En este ensayo, la autora analiza cuáles son las condiciones materiales detrás de distintas narrativas que existe en el debate público contemporáneo.
Las ideologías en tiempos de la 4T: tres narrativas y una parodia
En este ensayo, la autora analiza cuáles son las condiciones materiales detrás de distintas narrativas que existe en el debate público contemporáneo.
Texto de Teresa Rodríguez de la Vega 01/10/20
En la visión clásica del materialismo histórico, “el modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia”1.
Esta premisa, atractiva en sí misma desde una perspectiva teórica, es útil para el análisis y la lectura del espectro político-ideológico en una situación determinada, y más si se trata de una situación de polarización del discurso. Podríamos frasear el imperativo analítico del siguiente modo: detrás de toda posición discursiva que aparece en la escena política, ha de buscarse la situación productiva del actor que la enarbola; es decir, cuál es la situación del actor respecto a la propiedad de los medios de producción y al modelo de acumulación de riqueza imperante.
El dieciocho brumario de Luis Bonaparte es, en este sentido, ejemplar. En él, por medio de un análisis de los acontecimientos del ascenso y declive de la Segunda República Francesa realizado prácticamente en vivo, Marx hizo el ejercicio de identificar a los distintos actores involucrados en relación a las condiciones materiales que subyacían a sus tomas de posición, a sus alianzas y rupturas. En términos generales, la configuración histórica que se describe en la obra dibuja a una burguesía fracturada que se disputaba los espacios del poder político como resultado de las transformaciones del modelo acumulativo del capitalismo: “[…] si en nombre del rey, había dominado una parte reducida de la burguesía, ahora dominará la totalidad de la burguesía en nombre del pueblo”. Todo esto, ante la debilidad transitoria de un proletariado que, no obstante, cada tanto lograba articularse como actor unitario, aunque aún no en dirección de sus propios intereses de clase. Algo que, desde la perspectiva de Marx, habría de ocurrir tarde o temprano.
¿Qué pasa si intentamos reproducir este ejercicio, que muchos considerarían verdaderamente trasnochado, en ocasión de la escena actual de eso que llamamos México? ¿Qué condiciones materiales de existencia podemos reconocer en la base de las distintas narrativas que encontramos en el debate público, en medios de comunicación y redes sociales?
A muy, pero muy grandes rasgos, creo que en la escena actual podemos identificar tres grandes narrativas y una parodia:
1. La Cuarta Transformación
“Por el bien de todos, primero los pobres”, recitaba el lema de campaña de Andrés Manuel López Obrador en 2006, la primera vez que contendió por la presidencia de la República. Desde entonces, y durante sus tres candidaturas presidenciales, López Obrador enarboló un proyecto nacional-popular que se institucionalizó en la conformación de Morena como partido político.
Aunque claramente ha perdido beligerancia o de plano cambiado de rumbo en relación a temas cruciales —como el papel de las fuerzas armadas en la seguridad pública—, la narrativa del proyecto que llegó a la presidencia en 2018 se ha construido en torno a tres grades rupturas respecto del pasado, al menos del pasado inmediato: una especie de purificación de la vida pública a través del combate a la corrupción, una política redistributiva basada en una “desneoliberalización” moderada de la economía y, por último, la austeridad como habitus gubernamental y símbolo de cercanía con el pueblo.
Sin duda alguna, esta narrativa está repleta de contradicciones y se contrapone con intereses concretos de actores concretos que participan en la autodenominada Cuarta Transformación, ya sea de manera orgánica —como los funcionarios o quienes ocupan puestos de representación popular—, o bien, como actores económicos con intereses específicos en procesos específicos —como aquellos involucrados en los “megaproyectos”.
Así, mientras que la austeridad topa con pared en el estilo de vida de algunos funcionarios, la lucha contra la corrupción topa con pared en la inercia de una administración pública que incorporó hace décadas al moche y a la opacidad como parte de sus engranes básicos, y la desneoliberalización topa de frente con la inercia del sistema económico y con los compromisos que el propio López Obrador estableció con algunos sectores del empresariado, incluso antes de llegar a poder.
La gran pregunta es por qué, a pesar de estas evidentes contradicciones, el gobierno de López Obrador sigue gozando de gran legitimidad entre amplios sectores populares. Me parece que la socorrida hipótesis de que el suyo es un liderazgo carismático, no hace suficiente justicia al perfil social de la mayoría de los sectores que siguen adhiriéndose a su causa con una vocación militante. Desde mi perspectiva, el innegable soporte popular de la así llamada Cuarta Transformación tiene un componente de clase o, dicho de manera más específica, un componente de conciencia de clase: esa que, según el marxismo, sólo existe cuando existe una oposición activa frente a la otra clase.
Dicho de otra forma, considero que asistimos a una especie de revuelta plebeya frente a las élites que se sostiene, en última instancia, en el reconocimiento de las propias condiciones materiales de existencia y de los intereses de la propia clase como opuestos a los intereses de las élites. El que se trate de un proceso sólo incipiente y basado en una lectura equivocada de los alcances reales del proyecto de gobierno de López Obrador y Morena, no socava el hecho de que, al menos hasta ahora, la base social del movimiento descansa en la formación de una incipiente conciencia de clase que —¿por qué no?— en un futuro bien podría rebasarlo por la izquierda.
