Al anochecer, como estabas algo cansada quisiste sentarte en la terraza de
un café nuevo que hacía esquina con un bulevar también nuevo y todavía lleno de
escombros, que ya mostraba su esplendor inacabado. En la calzada, justo delante
de nosotros, se había plantado un pobre hombre de unos cuarenta años, con cara
de cansancio y barba entrecana, que llevaba de la mano a un niño, mientras
sostenía en el otro brazo a una criaturita demasiado pequeña para andar. Los
tres rostros estaban extraordinariamente serios y los seis ojos contemplaban
fijamente el café nuevo, con igual admiración. Los ojos del padre decían: “¡Qué
hermoso! ¡Parece como si todo el oro del mísero mundo se hubiera colocado en
esas paredes!” Los ojos del niño: “¡Qué hermoso!, ¡qué hermoso!; ¡pero es una
casa donde sólo puede entrar la gente que no es como nosotros!”, cuando me
dijiste: “¡No soporto a esa gente con los ojos abiertos como platos! ¿No puedes
decirle al dueño del café que los eche de ahí?”.
Charles Baudelaire, “Los ojos de los pobres”
En el epígrafe que abre este artículo podemos leer un extracto de un poema
de Charles Baudelaire incluido en Le
spleen de Paris, libro póstumo publicado en 1869, que narra el encuentro en
la ciudad de dos familias en un café nuevo. Casi un siglo después, la
naturaleza de este encuentro sería estudiada a profundidad al otro lado del
canal de La Mancha. Ruth Glass, socióloga alemana, estudió en la escuela de
Economía de Londres y en la década de 1950 se unió a la University College,
donde fundó el Centro de Estudios Urbanos junto con un grupo
multidisciplinario. El trabajo de Glass alcanzó reconocimiento mundial con la
publicación de London: Aspects of Change,
editado por el mismo centro en 1964, que analizaba los cambios sociales y
urbanos en los barrios céntricos de Notting Hill e Islington. Al revisar sus
textos, cinco décadas después, encontramos algo que conocemos bien: las
transformaciones de barrios céntricos empobrecidos al recibir nueva población o
inversión, donde se desplaza a los habitantes originarios y cambia el carácter
social del barrio, para modificarse por otro de una clase social más alta. Los
fenómenos que analiza Glass pudieron haber sido estudiados desde otros
términos, como la rehabilitación o revitalización urbana, que también reconocen
los cambios en el aspecto urbano de los barrios; sin embargo, acuñó un ya
celebré término que —rozando la ironía y fundado en las raíces de la historia
social inglesa— lograba describir el fenómeno con una potencia que permitía
entender no sólo la llegada de nuevos inquilinos, sino también el cambio
simbólico y cultural que se presentaba, muchas veces a costa del desplazamiento
de los residentes originarios.
Gentrification o gentrificación es un
término ampliamente discutido en la academia, que tiene su génesis en el
estudio de la sociedad inglesa; del francés genterie,
gentry en inglés denota el alto
estatus social de una persona. Landed
gentry era la aristocracia con propiedad de tierras, aquella que vivía de
las rentas sin pertenecer a la nobleza. Si bien el término fue usado para
definir un proceso muy particular en el contexto inglés, hoy existen
paralelismos en todas las grandes ciudades. En los círculos académicos
iberoamericanos se ha dado una gran polémica en torno a la posibilidad de
utilizar este concepto para describir los procesos que viven estos países,
acompañada de intentos para castellanizarlo —sin mucho éxito— a nociones como
aburguesamiento, aristocratización y elitización.
Sin detenernos en estas dificultades conceptuales, resulta interesante la
potencia que ha adquirido el concepto al salir del mundo académico para
volverse una herramienta de protesta y justicia social, que exige el derecho a
la vivienda y denuncia las presiones urbanas. Este apogeo ha tenido mayor
alcance en el mundo anglosajón, donde en sólo la última década se han duplicado
las búsquedas de la palabra en Google, han crecido de forma pronunciada las
menciones en revistas y artículos, se han publicado muchos trabajos que tocan
de forma directa o tangencial el tema y en gran cantidad de películas1
aparece el conflicto descrito por la gentrificación. Sin embargo, como ha
escrito Bauman, “Todas las palabras en boga tienden a compartir el mismo
destino: entre más experiencias pretenden hacer transparentes, más opacas se
vuelven”,2 por lo que el significado de la gentrificación se ha
desdibujado, perdiendo definición en los fenómenos que intenta describir. De
cualquier manera, casi todos los estudiosos del tema han llegado a cierto
consenso al respecto.3 En el contexto iberoamericano, distintos
autores (Janoschka, Casgrain, Sequera, Sobrino, Bournazou y Mendes) convergen
en una serie de puntos para definir la gentrificación: proceso que provoca
cambios socioterritoriales al existir una reinversión de capital por la llegada
de nuevos agentes con mayor nivel adquisitivo, donde posteriormente se da, en
consecuencia, un alza en el valor del suelo y un cambio en el sentido cultural,
simbólico y formal de la ciudad, muchas veces a costa del desplazamiento
directo o indirecto de los residentes originarios.
