La gentrificación: génesis y éxodo

¿Qué es la gentrificación, a qué fenómenos obedece y cómo afecta a los habitantes de la ciudades? En este análisis del fenómeno urbano contemporáneo, sus autores dan respuesta a estas preguntas y plantean cinco principios para disminuir la gentrificación en procesos de mejoramiento urbano, importantes para fundamentar la urgencia de políticas públicas que la regulen.

Texto de & 16/03/20

¿Qué es la gentrificación, a qué fenómenos obedece y cómo afecta a los habitantes de la ciudades? En este análisis del fenómeno urbano contemporáneo, sus autores dan respuesta a estas preguntas y plantean cinco principios para disminuir la gentrificación en procesos de mejoramiento urbano, importantes para fundamentar la urgencia de políticas públicas que la regulen.

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Al anochecer, como estabas algo cansada quisiste sentarte en la terraza de un café nuevo que hacía esquina con un bulevar también nuevo y todavía lleno de escombros, que ya mostraba su esplendor inacabado. En la calzada, justo delante de nosotros, se había plantado un pobre hombre de unos cuarenta años, con cara de cansancio y barba entrecana, que llevaba de la mano a un niño, mientras sostenía en el otro brazo a una criaturita demasiado pequeña para andar. Los tres rostros estaban extraordinariamente serios y los seis ojos contemplaban fijamente el café nuevo, con igual admiración. Los ojos del padre decían: “¡Qué hermoso! ¡Parece como si todo el oro del mísero mundo se hubiera colocado en esas paredes!” Los ojos del niño: “¡Qué hermoso!, ¡qué hermoso!; ¡pero es una casa donde sólo puede entrar la gente que no es como nosotros!”, cuando me dijiste: “¡No soporto a esa gente con los ojos abiertos como platos! ¿No puedes decirle al dueño del café que los eche de ahí?”.

Charles Baudelaire, “Los ojos de los pobres”

En el epígrafe que abre este artículo podemos leer un extracto de un poema de Charles Baudelaire incluido en Le spleen de Paris, libro póstumo publicado en 1869, que narra el encuentro en la ciudad de dos familias en un café nuevo. Casi un siglo después, la naturaleza de este encuentro sería estudiada a profundidad al otro lado del canal de La Mancha. Ruth Glass, socióloga alemana, estudió en la escuela de Economía de Londres y en la década de 1950 se unió a la University College, donde fundó el Centro de Estudios Urbanos junto con un grupo multidisciplinario. El trabajo de Glass alcanzó reconocimiento mundial con la publicación de London: Aspects of Change, editado por el mismo centro en 1964, que analizaba los cambios sociales y urbanos en los barrios céntricos de Notting Hill e Islington. Al revisar sus textos, cinco décadas después, encontramos algo que conocemos bien: las transformaciones de barrios céntricos empobrecidos al recibir nueva población o inversión, donde se desplaza a los habitantes originarios y cambia el carácter social del barrio, para modificarse por otro de una clase social más alta. Los fenómenos que analiza Glass pudieron haber sido estudiados desde otros términos, como la rehabilitación o revitalización urbana, que también reconocen los cambios en el aspecto urbano de los barrios; sin embargo, acuñó un ya celebré término que —rozando la ironía y fundado en las raíces de la historia social inglesa— lograba describir el fenómeno con una potencia que permitía entender no sólo la llegada de nuevos inquilinos, sino también el cambio simbólico y cultural que se presentaba, muchas veces a costa del desplazamiento de los residentes originarios.

Gentrification o gentrificación es un término ampliamente discutido en la academia, que tiene su génesis en el estudio de la sociedad inglesa; del francés genterie, gentry en inglés denota el alto estatus social de una persona. Landed gentry era la aristocracia con propiedad de tierras, aquella que vivía de las rentas sin pertenecer a la nobleza. Si bien el término fue usado para definir un proceso muy particular en el contexto inglés, hoy existen paralelismos en todas las grandes ciudades. En los círculos académicos iberoamericanos se ha dado una gran polémica en torno a la posibilidad de utilizar este concepto para describir los procesos que viven estos países, acompañada de intentos para castellanizarlo —sin mucho éxito— a nociones como aburguesamiento, aristocratización y elitización.

