Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP
Aquella tarde en casa de Jaime Maussan
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Texto de Aníbal Santiago 30/11/20
Mi amigo Max no era mi compadre pero siempre fuimos compadres. “¿Cómo está, compadre?”, me preguntaba. “Muy bien, compadre, qué alegría verlo”, le respondía al hombre de espesa barba azabache. Y con su gran cuerpo de gladiador rudo de la Arena Coliseo me abrazaba, y siempre me hablaba de usted, con un respeto íntimo, como si todo el cariño compartido debiéramos honrarlo con un trato protocolario y hasta adulto, aunque los dos fuéramos unos jovenazos.
Y un día el compadre, que había sido productor del programa Tercer Milenio, que había perseguido durante años el fenómeno OVNI y era un fiel creyente del monstruoso Ser de Metepec de ascendencia alienígena, me dijo: “Jaime Maussan va a hacer un asadito en su casa. ¿Por qué no viene, compadre?”. Emocionado, acepté.
Pronto subimos hasta las alturas del Desierto de Los Leones. Tocamos el timbre en un portón imponente adecuado para acceder a otra galaxia, y nos abrió Jaime. Mirada dormilona, hablar hipnótico y sencillo al vestir como viejo y canoso labrador irlandés una mañana de domingo: jeans desgastados y camisa a cuadros en su andar encorvado.
De inmediato, con una calidez voluntariosa que combatía su frialdad natural, nos hizo pasar a su residencia, lo más parecido que he visto en la vida real a un paisaje de El Señor de los Anillos: prados, construcciones en desniveles con árboles gigantes tipo sequoia sempervirens, recámaras como cavernas rodeadas de anárquica vegetación, miradores, túneles en penumbras con candelabros que iluminaban antiguos tomos incunables.
Por todos lados —mesas, taburetes, estantes, muros— objetos enigmáticos te despertaban la intriga, te enamoraban con lo desconocido: ¿dónde es que estoy?
En los jardines infinitos de fragancias de eucalipto, sobre parrillas que su ejército de empleados controlaba con sabiduría, se asaban lo que Jaime (en una ironía de lo que él mismo simboliza) llamaba “arracheras de otro mundo”. Y no era ninguna broma. Esas arracheras se deshacían en tu boca como mantequilla, te erizaban la piel con los distintos tonos de su animal delicia salvaje, trastornaban los umbrales de tu paladar hasta marearte. Recuerdo que “Carras”, mi dulce acompañante, bromeaba en que había que ser precavidos: con tanto placer esa carne, el exquisito músculo de la res que aparta abdomen de tórax (perdón, me gusta aportar ciencia a mis textos), podría causarte micro infartos cerebrales (creo que parecidos a orgasmos fuera de control) o bien pequeños desmayos (de los que, imagino, uno despertaba sonriente).
Maussan visitaba a un grupito de invitados que comía con desenfreno, cruzaba tres o cuatro palabras, sonreía discreto con muchísimas dificultades -como si lo invadiera una tristeza profunda y nadie lo comprendiera- y luego iba hacia otro grupito. Con su breve y generosa visita amodorrada lo bendecía y su obligación era bendecir al siguiente grupo; así, sucesivamente. No lo vi comer absolutamente nada: imagino que los placeres de nuestro planeta lo tenían sin cuidado. Sólo agasajaba con sus breves palabras sabias y los cortes vacunos a su gente, que le tenía una deferencia marcial. Si el investigador se acercaba, todos se ponían tensos, dejaban de reír y de decir tonterías, asentían como autómatas y se mostraban fascinados ante cualquier cosa que él pronunciara, así fuera: “está fresco, voy a ponerme un suéter”. “Claro, Jaime, es que está entrando el frente frío 23 a la ciudad. Está excelente que te cuides. Y qué interesante que uses sueters, abrigan bastante”.