Algunos autores también han planteado el sentido de la gentrificación de
acuerdo con los impactos que los cambios socioeconómicos causan en la ciudad;
así, el fenómeno ha adquirido mayores niveles de complejidad, que puede ser
descendente o negativo, cuando los cambios propician el deterioro y la caída de
inversión, o ascendente y positivo, cuando la nueva inversión no fomenta el desplazamiento,
hace mejoras urbanas e incrementa los índices de seguridad y servicios
(Sobrino, Hernández Cordero y Bournazou). Algo que llama la atención es la poca
presencia de estudios cuantitativos sobre los procesos de gentrificación, en
contraste con los análisis cualitativos que existen tanto en el mundo
anglosajón como en el iberoamericano.
Si bien estas posturas abonan al estudio del fenómeno, no habrá que perder
de vista los mecanismos bajo los que opera. Como bien ha señalado Neil Smith,4
el proceso bajo el que ocurre la gentrificación es posible por la “diferencia
en el potencial de renta”, donde el retorno de inversión a las ciudades no ha
sido tanto de la gente como del capital. Es importante acentuar que no podemos
entender la gentrificación con el análisis de sus partes de forma aislada, pues
el despojo y desalojo —un verdadero éxodo— de los habitantes de sus barrios es
más antiguo que el proceso que estudiamos y ha ocurrido por fenómenos
distintos, además de que la inversión y el mejoramiento en muchos casos no
causan los cambios socioeconómicos y culturales que hemos descrito. Para
entender este fenómeno habrá que poner el ojo donde cruzan todas las partes, ya
que es en esa serie de intersecciones donde podemos aplicar el término.
A raíz de la amplificación del concepto en el estudio urbano de las
ciudades y en los medios de comunicación, los proyectos estatales y las
propuestas privadas que buscan invertir e incidir en la ciudad, han comenzado a
utilizar un aparato conceptual innovador para legitimar su postura ante este
hecho urbano. Principalmente en los países democráticos y progresistas, como lo
ha apuntado Manuel Delgado,5 podemos encontrar sin mucha dificultad
los estandartes de la revitalización urbana en la vanguardia de los proyectos que
buscan legitimar el actuar en la ciudad por la suposición a priori de la
creciente decadencia en sus áreas de operación, convirtiendo la reinversión del
mercado en una respuesta lógica y válida en estos barrios, como apunta Neil
Smith.6
En estos procesos de reinversión en la ciudad, ampliamente estudiados, sin
duda existe una mejora material y particular en el cuidado y la valoración del
patrimonio arquitectónico y urbano, donde se fomenta generalmente el turismo y
es usual observar mejoras en el acceso a servicios y en la seguridad. Por lo
anterior, este fenómeno ha sido estudiado en relación con otras variables
urbanas que propician y catalizan la aparición y el desarrollo de la
gentrificación; algunas especialmente interesantes han sido la movilidad y el
transporte (Jorge Blanco, Luciana Bosoer y Ricardo Apaolaza), el patrimonio
arquitectónico y los enclaves culturales (Ibán Díaz Parra) y la diferencia en
la renta del suelo (Neil Smith y Chris Hamnett). Con esto se ha enriquecido la
discusión teórica sobre el concepto, donde aparentemente confluyen —en controversia—
las dos principales perspectivas sobre el estudio de la gentrificación: algunos
apuntan a los beneficios que se presentan en la ciudad por la nueva inversión,
mientras otros critican las consecuencias y el sentido de la inversión,
generalmente destinada a la producción de capital. Esta controversia en el
estudio del tema plantea una polémica importante, donde nos preguntamos sobre
la posibilidad y la contradicción entre los proyectos de mejoramiento urbano y
reinversión en la ciudad y su capacidad de perjudicar o beneficiar a sus
residentes.
