La microbiota vaginal: una cuestión de diversidades, una cuestión ch’ixi

Las comunidades microbianas son distintas en cada ser humano. Agustín B. Ávila Casanueva nos acerca a las microbiotas vaginales de poblaciones indígenas y mestizas y cómo están siendo afectadas por el nivel de urbanización.

Texto de 22/12/20

Las comunidades microbianas son distintas en cada ser humano. Agustín B. Ávila Casanueva nos acerca a las microbiotas vaginales de poblaciones indígenas y mestizas y cómo están siendo afectadas por el nivel de urbanización.

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Las personas somos y habitamos muchos ecosistemas y cada persona es el hogar de millones de microorganismos. Cada ciudad es un enorme ecosistema artificial y, así como cada ciudad es distinta a su propia manera —dependiendo del clima, tamaño, altitud, cultura, entre muchas otras variables—, cada parte de nuestro cuerpo es un ecosistema distinto para los microbios —como la piel, los intestinos, la boca, o la vagina—. La microbiota de cada una de estas partes es un abigarrado de bacterias, virus, y otros microorganismos. No hay dos microbiotas iguales, y conocer su diversidad y qué la rige puede llegar a cambiar el estado de salud de una población humana.

La doctora Daniela Vargas Robles, justamente está interesada en saber cómo estos dos ecosistemas: las microbiotas —en especial la microbiota vaginal—, y las ciudades y poblados que hemos creado, se relacionan. ¿Puede el nivel de urbanización decirnos algo sobre los microbios que habitan en las mujeres de estas comunidades?

“Hay muchos factores en el estilo de vida de una mujer que se han visto asociados a cambios en la microbiota vaginal” me explica Vargas Robles, “por ejemplo, el consumo de antibióticos. Si tienes una infección en el oído y tomas antibiótico, no solo te va a quitar la infección, sino que va a cambiar la microbiota de todo tu cuerpo. Sabemos que los lavados vaginales afectan de manera negativa a la microbiota vaginal, alteran su diversidad, y no son para nada recomendables. Hay otras asociaciones como las dietas ricas en grasa, si se es fumadora o no, y el tipo de prácticas sexuales”. Vargas Robles, investigadora venezolana, sabe que la asociación no implica causalidad, es decir, que dos cosas sucedan al mismo tiempo no significa que una sea la causa de la otra. Pero alguna de estas variables puede ser una buena manera de medir o predecir el tipo de diversidad en la microbiota vaginal de una población.

Los pocos estudios que se han realizado sobre microbiota vaginal en poblaciones latinas y afrodescendientes muestran una mayor diversidad en el abigarrado de bacterias que en las poblaciones asiáticas y europeas. Estos estudios, sin embargo, suelen hacerse en poblaciones citadinas, dejando de lado a las poblaciones rurales. Lo que le interesa a Vargas Robles y a sus colegas (de la Universidad de Puerto Rico y el Centro Amazónico de Investigación y Control de Enfermedades Simón Bolívar de Venezuela, la Universidad Nacional Autónoma de México, y otras instituciones en Estados Unidos) es saber si el nivel de urbanización afecta de alguna manera la microbiota vaginal de poblaciones indígenas y mestizas.

En este estudio, Vargas Robles y sus colaboradoras trabajaron con siete comunidades piaroas o wötjüjasdel amazonas venezolano. “Para poder llegar a estas comunidades se necesitan dos días de trayecto río arriba por el Orinoco y después el río Autana, o dos días caminando por el monte para poder llegar desde la urbe más cercana” narra Vargas Robles, refiriéndose a Puerto Ayacucho. La investigadora y su equipo, que contaba con una ginecóloga, una médica, una técnica especializada en malaria, y una intérprete, viajaron por el río en bongo, un tipo de embarcación techada, pero abierta, con capacidad para veinte personas.

Al llegar a cada comunidad el equipo de trabajo debía de pedir permiso al capitán de cada comunidad para desembarcar el equipo y llevar a cabo el estudio. “Todos nos recibieron muy bien, no tuvimos ningún problema” cuenta Vargas Robles, “mediante la intérprete convocábamos a las mujeres a una reunión para dentro de uno o dos días, ofrecíamos una consulta médica, una prueba diagnóstica de malaria y de virus de papiloma humano (VPH), además de la oportunidad de participar en este proyecto”.

En las reuniones, a las que también llegaban mujeres de otras comunidades cercanas, se les hablaba a las asistentes acerca del proyecto de investigación, que su participación era completamente opcional, y que serviría para hacer una publicación científica que probablemente ayudara a mejorar la salud de ellas y de más mujeres. “Tenían muchas preguntas” recuerda Vargas Robles, “preguntas de anatomía, preguntas de métodos anticonceptivos —sobre todo el método del ritmo—, y estaban preocupadas también porque habían sabido de varios casos de muerte por cáncer cérvico uterino, que es causado por el VPH”. A cada mujer que deseaba participar en el estudio, además de recibir la consulta médica, la ginecóloga le tomaba con sumo cuidado dos muestras de su microbiota vaginal utilizando un cotonete estéril.

A los pocos meses, Vargas Robles y su equipo volvieron a estas comunidades a dar los resultados de los estudios clínicos y, en los casos necesarios, dar un seguimiento médico. ¿Qué fue lo que encontraron estas científicas? “En el caso de los virus de VPH” explica Vargas Robles, “nos enfocamos en buscar dentro de veinticinco tipos de VPH, doce de ellos de alto riesgo”. Los virus del papiloma humano no son un único virus, de nuevo, es una cuestión de diversidad. Los VPH son una familia con al menos cientosiete virus. No todos generan cáncer, pero las vacunas que existen no cubren a todos los que son de alto riesgo. “Encontramos una gran prevalencia de VPH en estas comunidades” describe Vargas Robles, “uno de los más comunes es el VPH 39, que es de alto riesgo y no está incluido dentro de ninguna de las vacunas”.

