Entrevistamos a Jazmina Barrera, Elvira Licega e Isabel Zapata. Las escritoras y también madres nos brindan una serie de estampas sobre tener hijos en nuestro país. En medio de embarazo y lactancia, reflexionaron sobre las implicaciones políticas de la crianza colectiva y los trabajos de cuidado.
Hablamos de maternar. Entrevista con Jazmina Barrera, Elvira Licega e Isabel Zapata
Entrevistamos a Jazmina Barrera, Elvira Licega e Isabel Zapata. Las escritoras y también madres nos brindan una serie de estampas sobre tener hijos en nuestro país. En medio de embarazo y lactancia, reflexionaron sobre las implicaciones políticas de la crianza colectiva y los trabajos de cuidado.
Texto de Julieta García González & Karen Villeda 01/09/20
El mundo tiene más de 7 mil millones de personas. Tal cantidad abrumadora, imposible de imaginar, permite que supongamos que tener un hijo es algo sencillo. Como ocurre todo el tiempo y ha sucedido desde siempre, debe ser algo fácil. Pero la experiencia del embarazo, el parto y lo que viene después, lo que llamamos “maternar”, es una a la vez profunda y de una complejidad casi inasible, sobre todo porque para cada una de las mujeres, en cada uno de sus embarazos, es distinta siempre.
Decidimos entrevistar a tres jóvenes escritoras, amigas y colaboradoras cercanas a Este País. La cercanía y su capacidad de análisis nos permitieron asomarnos un poco a sus transformaciones personales. Su visión —honesta, compasiva y con humor— nos ayuda ahora a redondear una edición dedicada a los niños, al futuro y a las formas en las que podríamos hacer del proceso de la maternidad un valiente acto político.
Julieta García González (JGG): ¿Por qué tener bebés? Empezamos con Jazmina que es quien tiene el bebé de más edad.
Jazmina Barrera (JB): Es muy buena pregunta y creo que no hay una sola respuesta. En cada caso las respuestas son distintas. En mi caso personal, fue una decisión bastante impulsiva que surgió mucho del enamoramiento y las ganas de construir un proyecto de familia con alguien. No es que yo tuviera ganas abstractas de tener hijos, nunca las tuve, y de hecho no me pasaba por la cabeza hasta que conocí a una persona con la que se me antojó; con la que fue como “ah, mira, con esta persona estaría padre tener hijos”, no es como “porque yo quiera porque sí”. Y porque las circunstancias eran propicias, porque se podía y sonaba divertido.
Luego lo he reflexionado, a posteriori, mucho más y creo que vivimos en un mundo medio apocalíptico en el que está cabrón tener hijos, en el que nos sobran seres humanos. Además, creo que hay muchas formas de maternar: hay adopción, hay miles de personas que requieren cuidados, ayuda y apoyo. Por supuesto que no me arrepiento jamás, adoro a mi hijo y me encanta verlo crecer, y me encanta la familia que somos. Pero sí creo que, por ejemplo, si hubiera sabido que iba a haber esta pandemia, antes de embarazarme, si hubiera sido más consciente de los problemas que se vienen con el cambio climático… o sea, hay cosas respecto a las que creo que fui un poco inocente en ese momento de tomar la decisión; no es que me arrepienta.
Por otro lado, sí creo que puede ser, ante tanta adversidad, una apuesta por la vida; una apuesta medio ingenua ante un escenario tan catastrófico como el que vivimos, pero sí es una apuesta por la vida. Criar a un ser humano, no necesariamente parirlo, creo que es un acto político también, que puede irse para muchos lados de la política, pero me parece muy importante.
JGG: Isabel, tú formas parte del Consejo ambiental de Este País, en algún momento, cuando estabas con una panza incipiente con tu embarazo, comentamos en una de las reuniones del consejo qué onda con tener hijos y el medio ambiente. Tú ya habías elaborado algo, lo comentamos brevemente. ¿Por qué no nos hablas un poco de eso? Tú no tenías esa ingenuidad de la que habla Jazmina; en ese sentido, tenías otra información y decidiste, de cualquier manera, tener hijos ya teniendo esas herramientas.
Isabel Zapata (IZ): Creo que hay una parte que es muy animal o instintiva; un poco, como dice Jaz, un impulso. Yo, a diferencia de ella, siempre quise tener hijos; era como Susanita. De hecho, quería tener muchos hijos, ahorita ya nada más quiero tener uno, entonces he mejorado en términos de responsabilidad ambiental. Sobre lo que también decía Jazmina de la apuesta por la vida, hay una frase de la escritora Marie Darrieussecq que dice que tuvo a su bebé porque “la vida es mejor que la nada”. Y creo que hay algo de eso. Lo cierto es que tener hijos no resiste mucho, en este contexto particular de la pandemia y la crisis climática, un análisis lógico.
Lo que he tratado de hacer desde el principio es ser muy consciente, ya que tengo a Aurelia, de su huella en el mundo: pensar y tratar de comprar las menos cosas posibles; heredarlas cuando termino de usarlas; hacer un esfuerzo económico por usar pañales biodegradables. Aun así, es una persona más en el planeta. Entonces no tengo mucha defensa, la verdad.