Es importante aclarar que “si en última instancia, la atracción y
crecimiento propiciados por la gentrificación se benefician todos, en primer
lugar ganan los promotores inmobiliarios y empresas, muy a menudo a costa de la
expulsión de los residentes y las empresas más débiles”,7 ya que, a
pesar de que podamos observar mejoras en la infraestructura y la seguridad,
éstas son desarrolladas dentro de un marco de acción que considera estos
servicios y bienes como mercancías y no como derechos, pues en una economía
capitalista “el beneficio económico es indicador de éxito y la competencia es
el mecanismo bajo el cual el éxito o fallo se traduce en crecimiento o
quiebra”.8 Así, la ciudad se construye y desarrolla no como un medio
para garantizar los derechos de la gente, sino como un espacio destinado para
el usufructo del estrato social con capacidad de satisfacer determinado nivel
de consumo, apuntando así a una ciudad para el turismo, altamente privatizada,
que genera la fragmentación y acentúa la desigualdad.
Para entender los proyectos que se plantean el mejoramiento urbano sin
establecerse como procesos de gentrificación, podríamos afirmar que comienzan
con una cuestión de enfoque, que entiende a la ciudad y a lo que en ella se
construye como un mecanismo de acceso a derechos públicos, y no como un medio
para la especulación y el lucro privado. Hemos
encontrado una primera salida a esta encrucijada en la acción de la
ciudadanía. El conocido y ampliamente publicado proyecto de la cooperativa de
Palo Alto, en el barrio de Santa Fe, es prueba de un trabajo colaborativo donde
se ha logrado un mejoramiento urbano significativo para beneficio de los
residentes —y por los residentes—, ejemplo muy específico de un largo trabajo
participativo de la comunidad que aclara el camino para entender cómo debería
ser un trabajo de mejora urbana con enfoque social. Sin embargo, a pesar de que
la participación activa de la población es un aspecto clave en el desarrollo
urbano, le corresponde al Estado la implementación de políticas públicas que
guíen el crecimiento de las ciudades.
En la Ciudad de México no pueden explicarse los procesos de gentrificación,
crecimiento urbano y acceso a la vivienda sin entender la ciudad como parte de
la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM). Desde mediados del siglo
pasado, la zmvm integra municipios conurbados a la capital y a partir de los
años noventa la mayor parte de su población ya no vivía en la ciudad construida
y establecida, sino en aquellos municipios aledaños, muchos de ellos asentados
en suelo rural y colectivo. En este contexto de un decrecimiento de la
población en la Ciudad de México en términos relativos9 es donde se
sitúan las nuevas políticas de desarrollo intensivo y repoblamiento de la
ciudad central, como lo fueron el Bando 2 y la Norma General de Ordenación
Número 26, que continuaron en los últimos años con nombres como Desarrollo
Urbano Sustentable y Ciudad Compacta. Ambas lograron su cometido densificador
de forma muy cuestionable, con políticas de desarrollo restrictivas que
permitían “la construcción de conjuntos de más de 35 viviendas en sólo cuatro
delegaciones que integran la ‘ciudad central’ (y la prohibía en el resto del
DF), para repoblar una zona que entre 1970 y 2000 perdió 1.2 millones de
residentes”.10
Está claro que no podemos densificar por decreto o sólo a través de un
cambio normativo; los proyectos de desarrollos urbanos intensivos y los modelos
de ciudades compactas no son una panacea replicable en todas las ciudades. Son
necesarios estudios técnicos para poder definir qué zonas de la ciudad son
susceptibles a densificarse y acompañar estas políticas públicas de una
abundante dotación de servicios e infraestructura. En futuros proyectos de
densificación es necesario establecer políticas públicas para contrarrestar los
procesos de gentrificación, aunque habrá que hacer hincapié en que —como ya lo
han desarrollado más ampliamente Alejandra Rasse y sus colaboradores— la
densificación no implica forzosamente gentrificación. En la Ciudad de México
hemos sido testigos de diversos procesos de regeneración urbana que se han
traducido en la expulsión masiva de habitantes.
