Víctor, con mucho de disciplina narrativa. Como que ve todo el gobelino, pero logra meter las ráfagas de lo poético en el puño del poema independiente, y lo adelgaza y lo intensifica y luego va engarzando el collar o los collares. Aunque poeta, siempre ha sido en sus túneles subacuáticos historiador: alguien capaz de ver por qué tipo de anécdotas y de ofrendas los cenotes son sagrados. Yo no puedo hacer eso: trivializo, me salto, pierdo los hilos conductores y me quedo con la aguja en la mano. Pero Víctor sí puede: heredó serenidad y paciencia. Si fuéramos cómic, él sería Kalimán y yo Solín.

     Este libro es la historia de una musa. Algo sobre la vida de la mayor Morales.

     En otros lados he escrito, tratando de entender en público los poemas de Víctor, sobre la ascendencia de Ernesto Cardenal y su poesía conversacional en la obra de mi amigo: ahora veo que se encurva hacia poemas más líricos y lo que considero un nuevo paso más allá de lo conversacional, donde este adjetivo, “conversacional”, no solo se refiere, como señala la teoría literaria, a la presencia de un tono y un léxico de vida cotidiana en la textura del texto, sino a que, efectivamente, algunos poemas, las vértebras del libro, nacen de manera dialógica, de la conversación entre el poeta y la musa: de la conversa al verso.

     “Canta, oh, diosa, la cólera del pelida Aquiles […]”. Así comienza un poema famoso que se llama La Ilíada, porque cuando uno escribe, como unas palabras llaman a otras y entre ellas se dicen “córrele, ven, aquí hay cauce, aquí hay espejos, vamos a reproducirnos para ver si nos sale un poema”, parecería que alguien está dictando el texto. Y este libro, que también ya es famoso, al menos entre nosotros, y que debería serlo en los países hispanohablantes, debería arrancar con “Canta, oh, musa, la cólera del colimense Víctor…”. La cólera, porque la vida tiene dolor y zanjas, pero gracias a que las tiene y existe el lenguaje y existe la voluntad de intensificarlo, se puede decir:

Soy un grano de arena

en la cintura de un reloj de arena.

¿Qué son ochenta y cinco años

en el cardumen misterioso

de los siglos de los siglos?

Es un libro sobre la zona viva de la muerte. Hay dolor, ab ovoab ovo que hay dolor, pero no hay rencor sañudo, reconcomio. Hay perdón laico y bocabeza. Y, sobre todo, es un libro acerca de la dignidad. Y sobre la lucha:

Por más que insistió,

ni un solo día permití

que se abrieran en mis hijos

las puertas del infierno.

Transcribo estos versos finales del poema “Cuando el rayo nos pronunció” y me dan ganas de leérselos a Víctor, como si no fueran suyos; me dan ganas de decirle “mira lo que dice tu mami… ella te salvó, mira, aquí lo dice…”. Y es que la magia de la construcción que ha hecho Víctor me convence de que la voz es más de ella que de Víctor y más de nosotros que de ella.

     Qué curioso: yo, que estudió teoría literaria y que de eso doy clases, he caído en el hechizo milagroso de la literatura… en eso que decía Nooteboom: en “este extraño milagro que consiste en arrancar desde un punto muy personal y llegar a lo universal”.

Hablo de ti,

madre, con todo el dolor silente de

de la madrugada.

Se refiere a su Bertha concreta, pero yo veo a mi Estela, como si ambas madres fueran imágenes yuxtapuestas y simultáneas. El poeta se duele, se angustia y se duele y nos duele a nosotros, los lectores, personalmente, y subrayo y repito personalmente. Qué milagro, de veras.

     En medio de todo, atravesando al libro como un beso atraviesa muchos años, está el humor, como en el poema “Emergencia”, que se volverá un clásico:

A partir de ahora

viviremos

como Dios no manda.

O como en el “Testamento de Jorge”:

Les dejo la alegría.

Estoy seguro

de que entre todos

no se la van a acabar.

Otra cosa que me gusta es el desarrollo que Víctor ha hecho de su tono profético, de su particular y ya inconfundible tono profético que comenzó en aquel poema “Bautismo” que le dedicó a su hija cuando nació: “Que la lluvia esté de tu parte/ […] Que la palabra despierte contigo y viva contigo […]”.

     ¿Escogemos el poema más mejor? Tal vez sería “Lluvia 1”. Ya ustedes seguramente van a escucharlo y si son afortunados y todavía alcanzan alguno de los 500 ejemplares, van a leerlo… Que cada quien escoja su poema más mejor. Porque el poeta hace el poema y el lector hace la poesía, cuando la encuentra en un determinado texto, como dice el filósofo “a veces sí, a veces no…”.

     El del mar, de la página 82, es buenísimo: es como un viaje fantástico, donde se viven varias dimensiones sin preocuparse por la verosimilitud realista, que es una exigencia de los narradores; en cambio, los poetas pueden decir:

Disfruta sus aguas, respira,

navega: sube a la cresta de sus olas

y observa desde ahí

la pequeñez de la tierra.

Henos aquí, como astronautas trepados en la ola.

     Si alguien aquí no cree en las reencarnaciones debo comunicarle que está frente a la mejor prueba de una extraordinaria metamorfosis: Bertha, la musa, se convirtió en palabras.

     Dice la sabiduría popular que a las palabras se las lleva el viento: en esto la sabiduría popular es muy tonta porque eso no es cierto: las palabras, así, etéreas y todo, hechas de aliento, son lo que permanece; a quienes se lleva el viento es a nosotros, los lectores, hechos de carne y hueso: con todo nuestro tono muscular nosotros sí nos vamos.

Mientras no haya un poeta del calibre de Víctor que nos haga nuestros poemas, yo propongo que los lectores perecederos nombremos a Bertha, nuestra representante en el infinito.  ~

(Lee algunos de los poemas que aparecen en Bertha mira el infinito)

1 Víctor Manuel Cárdenas, Bertha mira el infinito, Puertabierta editores, Colima, México, 2015.

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EDUARDO CASAR es ensayista, narrador y poeta. Entre otros reconocimientos obtuvo el Premio Universidad Nacional en el campo de Creación artística y expresión de la cultura. Su obra más reciente es Vibradores a 500 metros (Parentalia Ediciones, México, 2013).

DOPSA, S.A. DE C.V