Sin detenernos en estas dificultades conceptuales, resulta interesante la potencia que ha adquirido el concepto al salir del mundo académico para volverse una herramienta de protesta y justicia social, que exige el derecho a la vivienda y denuncia las presiones urbanas. Este apogeo ha tenido mayor alcance en el mundo anglosajón, donde en sólo la última década se han duplicado las búsquedas de la palabra en Google, han crecido de forma pronunciada las menciones en revistas y artículos, se han publicado muchos trabajos que tocan de forma directa o tangencial el tema y en gran cantidad de películas1 aparece el conflicto descrito por la gentrificación. Sin embargo, como ha escrito Bauman, “Todas las palabras en boga tienden a compartir el mismo destino: entre más experiencias pretenden hacer transparentes, más opacas se vuelven”,2 por lo que el significado de la gentrificación se ha desdibujado, perdiendo definición en los fenómenos que intenta describir. De cualquier manera, casi todos los estudiosos del tema han llegado a cierto consenso al respecto.3 En el contexto iberoamericano, distintos autores (Janoschka, Casgrain, Sequera, Sobrino, Bournazou y Mendes) convergen en una serie de puntos para definir la gentrificación: proceso que provoca cambios socioterritoriales al existir una reinversión de capital por la llegada de nuevos agentes con mayor nivel adquisitivo, donde posteriormente se da, en consecuencia, un alza en el valor del suelo y un cambio en el sentido cultural, simbólico y formal de la ciudad, muchas veces a costa del desplazamiento directo o indirecto de los residentes originarios.

Algunos autores también han planteado el sentido de la gentrificación de acuerdo con los impactos que los cambios socioeconómicos causan en la ciudad; así, el fenómeno ha adquirido mayores niveles de complejidad, que puede ser descendente o negativo, cuando los cambios propician el deterioro y la caída de inversión, o ascendente y positivo, cuando la nueva inversión no fomenta el desplazamiento, hace mejoras urbanas e incrementa los índices de seguridad y servicios (Sobrino, Hernández Cordero y Bournazou). Algo que llama la atención es la poca presencia de estudios cuantitativos sobre los procesos de gentrificación, en contraste con los análisis cualitativos que existen tanto en el mundo anglosajón como en el iberoamericano.

Si bien estas posturas abonan al estudio del fenómeno, no habrá que perder de vista los mecanismos bajo los que opera. Como bien ha señalado Neil Smith,4 el proceso bajo el que ocurre la gentrificación es posible por la “diferencia en el potencial de renta”, donde el retorno de inversión a las ciudades no ha sido tanto de la gente como del capital. Es importante acentuar que no podemos entender la gentrificación con el análisis de sus partes de forma aislada, pues el despojo y desalojo —un verdadero éxodo— de los habitantes de sus barrios es más antiguo que el proceso que estudiamos y ha ocurrido por fenómenos distintos, además de que la inversión y el mejoramiento en muchos casos no causan los cambios socioeconómicos y culturales que hemos descrito. Para entender este fenómeno habrá que poner el ojo donde cruzan todas las partes, ya que es en esa serie de intersecciones donde podemos aplicar el término.

A raíz de la amplificación del concepto en el estudio urbano de las ciudades y en los medios de comunicación, los proyectos estatales y las propuestas privadas que buscan invertir e incidir en la ciudad, han comenzado a utilizar un aparato conceptual innovador para legitimar su postura ante este hecho urbano. Principalmente en los países democráticos y progresistas, como lo ha apuntado Manuel Delgado,5 podemos encontrar sin mucha dificultad los estandartes de la revitalización urbana en la vanguardia de los proyectos que buscan legitimar el actuar en la ciudad por la suposición a priori de la creciente decadencia en sus áreas de operación, convirtiendo la reinversión del mercado en una respuesta lógica y válida en estos barrios, como apunta Neil Smith.6

En estos procesos de reinversión en la ciudad, ampliamente estudiados, sin duda existe una mejora material y particular en el cuidado y la valoración del patrimonio arquitectónico y urbano, donde se fomenta generalmente el turismo y es usual observar mejoras en el acceso a servicios y en la seguridad. Por lo anterior, este fenómeno ha sido estudiado en relación con otras variables urbanas que propician y catalizan la aparición y el desarrollo de la gentrificación; algunas especialmente interesantes han sido la movilidad y el transporte (Jorge Blanco, Luciana Bosoer y Ricardo Apaolaza), el patrimonio arquitectónico y los enclaves culturales (Ibán Díaz Parra) y la diferencia en la renta del suelo (Neil Smith y Chris Hamnett). Con esto se ha enriquecido la discusión teórica sobre el concepto, donde aparentemente confluyen —en controversia— las dos principales perspectivas sobre el estudio de la gentrificación: algunos apuntan a los beneficios que se presentan en la ciudad por la nueva inversión, mientras otros critican las consecuencias y el sentido de la inversión, generalmente destinada a la producción de capital. Esta controversia en el estudio del tema plantea una polémica importante, donde nos preguntamos sobre la posibilidad y la contradicción entre los proyectos de mejoramiento urbano y reinversión en la ciudad y su capacidad de perjudicar o beneficiar a sus residentes.