La zona de Santa Fe, al poniente de la ciudad, expulsó en los años ochenta
a la totalidad de sus habitantes originales para dar paso a modernos
corporativos y altos edificios habitacionales; barrios de origen prehispánico
habitados por estratos muy pobres de la ciudad, que en su momento fueron satanizados
como zonas de bandas delictivas. Fue una simple apuesta financiera, los
desarrolladores se dieron cuenta de que la curva ascendente del valor
inmobiliario desde el centro de la ciudad hacia el poniente, caía de manera
abrupta al llegar a esa zona. Se formó una alianza entre las autoridades de la
ciudad y los desarrolladores que se tradujo en el cambio de la normatividad
urbana para favorecer a los edificios de gran tamaño y altura. Los habitantes
originales no fueron considerados y se procedió a la compra masiva de predios;
obtuvieron mejores precios por sus propiedades los últimos vecinos en resistir.
Las utilidades para los desarrolladores fueron exorbitantes; sin duda uno de
los más lucrativos negocios inmobiliarios en la historia de la Ciudad de
México.
Otro referente importante fue el proceso de transformación que vivieron las
colonias Condesa, Hipódromo e Hipódromo Condesa en los años noventa, que
pasaron de albergar a una clase media de inmigrantes españoles y judíos, a ser
de los barrios de moda y más caros de la ciudad. Se desarrolló de igual manera
que el anterior y también se convirtió en un lucrativo negocio inmobiliario. A
diferencia de Santa Fe, en la Condesa sí se logró una mezcla del tejido urbano,
donde los nuevos habitantes conviven con habitantes originales y comercios. Esa
mezcla de habitantes es lo que le genera atractivo y plusvalía, para que sea
identificada como la zona más cosmopolita de la Ciudad de México y una de las
mas visitadas por el turismo. Un factor importante fue la participación de los
vecinos en las decisiones de transformación y mejora del barrio; estructuras
vecinales consolidadas acotan de mejor manera las intenciones comerciales de
los desarrolladores. Es posible producir mejoras urbanas sin que generen gentrificación;
las ciudades que tienen mejores políticas públicas para mitigar este fenómeno
son aquellas con organismos autónomos de planeación urbana, independientes de
los gobiernos y partidos políticos en turno, ciudades en las que se cuenta con
un proyecto de planeación a mediano y largo plazos, con una continuidad mayor a
los lapsos de los gobiernos.
Políticas públicas para
disminuir la gentrificación en procesos de mejoramiento urbano
Es necesario el diseño de mecanismos que permitan la construcción de acuerdos
entre las autoridades, los desarrolladores y vecinos. A continuación
sintetizamos algunos planteamientos que pudieran traducirse en políticas para
disminuir la gentrificación y construir ciudades que promuevan el acceso a
derechos y servicios.
1. Una correcta planeación de dotación de servicios e infraestructura de
los barrios y colonias disminuye la gentrificación. En la medida en la que las
autoridades responsables de la planeación urbana equiparan los estándares de
calidad de la infraestructura y el equipamiento, disminuyen los incentivos de
movilidad intraurbana. Lamentablemente, en nuestras ciudades latinoamericanas
persisten grandes diferencias en la dotación de servicios a las colonias, pues
las diferencias entre los niveles socioeconómicos son abismales. La
consecuencia es que se mantiene un modelo de ciudad centralizada, donde los
espacios con fuentes de trabajo abundantes, espacios de ocio y cultura y acceso
a servicios, obligan al mayor porcentaje de la población a desplazarse de sus residencias.
2. Fomentar el comercio de barrio —entendido como aquel en que habita el
comerciante— tiene un doble beneficio, pues inhibe la movilidad urbana y
consolida a los habitantes dentro de sus barrios y colonias; si los barrios o
colonias tienen una sola actividad tienden a quedar vacíos cuando esas
actividades finalizan, como las colonias dormitorio o los barrios comerciales.
En una ciudad hecha de ciudades también habrá que impulsar las festividades y
la identidad barrial, procesos de construcción identitaria que le dan cohesión
al tejido social. La convivencia entre vecinos trae beneficios diversos: mejora
la seguridad, se traduce en mejoras físicas a los barrios y arraiga a los
habitantes al sitio. La paradoja de las ciudades es que, en la medida en que
hemos comenzado a vivir cada vez más juntos, hemos sido cada vez menos capaces
de generar un sentido de comunidad proactivo en nuestro habitar urbano.
3. Promover programas de escrituración que aporten claridad a la tenencia
de la tierra también es un factor importante de arraigo. Está documentado que
los habitantes sin certeza de la propiedad de sus inmuebles son más fáciles de
desplazar por los desarrolladores inmobiliarios. Esto es especialmente
problemático en algunas áreas de las periferias urbanas y los municipios
conurbados, donde coexisten diversas formas de tenencia de tierra: ejidal,
comunal, privada, nacional y suelos destinados a reserva ecológica.
