Crónica
Hacer lo correcto: cuando el activismo salva la vida de los que no tienen derechos
Crónica
Texto de Timo Dorsch 04/12/19
De hecho, no hay razón alguna, tomando en cuenta la grave situación en el Mediterráneo. Aún así Marion Beyer sonríe al decir: “Hemos avanzando mucho en los últimos cinco años.” En ese entonces, en 2014, ella y cincuenta activistas más crearon el Alarmphone , un número de teléfono disponible tiempo completo y al que pueden llamar las personas que, en su huída, están atravesando el mar y se encuentran en una situación de emergencia. Hoy, más de 200 personas se turnan cada ocho horas, reciben llamadas de emergencia, estudian los mapas marítimos y contactan las guardias costeras europeas para que ayuden a los náufragos.
El proyecto
El Alarmphone nació en el mes de octubre en 2014. Fue cuando un grupo de activistas que ya llevaban años trabajando juntos,se dieron cuenta de la necesidad de crear un mecanismo para afrontar la emergencia en el mediterráneo.Un año antes, cerca de la costa de la isla Lampedusa ocurrieron dos naufragios que iban a marcar el posterior actuar europeo. El 3 de octubre 2013, 366 somalíes y eritreos se ahogaron cuando su barco libio zozobró . Ocho días más tarde, otra tragedia; 268 personas perdieron la vida. Ambos accidentes ni fueron los primeros ni iban a ser los últimos. Pero sí fueron decisivos. El Mediterráneo ya no es un sitio para vacacionar, es una fosa gigantesca.
En el momento de la tragedia, ni las autoridades de Malta ni las de Italia se sentían lo suficientemente responsables para intervenir se acuerda Marion. Luego, hubo un encuentro entre las activistas y las sobrevivientes. Entre ellas había también un padre que se había ido con su niño. Desde el barco naufragando hizo una llamada de emergencia. Nadie le contestó. “Nos dimos cuenta que se requería un número civil para este tipo de llamadas”, dirá Marion seis años después, sentada en una silla de plástico en la pequeña ciudad alemana de Hanau en el estado de Hessen. Para realizar su proyecto, recibieron una ayuda crucial del padre católico eritreo Mussie Zerai, quien vive en Suiza, y cuyo número de celular ya por los años dos mil circulaba entre las personas que huían. Su número incluso ha sido pintado en las paredes de los centros de detención en Libia.
El Alarmphone es una red internacional construida desde abajo. Sus integrantes no reciben salarios, y su servicio no conoce horarios de oficina.“Una ONG no lograría armar este tipo de trabajo . Estamos disponibles 24 horas al día, siete días la semana. Incluso hubo algunas que nos sugerían que no lo hiciéramos. Ni siquiera sabíamos si las personas que emprenden su camino nos van a consultar”, narra Marion. Aun así lo hicieron – montaron una línea telefónica, difundieron el número de emergencia en los lugares donde los migrantes se embarcan, y armaron un plan de turnos. “Siempre se requiere una pequeña cantidad de gente que diga: da igual, ¡hagámoslo!” Atrás de ellos no hay ninguna organización humanitaria, ningún financiero filantrópico, ningún partido político. Es una red desde abajo, un conjunto de personas que comparten la misma visión y que invierten más que solamente un pedazo de su tiempo libre. ¿Cuántos días laborales ya has chambeado? De nuevo esta simpática risa. “No me puedes preguntar eso.” Y dado que es una red desde abajo para los de abajo, las activistas lo mantienen desde sus propios bolsillos. Personas como Marion no dan lo que les sobra. Dan lo que necesitarían para tener una vida privilegiada también en Alemania. Gracias a ellas, en los últimos cinco años han podido ayudar a más de 2,800 barcos en su cruce del mar mediterráneo.
Las rutas
Son tres las rutas que toma la gente para llegar a Europa. Vía la parte occidental del mar entre Marruecos y España, la ruta central desde Libia hacia Italia y, luego, el mar Egeo, un pequeño mar vecino, entre Turquía y Grecia.
Las tres son usadas con intensidad cambiante, aunque la ruta occidental es la menos frecuentada. Sin embargo, se volvió la más usada en 2018 , cuando el Alarmphone recibió hasta 90 llamadas semanales. Hoy, los migrantes atraviesan de nuevo principalmente el mar Egeo. “Es como leer los posos de café. Las siguientes dinámicas no se pueden prever”, da a conocer la activista. “Mucho depende de las condiciones locales, de la guerra y del despojo de derechos. Pero también de la militarización del mar y los acuerdos europeos con políticos déspotas.” Así, se cambiaría constantemente el significado de cada ruta.
