La militarización en México se ha incrementado durante los últimos años, cada vez es más común ver uniformados en las calles, pero ¿cuál es el punto de vista de personas que conviven cotidianamente con las fuerzas armadas? En este reportaje, Emma Landeros nos presenta un mosaico de distintos testimonios.
Militares: ¿impunidad o seguridad uniformada?
La militarización en México se ha incrementado durante los últimos años, cada vez es más común ver uniformados en las calles, pero ¿cuál es el punto de vista de personas que conviven cotidianamente con las fuerzas armadas? En este reportaje, Emma Landeros nos presenta un mosaico de distintos testimonios.
Texto de Emma Landeros 01/10/21
“Con los militares en las calles llegó la seguridad”, “Los militares son los autores de muchos crímenes”, “Gracias a los militares volvió la paz a las zonas más peligrosas”, “Me da miedo ver a los soldados cerca de mi casa”: estas son algunas frases que durante los últimos años se han escuchado cuando se les pregunta a las personas qué piensan sobre los militares. Tras la llegada de Felipe Calderón a la presidencia de México, el fortalecimiento del papel de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública cambió la visión que la sociedad mexicana tenía sobre el ejército y, tras varios años en las calles, las opiniones y los sentimientos hacia la figura de los militares se han dividido drásticamente.
El 10 de diciembre de 2006, Calderón Hinojosa —entonces mandatario de México— declaró una “ofensiva total” contra los cárteles de la droga en México y oficializó el inicio de la “guerra” contra el narcotráfico. Veinticuatro horas después, sacó a 6,500 soldados de los cuarteles y los envió a Michoacán con el propósito, informó, de poner fin a la violencia que se vivía en esa entidad derivada del narcotráfico.
Así comenzaron a salir los soldados y marinos de sus cuarteles, y llegaron a las calles del norte, centro y sur del país. La seguridad de la sociedad civil había sido puesta a cargo de las fuerzas armadas y, tras ello, la decisión fue aplaudida o rechazada de acuerdo con las experiencias y perspectivas de cada ciudadano.
Una de esas experiencias la comparte para Este País, la señora Flor Robledo, quien entre 2003 y 2007 viajó entre cinco y seis veces por año desde la ciudad fronteriza de Tapachula, Chiapas, a la Ciudad de México. Así la narra: “Eran los años en los que el ejército había salido a las calles y, lejos de sentirme protegida por ellos, desarrollé un rechazo hacia las fuerzas armadas. No a todos los soldados, pero sí a cualquiera que se encontrara en una garita. Durante mis viajes viví múltiples groserías y actos de prepotencia —humillaciones— por parte de los soldados que subían a revisar los autobuses. Eran 18 horas de viaje y por lo menos diez retenes o garitas. Mis historias son muchas, pero la memoria trae la ocasión en que, después de interrogarme a dónde iba, por qué y cuándo regresaba, un soldado me arrebató la identificación oficial, me hizo bajar, pese a que vio que yo usaba un bastón. Le expliqué que se me dificultaba bajar, pero dijo que eso ‘no era su asunto’. Revisaron mi maleta, no hubo un motivo para hacerme bajar, pero era mejor no discutir: se conocía de tantas denuncias contra ellos que era mejor callarse”.
En aquella misma ocasión, un señor ciego de un ojo y de la tercera edad, recuerda Flor Robledo, también fue interrogado y le pidieron que bajara para una revisión. Él respondió que era un discapacitado visual y hacerlo bajar “era una violación a derechos humanos”. Recuerda que el hombre argumentó: “La Constitución no permite esto”; el soldado le respondió: “La única Constitución que conocemos es la palabra del presidente Felipe Calderón”, y lo obligaron a bajar.
Tras evocar estos hechos y enfatizar que es “uno de tantos”, reafirma: “Desarrollé un rechazo por los soldados. No todos tienen este aire de superioridad y prepotencia, pero esa ha sido mi experiencia durante muchos años y, hasta ahora, he tenido la coincidencia de que los soldados con los que he tenido que tratar tienen un carácter agresivo y prepotente. Yo no me siento segura si veo soldados, aunque tampoco las policías son confiables en algunas regiones”.