4. Desarrollar políticas públicas orientadas en acciones y normas en contra
de exclusión socioterritorial y a favor de la vivienda de distintos niveles
socioeconómicos en coexistencia. Una referencia a la que vale la pena volver es
la orientación conceptual de la que parten diversas acciones de las políticas
de vivienda social en Francia, estipuladas en distintas leyes y corporativos
público-privados como los HLM,11 que plantean acciones en favor del
acceso a la vivienda subsidiada en renta, normas en contra de la exclusión
socioterritorial y la participación público-privada en la construcción de vivienda
social; establecen porcentajes mínimos de vivienda social para todos los
municipios, para que no se desarrolle exclusivamente en las periferias urbanas
y en los barrios menos integrados a la red de servicios e infraestructura, sino
que se integren a la ciudad por completo. Esto resulta fundamental porque
fomenta la coexistencia de población de distintos ingresos en las mismas áreas
de la ciudad.
No confundamos esta coexistencia con una idea romántica de la ciudad como
un escenario de amabilidad y concordia entre sus habitantes, sino como un
planteamiento solidario de desarrollo urbano donde parte de la población menos
favorecida puede disfrutar de la ciudad establecida, donde la red de servicios
e infraestructura suele ser mucho más vasta e integrada. Esta coexistencia no
es un planteamiento menor; tras los fenómenos de gentrificación las ciudades se
han construido como espacios altamente fragmentados y diferenciados, en los que
su uso y usufructo no es homogéneo. Para ilustrar esta realidad urbana, nada
mejor que el cine. En Parásitos, la
recién premiada película de Bong Joonho o en La zona, del mexicano nacido en Uruguay Rodrigo Plá, desde
distintas historias se narra una realidad urbana que podría parecer global,
donde el conflicto entre sus personajes es también un conflicto urbano, de una
ciudad privatizada y fragmentada, donde se vive de forma segregada según la
cuna en la que se nace y unos habitan la ciudad de los otros a su servicio o
para vandalizarla. Las preguntas quedan siempre: ¿quién le roba a quien? ¿Quién
es el parásito?
Como posdata a este punto, hacemos énfasis en las políticas de vivienda
social en renta subsidiada y normada por el Estado. La relación entre los
porcentajes de vivienda ocupada en propiedad y en renta se han invertido en los
últimos 70 años, como lo presentaron Gómez Peltier y Sicilia Pedroza:12
en la década de 1950, en la Ciudad de México, 75% de las viviendas eran
rentadas y sólo 25% eran ocupadas por sus propietarios; 50 años después, la
situación se había invertido, 71% de las viviendas eran de propiedad, 20% en
renta y 9% otras. La vivienda en propiedad es considerada una inversión
patrimonial, entendida en el arquetipo estadounidense: una casa unifamiliar con
un pequeño jardín y a las afueras de la ciudad. Podemos rastrear esta idea de
la casa en propiedad hasta Grecia antigua, donde Arendt documenta para la
antigua polis el hecho de que “sin poseer una casa el hombre no podía
participar en los asuntos del mundo, debido a que carecía de un sitio que
propiamente le perteneciera” 13. Sin embargo, esta concepción tan
arraigada en nuestro imaginario ha sido muy dañina para nuestras ciudades; de
esto puede leerse más ampliamente en The
Economist,14 donde se apunta que la vivienda en propiedad
aumenta significativamente la volatilidad de sus precios y para que una
política de vivienda en renta proporcione seguridad a sus habitantes, debe
estar acompañada de políticas públicas que proporcionen estabilidad en los
costos de las rentas.
5. Nadie puede estar en desacuerdo con los postulados del derecho a la
ciudad, necesitamos ciudades incluyentes y al alcance de todos sus habitantes
(Lefebvre y Harvey). Si bien el derecho a la ciudad es pilar de grandes
congresos, foros y encuentros internacionales y nacionales, donde se reclama la
función social de la ciudad, en la mayoría de los casos no existen normas y
leyes vinculantes al derecho práctico de los ciudadanos, por lo que es
necesario que estas premisas se traduzcan en reformas legislativas para que sus
exigencias sean resueltas por medio de planes estatales y la implementación de
políticas públicas. Hace falta reducir las brechas sociales que producen
segregación y discriminación en nuestras ciudades. Hay propuestas interesantes
para que la Ley de Desarrollo Urbano sea el instrumento para exigir a los
desarrolladores inmobiliarios un porcentaje de vivienda social en sus
desarrollos15 y generar barrios en los que convivan distintos
estratos sociales. Consideramos que para que esta propuesta tenga éxito, estas
viviendas sociales tendrían que ser rentadas por una institución con esa misión
y frenar la especulación inmobiliaria sobre ellas.