Respecto a mi deseo de ser madre, yo quería formar un proyecto de familia, un proyecto de vida, tener esa compañía. Me daba mucha curiosidad, muchas ganas de ver qué se sentía y también de criar, de ver a alguien crecer. Al final, a pesar de que haya un entendimiento erróneo, creo, de que la crianza le compete a las madres o a los padres o a las familias, la crianza es una responsabilidad compartida en tanto que estamos educando ciudadanos que van a estar en el mundo. Eso me interesaba también: tener esa clase de impacto hacia el futuro.
JGG: Elvira, ¿tú te asomas a esa idea, a ti te sucedió también? ¿Fue un deseo, fue una cosa planeada? ¿Lo sientes como algo que también te agarró así como con la inocencia de la que habla Jaz o con un deseo previo, como el que dice Isa, una cosa tipo Susanita?
Elvira Liceaga (EL): Pues, en realidad, yo no sólo no lo planeé, sino que me identificaba perfectamente como una mujer que no iba a tener hijos. Y, a mis 36, estaba empezando a asociarme con esta otra mujer sin hijos. Hacía no tanto, en mayo de 2019 (y me embaracé en septiembre), había leído Contra los hijos de Lina Meruane, por segunda vez, y me sentí representada, no tanto con la lógica argumentativa, sino con el ánimo y la fuerza de vida de quien no tiene hijos; me gustó no ser romantizada; el libro habla, por ejemplo, de cómo te dicen que si no tienes hijos no viviste ciertos tipos de amor y yo me sentía bastante incendiada por eso.
Yo hago un programa de radio con una bióloga y hablamos mucho del medio ambiente —ella, desde luego, es la experta; yo hablo de otras cosas—, y ella siempre dice que la mejor manera de ayudar a salvar el planeta es no tener hijos porque no traes consumidores ni productores; y ya estando yo embarazada haciendo ese programa era muy culposo para mí cómo ella lo decía otra vez al aire y yo hacía un gesto de : “no” y ella de “sí, lo siento”.
Yo no quería tener hijos, estaba bastante convencida, pero tampoco lo rechazaba. Y cuando me embaracé, lo pensé muchísimo y, al final, cuando tenía que tomar la decisión (porque ya había que tomar la decisión), me animó mucho la idea nueva y el sentimiento nuevo de acompañar a alguien. Lo que a mí me hizo decidir que sí quería era imaginarme acompañando a alguien en la vida. En su primera ruptura de corazón, por ejemplo, invitarle unas chelas y explicarle que todo es pasajero; o en su inseguridad de ir a la escuela. Me empezó a encantar la idea de servirle a alguien de mejor amiga, de cuidadora. Y es curioso, porque para no haberlo planeado estoy demasiado feliz, me encanta hasta lo terrible.
Medioambientalmente, también trato de no comprar nada, de reutilizar, de ser lo menos abusiva con el ambiente.
Cuando yo era muy chavita, trabajaba como voluntaria en un albergue de mujeres, sobre todo embarazadas adolescentes que daban a sus bebés en adopción porque, por muchas razones, no querían o no podían tenerlos. Y platicaba mucho con mi mamá (por quien llegué al albergue) sobre adónde van estos niños, qué pasa con todos los niños en México que no tienen hogar, los que van a casas cuna, los que son adoptados, con lo difícil que es adoptar, la cantidad de opciones ilegales, la cantidad de venta de niños. Me acuerdo de situarme muy al margen del embarazo y de la experiencia de estas chicas con las que yo me sentaba cada semana. Me acuerdo de sentirme realmente no sólo muy ajena a la experiencia —pensar incluso que el embarazo era otra cosa que le pasaba a otras mujeres, no a mí—, sino también mucha angustia por todos estos bebés, sin un destino claro, y también por ellas, que estaban pasando por un proceso de sí ser madres, pero no querer o no poder criar. Eso fue muy formativo en mi decisión de no ser madre, aunque ahora sí lo soy.
JGG: Una cosa que ha surgido de una manera más tangencial con Elvis, pero muy concreta con Jaz y con Isa es el tema de formar una familia, formar un núcleo propio. Incluso Isabel lo ha escrito en Las noches son así, donde está muy claramente el tema de la desaparición de los padres, la disolución de la familia por enfermedad; lo mismo con Jazmina en Linea nigra, donde aparece eso con la enfermedad de la madre; y Elvis no lo tenía tan claro, pero ahora surge con lo que cuentas de ir a los albergues y tener esta relación con la madre. ¿Entonces trataron también de formar algo a partir de lo que, no tuvieron o se disolvió? Lo digo porque es un poco el prejuicio que existe, en parte, pero sí me gustaría saber si ustedes tienen una opinión al respecto. Es decir, la mayor parte de la gente tiene un hijo porque ocurre, para resolver ciertas cosas. Y yo no sé si eso está mal; pienso que puede estar muy bien, justo puede ser un acto político, también un acto de recuperación personal. Yo no sé si ustedes por ahí pasaron.
JB: Yo creo que para mí fue un poco al revés, o sea, creo que yo quise traer a alguien más a la fiesta. Me gustaba mucho el equipo que había formado con Alejandro (mi esposo), con mi madre, con mis tías, con el novio de mi madre. Mi familia es muy extensa, es fluida; además, tengo tíos que viven en Alemania que vienen varios meses al año, se vuelven a ir; el novio de mi mamá va y viene también de Alemania. Me parecía que un niño era un buen ingrediente ahí, me gustaba la idea de cómo reconfiguraba ese universo familiar.