En marzo pasado, los resultados de la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) 2020 arrojaron que el Ejército y la Marina son las instituciones del país con mayor nivel de confianza entre la población, con 63.8 por ciento. Con bajas y altas en las cifras de confianza, las fuerzas armadas durante el sexenio de Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y, ahora, Andrés Manuel López Obrador se mantienen como las instituciones de mayor confiabilidad entre los mexicanos.
No obstante, organismos nacionales e internacionales, del nivel de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), durante los dos sexenios anteriores acusaron a las fuerzas armadas de cometer graves violaciones a derechos humanos, tales como ejecuciones extrajudiciales, tortura y desaparición forzada. En 2011, los expertos del Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias de la ONU realizaron una visita oficial a México y tras ello recomendaron al gobierno mexicano la retirada del ejército de las calles “en el corto plazo”, tras observar la presunta implicación de miembros de las fuerzas armadas en abusos a derechos humanos de civiles.
Los militares son como camaleones
Alejandro Castro, quien se dedica a la venta de muebles de madera y es oriundo de Sinaloa, comenta: “Los militares son como camaleones. No puedo dejar de admitir que cuando aplican el plan DN-lll son totalmente distintos a cuando te paran en la calle y te interrogan como delincuente. Cuando hay huracanes o tormentas se portan como unos verdaderos héroes. Es decir, realmente les agradeces su apoyo y sí se siente esa protección, se ve que lo hacen con el corazón, pero, chale, en cualquier otro momento mejor ni te los encuentres, no vaya a ser que estén buscando un ‘culpable’ y te siembren algo, y más aquí en este estado”.
En abril de 2016, se filtró a la prensa un video que exhibió a policías y militares asfixiando a una mujer con una bolsa de plástico mientras la interrogaban; ella gritaba desesperada por salvar su vida ya apoderada por el pánico debido a lo que padecía en ese momento. Dos meses más tarde, Amnistía Internacional publicó el informe “Sobrevivir a la muerte: tortura de mujeres por policías y fuerzas armadas en México”, que reunió información que sugiere que la policía y las fuerzas armadas mexicanas “someten a menudo a mujeres a tortura y otros malos tratos y que la violencia sexual es una práctica habitual durante el arresto y el interrogatorio”.
Este informe enlista algunas de las vejaciones infringidas a mujeres: “Fuertes golpes en el estómago, la cabeza y los oídos, amenazas de violación contra las mujeres y sus familias, semiasfixia, descargas eléctricas en los genitales, manoseo de los pechos y pellizcos en los pezones, violación con objetos, con los dedos, con armas de fuego y con el pene”.
En contraste, meses más tarde, en febrero de 2017, el entonces secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos Zepeda, declaró que “votaría hasta con las dos manos para que los militares regresaran a sus cuarteles, pero la mayoría de los mexicanos no estaría de acuerdo”. A esa respuesta le siguieron los resultados de la encuesta de Parametría, la cual informó que seis de cada diez mexicanos querían que el Ejército siguiera realizando tareas de seguridad en las calles.
Una perspectiva acorde a esta encuesta es la de Enue Ávila Cuéllar, de 30 años, quien explica: “Mi padre es fotógrafo militar, ya retirado, y por ello he vivido en una zona militar desde siempre y, a su vez, convivido con mujeres y hombres militares. Sin duda alguna, no todos son buenos ni malos, como cualquier ser humano, pero siempre he dicho que yo me sentiría más segura con un militar en las calles que con un policía, porque sí creo que sus acciones están más controladas, a diferencia de los policías municipales o estatales”.
“Hay militares que tienen buen corazón y otros que no. Dentro de la milicia hay mucho favoritismo, normalmente aquellos que tienen un rango superior a mayor gozan de un mejor trato, tanto ellos como sus familias. Mi papá es capitán, no llegó a un alto grado y debido a esto he encontrado actos que me llevan a decir que hay favoritismos. Por ejemplo, quienes tienen grados menores tienen una atención en salud, en algunas ocasiones, deficiente. El personal médico militar en ocasiones no tiene un trato amable, si no tienen altos grados. Hace dos meses mi padre estuvo en el hospital, la atención fue muy buena; sin embargo, él estaba en un área donde había 15 pacientes más, esto no hubiera sucedido si fuera mayor o general, ellos tienen habitaciones privadas”, comenta Enue, quien actualmente vive en la Ciudad de México.
