Andrea Sánchez Grobet comparte su acercamiento a la pospornografía y cómo este movimiento ha cambiado su deseo y su manera de relacionarse con ella misma, con su propio cuerpo y con el de otras personas.
Lo que el posporno me hizo
Andrea Sánchez Grobet comparte su acercamiento a la pospornografía y cómo este movimiento ha cambiado su deseo y su manera de relacionarse con ella misma, con su propio cuerpo y con el de otras personas.
Texto de Andrea Sánchez Grobet 23/02/21
De agosto de 2017 a febrero de 2018 realicé una estancia de investigación en Buenos Aires, Argentina, para concluir mi tesis de maestría. Poco sabía yo que ese viaje cambiaría mi perspectiva tanto académica como personal. Recuerdo vívidamente un pasaje del libro La casa de los espíritus de Isabel Allende que dice que cuando alguien —en ese caso una niña (como yo en esos momentos)— hace una pregunta, es por que está lista para recibir la respuesta. Muchas veces no sabemos siquiera que estamos formulando cierto tipo de preguntas, pero ahora sé que lo anterior no significa que no estemos buscando, de alguna u otra forma, algún camino para responderlas.
Fue a través del contacto que tuve con el movimiento posporno que me di cuenta de que las preguntas que salen de nuestros cuerpos muchas veces son catalizadas por las heridas que nos atraviesan, esas heridas que nos conectan, inevitable e indudablemente, con las comunidades, los territorios y las estructuras de poder de las que somos parte. Las respuestas, por lo tanto, casi nunca se dan de manera lineal o coherente, sino que nos van transformando en la medida en la que nos es posible recorrerlas a través de las personas, las palabras y los afectos con las que las transitamos. Es ahí donde las fisuras se abren para reconocer también las heridas ajenas de las que somos parte, pero que al mismo tiempo nos posibilita imaginar “no quienes somos, sino en qué queremos convertirnos” (Braidotti, 2005: 14).
Creo que eso fue lo que me pasó a mí: las dudas que sentía desde hacía mucho tiempo pero que no podía formular de manera clara —o por lo menos no desde un lenguaje tradicional— se expresaban en mi cuerpo de manera recurrente y desde una incomodidad que me era difícil habitar. Tal vez por eso pienso que tanto el posporno como el feminismo me encontraron a mí y no al revés. Y me encontraron, como diría Isabel Allende, porque estaba lista.
Pensándolo más de cerca, tendría que reformular esta idea un poco mejor. Porque ni el feminismo ni el posporno pueden pensarse de manera abstracta. No fue uno u otro movimiento el que me encontró, sino una serie de cuerpos y deseos; una serie de abrazos y sonrisas; una serie de compañeras y amigas bien concretas que me han posibilitado movilizarme y desear con otras formas, con otros lenguajes y bajo una mirada distinta. Pero no sin antes confrontar todos los vicios que arrastra la blanquitud y la cis-heterosexualidad. Porque no serlo en este mundo muchas veces significa la muerte. Las formas que toma nuestro deseo no son inocentes.
Esta historia es nuestra historia
Casi exactamente un año antes de mi estancia de investigación, el 26 de junio de 2016, Laura Milano presentó en la Ciudad de México su obra Usina Posporno en un espacio transfeminista llamado “La Gozadera”. Hasta ese momento, nunca había escuchado el término pospornografía, pero algo en mi cuerpo pareció movilizarse. En ese encuentro, además de la presentación del libro, se proyectaron algunos videos que se enmarcaban dentro de dicho movimiento. Para ese entonces, las preguntas acerca de cómo vivía mi sexualidad y la forma en la que expresaba mi género empezaban a incomodarme. Todavía no sabía exactamente qué era eso que no funcionaba, pero lo que se suponía que tenía que ser —y cómo tenía que serlo y hacerlo— no era algo que en realidad yo hubiera escogido. Alguien ajeno a mí había decido mi nombre y mi género, pero no solamente eso: desde el preciso momento en el que había sido concebida, toda una serie de normas que habían caído y seguían cayendo sobre mi cuerpo regulaba no sólo las formas en las que podía o no manifestar mi sexualidad, sino que moldeaban todas las maneras en la que podía entender y vivir mi deseo.
Con la formulación de estas preguntas y lista (aunque nerviosa) para recibir las respuestas, ese año decidí frecuentar espacios artísticos y políticos transfeministas que revolverían y cuestionarían las “realidades” desde las que me había construido. Y así fue que un año después, en mi estancia en Argentina, conocería a la persona que haría explotar —de una vez por todas— esas incomodidades que me habían acompañado durante largo años.