IZ: Sí, hay algo de eso en mi caso, pues yo no tengo una familia grande, en el sentido que muchas personas que conozco la tienen. No tengo padres y mis hermanos están medio regados por el mundo. Con el nacimiento de Aurelia he vivido un segundo duelo, sobre todo de la muerte de mi madre, porque la presencia femenina se engrandece mucho cuando tienes un bebé. La presencia femenina en todos los sentidos: en ti misma, en la importancia de las mujeres a tu alrededor, la importancia de sentirte acompañada por mujeres mayores que tú. Porque están mis amigas, pero el tipo de compañía que te da una amiga, que es increíble y valiosísima, no es lo mismo.
Creo que cuando tienes un hijo, la relación con tu propia madre se pone bajo el microscopio, porque empiezas a pensar mucho en cómo fue cuando tú eras bebé y a revalorar, no en el sentido de darle un mayor valor, sino simplemente a ponderar, de alguna forma, tu propia infancia y tu propio ser bebé.
A pesar de que no fue un motivo para tener bebés, creo que sí ha puesto en evidencia esa carencia en mí. Ahora me siento, por un lado, más sola y, por otro lado, menos sola; porque al tener un hijo tienes esta conciencia de que estarás para siempre acompañada, de que te tienes que ver la cara todos los días con este ser medio raro y medio incomprensible y muy amado. Pero también te sientes un poco más sola, porque ha agudizado la conciencia de mi falta de familia, que antes no tenía porque no pensaba en esos términos. Ahora sí me importa mucho, y he formado ese núcleo con amigas, con la familia de mi esposo, con otras personas, porque la familia también se va formando.
EL: Para mí, la decisión de tener a Nico —que no sabía que era una niña— tuvo mucho que ver con Francisco, mi pareja. Yo digo, de broma, que él me convenció, pero yo me dejé convencer porque yo quería. Entre otras cosas, me daba mucho miedo reproducir los apegos feroces (como el libro de Vivian Gornick) de mi madre, que por estar mi hermana enferma fue superultraprotectora con ella, o el descuido conmigo, que no estaba enferma.
Hace mucho leí en un libro de Alice Miller que muchas mujeres tienen hijos por una necesidad de sentir amor incondicional, y eso me aterraba. La soledad, la codependencia, amores selectivos. Ahora tengo bastante bien negociada la cercanía y la distancia con mi familia original: con mi padre, mi madre y mi hermana. Creo que cuando pienso en familia, pienso, desde antes de tener hijos, en mi pareja; lo cual es muy fuerte, apenas me estoy dando cuenta. Encontré en mi pareja un equipo con el que, en el momento en que se abrió la posibilidad de ser tres, supe que era el mejor equipo, incluso si dejábamos de ser novios. Eso me gustó mucho y me pareció que entre Francisco y yo íbamos a poder imaginar otras formas de crianza, otras formas de habitar, otras formas de apegarnos, otras formas de darle herramientas a alguien más.
Karen Villeda (KV): ¿Cómo educar en los feminismos? Por ejemplo, ¿cómo estás criando a Silvestre, Jaz, con tu red de apoyo para que sea un niño consciente de toda la situación que estamos viviendo las mujeres? Y, para Isa y Elvis, ¿cómo educan a una niña, para que justamente rompa con estos patrones con los que muchas de nosotras fuimos socializadas y seguimos tratando de superar ser sumisas o quedarnos calladas…?
JB: Pues no es fácil, porque yo sé que yo misma no he terminado de analizar todas las formas en las que el patriarcado me permea, o sea, influye en mi día a día. Pero lo procuro, por supuesto, de muchísimas formas empezando por el ejemplo. Para mí, es muy importante que Silvestre tenga modelos de masculinidades distintas, empezando por su padre; que últimamente lleva muchos días durmiendo con él todas las noches, porque se despierta unas tres veces y él lo vuelve a arrullar. Igual el novio de mi mamá, mi tío, mis primos lo cuidan; se quedan con él dos horas, tres horas, y los ve lavar los platos y los ve limpiar la casa. Esos ejemplos, para mí, ya son fundamentales.
Además, por supuesto, conseguí un librito que se llama Mi primer libro de feminismo para niños, entre otras cosas; se hace lo que se puede. Le he procurado comprar juguetes lo más neutros, en términos de género, posible. Debe haber cosas de las que soy inconsciente, y eso siempre me angustia.
IZ: Yo también creo que, por más que hagamos, hay un punto ciego. Incluso a la hora de conducirnos nosotras mismas, yo me sorprendo muchas veces hablándole a Emilio (mi esposo) en términos de que me ayude: “¿Oye, me ayudas con la mamila?”. Y en el lenguaje está todo. Lo que dijo Jaz lo intento hacer también con Aurelia, y también pequeñas cosas que para mí son simbólicamente importantes, como no haberle puesto aretes, a pesar de mucha presión de mujeres alrededor Entonces hay que tratar de romper con esos esquemas, pero definitivamente creo que va a ser un reto. Me aterran las dificultades que va a suponer criar una niña, el momento de explicarle cosas mucho más complejas que los aretes o no aretes. Me acuerdo de cuando mi hermano, que tiene una niña de tres años, le explicó, cuando fue a la primera guardería o escuelita, los nombres de sus partes del cuerpo, para decirle: “Nadie puede tocarte estas partes, son tuyas y tienes que venir a decirme si alguien lo hace”. Es aterrador pensar que tienes que tener esta conversación con una niña de tres años, pero tienes que tenerla porque si está medio día fuera de tu vista, ni modo, toca. Me pone la piel chinita pensar en eso. Entonces, el ejemplo, sobre todo, y tener las conversaciones, sin miedo; porque a mí nunca nadie me dijo nada, ni de la menstruación, ni de sexo, o sea, nada me explicaron. Y espero ser más clara con ella de lo que fueron conmigo.