Es importante aclarar que “si en última instancia, la atracción y crecimiento propiciados por la gentrificación se benefician todos, en primer lugar ganan los promotores inmobiliarios y empresas, muy a menudo a costa de la expulsión de los residentes y las empresas más débiles”,7 ya que, a pesar de que podamos observar mejoras en la infraestructura y la seguridad, éstas son desarrolladas dentro de un marco de acción que considera estos servicios y bienes como mercancías y no como derechos, pues en una economía capitalista “el beneficio económico es indicador de éxito y la competencia es el mecanismo bajo el cual el éxito o fallo se traduce en crecimiento o quiebra”.8 Así, la ciudad se construye y desarrolla no como un medio para garantizar los derechos de la gente, sino como un espacio destinado para el usufructo del estrato social con capacidad de satisfacer determinado nivel de consumo, apuntando así a una ciudad para el turismo, altamente privatizada, que genera la fragmentación y acentúa la desigualdad.

Para entender los proyectos que se plantean el mejoramiento urbano sin establecerse como procesos de gentrificación, podríamos afirmar que comienzan con una cuestión de enfoque, que entiende a la ciudad y a lo que en ella se construye como un mecanismo de acceso a derechos públicos, y no como un medio para la especulación y el lucro privado. Hemos

encontrado una primera salida a esta encrucijada en la acción de la ciudadanía. El conocido y ampliamente publicado proyecto de la cooperativa de Palo Alto, en el barrio de Santa Fe, es prueba de un trabajo colaborativo donde se ha logrado un mejoramiento urbano significativo para beneficio de los residentes —y por los residentes—, ejemplo muy específico de un largo trabajo participativo de la comunidad que aclara el camino para entender cómo debería ser un trabajo de mejora urbana con enfoque social. Sin embargo, a pesar de que la participación activa de la población es un aspecto clave en el desarrollo urbano, le corresponde al Estado la implementación de políticas públicas que guíen el crecimiento de las ciudades.

En la Ciudad de México no pueden explicarse los procesos de gentrificación, crecimiento urbano y acceso a la vivienda sin entender la ciudad como parte de la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM). Desde mediados del siglo pasado, la zmvm integra municipios conurbados a la capital y a partir de los años noventa la mayor parte de su población ya no vivía en la ciudad construida y establecida, sino en aquellos municipios aledaños, muchos de ellos asentados en suelo rural y colectivo. En este contexto de un decrecimiento de la población en la Ciudad de México en términos relativos9 es donde se sitúan las nuevas políticas de desarrollo intensivo y repoblamiento de la ciudad central, como lo fueron el Bando 2 y la Norma General de Ordenación Número 26, que continuaron en los últimos años con nombres como Desarrollo Urbano Sustentable y Ciudad Compacta. Ambas lograron su cometido densificador de forma muy cuestionable, con políticas de desarrollo restrictivas que permitían “la construcción de conjuntos de más de 35 viviendas en sólo cuatro delegaciones que integran la ‘ciudad central’ (y la prohibía en el resto del DF), para repoblar una zona que entre 1970 y 2000 perdió 1.2 millones de residentes”.10

Está claro que no podemos densificar por decreto o sólo a través de un cambio normativo; los proyectos de desarrollos urbanos intensivos y los modelos de ciudades compactas no son una panacea replicable en todas las ciudades. Son necesarios estudios técnicos para poder definir qué zonas de la ciudad son susceptibles a densificarse y acompañar estas políticas públicas de una abundante dotación de servicios e infraestructura. En futuros proyectos de densificación es necesario establecer políticas públicas para contrarrestar los procesos de gentrificación, aunque habrá que hacer hincapié en que —como ya lo han desarrollado más ampliamente Alejandra Rasse y sus colaboradores— la densificación no implica forzosamente gentrificación. En la Ciudad de México hemos sido testigos de diversos procesos de regeneración urbana que se han traducido en la expulsión masiva de habitantes.