Es necesario medir la gentrificación para que sea un fenómeno que se pueda
estudiar a fondo y diseñar políticas públicas acordes a nuestras necesidades.
El INEGI tiene que diseñar mecanismos adecuados para medirlo. Como ya lo hemos
mencionado, los estudios sobre la gentrificación son, en su gran mayoría, de
carácter cualitativo, lo que ha permitido exponer su realidad simbólica y
cultural; sin embargo, los estudios cuantitativos sobre el fenómeno han
encontrado muchas trabas al intentar proponer indicadores para medirla.
La gentrificación es sólo una vista en el panorama de los conflictos
urbanos contemporáneos, uno de los atisbos de la ciudad como “casino
inmobiliario”,16 donde hemos encontrado una ciudad cada vez más
genérica y homogénea, donde se produce una ruptura con la identidad local de
los barrios o se presenta de forma simulada. Una ciudad donde aparece lo global
y se pierde lo local. Todas las preguntas y posibilidades que quedan resultan
en un proyecto siempre inacabado si las intentamos responder sólo desde la
arquitectura, por lo que es necesario que para estudiar este fenómeno y
proponer posibles soluciones, la ciudad y lo que en ella sucede se analice
desde la sociología, la geografía y el urbanismo, en constante diálogo con
quienes la habitamos. EP
1. En la trilogía Ficción
inmobiliaria se presenta una extensa compilación de películas que, vistas
por separado, no tendrían nada en común. Sin embargo, sorprende la forma en que
aparecen, a veces de forma protagónica, algunos de los principales fenómenos de
la gentrificación.
2. Zygmunt Bauman, 1998, Globalization:
The Human Consequences, Cambridge, Polity Press, p. 1.
3. En el mundo anglosajón, muchas de las premisas para analizar el fenómeno
parten de una condición distinta a la latinoamericana, donde las áreas
afectadas pueden relacionarse con el cambio de una economía industrial a una de
servicios. Por otro lado, principalmente en Estados Unidos, la gentrificación
se discute muchas veces en estrecha relación con el conflicto racial de la
población negra.
4. Neil Smith, 1996, La nueva
frontera urbana, ciudad revanchista y gentrificación, Madrid, Traficantes
de sueños, p. 380.
5. Antonio Miranda, 2011, prólogo en Manuel Delgado, El espacio público como ideología, Madrid, Catarata.
6. Neil Smith, op. cit.
7. Luís Mendes, 2018, “As novas fronteiras da gentrificação no mundo
ibero-americano”, Sociabilidades Urbanas.
Revista de Antropologia e Sociologia, vol. 2, nº 6, p. 4.
8 . Neil Smith,1979, “Toward a Theory of Gentrification A Back to the City
Movement by Capital, not People”, Journal
of the American Planning Association, 45:4, p. 541.
9. Sólo entre la década de 1980 y 1990 la Ciudad de México decreció en
términos absolutos, de 8,831,079 habitantes a 8,235,744. La coincidencia
temporal de este periodo de decrecimiento con el sismo de 1985 no es casual.
10. Víctor Delgadillo, 2016, “Ciudad de México, quince años de desarrollo
urbano intensivo: la gentrificación percibida”, Revista INVI, noviembre 2016, p. 112.
11. Siglas en francés de Habitation à
Loyer Modéré.
12. Gustavo Gómez Peltier y Lorena Sicilia Pedroza, 2020, “Rentar, comprar,
ocupar y habitar: vivienda y propiedad en la Ciudad de México”, Nexos, disponible en nexos.com.mx. 13.
Hannah Arendt, 2017, La condición humana,
México, Paidós, p. 42.
14. The Economist, “The horrible
housing blunder. Home ownership is the West’s biggest economic-policy mistake”,
en economist.com.
15. Íñigo Lujambio Toca, 2018, Derecho
a disfrutar de una vivienda digna, decorosa e integrada: un análisis crítico
del derecho a la ciudad, tesis para obtener el título de licenciado en
Derecho por el itam, p. 106.
16. Antonio Miranda, op. cit.
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