Julieta García González, directora de Este País, hace un recuento de su fascinación por las revistas y presenta la transición de la publicación impresa hacia un gabinete digital de curiosidades.
Las revistas y las maravillas
Julieta García González, directora de Este País, hace un recuento de su fascinación por las revistas y presenta la transición de la publicación impresa hacia un gabinete digital de curiosidades.
Texto de Julieta García González 05/04/21
Las revistas me gustaban desde que era casi una niña. Más tarde, comenzaron a fascinarme. Antes de la mayoría de edad ya trabajaba en una. Es aquí donde toca decir que México tiene una larga y nutrida tradición de revistas culturales y de discusión política. Y aquí tocaría decir que en esa larga tradición se inserta Este País, pero tendré que dar unos pasos atrás o a un lado para narrar lo que es relevante.
En otros textos de esta edición se habla de cómo Este País nació para solventar vacíos que eran obvios en diarios y en las publicaciones periódicas de su época, en la que reverberaba aún con fuerza lo sucedido en las elecciones de 1988; es decir, de su nacimiento como un recurso para apuntalar la democracia. En el esquema de entonces, publicar con tablas y gráficas las preferencias y las apuestas ciudadanas era un rompimiento que marcó a los medios nacionales y dejó huella. Y es aquí donde sí me interesa hacer hincapié. Una vez que se decidió que la política editorial sería la de abrir nuevos caminos para publicar lo que en otros lados no tenía cabida, se establecieron rutas que distintas para casi todos los contenidos. Una de las primeras ediciones, a inicios de los años noventa del siglo pasado, tiene el cabezal “ABORTO” en su portada. Una publicación nacida del rechazo a las ideas establecidas y a las verdades únicas, tenía que pasar por los temas del derecho y el cuerpo. Unos años más tarde haría lo propio con otros temas que parecían lejanos en la agenda política del momento, pero resultaban prioritarios para una discusión seria del rumbo a tomar: el medio ambiente, por ejemplo.
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Mi fascinación por las revistas se volvió problemática porque los materiales se apilaban en mi cuarto mes a mes. Compraba revistas viejas y usadas, revistas nuevas, las leía en los puestos de periódicos (hasta que me lo prohibieron los kiosqueros) y pasaba horas frente a ellas, revisándolas, en los Sanborns. No competían con los libros y no tenían nada que ver con los periódicos; entraban en una categoría muy distinta que me parecía irresistible. Unas vacaciones perfectas, para mí, incluían un mar de libros y revistas y un sitio donde estar echada de panza o de espaldas para campechanear las lecturas. Cuando me mudé a vivir muy lejos de la casa familiar, a otro estado y bajo otras condiciones, tuve que renunciar a mi colección. Al llegar a mi nueva vida busqué sin éxito revistas y, como no las hubo, comencé a planear una. Mi primer trabajo serio y formal al volver a la Ciudad de México —posterior a aquel en el que casi me pagaban con caramelos y paletas heladas porque habría sido muy ilegal contratarme— fue en una revista semanal. Desde entonces, no he dejado de hacerlas, planearlas, pensarlas, leerlas y disfrutarlas.
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¿Qué hay en una revista que le permite complementar lo que hay en los libros y que enriquece lo que puede haber en los periódicos?, ¿qué la hace, para mí, una herramienta necesaria en el océano de blogs, posts, tuits, videos y comentarios disponibles en todo momento, al alcance del pulgar? Las revistas han prolongado el fenómeno Wunderkammer: son un gabinete de curiosidades cuidadosamente seleccionadas por alguien, curadas, cuidadas y presentadas como una demostración de las maravillas del mundo. Una visión personal del cosmos que podía llevarse de un lado a otro. Cada revista es un gabinete que puede explorarse abriendo una o varias compuertas a la vez y, mirado en su conjunto, puede apreciarse un pequeño universo.
A mediados de 2020 —bien lejos del siglo XVI de pequeños gabinetes de madera y en medio de una pandemia—, Este País dejó el papel y se convirtió en un gabinete digital en el que caben muy distintas maravillas: pueden representarse ahora, con acierto, los descalabros ambientales lo mismo que el análisis cultural; propuestas para la menstruación digna a la vez que el difícil reto de hacer visible una preferencia sexual; la desigualdad que nos corroe y la belleza de un relato bien armado; arte desde la tecnología y las distintas formas de defender nuestro patrimonio. Hemos decidido, como en los viejos gabinetes, mostrar nuestro mundo siguiendo algunas reglas claras: nos mantenemos lejos de la agenda diaria (que ya está cubierta por los periódicos, las redes sociales, las publicaciones cotidianas) y analizamos el trasfondo; rescatamos lo que pensamos valioso para el futuro y hablamos sin miedo de los temas que creemos más relevantes. Para lograrlo, tenemos la mejor compañía: un Consejo de Administración que preside Marco Provencio y que incluye a Gerardo Adame, Edmundo Berumen, Magdalena Carral Cuevas, Rafael Castillo, Susana Chacón, Leonardo Curzio Gutiérrez, Tania Rabasa, Francisco Suárez Dávila. Un Comité Editorial compuesto por algunos consejeros (como Gerardo Adame, Leonardo Curzio, Susana Chacón, Magdalena Carral y Tania Rabasa), pero que también suma las voces de Yásnaya E. Aguilar, Tatiana Bilbao, Juan Jesús Garza Onofre, Sandra Fernández Gaytán, Teresa Rodríguez de la Vega, Moisés Tiktin y Guadalupe Valencia. También un Consejo Ambiental que incluye a Jorge Comensal, Rodolfo Dirzo, Fulvio Eccardi, Carlos Galindo, Patricio Robles Gil, Andrea Sáenz-Arroyo, José Sarukhán Kermez e Isabel Zapata. Todos ellos aportan ideas, sugieren ángulos, ayudan a la planeación, escriben para nosotros y nos acompañan con sus lecturas.
Además, hay un equipo sólido y joven —que ha heredado el ánimo, rebelde y sensato a la vez, con el que Federico Reyes Heroles dirigió los primeros años de la revista— sin el que nada de lo que publicamos sería posible: Karen Villeda como editora titular y Bruno Zamudio como coeditor hacen maravillas, son fuente de propuestas ricas y divertidas y una compañía necesaria; Roberto Anaya, con pasión y buen ánimo, le da forma a muchas de nuestras ideas desde la dirección de arte; Valeria Vlasich lleva las redes sociales sin perder del todo la cabeza; Andrés Padilla piensa en estrategias y acompaña en sufrimientos y obsesiones; Martha Reyes es una fuerza estable desde hace tres décadas y lleva los números con diligencia y cordura; Héctor Ortega asiste y apoya incluso en los días oscuros. A todos ellos les estoy agradecida.
Y estos treinta años serían impensables sin dos figuras necesarias. Primero, la de los colaboradores, que suelen ser fuentes de inspiración y una parte imprescindible del gabinete de maravillas, porque construyen con su talento y su pensamiento lo que mostramos. Luego, la de quienes leen: quienes tienen los ojos y la mente que miran el cosmos que hemos arreglado, con amor y cuidado, para darle sentido a lo que vivimos. Estamos listos para los próximos treinta. EP
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