Te voy a llevar a un lugar
El periodista número uno de la vida extraterrestre no se podía estar quieto. Iba de órbita en órbita, pasito a paso recorría los años luz de su gigantesca tierra feudal irlandesa en plena Ciudad de México del 2013. Entraba a una cueva que era la cocina, comentaba algo en su sala a su joven y guapísima esposa que lo trataba como una mujer enamorada de Brad Pitt trata a Brad Pitt. Luego Maussan se desplazaba hacia un solar de granja donde había borregos, llamas o algo así. Les murmuraba cosas más genuinas que a las personas (los animales sí lo entendían), intuyo que conocimientos sobre seres vivos de planetas lejanos, y ya más tarde volvía a su ritual con los invitados humanos que masticaban (masticábamos) sin clase cual mamíferos artiodáctilos.
De pronto, en algún momento de la tarde se acercó a mi grupo —del que también eran parte mi compadre y su novia, la comadre Prun—, todos terrícolas. Jaime me miró fijo con sus ojos luctuosos y me dijo: “te voy a llevar a un lugar”. Nervioso, dudé y respondí algo confuso, pero mi compadre, tranquilizándome, me sugirió, en realidad me ordenó con una palmadita en mi lomo y sus modales suaves: “Vaya, compadre, verá que va a valer la pena”.
Empecé a caminar con Jaime hacia un destino desconocido, acaso la pista de aterrizaje de un platillo volador, y a cuatro o cinco que nos topamos en el camino les dijo “vengan” sin prestarles atención. Nos sumergimos en pasadizos subterráneos de roca, probablemente roca lunar, y al fin llegamos al puerto deseado: un ojo gigante, cóncavo y traslúcido. “Este es mi observatorio”, nos informó al ingresar, y a nuestra derecha vimos un gran cristal templado con forma de ojo marciano desde donde él, en lo más profundo de la noche y con sus portentosos telescopios, observa el firmamento, descubre sucesos de Horologium y otras constelaciones, y entra en contacto con OVNIS y seres extraterrestres.
A la gran esfera la alumbraban luces tenues y había ornamentación insólita, ininterpretable. No me pregunten qué: cosas de universos ajenos que no tienen nombre en el nuestro.
Estábamos asombrados, y nos siguió maravillando con objetos inauditos. Si la memoria no me falla, nos dejó ver un bastón o un báculo perteneciente a un ser intergaláctico y, sobre todo, partículas pedregosas de otros planetas (creo que había una roca de Marte) a las que sólo atinábamos a celebrar con un “ooooooohhhh, “ahhhhhhhh”.
Hago un breve flashback. Esa misma roca la llevó un día de los años 90 al diario Reforma, donde yo trabajaba. Estas son las palabras que me brindó la periodista que lo recibió (por convenir a sus intereses no revelaré su nombre), consultada para este ejercicio de la memoria: “Esa roca llegó acá de manos de un marciano y contenía muchas partes del universo. Nadie la podía tocar. Jaime llevaba a un señor que le echaba la mano, le cargaba su portafolio. Y cada ocho minutos le pasaba un cepillito para afro. Jaime no dejó de peinarse durante todo el tiempo que estuvimos ahí”.
—¿El peine tenía cerdas animales o era de plástico?—, le pregunté para ofrecerles a ustedes información precisa.
—De plástico—, me respondió categórica.
Pero volvamos a mi historia, no sin antes lamentar que el día que lo conocí él no llevara el peine: habría enriquecido muchísimo mi relato (igual, recuerdo que el día de las arracheras estaba muy bien peinado). “Ahora, observa”, me solicitó Maussan, y aunque se dirigió sólo a mí porque ya un lazo invisible nos unía, todos volteamos a una pared donde se alzaba una majestuosa biblioteca (imaginen la biblioteca más grande del mundo y esa es).
Nos quedamos mudos: había ahí todos los libros que entren en su mente. “Todos los he leído, y todos y cada uno son sobre vida extraterrestre y el fenómeno OVNI. Todos”, remarcó, como para que no cayéramos en el error de creer que ahí había textos sin trascendencia alienígena como Pedro Páramo, El Quijote de La Mancha o Crimen y Castigo. Lo que había eran joyas tipo “They are already here”, “When they appeared” y “UFO, enemy unknown”.