Ella asegura que no debe prevalecer “la idea errónea” de que todos los militares “son muy severos o mandones”. La realidad, señala, “es que no todos son así y con mis amigos, hijos de militares, nunca padecimos un trato ‘militarizado’; son protectores, eso sí, y también gozamos gracias a ellos de servicios de salud y otros beneficios como en el sexenio de Calderón, donde se obtuvo la oportunidad de acceder a becas para estudiar la universidad”.
Un ejército de buenos y malos
Ubaldo González Morales, quien se dedica a impartir clases de batería, es nieto de un militar retirado de las fuerzas armadas hace 24 años, los mismos que tiene el joven de nacido. Sobre su abuelo y la milicia, comenta: “Él siempre ha sido una persona muy tranquila, sin embargo, sí me ha tocado convivir con gente de la milicia en entornos violentos. Pareciera ser que muchas veces los soldados se quedan con el chip de la violencia”, lo que hace que esta se manifieste en algunos momentos de cotidianidad.
Empero, el joven asegura que a la hora de decidir en quién confiar su seguridad como ciudadano, definitivamente se inclina por los militares: “Los soldados pasan por una serie de filtros totalmente distintos a los de los policías, desde el certificado médico; por ello, le tengo mayor confianza a los soldados que a los elementos de seguridad pública”.
Ubaldo reconoce que la única mala experiencia que ha tenido es la violencia presenciada por parte de los soldados a raíz de la idea de que ellos “son muy hombres”. Explica: “Me considero un hombre sensible y por este tipo de comportamientos nunca pude llegar a tener un trato más profundo con aquellos amigos que se convirtieron en soldados, ya que se volvieron muy violentos y tercos”.
Otra perspectiva es la de Diana Sánchez, de 25 años, en Monclova, Coahuila, quien es trabajadora en una ferretería de la ciudad; recuerda que hace más de 15 años los militares llegaron a la región: “Cuando los Zetas comenzaron a dominar la zona vimos llegar a los militares, eran muchísimos, estaban en todos lados, en cualquier calle. Los soldados nos daban miedo. No sentíamos que nos fueran a hacer algo, pero siempre que estaban en un sitio significaba que ahí había grupos armados o narcos. Si una balacera se desataba podía tocarnos a nosotros si en ese momento pasábamos por ahí; por eso teníamos temor”.
Diana se acuerda de que los niños eran los únicos que no tenían miedo al ver a un soldado: “Los veían en el parque y los saludaban, se reían con ellos, porque la realidad es que hasta antes de llegar a las calles de Monclova solamente los habíamos visto en desfiles”. Con el paso de los años y la cotidianidad, la gente de Monclova dejó de temer al ver a los militares en la vía pública de la ciudad: “Nos acostumbramos a ellos y además actualmente ya está muy tranquila la zona. Ahora vemos a la Guardia Nacional, pero ya nos es muy común encontrarlos”.
Además, asegura que ver a un soldado le inspira más confianza y seguridad que si es la policía la que vigila las calles: “Hubo un tiempo, años atrás, donde la policía ya no mandaba, es más, se unieron a los Zetas y en eso llegó el ejército. Nos comenzamos a sentir más seguros, el ambiente dejó de ser tan tenso”. Para ella, el ejército está compuesto por “elementos buenos y malos”. Esto porque “en México muchos dicen que ‘el que no transa, no avanza’ y muchos soldados trabajan para quienes les pagan mejor. Algunos sí sirven a la patria y otros más al narcotráfico porque tal vez reciben más dinero. Pero nunca sabremos quiénes están de qué lado. Por eso es un ejército de buenos y malos”.
De acuerdo con el Informe Mundial 2021 de Human Rights Watch (HRW), nuestro país “ha utilizado activamente a las fuerzas armadas en acciones contra el narcotráfico y la delincuencia organizada, lo cual ha propiciado violaciones generalizadas de derechos humanos. Entre 2014 y 2019, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) recibió aproximadamente 3 mil denuncias relacionadas con presuntos abusos militares”.