Esta es la importancia de conocer las diversidades. “Aún cuando se vacunara a estas poblaciones” explica Vargas Robles, “no quedarían protegidas contra el tipo de VPH que es más común en su zona”. Esto nos muestra que las soluciones planeadas para otras poblaciones, pensadas desde la diversidad de esas mismas poblaciones, no siempre funcionarán para todas las diversidades que existen.

Hablar de diversidades en América Latina no es nuevo. El mestizaje se ve involucrado en todos los factores de nuestras sociedades. Esta mezcla parcial que al mismo tiempo nos individualiza —nadie tiene la misma mezcla—, y nos aglomera en el concepto de Latinx. Para la socióloga y activista boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, esto es lo ch’ixi. El concepto-metáfora de lo ch’ixi —en aymara, o ch’iqchi en qhichwa— lo utiliza Rivera Cusicanqui para describir la realidad de las distintas sociedades y poblaciones de Bolivia —y que puede extrapolarse a toda Latinoamérica— que significa gris manchado o jaspeado y que, en sus propias palabras, “es este gris jaspeado que proviene de la mezcla imperceptible de blanco y negro, que se confunde con la percepción, sin estar nunca completamente mezclado (…) refleja la idea aymara de algo que es y no es al mismo tiempo”. Y la microbiota es justamente un conjunto abigarrado de bacterias, un conjunto ch’ixi. Bacterias negras y blancas, rojas y verdes, amarillas y azules, en una combinación única, pero al mismo tiempo, formando un conjunto reconocible. Así, las microbiotas orales humanas son todas de un gris oscuro, muy distinto al gris claro de la microbiota del ombligo. Grises, que viéndolos a detalle, son únicos, irrepetibles; pero aun así, fácilmente reconocibles entre ellos.

El ch’ixi de la microbiota puede ser pensado, también, como un equipo que realiza una labor en común. No todos los organismos involucrados participan, algunos sólo están presentes sin perjudicarnos ni ayudarnos, y algunos podrían llegar a ser patógenos; pero en general, la microbiota que ha evolucionado con nosotros como especie, suele ayudarnos a realizar alguna o muchas funciones, por ejemplo: la microbiota del intestino nos ayuda a digerir nuestra comida, la microbiota de la piel nos ayuda a combatir infecciones, y la microbiota de la vagina se encarga, entre otras cosas, de mantener un ambiente ácido dentro de la vagina.

“Este ambiente ácido explica Vargas Robles, “busca garantizar que los patógenos no puedan colonizar ese ambiente”, es decir, el trabajo en conjunto de la microbiota vaginal ayuda a mantener esa diversidad y que no sea colonizada por otra microbiota perjudicial. Las principales responsables de este ambiente ácido son bacterias llamadas lactobacilos. “Hay cinco especies de lactobacilos que suelen encontrarse en la microbiota vaginal, de estas, Lactobacillus iners es la única que no suele estar relacionada con una buena salud”. Vargas Robles hace hincapié en esta especie bacteriana porque es una de las que se encuentra con mayor abundancia en las poblaciones piaroas y mestizas con las que trabajaron.

“Este lactobacilo deja a la mujer en un estado vulnerable porque no genera tanto ácido” describe Vargas Robles. Sin embargo, las microbiotas en las que predomina este lactobacilo, también son las que reciben de mejor manera a otros lactobacilos que pudieran ser capaces, después, de generar un ambiente más ácido y con una mayor protección. Esto no quiere decir que las microbiotas de estas mujeres no sean saludables, solamente que son más susceptibles al cambio, y, que forman un gris distinto al gris de las microbiotas citadinas.

Uno de estos lactobacilos podría ser el Lactobacillus crispatus. “Este lactobacilo es el que más se asocia con una buena salud, es muy robusto” dice Vargas Robles refiriéndose a que es muy difícil que otras bacterias, patógenas o no, colonicen su ambiente. Mujeres que tienen este lactobacilo como dominante en su microbiota pueden pasar toda su vida sin una infección vaginal. “En otros estudios se encuentra que al menos el 15% de las mujeres de una población, tienen una microbiota vaginal dominada por este lactobacilo” explica Vargas Robles, “pudiendo llegar hasta el 90% de las mujeres”. En el Amazonas venezolano, según el estudio de Vargas Robles y sus colegas, sólo el 5% de las mujeres tiene este tipo de microbiota. “Es algo importante a pensar para los planes de salud” propone Vargas Robles, “no se les puede recetar cualquier tipo de antibiótico a estas mujeres, ya que pueden quedar en riesgo de una infección al modificar su microbiota vaginal con el antibiótico”.

Aunque Vargas Robles y sus colegas no lograron asociar la presencia del lactobacilo iners a algún hábito en particular, sí es claro que se encuentra más presente en las comunidades menos urbanizadas. Estas comunidades diversas de la periferia, que nunca están completamente mezcladas y que para muchos programas de salud, son y no son al mismo tiempo. Estas comunidades ch’ixi, con sus microbiotas ch’ixi. Conocer estas diversidades puede ayudarnos, al menos, a mejorar su salud, y con ello, a mantener y nombrar todos los colores que hacen únicos a cada uno de estos grises abigarrados. EP

Fuentes

Vargas-Robles, D., Morales, N., Rodríguez, I. et al, Changes in the vaginal microbiota across a gradient of urbanization, Sci Rep 10, 12487 (2020). Disponible en: https://doi.org/10.1038/s41598-020-69111-x

Rivera Cusicanqui, S., Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis, Buenos Aires, Tinta Limón, 2018.

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