EL: Pues yo comparto todo lo que se dijo. No sé si es importante, la verdad, pero yo le puse Nico desde antes de que naciera sin saber si era hombre o mujer. Sin saberlo, me sirvió para querer a alguien sin definirlo por su género, y esa fue una experiencia muy linda para mí. Me enamoré de esta persona que es Nico y fue muy bonito que no estuviera definido. Yo me siento también muy aterrada, la verdad, pienso mucho en cómo le enseñas a una niña a ser valiente, a que se defienda, a que diga que no, a que te cuente, a que se sienta segura, a que no se sienta discriminada, no se sienta sexualizada, no se sienta racializada, a que, si llega a sentirse así, cómo puede de actuar; no tengo las respuestas, me siento muy angustiada. Leo las noticias y lloro. Cómo le hago saber, lo que dice Isabel, que nadie la puede tocar; cómo le hago saber que se tiene que defender, qué es defenderse; cómo le hago saber que es igual a todas las mujeres, que vale tanto como todas las otras mujeres; qué le decimos de los micromachismos, cómo le explicamos eso… Quita el sueño, particularmente en México, no sólo es una preocupación: es un terror. Y estoy buscando las respuestas.
JGG: Vamos a cambiar radicalmente de lugar y ahora vamos a hablar directamente de ustedes, no sólo a través de sus hijos, sino de ustedes en un punto más allá del papel de madres. Hay algo que es muy complicado, sobre todo en países como el nuestro: cómo es el desarrollo personal y profesional precisamente más allá de los hijos. Ustedes tres son escritoras bastante completas, y hacen otras muchas cosas, ¿cómo enfrentar esas muchas otras cosas desde o fuera de ser madres? ¿Hay que separarse de eso o no?
Es una pregunta que me hago yo, por ejemplo, que soy hija de una mujer que renunció a su vida profesional para cuidar a sus hijos, para dedicarse a ellos; mi mamá pintaba y era decoradora de interiores, y de pronto ya tuvo hijos y todo estuvo resuelto, o sea mi papá era un proveedor de la casa y mi mamá era una mamá. Y eso hacía muy feliz a mis abuelas, por otro lado, era thumbs-up: “por fin Carmen sentó cabeza”. Mi mamá esperó hasta que mi papá se muriera para volver a pintar, y eso está cabrón, porque mi papá murió hace cinco años. Entonces eso es una cosa muy complicada, a los setenta y tantos recuperar esa parte profesional. Sé que ustedes no están por ese camino, pero entiendo las dificultades y me gustaría que tomaran la palabra y nos dijeran por dónde va eso en sus propias vidas.
IZ: Es otro reto, creo que esta entrevista va a revelar cómo tenemos muchas más preguntas y retos que respuestas; porque realmente es una cosa constante de no saber qué hacer. Tener a Aurelia me ha revelado eso: me siento como muy incompetente y sin pistas sobre muchas más cosas que antes. Nunca había tenido, por ejemplo, tantos miedos, tantas dudas. Nunca había sido tan vulnerable, y, al mismo tiempo, soy más fuerte que antes porque la maternidad es una experiencia tan potente que también te completa en muchos sentidos; por supuesto no en el sentido de ser “una mujer completa”, sino que te agrega cosas que antes no veías de ti, te revela cosas nuevas.
Contestando la pregunta más puntualmente, respecto al trabajo, yo no logro todavía un buen equilibrio. Conmigo, igual que con Elvis, ha coincidido la cuarentena por la pandemia con la cuarentena posparto; entonces realmente no tengo idea de lo que es tener una bebés sin COVID: no sé cómo es poder salir normalmente, tener el apoyo normal. Ahorita ya está regularizándose, tengo más manos que me ayudan, pero durante varios meses las únicas personas en la casa éramos mi esposo y yo; de pronto mi cuñada, de pronto una amiga, pero en realidad fueron dos personas contadas las que vinieron a la casa durante tres o cuatro meses. Entonces, no tenía ni tiempo ni cabeza, ni era un tema en mi vida cómo equilibrar trabajo y bebé. Es un hecho que la identidad —y creo que es algo que he escuchado mucho de mujeres que han sido madres— se transforma de alguna manera. Yo no quiero dejar de ser la persona que era, pero creo que forzosamente pasa, porque adquieres identidades nuevas y te reconfiguras. Y esa reconfiguración también pasa por lo profesional; entonces sigo pensando cómo voy a hacerle para tener tiempo para mí. No es sólo hacer tiempo físico, el tiempo mental es lo más complicado, porque lo que yo siento cuando estoy aquí con ustedes en esta entrevista y estoy escuchando a mi hija en el cuarto de al lado, es que tendría que estar con ella. Hay una parte de mí, igual porque está muy chiquita todavía, que me está diciendo: “Este tiempo que estás dedicándole a otra cosa, es tiempo que le estás robando a tu hija”. Y yo sé, cuando lo paso por el filtro de la razón, que no, que claro que tengo todo el derecho y toda la necesidad —y además que es importante que hable con otras personas y que haga cosas—. Pero sí hay una cosa que te jala.