HRW informó, además, que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha intensificado el uso de las fuerzas militares para tareas de seguridad pública, ampliando considerablemente el ámbito de sus actividades y reemplazando a autoridades civiles. Así: “En 2019 creó la Guardia Nacional, una fuerza de carácter militar, para reemplazar a la policía federal como principal organismo de orden público del gobierno. La Guardia Nacional es dirigida por militares, recibe entrenamiento de militares y está integrada mayormente por soldados.
Además, HRW reporta: “En mayo de 2020 el presidente encomendó formalmente a fuerzas militares que asistieran a la Guardia Nacional en tareas de seguridad pública. Actualmente, los militares están habilitados legalmente para detener a civiles, preservar escenas del crimen y proteger evidencias. Durante gobiernos anteriores, encomendar estas tareas a las fuerzas militares contribuyó a graves encubrimientos de violaciones de derechos humanos”.
Lorena Cruz vive en San Quintín, Baja California. Durante seis años ella y su familia vivieron “con miedo a los soldados”. La joven de 34 años menciona que “la militarización en San Quintín inició cuando llegó Calderón a la presidencia y la vivimos de manera muy drástica. Recuerdo que la gente rumoraba que los soldados se metían a las casas de forma violenta. Para mi familia y para mí sólo eran rumores hasta que nos tocó verlo en la casa del vecino. De noche entraron a su casa, él comenzó a gritar de miedo y nosotros nos escondimos y pasamos horas pensando que podrían llegar a nuestra casa, porque estábamos al lado. Entonces verlos en las calles era muy incómodo y nos causaba inseguridad”.
Para la joven pedagoga, ver a los elementos castrenses con las armas “listas para apuntar” los hace identificarlos como “intimidantes” y con “un aire de prepotencia”. Añade que con el paso de los años ha ido perdiéndoles un tanto el miedo: sabe que ellos seguirán en su región. No obstante, agrega, los “rumores” que señalan que los militares reciben “moches” de los grupos delincuenciales y por ello “les brindan protección”; por ello, no deja de provocarle desconfianza en las fuerzas armadas. Sin embargo, explica, tampoco se siente segura con los policías, y menos si son municipales.
Con la seguridad pública a cargo de la Guardia Nacional, la sociedad civil mantiene la visión de militares “con distinto color de uniforme”. Lorena asegura que hasta hoy no puede ver a los militares con agrado. Concluye: “Desde siempre los he visto con mucha reserva. Al principio de la militarización tenía mucho coraje, no me sentía segura. Ahora los veo y todavía no siento seguridad. Veo a la Guardia Nacional y para mí siguen siendo militares”.
En su desglose de cifras, la ENCUCI, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), indica que la Armada de México (Marina), encabeza la lista de las tres instituciones poseedoras de la mayor confianza por parte de la ciudadanía con un 90.2 por ciento, le sigue la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), con el 87.8 por ciento y finalmente la Guardia Nacional con un 82.7 por ciento.
A finales de septiembre pasado, el secretario de la Sedena, Luis Cresencio Sandoval, afirmó que actualmente “no hay ninguna queja ni recomendaciones en materia de derechos humanos producto de la actuación de los militares en operaciones”. Añadió que “en esta administración ha sido todavía más directa la orden de no violentar los Derechos Humanos y nuestro personal ha entendido que podemos cumplir las misiones asignadas sin realizar ningún acto que se califique como violencia a Derechos Humanos y vamos a seguir por ese camino”.
Lo que sí es un hecho es que civiles han sido víctimas de detenciones arbitrarias, ejecuciones extrajudiciales, tortura y desapariciones forzadas; tan sólo un ejemplo de esto son las voces de las familias de una treintena de jóvenes desaparecidos en Nuevo Laredo, en 2018. De enero a abril de aquel año, mes a mes se incrementaron las quejas por detención arbitraria por parte de elementos de la Marina; las familias declararon que detenían frente a ellos a los jóvenes, los encerraban en un cuartel, aunque los elementos castrenses negaban que esto fuera cierto. Algunas de las víctimas fueron localizadas semienterradas en brechas a las afueras de la ciudad.
Así, las visiones de los gobiernos y la ciudadanía sobre la llegada y permanencia de las fuerzas armadas a las calles del país distan notablemente; sólo el tiempo y la realidad pueden dar la razón a uno u otro. EP
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