La zona de Santa Fe, al poniente de la ciudad, expulsó en los años ochenta a la totalidad de sus habitantes originales para dar paso a modernos corporativos y altos edificios habitacionales; barrios de origen prehispánico habitados por estratos muy pobres de la ciudad, que en su momento fueron satanizados como zonas de bandas delictivas. Fue una simple apuesta financiera, los desarrolladores se dieron cuenta de que la curva ascendente del valor inmobiliario desde el centro de la ciudad hacia el poniente, caía de manera abrupta al llegar a esa zona. Se formó una alianza entre las autoridades de la ciudad y los desarrolladores que se tradujo en el cambio de la normatividad urbana para favorecer a los edificios de gran tamaño y altura. Los habitantes originales no fueron considerados y se procedió a la compra masiva de predios; obtuvieron mejores precios por sus propiedades los últimos vecinos en resistir. Las utilidades para los desarrolladores fueron exorbitantes; sin duda uno de los más lucrativos negocios inmobiliarios en la historia de la Ciudad de México.

Otro referente importante fue el proceso de transformación que vivieron las colonias Condesa, Hipódromo e Hipódromo Condesa en los años noventa, que pasaron de albergar a una clase media de inmigrantes españoles y judíos, a ser de los barrios de moda y más caros de la ciudad. Se desarrolló de igual manera que el anterior y también se convirtió en un lucrativo negocio inmobiliario. A diferencia de Santa Fe, en la Condesa sí se logró una mezcla del tejido urbano, donde los nuevos habitantes conviven con habitantes originales y comercios. Esa mezcla de habitantes es lo que le genera atractivo y plusvalía, para que sea identificada como la zona más cosmopolita de la Ciudad de México y una de las mas visitadas por el turismo. Un factor importante fue la participación de los vecinos en las decisiones de transformación y mejora del barrio; estructuras vecinales consolidadas acotan de mejor manera las intenciones comerciales de los desarrolladores. Es posible producir mejoras urbanas sin que generen gentrificación; las ciudades que tienen mejores políticas públicas para mitigar este fenómeno son aquellas con organismos autónomos de planeación urbana, independientes de los gobiernos y partidos políticos en turno, ciudades en las que se cuenta con un proyecto de planeación a mediano y largo plazos, con una continuidad mayor a los lapsos de los gobiernos.

Políticas públicas para disminuir la gentrificación en procesos de mejoramiento urbano

Es necesario el diseño de mecanismos que permitan la construcción de acuerdos entre las autoridades, los desarrolladores y vecinos. A continuación sintetizamos algunos planteamientos que pudieran traducirse en políticas para disminuir la gentrificación y construir ciudades que promuevan el acceso a derechos y servicios.

1. Una correcta planeación de dotación de servicios e infraestructura de los barrios y colonias disminuye la gentrificación. En la medida en la que las autoridades responsables de la planeación urbana equiparan los estándares de calidad de la infraestructura y el equipamiento, disminuyen los incentivos de movilidad intraurbana. Lamentablemente, en nuestras ciudades latinoamericanas persisten grandes diferencias en la dotación de servicios a las colonias, pues las diferencias entre los niveles socioeconómicos son abismales. La consecuencia es que se mantiene un modelo de ciudad centralizada, donde los espacios con fuentes de trabajo abundantes, espacios de ocio y cultura y acceso a servicios, obligan al mayor porcentaje de la población a desplazarse de sus residencias.

2. Fomentar el comercio de barrio —entendido como aquel en que habita el comerciante— tiene un doble beneficio, pues inhibe la movilidad urbana y consolida a los habitantes dentro de sus barrios y colonias; si los barrios o colonias tienen una sola actividad tienden a quedar vacíos cuando esas actividades finalizan, como las colonias dormitorio o los barrios comerciales. En una ciudad hecha de ciudades también habrá que impulsar las festividades y la identidad barrial, procesos de construcción identitaria que le dan cohesión al tejido social. La convivencia entre vecinos trae beneficios diversos: mejora la seguridad, se traduce en mejoras físicas a los barrios y arraiga a los habitantes al sitio. La paradoja de las ciudades es que, en la medida en que hemos comenzado a vivir cada vez más juntos, hemos sido cada vez menos capaces de generar un sentido de comunidad proactivo en nuestro habitar urbano.