JB: Es un megatema que está atravesado por muchísimas cosas y que, además, cambia mucho según la circunstancia. Lo que sí creo es que esta pandemia ha revelado que en la sociedad en la que vivimos no hay un sistema de cuidados que apoye a las mujeres, a las madres sobre todo; pero no sólo a las madres, a las personas que cuidan enfermos, que cuidan adultos mayores… Entonces se tambalea tantito el sistema: los niños dejan de ir a la escuela, y ¿quién se va a ocupar de los niños? Las mamás. ¿Quiénes pierden los trabajos, quiénes renuncian, quiénes empiezan a hacer emprendimientos? Las mamás. Y, ¿quién va a regresar antes al trabajo, quién va a recuperar los salarios antes? Los hombres.
Creo que hay todo un trabajo para reducir la brecha salarial, reducir y desaparecer esas desigualdades. Por ejemplo, cuando nació Silvestre y me empecé a juntar con otras madres, me empecé a dar cuenta de que muchas de nosotras no teníamos previsto que alguien en la familia iba a tener que reducir su horario laboral para recoger a los niños de la escuela; salvo que quieras que estén en estos horarios extendidos en los que nunca los ves y los educa quién sabe quién, que puede ser válido porque funciona. Entonces, ¿quién es la persona que “naturalmente” va a reducir su horario de trabajo para encargarse de eso? La mamá. Porque está la idea equivocada de que ese vínculo biológico te obliga hacerlo.
Vivimos en un país en el que las empresas no están dispuestas a reducir los horarios para que puedas llegar a recoger a tu hijo en la escuela; en el que no hay tiempos de maternidad que se ajusten, por ejemplo, a los tiempos de lactancia que recomienda la Organización Mundial para la Salud (OMS): tienes que entrar a trabajar a los tres meses y la OMS recomienda seis meses de lactancia, entonces estás pegada a un sacador de leche —que es una pesadilla, por lo menos para mí lo era—. Es decir, hay muchísimos inconvenientes relacionados con políticas públicas y creo que la pandemia lo ha hecho muy evidente.
Luego, ya desde lo personal, creo que soy muy afortunada en muchas cosas, porque la crianza la comparto con Alejandro, con mi mamá, con mi tía. Entonces podemos hacer este sistema de relevos en el que yo no me siento culpable de estar trabajando un rato, porque sé que está en muy buenas manos, porque sé que se la está pasando muy bien; y, a la vez, yo tengo este tiempo que me permite regresar a él con entusiasmo, con emoción, con energía, porque también está en una edad en la que es muy demandante estar con él. Este sistema de turnos creo que nos permite a todos darle lo mejor de nosotros; eso lo agradezco muchísimo. Además, creo que la escritura, por lo menos para mí, ha sido un oficio muy noble respecto a la maternidad, porque se puede hacer en casa; porque —haciendo muchos reajustes— se puede hacer en los tiempos que tengas, se puede hacer desde el celular, se puede hacer en el baño, se puede hacer en fragmentos pequeños, se puede reconfigurar para adaptarse a los ritmos de la maternidad. Yo sé que hay muchísimos trabajos que no son así. Mi madre tuvo que dejar de pintar los primeros dos años de mi vida —quizá también porque quiso—, porque no iba a estar exponiéndome a óleos; pero requiere mucha más parafernalia ponerse a pintar; ya no digo oficios que requieren ir a una oficina, que requieren hacer viajes. La verdad es que sí me siento muy afortunada.
EL: Yo, además de escribir, tengo trabajos: uno de ellos son la radio y otro los podcasts. Durante los últimos meses de mi embarazo, todo ese trabajo pasó de hacerse en el estudio de grabación o la oficina de la productora, a cada quien en su casa. Aunque nunca he tenido horarios de oficina, los horarios designados al trabajo se desdibujaron y fue muy cansado, sobre todo al final de mi embarazo. Yo me encerré, creo que como la mayoría, a mediados de marzo, y tuve dos meses de trabajo muy agotadores, porque se anuló gran parte de la vida privada: podíamos trabajar hasta las 10 de la noche, tener juntas a la hora de la comida —y yo me hacía quesadillas teniendo juntas; estando en juntas ponía mute e iba al baño—. Creo que quienes trabajan en equipo, como yo, suelen vivir en esta pandemia esa confusión: dónde acaba el trabajo y dónde comienza la vida, y cómo se salvaguarda la vida privada para que el trabajo no se la coma, y hasta dónde entra el trabajo.
Luego me fui a parir; estuve un par de días en el hospital. Fue todo tan radical, tan intenso, tan heavy metal trash, que se me olvidó que había una pandemia. Y me acuerdo de salir del hospital y ver la ciudad vacía, y decir: “Puta madre, hay una pandemia”. Y entonces llegué aquí, me encerré, y no podría entrar nadie. Nos la echamos Francisco y yo solos. El primer mes, radicalmente, no entró nadie más: no pudo ayudarme ni mi mamá, ni mi hermana, ninguna amiga, ni una trabajadora del hogar. Cansadísimo. Francisco limpió, cocinó, lavó los trastes, la ropa, la nuestra, la del recién nacido, y yo amamantaba cada dos horas, llanto, dolor de pezones, etcétera. La verdad es que se vuelve insostenible que lo haga sólo él; eventualmente, yo también me puse a lavar trastes, a echar lavadoras o a cocinar.