2. El elitismo políticamente correcto
Desde el triunfo electoral de López Obrador, diversos actores, ubicados en diversas coordenadas del espectro político del centro hacia la derecha, han denunciado con preocupación lo que perciben como un peligroso clima de polarización social, producto de un discurso gubernamental beligerante que polariza a la sociedad entre ricos y pobres. “Ni chairos ni fifís, todos somos mexicanos”, recitan estas voces.
¿Qué intereses materiales podemos identificar en la base de esta narrativa? Estas interpelaciones suelen provenir de sectores económicamente acomodados y difundirse en plataformas físicas o digitales de gran alcance mediático. Esto no puede sino recordarnos lo planteado en el primer capítulo de La ideología alemana, de Marx y Engels: “La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual”.
Pues bien, vista en clave materialista, esta narrativa constituye la manera en la que las clases dominantes responden a esa revuelta plebeya, tomando la forma ideológica de un elitismo discursivamente moderado que hace suyas las máximas clásicas del pensamiento liberal, como lo demuestra su más reciente intervención en el debate público: “En defensa de la libertad de expresión”.
¿Cuál es la agenda de clase de estos sectores? La no confrontación, la no polarización. Y es que la polarización constituye un estado de cuestionamiento del statu quo, de las condiciones en las que se sostiene la estructura desigual de la sociedad en la que vivimos. Conscientes de que el proyecto enarbolado por el gobierno dista mucho de ser tan transformador como presume, estos sectores saben que, como en tiempos de El 18 brumario de Luis Bonaparte, “los representantes que apelan continuamente a la opinión del pueblo autorizan a la opinión del pueblo para expresar en peticiones su verdadera opinión”. Así pues, lo que preocupa a este sector no es la Cuarta Transformación en sí, sino el perfil de clase, la vocación antielitista y la altanería plebeya de muchos de los sectores que la siguen apoyando.
3. La rabia y la resistencia
Las dos primeras narrativas que he descrito distan mucho de constituir un desafío al sistema imperante, aun cuando una de ellas se oponga discursivamente al gobierno y la otra convoque a un sector social de no poco potencial antagónico (la “plebe”). En cambio, la narrativa en la que confluyen la rabia y la resistencia constituye una verdadera interpelación antisistémica.
Hablo aquí de la rabia de las mujeres ante la violencia patriarcal; de la impotencia de las víctimas de la violencia represiva y criminal; de la resistencia de las comunidades y los pueblos ante la violencia, la represión y el extractivismo. Colectivas feministas, organizaciones de víctimas y familiares de desaparecidos, buscadoras, policías comunitarias, pueblos y comunidades que defienden sus territorios.
Se trata, pues, de actores que resienten en carne propia y de modo dramático las contradicciones de la Cuarta Transformación, esas contradicciones que se expresan en la invisibilizacion de la violencia feminicida, en la continuidad agresiva de los megaproyectos extractivistas, en la ausencia de justicia transicional para las víctimas y tantos otros etcéteras.
¿Qué condiciones materiales de existencia subyacen a esta narrativa que interpela frontalmente y sin concesiones al poder político y económico?
En La ideología alemana, Marx y Engels plantearon que la determinación más importante es la de la producción de la vida material misma: “la primera premisa de toda existencia humana y también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen, para ‘hacer historia’, en condiciones de poder vivir”. Pues bien, las narrativas antisistémicas que podemos identificar hoy por hoy en la escena nacional, corresponden a sectores para los que está en entredicho ese “poder vivir”, en donde la producción de la vida está amenazada en su sentido más elemental. Por eso, mientras los pueblos resisten desde sus prácticas productivas comunitarias a megaproyectos impulsados, en conjunto y con mucho espíritu de cuerpo, por el gobierno y algunos sectores de la alta burguesía, la rabia grita: “¡Nos están matando!”, “¡No más sangre!”, “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”.
(La parodia)
Pancartas en inglés, vociferaciones abiertamente racistas, misóginas, homófobas y clasistas; mantas que recitan: “AMLO comunista”, contingentes de automóviles, plantones de tiendas de campaña vacías. Personajes que no parecen preocupados por exceder los límites de lo políticamente correcto, acciones llevadas a cabo sin cálculo político alguno y que demuestran, al mismo tiempo, su poder de convocatoria y su poder adquisitivo.
Se hacen llamar “FRENAAA”, “TUMOR”. El delirio, pues. Una pensaría que nadie en su sano juicio podría tomarlos en serio, pero lo cierto es que sus acciones y declaraciones circulan profusamente en medios de comunicación y redes sociales; lo que sugiere que los dueños de los “medios de la producción espiritual” no los ven con malos ojos, aunque, por pudor, no se adhieran explícitamente a su causa.
Tengamos, pues, cuidado, porque, visto en clave materialista, aún las expresiones políticas más delirantes pueden volverse una amenaza seria a la democracia cuando el poder económico ve en ellas la oportunidad de replegar al fondo de la escena histórica a las clases subalternas, ya sea que éstas estén discretamente articuladas en la base social de un gobierno progresista, o en esfuerzos organizativos verdaderamente antisistémicos. EP
1 Marx, Karl, Contribución a la crítica a la economía política, México, Siglo XXI, 1971.
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