Intenté calcular la cantidad de horas que ese hombre había dedicado en su vida a investigar y leer sobre OVNIS y extraterrestres. Me esforcé, mas no pude: casi me estalla el cerebro. Sin embargo, concluí que eran todas las horas que ha habido desde el Big Bang, o quizá algunas más. Evidentemente, aunque a la mitad del país Maussan le haga gracia, el tema de la vida más allá de la Tierra a él lo hacía delirar, lo consumía a cada segundo, le devanaba los sesos y quemaba sus pestañas en noches de estudio e insomnio.
Cuando volví a los jardines, el compadre me dijo con una sonrisita cómplice “¿Qué tal, compadre?”. Creo que para calmar la emoción me eché otra arrachera. Aunque yo me quería quedar a vivir ahí, mis amigos no me dejaron (“No se puede, compadre. Ya vámonos”) y al caer la noche abandonamos ese mundo mágico.
Magic Hydrotene
Hace días supe que la senadora de Morena, Lucía Trasviña, organizó un foro con Jaime Maussan para hablar sobre el hydrotene, medicamento milagroso basado en el betabel con el que pondríamos fin a la pandemia.
Pese a que el Senado de México avaló el encuentro científico y lo promovió en sus redes oficiales como “Hydrotene: estrategias y alternativas de tratamiento contra el #COVID19”, a la legisladora del partido que nos gobierna se le vinieron el mundo y muchos meteoritos encima: injustamente, tuvo que cancelar el magno evento. “El Foro de los senadores donde se iban a presentar las evidencias que demuestran que el Caroteno Rojo salva la Vida de las personas enfermas por Covid, fue cancelado. Se pierde una extraordinaria oportunidad para que el Pueblo de México conozca la Verdad. Existen fuertes intereses”, reaccionó furioso en redes Maussan, quien en asombrosa coincidencia ofrece hydrotene con caroteno rojo en su BIOtiquín Maussan (qué casualidades tiene la vida).
Hubiera sido fantástico ver al día siguiente el New York Times en sus ocho columnas diciendo “Mexican researcher of extraterrestrial life discovers that beet (betabel) cures COVID”, mientras Pfizer, AstraZeneca y otros laboratorios se agarraban la cabeza, desesperados por haber invertido millones y millones de dólares en una vacuna innecesaria cuando un simple betabel, que anda en 13 pesos el kilo en el Miércoles de Plaza de Soriana, era the mexican solution a la horrorosa pandemia.
Pobre Senado e insensible esta sociedad escéptica que sólo critica y que nos negó la alegría de saber más sobre la cura del COVID-19, pese a todo el dolor que ya carga la humanidad. Además, aunque se diera la remota posibilidad de que el caroteno rojo del betabel no fuera la cura, hubiera sido apasionante escuchar a Maussan explicarnos que el COVID-19 es una maldición que nos arrojaron los extraterrestres a través del espacio por no creer en ellos. Digo esto cuando, en el mismísimo año de la pandemia, desde un helicóptero varios biólogos descubrieron un misterioso monolito de metal de 3.6 metros de altura encajado en medio del desierto de Utah, y días después y de modo repentino ese monolito desapareció. ¿Quién más pudo haberlo colocado ahí? Miremos al cielo, ahí está la clave.
Porque son unos escépticos sobre los OVNIS y la vida más allá de la Tierra, el coronavirus seguirá un buen rato entre nosotros y además Jaime no los invitará a observar el báculo extraterrestre, la roca marciana ni a desmayarse con sus arracheras de otro mundo.
Compadre Max, donde quiera que usted se encuentre, gracias por abrirme los ojos a la ciencia, no haga caso a los detractores de Jaime y consuma mucho caroteno rojo. EP
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