3. Promover programas de escrituración que aporten claridad a la tenencia de la tierra también es un factor importante de arraigo. Está documentado que los habitantes sin certeza de la propiedad de sus inmuebles son más fáciles de desplazar por los desarrolladores inmobiliarios. Esto es especialmente problemático en algunas áreas de las periferias urbanas y los municipios conurbados, donde coexisten diversas formas de tenencia de tierra: ejidal, comunal, privada, nacional y suelos destinados a reserva ecológica.

4. Desarrollar políticas públicas orientadas en acciones y normas en contra de exclusión socioterritorial y a favor de la vivienda de distintos niveles socioeconómicos en coexistencia. Una referencia a la que vale la pena volver es la orientación conceptual de la que parten diversas acciones de las políticas de vivienda social en Francia, estipuladas en distintas leyes y corporativos público-privados como los HLM,11 que plantean acciones en favor del acceso a la vivienda subsidiada en renta, normas en contra de la exclusión socioterritorial y la participación público-privada en la construcción de vivienda social; establecen porcentajes mínimos de vivienda social para todos los municipios, para que no se desarrolle exclusivamente en las periferias urbanas y en los barrios menos integrados a la red de servicios e infraestructura, sino que se integren a la ciudad por completo. Esto resulta fundamental porque fomenta la coexistencia de población de distintos ingresos en las mismas áreas de la ciudad.

No confundamos esta coexistencia con una idea romántica de la ciudad como un escenario de amabilidad y concordia entre sus habitantes, sino como un planteamiento solidario de desarrollo urbano donde parte de la población menos favorecida puede disfrutar de la ciudad establecida, donde la red de servicios e infraestructura suele ser mucho más vasta e integrada. Esta coexistencia no es un planteamiento menor; tras los fenómenos de gentrificación las ciudades se han construido como espacios altamente fragmentados y diferenciados, en los que su uso y usufructo no es homogéneo. Para ilustrar esta realidad urbana, nada mejor que el cine. En Parásitos, la recién premiada película de Bong Joonho o en La zona, del mexicano nacido en Uruguay Rodrigo Plá, desde distintas historias se narra una realidad urbana que podría parecer global, donde el conflicto entre sus personajes es también un conflicto urbano, de una ciudad privatizada y fragmentada, donde se vive de forma segregada según la cuna en la que se nace y unos habitan la ciudad de los otros a su servicio o para vandalizarla. Las preguntas quedan siempre: ¿quién le roba a quien? ¿Quién es el parásito?

Como posdata a este punto, hacemos énfasis en las políticas de vivienda social en renta subsidiada y normada por el Estado. La relación entre los porcentajes de vivienda ocupada en propiedad y en renta se han invertido en los últimos 70 años, como lo presentaron Gómez Peltier y Sicilia Pedroza:12 en la década de 1950, en la Ciudad de México, 75% de las viviendas eran rentadas y sólo 25% eran ocupadas por sus propietarios; 50 años después, la situación se había invertido, 71% de las viviendas eran de propiedad, 20% en renta y 9% otras. La vivienda en propiedad es considerada una inversión patrimonial, entendida en el arquetipo estadounidense: una casa unifamiliar con un pequeño jardín y a las afueras de la ciudad. Podemos rastrear esta idea de la casa en propiedad hasta Grecia antigua, donde Arendt documenta para la antigua polis el hecho de que “sin poseer una casa el hombre no podía participar en los asuntos del mundo, debido a que carecía de un sitio que propiamente le perteneciera” 13. Sin embargo, esta concepción tan arraigada en nuestro imaginario ha sido muy dañina para nuestras ciudades; de esto puede leerse más ampliamente en The Economist,14 donde se apunta que la vivienda en propiedad aumenta significativamente la volatilidad de sus precios y para que una política de vivienda en renta proporcione seguridad a sus habitantes, debe estar acompañada de políticas públicas que proporcionen estabilidad en los costos de las rentas.

5. Nadie puede estar en desacuerdo con los postulados del derecho a la ciudad, necesitamos ciudades incluyentes y al alcance de todos sus habitantes (Lefebvre y Harvey). Si bien el derecho a la ciudad es pilar de grandes congresos, foros y encuentros internacionales y nacionales, donde se reclama la función social de la ciudad, en la mayoría de los casos no existen normas y leyes vinculantes al derecho práctico de los ciudadanos, por lo que es necesario que estas premisas se traduzcan en reformas legislativas para que sus exigencias sean resueltas por medio de planes estatales y la implementación de políticas públicas. Hace falta reducir las brechas sociales que producen segregación y discriminación en nuestras ciudades. Hay propuestas interesantes para que la Ley de Desarrollo Urbano sea el instrumento para exigir a los desarrolladores inmobiliarios un porcentaje de vivienda social en sus desarrollos15 y generar barrios en los que convivan distintos estratos sociales. Consideramos que para que esta propuesta tenga éxito, estas viviendas sociales tendrían que ser rentadas por una institución con esa misión y frenar la especulación inmobiliaria sobre ellas.