La pandemia sigue, yo sigo encerrada y todavía no regreso a trabajar. Como tengo un trabajo full time, tuve un tiempo de maternidad que son 84 días a partir de que pides la incapacidad, contando fines de semana. Yo pensé que los fines de semana no cuentan, pero como sí cuentan, así que te dan como dos meses y medio; que no es nada: el bebé es chiquititito, no tiene ni medio patrón, tú estás todavía descifrándolo, la carga de trabajo es caótica, especialmente sin ayuda. Empecé, yo creo que por primera vez, a empatizar con la falta de políticas laborales del trabajo doméstico no pagado, y lo que hice fue escribirle a mi empleador y decirle en un mail larguísimo: “Yo soy el típico caso de madre, de clase media que se puede usar para entender que las políticas de maternidad de este país son muy machistas, son muy injustas, son insuficientes; no puede ser que dos meses y medio, la bebé tal, la pandemia, yo no tengo nadie que me ayude, bla bla bla bla bla…” Este mail se lo di a leer a una amiga y me dijo: “¿Qué te pasa?, ¿por qué te pones en esa posición de víctima? De yo, por favor, ayúdenme, no me doy abasto, tengan compasión de mí”. Esta amiga y mi novio me dijeron: “Un párrafo: necesito más tiempo. La política de maternidad no es justa. Necesito tiempo. Necesito un mes más”. Y lo envié y fueron muy buena onda, me dijeron: “Claro que sí. ¿Cuándo regresas?”; y les respondí: “En un mes”. Ese mes empieza ahora en septiembre, entonces también me di cuenta de lo mucho que me cuesta pedir algo que es un derecho. Y hoy me empecé a sacar leche, porque hay que empezar a practicar lo del biberón. Yo tenía idealizada la sacada de leche, por lo menos una actividad con las manos libres y tampoco.
Hoy tendremos que empezar a entrenar mi ausencia. He estado hablando con Nico diciéndole que dentro de poco ya no voy a estar ahí todo el día, que tengo que trabajar. Como dice Isa, me parece que me voy a sentir bastante culpable. Y me voy a sentir también muy estúpida por desaprovechar la oportunidad de estar con ella, por estar trabajando. Entonces, por un lado, me enoja tener que trabajar y no vivir en una comuna hippie en el campo; pero a la vez tengo unas ganas locas de volver a mis proyectos y ser algo más que una chichi. He vivido el duelo de mi vida cuando era libre, entonces tengo muchas ganas de trabajar, tengo muchas ganas de escribir con las dos manos, tengo muchas ganas de tener un ratito libre de Nico, la verdad.
JGG: Sobre la transformación del propio cuerpo, en el libro de Jaz, Linea nigra, es muy obvio y ha estado implícito en algunas de las cosas que hemos platicado. ¿Qué ha pasado con ustedes con esa transformación? Hay dos vertientes muy generales: una es la percepción externa, es decir, tú ya eres mamá, ya no eres sexualizable, deseable, ya no eres una mujer en ese sentido; y por otro lado está la experiencia real, personal. La primera versión yo sé que no es real, que es una fantasía colectiva, pero es una que ha permeado la cultura popular; al grado tal de que hay una vertiente porno que se llama MILF, porque esas sí son madres “cogibles”. Pero hay una parte relacionada con una transformación fisiológica para la que, me parece, estamos poco entrenados. Así como estamos poco entrenados, como sociedad, para la vejez, por ejemplo, para envejecer y tener canas, tener arrugas, o engordar como uno engorda con la edad, o perder ciertas capacidades físicas; pero esa transformación corporal de la que no se ha hablado casi nada, que es como una prohibición, existe. Es algo que ustedes han vivido y me gustaría que platicáramos de esto. Podemos empezar con Jaz.
JB: Hay muchísimo que decir sobre eso, yo no lo veo como una sola transformación, sino como muchísimas transformaciones constantes y que se sobreponen, que además tienen implicaciones de todo tipo. De la transformación de la identidad, por ejemplo, este asunto de estar embarazada y ser dos personas a la vez. Eso, además, cambia porque al principio del embarazo no eres dos personas: eres una persona y unas células raras; y al final sí eres dos casi personas. Todo lo que eso reconfigura con tu sexualidad, con tu relación, con tu universo. Luego la transformación del parto que es como un desprendimiento, que tiene algo de duelo, también algo de alivio, mil cosas; por eso es que escribí un libro, porque me parecía todo demasiado abrumador.
La lactancia también fue para mí muy dura; de hecho, fue más dura que el parto; el parto es muy espectacular, muy tremendo, pero la lactancia es muy larga y son muchas muchas muchas horas de tu vida, en las que estás en un vínculo rarísimo con otro ser humano, un vínculo corporal rarísimo, y creo que, como bien dices, no te preparan. Los cursos de preparto llegan hasta el parto; de lactancia, si bien te va, hay una clase y te dan uno que otro tip. Por supuesto, hay acompañantes de lactancia, hay doulas, hay un sistema de apoyo que más o menos sirve.