La amistad que entablé con Pao Lunch, artista y docente pospornera, me abrió todo un mundo con el que pude empezar a comprender no sólo los supuestos teóricos de los que parte este movimiento, sino los posicionamientos políticos que movilizan una parte del activismo (trans)feminista denominado como “pro-sexo”. Situarme dentro de esta corriente feminista no sólo me abrió los ojos para entender todas las formas en las que se ha construido lo que Judith Butler denonima como “matriz heterosexual” —que sería todo un sistema normativo que establece una coherencia de “un género estable (masculino expresa hombre, femenino expresa mujer) que se define históricamente y por oposición mediante la práctica obligatoria de la heterosexualidad” (Butler, 2007: 292)— sino que descubrí que las distintas posiciones que tenemos en torno a los temas de género, sexo y cuerpo están influenciadas por una producción de conocimiento y una lucha feminista que, lejos de ser lineal y coherente, nos atraviesa y nos hace tomar una cierta postura política y social con la cual narramos los mundos que habitamos.
El posporno es muchas cosas, dicen por ahí. Esto se debe a que en su interior podemos encontrar una serie heterogénea de proyectos que toman distintas formas dependiendo del contexto en el que surgen. Sin embargo, en sus inicios podemos notar cómo se fue concibiendo este movimiento a partir de las críticas que el feminismo le hizo al porno mainstream. Fue justamente desde esta reacción, que dos posicionamientos acabaron por tomar forma. Si bien en el origen, este movimiento mostró la forma en la que la sociedad está organizada a partir de unas relaciones de género jerárquicamente opresivas —lo que sitúa a las mujeres y a la disidencia sexual en una posición de subordinación y dominación en todos los ámbitos de su vida— la “forma” de hacer frente a esta matriz histórica de dominación derivó en varias corrientes o posiciones políticas que hasta hoy en día tienen una influencia importantísima que es necesario analizar (pues ellas son parte de las fervientes discusiones que se generan hoy en día desde distintos espacios como lo es Twitter, por poner sólo un ejemplo actual).
Así, pues, las llamadas “Sex Wars” condensaron las posiciones entre un feminismo anti-porno interesado en la censura, prohibición y estigmatización de la pornografía —y, como resultado, de la sexualidad— y un feminismo pro-sexo o anti-censura dispuesto a tomar la pornografía como un territorio posible para la liberación de las mujeres y de la disidencia sexual. En este contexto aparece Deep Throat, realizada por Gerard Damiano en 1972. Rápidamente se convierte en una de las películas pornográficas más importantes del momento no sólo porque recauda casi un millón de dólares con una producción de tan sólo veinticinco mil, sino porque por primera vez en la historia del cine comercial estadounidense se muestran públicamente escenas de sexo explícito en un largometraje. Como señala la estudiosa de la pornografía en los años sesenta y setenta Linda Williams, Deep Throat se convierte en un claro ejemplo de los intentos del porno por representar un placer femenino y unas prácticas que, desde una visión completamente misógina y colonial, se vuelven parte del imaginario tanto de las mujeres como de los hombres (Williams, 1989: 87).
No es casualidad, entonces, que apenas unos años después del lanzamiento de Deep Throat, Stephen Ziplow escriba su célebre libro The Film Maker’s Guide to Pornography en el que explica las técnicas y las imágenes que hacen una verdadera película pornográfica. En ella explica que “si no se tiene un come shot, no se tiene una imagen porno”1. Más que sólo una serie de imágenes, lo que se estaba promoviendo era una narrativa que además de representar al sexo, (re)producía la norma heteropatriarcal para fijar la diferencia sexual y genérica, lo que llevaría a reforzar las posiciones jerárquicas de poder y dominación entre los cuerpos y los géneros. Por ello, Javier Saez dice: “La pornografía logra objetivar el sexo, principalmente el masculino, ya que está producida hacia un consumo masculino, teniendo en cuenta una mirada, básicamente heterocentrada, y los genitales masculinos como centro de la narración”. El porno, en este sentido, se convierte “en una escuela, una enseñanza, de cómo se folla, con quién, con qué, para qué. El porno recorta el cuerpo, define las relaciones entre los cuerpos, inventa la sexualidad”. Si algo nos han enseñado estos movimientos es que producir una sexualidad específica también significa producir las fronteras de lo que se piensa que son los hombres y las mujeres.