Es necesario medir la gentrificación para que sea un fenómeno que se pueda estudiar a fondo y diseñar políticas públicas acordes a nuestras necesidades. El INEGI tiene que diseñar mecanismos adecuados para medirlo. Como ya lo hemos mencionado, los estudios sobre la gentrificación son, en su gran mayoría, de carácter cualitativo, lo que ha permitido exponer su realidad simbólica y cultural; sin embargo, los estudios cuantitativos sobre el fenómeno han encontrado muchas trabas al intentar proponer indicadores para medirla.

La gentrificación es sólo una vista en el panorama de los conflictos urbanos contemporáneos, uno de los atisbos de la ciudad como “casino inmobiliario”,16 donde hemos encontrado una ciudad cada vez más genérica y homogénea, donde se produce una ruptura con la identidad local de los barrios o se presenta de forma simulada. Una ciudad donde aparece lo global y se pierde lo local. Todas las preguntas y posibilidades que quedan resultan en un proyecto siempre inacabado si las intentamos responder sólo desde la arquitectura, por lo que es necesario que para estudiar este fenómeno y proponer posibles soluciones, la ciudad y lo que en ella sucede se analice desde la sociología, la geografía y el urbanismo, en constante diálogo con quienes la habitamos. EP

1. En la trilogía Ficción inmobiliaria se presenta una extensa compilación de películas que, vistas por separado, no tendrían nada en común. Sin embargo, sorprende la forma en que aparecen, a veces de forma protagónica, algunos de los principales fenómenos de la gentrificación.

2. Zygmunt Bauman, 1998, Globalization: The Human Consequences, Cambridge, Polity Press, p. 1.

3. En el mundo anglosajón, muchas de las premisas para analizar el fenómeno parten de una condición distinta a la latinoamericana, donde las áreas afectadas pueden relacionarse con el cambio de una economía industrial a una de servicios. Por otro lado, principalmente en Estados Unidos, la gentrificación se discute muchas veces en estrecha relación con el conflicto racial de la población negra.

4. Neil Smith, 1996, La nueva frontera urbana, ciudad revanchista y gentrificación, Madrid, Traficantes de sueños, p. 380.

5. Antonio Miranda, 2011, prólogo en Manuel Delgado, El espacio público como ideología, Madrid, Catarata.

6. Neil Smith, op. cit.

7. Luís Mendes, 2018, “As novas fronteiras da gentrificação no mundo ibero-americano”, Sociabilidades Urbanas. Revista de Antropologia e Sociologia, vol. 2, nº 6, p. 4.

8 . Neil Smith,1979, “Toward a Theory of Gentrification A Back to the City Movement by Capital, not People”, Journal of the American Planning Association, 45:4, p. 541.

9. Sólo entre la década de 1980 y 1990 la Ciudad de México decreció en términos absolutos, de 8,831,079 habitantes a 8,235,744. La coincidencia temporal de este periodo de decrecimiento con el sismo de 1985 no es casual.

10. Víctor Delgadillo, 2016, “Ciudad de México, quince años de desarrollo urbano intensivo: la gentrificación percibida”, Revista INVI, noviembre 2016, p. 112.

11. Siglas en francés de Habitation à Loyer Modéré.

12. Gustavo Gómez Peltier y Lorena Sicilia Pedroza, 2020, “Rentar, comprar, ocupar y habitar: vivienda y propiedad en la Ciudad de México”, Nexos, disponible en nexos.com.mx. 13. Hannah Arendt, 2017, La condición humana, México, Paidós, p. 42.

14. The Economist, “The horrible housing blunder. Home ownership is the West’s biggest economic-policy mistake”, en economist.com.

15. Íñigo Lujambio Toca, 2018, Derecho a disfrutar de una vivienda digna, decorosa e integrada: un análisis crítico del derecho a la ciudad, tesis para obtener el título de licenciado en Derecho por el itam, p. 106.

16. Antonio Miranda, op. cit.

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