El otro día veía un documental, Jats’uts Meyah, que se puede rentar en Vimeo, que es sobre la última partera que queda en un pueblito maya de Yucatán. Es impresionante, porque es una mujer que tiene una cantidad de saberes y de sabiduría que la medicina obstétrica ha obliterado, olvidado; y que, se supone, está tratando de recuperar en algunas vertientes. Pero, la verdad, es que, por ejemplo, yo tengo varias amigas a las que les han hecho cesárea porque el bebé venía de patas; y en ese documental tú ves cómo esta mujer le va haciendo masajes con un rebozo, a lo largo del embarazo, a sus embarazadas para ir volteando al bebé. Entonces a esta mujer nunca se le había muerto un bebé, en sus sesenta años de ser partera y en un pueblo, además, con muy pocos recursos económicos, en circunstancias complicadas. Yo creo que ahora sabemos incluso menos del cuerpo de las mujeres en estas circunstancias, también por muchos temas de machismo.
JGG: Elvis, tú eres la que acaba de sufrir la transformación más recientemente. Hablabas apenas de sacarte leche y amamantar. Háblanos también de la transformación del cuerpo, ¿cómo lo sientes? ¿Crees que es algo duradero, qué va a pasar?
EL: Lo primero que me he tenido que aceptar es que todo cambia, en una capacidad del cuerpo y a una velocidad del cuerpo, mucho más grande que mi capacidad de comprensión. Todo el embarazo lo viví ejerciendo mi capacidad de asombro: todo el tiempo estaba en shock. Debo decir que fue un shock, en general, muy agradable para mí; no sé cómo, ni por qué, el embarazo me hizo sentir muy poderosa, muy segura, muy enamorada de este proceso de ser dos personas. Me fascinó tener a un bebé en la panza, escucharlo, sentirlo, hablarle, sentir amor por alguien a quien no conocía y de quien estaba tan cerca. Me gustó mucho la experiencia de crecer, de verme todos los días en el espejo y verme más gigante. No tuve una experiencia de esas en las que las embarazadas se sienten súper guapas, ni siquiera me lo planteaba, se me olvidó ser vanidosa durante esa etapa. Me cambió esa transformación del cuerpo. Me gustó muchísimo conectarme a otras mujeres a partir de eso. Tenía mucha resistencia a sentirme romantizada por estar embarazada, no me gustaba causarle ternura a los demás, tuve muchas ganas de raparme y de tatuarme, no, es broma, pero sí de revocar esa imagen que provocaba cursilería y no power a la gente.
Luego el desembarazamiento fue bastante impactante: cuando te ves en el espejo la primera vez después de que ya hay un bebé al lado de ti en el hospital dices: “Ay, cabrón, si tengo una panza embarazada”. Entonces empiezas a tener un hueco de embarazada. Eso para mí fue muy impactante, porque yo no quería perder esa sensación de bienestar que me había dado el embarazo. A veces todavía trato de conectar con esa Elvira embarazada, que se sentía tan bien y que tenía tan clara esa sensación de suficiencia; porque, efectivamente, das a luz y vienen un montón de miedos: miedos trascendentales, miedos efímeros, miedos grandes, chiquitos, de todos los tamaños y las profundidades. Entonces yo decía: “Qué pedo, ¿a dónde se fueron mis superpoderes”.
La lactancia, como dice Jaz, es impactante. Yo me sentí un poco traicionada, porque todo el mundo te habla del embarazo y todo el mundo te habla del parto, y nadie te dice nada de la lactancia. El profiláctico incluye una clase, que yo ni tomé, porque además tomé el profiláctico por Zoom. Entonces aprendí a amamantar, yo me imaginé ese aprendizaje en lógicas grupales y comunitarias, viendo otras chichis; lo aprendí a hacer por YouTube. Me sentí medio sola. Pero aprendí a amamantar por YouTube, a mí no me sirvió de nada hablar con una asesora de lactancia por teléfono. Es increíble la cantidad de tutoriales que hay para bañar a un recién nacido, para despertarlo, para que eructe, para que se duerma, para que deje de llorar. Hay muchas influencers mamás, pero también hay muchos hospitales y organizaciones serias que tienen muchos videos serios e informativas.
Entonces la segunda transformación, la viví muy sola. Fue muy importante el acompañamiento de mis contemporáneas, mujeres que habían parido en esos mismos días o en esas mismas semanas y que están viviendo los mismos cambios que yo. Ayer me pasó algo que ya le había pasado a mis amigas y a mí no, creo que era inevitable: salí de bañarme y había un tapete de cabello en la tina de baño, gore, y fue muy impactante. Francisco lo vio y pensó que me estaba muriendo; yo dije: “Creo que es normal”, y fue muy triste ver todo mi cabello ahí. A lo mejor, ahora sí me hago un corte medio punk para no perder más cabello.