El porno no es inocente, pues. Y tampoco está “representando” la realidad sexual en la que vivimos. Muy por el contrario, como sugiere la cita anterior, la apuesta de la pornografía es enseñarnos —a través de la reiteración de una imagen que además ya es en tantos sentidos forzada y aburrida— una orientación específica para pensar la vida. Gracias al feminismo sabemos ya que la heterosexualidad y el género (entendido en su acepción binaria) no son naturales, pero sí que se han naturalizado en nuestro imaginario. Pero no sólo eso: lo que nos gusta y lo que no tiene mucho que ver con esos cuerpos que se han construido como deseantes y deseables. Todo lo que no cabe dentro de ese imaginario queda fuera del horizonte que dicta qué vidas son valiosas y qué placeres son los normales. Por ello, creo que es necesario reflexionar de cuántas formas la violencia se hace presente en nuestras vidas: de qué tantas formas somos nosotras mismas reproductoras de esa violencia que se ejerce a partir de las formas en las que deseamos. ¿Cómo inventar, o bien, descubrir nuevos deseos para practicar lo que Gayle Rubin denomina como justicia erótica?
Por ello, el activismo feminista pro-sexo y queer, del que se desprende el posporno, intenta construir nuevos imaginarios y prácticas sexuales para poder autoreafirmarse y autorepresentarse. Hay que tener presente, como señala Foucault, que hablar de los placeres —y no sólo de las identidades sexo-genéricas— es de suma importancia para crear otros horizontes de posibilidad, porque “no se trata sólo de defendernos, sino también de afirmarnos y no únicamente en lo concerniente a la identidad sino en lo que hace la capacidad creativa. […] La posibilidad de hacer uso de nuestro cuerpo como fuente de una pluralidad de placeres reviste una enorme importancia. […] Debemos crear placeres nuevos; acaso surja entonces el deseo” (Foucault, 1999: 152-153).
Es por ello que se ha definido la pospornografía desde distintos espacios y contextos, y si bien no existe una noción homogénea de lo que estas prácticas significan, podríamos caracterizarla en términos generales como un movimiento político-artístico (trans)feminista que tiene como objetivo producir representaciones y prácticas genérico-sexuales distintas a las que ha producido el modelo normativo machista y heterosexual.
A través de sus producciones artísticas, este movimiento pone énfasis en el carácter histórico del género, el sexo y la sexualidad con la cual se resignifican los códigos pornográficos2 normativos que intentan establecer un sistema sexo/género naturalizado con el cual se reproducen los sistemas de opresión y dominación. Así, la distinción entre la pospornografía y la pornografía hegemónica no es una cuestión que sólo pueda identificarse con los modos de producción de sus contenidos, sino que se descubre como una plataforma (entre muchas otras) para construir nuevos marcos de inteligibilidad que hacen vivibles (como indica Butler) ciertas experiencias, corporalidades y deseos. Por ello, el término remite a un tipo de representación sexual no sólo con un fin masturbatorio, sino también con fines políticos, humorísticos o críticos.
En este sentido, a través de la reacción al porno mainstream, el posporno ha articulado una compleja red de discursos, prácticas, afectos y comunidades que tienen como fin cuestionar las normas sexuales desde donde nos vivimos y relacionamos. El posporno sería, entonces, un movimiento con el cual se ha hecho posible develar los “ideales regulatorios” que ha señalado Butler y que (re)producen el orden sexo-género hegemónico, al mismo tiempo que se descubre como un espacio para dar nombre a las experiencias de una violencia políticamente situada y encarnada. Por ello, Elena/Urko, del colectivo “Urko Post Up”, señala que la pospornografía es3:
Una reacción que viene por parte de algunos grupos feministas y también por parte de grupos vinculados a la disidencia sexual que tienen una mirada crítica hacia la pornografía dominante. Consideramos que el porno mainstream, el porno mayoritario o una gran parte de éste lo que hace es perpetuar una serie de estereotipos de sexo, de género y de normalidad corporal.
Es decir, nos está diciendo cómo son los hombres, cómo son las mujeres, qué cuerpos y qué prácticas son legítimas, qué cuerpos son deseables y cuáles no, y de alguna manera están mostrando ciertas prácticas e identidades y otras las están invisibilizando.
Para mí, lo que es el posporno es que ante esta pornografía mainstream vamos a coger estas mismas herramientas, porque como dice Paul Preciado, estas son armas demasiado poderosas para dejarla en manos de otros. Así, vamos a usar las herramientas de la pornografía y vamos a generar otro tipo de porno que hable de todas aquellas personas que habían estado invisibilizadas hasta ahora o que habían estado mal representadas como: bolleras-butch, personas trans, personas no binarias, etc.
Pero me diréis, joder, si en el porno ya desde hace años se veía que si personas con diversidad funcional, que si gordas, que si ya aparecían mujeres trans… pero claro, ese porno estaba grabado no en primera persona por esas personas y por esas comunidades, sino desde una mirada externa y siempre aparecían por la parte bizarra y extraña del videoclub. No era que en la categoría estándar aparecían corporalidades diferentes, sino que esa corporalidad ya suponía estar en el contexto bizarro.