Hay un tercer factor. La migración posee una dinámica propia, una autonomía. De repente surgen caminos que antes no existían. Cuando eso sucede, todos los actores están sorprendidos, desde los gobiernos europeos hasta las redes internacionales de activistas antiracistas. De esta manera nació la ruta de los Balcanes en el verano 2015, cuando por tierra desde Grecia un millón de personas hicieron su camino hacia Alemania.
Si la tragedia de Lampedusa simboliza el terror del escape, los trenes de esperanza —como se llamaba a las caravanas de migrantes, puesto que desde algún momento muchos viajaban en tren—prometían un nuevo amanecer. No solamente para las vidas de cada una de las refugiadas. Una sociedad marcada por la diversidad y solidaridad estaba por nacer cuando, en las estaciones de tren en Alemania, fueron recibidas con aplauso, alegría y alimentos.
Aquella autonomía de la migración contribuye a que últimamente muchos migrantes africanos se deciden por tomar la vieja ruta de los esclavos. Desde Camerún, Nigeria o Senegal cruzan el Atlántico hacia Brasil. Desde allá viajan hacia el norte. El camino es más largo y para nada menos peligroso. Ahora, más de tres mil migrantes provenientes de diferentes países africanos, aguantan en Tapachula. Atrapados entre la arbitrariedad de las autoridades, la represiva Guardia Nacional y la influencia del presidente estadounidense, algunos optan por cruzar en lancha una corta ruta en el pacífico. No obstante, cuando mediados de octubre una de estas lanchas zozobró, el camerunés Emmanuel Cheo Ngu, de 39 años de edad, fue encontrado sin vida.
El arribo
Safinaz lo logró. Mediante la ruta de los Balcanes llegó a Alemania. Detenida en un campo de registro en el norte de Hessen, hoy, junto con su familia, vive en la provincia del mismo estado. La artista siria, de la misma manera que las personas en una situación similar, sufrió y aguantó mucho. Para escapar las locuras de guerra en su país de origen, Safinaz —cuyo nombre verdadero es otro— huyó con su esposo desde Damasco a Turquía hace cuatro años. Desde allá emprendieron su camino por el mar Egeo.
“En el bote de hule éramos demasiados”, cuenta hoy desde su nuevo hogar. El motor falló. La gente entró en pánico. “Alguien tenía escrito un número en su brazo. Pensábamos que era la guardia costera. Fui la única con señal.” Así que ella mandó un mensaje por WhatsApp. No fue la guardia costera quien contestó, sino alguien del Alarmphone en Alemania. Envió las coordinadas GPS del bote. “Aún estábamos demasiado cerca a Turquía, y demasiado lejos desde la isla griega Lesbos. No queríamos que la guardia turca nos llevara de regreso a Turquía.” Con sus propias manos empezaron a bogar con rumbo a Europa. Luego, volvió a arrancar el motor. Lograron llegar a una playa de la isla, sin tener que pedir auxilio de la guardia. Mientras, mantuvo el contacto con el Alarmphone. “Cuando estás sola, y nadie más está contigo, es muy difícil. Para mi, el chat fue tan importante. Este número de emergencia realmente es ayuda humanitaria.”
Después de haber llegado a Hessen, la comunicación no cesa. Hace dos años hubo un encuentro directo con la activista de Alarmphone, quien ayudó a Safinaz y a varias docenas más: Era Marion.
La motivación
¿Por qué hace todo eso? Los ojos de Marion hablan de sinceridad y decisión, pero también de rabia. “Porque ignorarlo es más difícil que meterse”, contesta. Unos segundos más tarde agrega: “Lo difícil es cuando viene la impotencia. Cuando ya no contesta nadie. O cuando muere un niño. Cuando eso pasa siempre tengo la esperanza —o la desconfianza— que la persona al otro lado se equivoca.” Silencio. “No se olvidan estos momentos cuando ya nada funciona y solamente pueden ser rescatadas las sobrevivientes,” dice Marion.
De vez en cuando realizan encuentros conmemorativos en Lesbos. Son momentos de silencio y de reflexión. Terminan las ceremonias con la promesa de no cesar con su trabajo hasta que la muerte en el Mediterráneo llega a un fin. “Sabes”, termina Marion, “hoy ya no hay nadie que puede decir que no supo de nada. Hay imágenes de todo, hasta grabación en vivo. Puedes ver cómo las personas se ahogan.”
En su libro Ante el dolor de los demás de Susan Sontag, la autora escribe sobre el derecho perdido a la ignorancia. Quien aún se sorprende ante la brutalidad del mundo, “no ha alcanzado la madurez moral o psicológica. (…) A partir de determinada edad nadie tiene derecho a semejante ingenuidad y superficialidad, a este grado de ignorancia o amnesia.” EP
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