IZ: Suscribo a todo. Algo que podría agregar, que es un poco distinto por mi experiencia, es que a mí me pasó una cosa —que no sabía que era una cosa, hasta mucho más adelante en el embarazo—: tuve muy poca panza. Yo veía las fotos de mi mamá embarazada y estaba casi igual; pocos días antes de nacer yo, a ella casi desde ningún ángulo se le notaba la panza, sólo si te fijabas; entonces pensé que era genético y no tenía ningún problema. La gente me lo decía mucho; de repente como un halago, cuando en realidad lo que yo sentía era “no tienes el cuerpo que yo esperaría ver en una embarazada”. No lo tomaba como “ay, qué bien te ves”, sino como “no estás cumpliendo con mis expectativas”. Borraban mi embarazo, como si lo anularan. Entonces, a pesar de que me sentía muy poderosa y con un montón de energía, cuando de repente salía a la calle y, por ejemplo, me subía al metrobús a los 8 meses de embarazo y no me cedían el lugar, tenía que enseñar la panza y decir: “Te juro que sí estoy embarazada. Y no es que me sienta mal, pero no quiero estar rodeada de mucha gente, porque me pueden empujar”. Entonces también me sentía insegura por eso y tenía que validarlo, demostrarle a la gente.
Eventualmente, me di cuenta de que sí tenía algo: una condición llamada oligohidramnios, que es una falta de líquido amniótico. Y fue un problema hasta muy adelante, como un mes antes de parir. Cuando, en el último ultrasonido, el doctor me dijo eso, desencadenó que me tuvieran que inducir el parto un poco antes. Nunca tuve contracciones naturales, sino que me indujeron porque era peligroso dejar que la bebé estuviera sin tanto líquido amniótico; lo cual también llevó a un parto hiperdoloroso. Según he leído, cuando el parto se induce con este medicamento que se llama prostaglandina, genera contracciones muy fuertes. Como no había sentido nada durante el embarazo, entré al parto sintiéndome muy trucha. No estaba preparada para el nivel de dolor y el nivel de infierno. Además, tenía un montón de basura mental, como “no aceptes por nada del mundo la epidural”, “lo más natural es lo que más te haga sufrir”. Entonces para ser una buena mamá tienes que sufrir…
JGG: Tienes que sufrir en el cuerpo…
IZ: Exacto, te tienes que chingar, no hay de otra. Y, a pesar de que es una cosa muy tonta, y que yo no creo ser tan tonta, evidentemente en eso sí lo fui, porque me la creí toda. Hasta el momento en que estaba ahí, dije: “Es que si no me pongo el epidural, me voy a morir”. Yo sentía que era un dolor con el que me iba a morir. Entonces, tuve la sensación de fracaso, pero ese es otro tema.
Respecto al cuerpo, esa fue la cadena de cosas que sentí un poco diferente; también otra consecuencia de eso fue que, cuando salí del hospital, al día siguiente de haber parido, pesaba 500 gramos más de lo que pesaba antes de embarazarme. Entonces, la parte de la transformación del cuerpo yo no la sentí tanto. No lo digo como una cosa de la que me sienta bien o mal; simplemente así fue. Las maternidades son muy variadas y también pasan ese tipo de cosas.
KG: Hace unos días la escritora María Antonieta Mendívil, escribió un ensayo afirmando que existe el childsplaining. Sé que Silvestre sí lo hace, porque Jaz tiene toda una serie de piensos que suele compartirnos en sus redes sociales, pero él ya habla. Quisiera saber de parte de Isa y Elvis, dentro de este otro lenguaje que tienen los bebés, ¿qué están aprendiendo en esa comunicación? ¿Hay un babysplaining, por ejemplo?
IZ: Sí hay algo que pasa, con gente que es obsesiva y aprensiva como yo, que es que el bebé sí te viene a enseñar o a explicar que no es como tú quieres: es como él quiere. Yo decía: “Yo no voy a ser de esas mamás que…”, y pues, ¡chin!, el bebé que te toca no lo puedes decidir. Y, en ese sentido, Aurelia sí es la gran maestra, porque te confronta a un montón de cosas. A mí me cuesta mucho trabajo pedir ayuda, y a ti, Karen, te pedí: “Yo sé que estamos en pandemia, igual y nos vamos a morir todos, pero necesito que vengas a ayudarme”, porque me volvía loca. Entonces, una de las lecciones que, sin querer, me ha dado mi hija, es que a veces toca decir: “Necesito que me ayuden en esto”, y un poco doblar las manos ante creerte invencible, o creer que eres muy fuerte o creer que tú nunca necesitas nada de nadie, y de pronto necesitas muchísimas cosas. Entonces, si a eso te refieres como lecciones que te dan los hijos, yo creo que te las dan desde el día uno.
EL: A lo mejor esto es horriblemente cursi, pero algo que me enseña es que ella no me está juzgando. La que está chiflada, soy yo. Y es muy impactante que son pura inocencia, te ven y sonríen, son felices, o por lo menos Nico parece muy feliz. Hay una pureza ahí, y yo me siento tan maleada, y pienso: “¿Cómo le hago para no arruinarla?”. Son bonitos esos encuentros constantes con ella, con lo puro.
JB: El mío, como dices, sí hace childsplaining total. Una de las frases que más repite últimamente es “Te equivocaste”. Entonces te dice: “Te equivocaste, mamá, los Beatles son cinco, no cuatro”; y ese tipo de cosas.
JGG: O sea, al final hay siempre aprendizaje continuo, aprendizaje constante. Un hijo es eso. Ese childsplaining es, supongo, algo que llegará hasta el final de las vidas de unos y otros. EP
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