Lo que se hace desde el posporno es, en primera persona, todas esas personas que no estábamos representadas o que estábamos mal representadas cogemos esas herramientas para mostrar nuestros cuerpos y nuestras prácticas de un modo empoderante (Urko Post Up).
Seguir con la historia; seguir con el problema4
Como el feminismo, el posporno no es algo que es, sino algo que se hace. Reflexionar acerca de todas esas historias que nos atraviesan para seguir con el problema significa mantener la piel bien abierta para estar siempre atentas a lo que decimos y hacemos. Porque al decir y al hacer estamos generando cierto tipo de comunidades y afectos que cuentan historias pasadas, presentes y futuros posibles. Con quiénes queremos narrarnos y bajo qué términos es importante. Explorar nuevos lenguajes me ha enseñado, por lo menos a mí, que así como la biología no es destino, el pasado tampoco nos determina. Siempre cabe la posibilidad de movilizarnos hacia otros lados para recorrer todas aquellas incoherencias que nos constituyen. Ir, regresar, moverse en círculos. Fracasar. Pero con la habilidad para responder [response-ability/responsabilidad], dirían Donna Haraway y Karen Barad. Esto fue lo que el posporno me hizo. EP
1 “There are those who believe that the come shot, or, as some refer to it, “the money shot”, is the most important element in the movie and that everything else (if necessary) should be sacrificed at its expense. Of course, this depends on the outlook of the producer, but one thing is for sure: if you don’t have a the come shots, you don’t have a porno picture. Plan on at least ten separate come shots” (Williams, 1989: 93). Traducción propia.
2 Entiendo como “códigos pornográficos” una producción de sentidos y sentires específica que reitera el sistema dicotómico hombre/mujer, así como la matriz heterosexual (Butler, 2002; Preciado 2008, 2015).
3 Para conocer su proyecto, visiten su página web y vean el video “Sexualidad en tiempos de coronavirus”.
4 Retomo el título del libro de Donna Haraway, Seguir con el problema (2019), para pensar los debates que configuran las distintas historias y posiciones políticas.
Bibliografía
Allende, Isabel. La casa de los espíritus, Chile: Editorial Sudamericana, 1982.
Braidotti, Rosi. Metamorfosis. Hacia una teoría materialista del devenir, Madrid: Ediciones Akal, 2005.
Butler, Judith. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Barcelona: Paidós, 2007.
Butler, Judith. Marcos de Guerra. Las vidas lloradas, Barcelona: Paidós, 2010.
Egaña Rojas, Lucía. Atrincheradas en la carne. Lecturas en torno a las prácticas postpornográficas, Barcelona: Ediciones Ballaterra, 2017.
Foucault, Michel. “Sexo, poder y gobierno de la identidad. Entrevista”, en La bolsa de la medusa, núm. 49, 1999.
Giménez Gatto, Fabián. Pospornografías, México: La Cifra Editorial, 2015.
Llopis María. El posporno era eso, Barcelona: Melusina. 2010
Milano, Laura. Usina Posporno. Disidencia sexual, arte y autogestión en la pospornografía, Buenos Aires: Título, 2014.
Milano, Laura. “Lo que el posporno nos dejó. Medios de comunicación, llamados al orden y sexualidad”, en Giménez Gatto, Fabián y Díaz Zepeda, Alejandra (coords.), Pornologías, México: La Cifra Editorial, 2017.
Preciado, Beatriz. Manifiesto contrasexual, Barcelona: Editorial Anagrama, 2011.
Preciado, Beatriz. “Museo, basura urbana y pornogragía” en Zehar: Revista de Arteleku-ko aldiskaria, núm. 64, 2008.
Preciado, Paul B. Testo Yonqui, España: Espasa Libros, 2015.
Sáez, Javier. “El macho vulnerable: pornografía y sadomasoquismo” en MACBA. Maratón posporno, Barcelona, 2003.
Salanova, Marisol. Postpornografía, Muricia: Pictografía Ediciones, 2012.
Williams, Linda. Hardcore. Power, Pleasure, and the “Frenzy of the Visibile”, California: University of California Press, 1989.
Elena/Urko, Urko Post Up, Youtube: min. 36: 25 – 38:56, 2020
Ziplow, Stephen. The Film Maker’s Guide to Pornography, Estados Unidos: Drake Pub, 1977.
Haraway, Donna. Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, trad. de Helen Torres, Bilbao: Edición Colsoni, 2019.
Barad, Karen. Meeting the Universe Halfway, Durham: Duke University Press, 2007.
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