La percepción y el uso del espacio público es algo en permanente cambio. Se transformó con la explosión urbanista del siglo XX y se está transformando debido al confinamiento que surge con la pandemia. ¿Cómo ocuparemos el espacio al aire libre en el futuro?
Aire libre
La percepción y el uso del espacio público es algo en permanente cambio. Se transformó con la explosión urbanista del siglo XX y se está transformando debido al confinamiento que surge con la pandemia. ¿Cómo ocuparemos el espacio al aire libre en el futuro?
Texto de Jimena de Gortari & Juan José Kochen 09/08/21
“¡No necesita usted ser rico! ¿Tiene usted reunidos $800.00 (ochocientos pesos)? ¿Puede usted ahorrar 125.00 (ciento veinticinco pesos) cada mes? Pues ya está usted en condiciones de comprar un excelente lote en el mejor sitio comercial y residencial de la Ciudad de México… Un motivo de orgullo… Teatro del Aire Libre Coronel Lindbergh en la sección Insurgentes-Hipódromo”.
Así se promocionó esta flamante colonia de Ciudad de México, y su novedoso teatro, en la sección principal de El Universal (1928). En los años veinte, este teatro compartió filas con el Anfiteatro Simón Bolívar y el Teatro Ángela Peralta, dos foros más para el disfrute de una sociedad ávida en busca de entretenimiento moderno. A la oferta se sumaron grandes teatros y cines como El Olimpia, Palacio, Odeón, Encanto, Ópera, Ermita, Moderno, Savoy, Chapultepec, México, Teresa, Alcázar, Lido, Lindavista, Esperanza Iris, Ideal, Independencia, Manacar, entre muchos otros.
Ya sea como cines, salones o teatros, esta infraestructura cinematográfica y artística —además del entonces recién inaugurado Palacio de Bellas Artes— ofrecía novedad, glamour, sofisticación y confort para todos los gustos. Las condiciones de salubridad urbana e ideas de higienismo apenas repercutían en el paisaje citadino, por lo que aglomerarse al interior resultaba una verdadera experiencia moderna.
Afuera, los espacios abiertos, públicos, encontraron su lugar entre glorietas, andadores, parques, plazas, atrios, vecindades y multifamiliares. Y si bien el Estadio Nacional (1923) significó un cambio de escala, los anfiteatros mantuvieron el ideal social de un sitio al aire libre apto para grandes aforos. Provisto de un graderío alrededor de un área central con base en una construcción oval o circular, esta tipología perdió protagonismo para convertirse en un elemento secundario de los parques. Aunque anacrónico en el imaginario colectivo, se trata de una solución elíptica que facilita la isóptica, cuenta con criterios acústicos y propicia la contemplación exterior.
En Ciudad de México ha habido algunos esfuerzos por recuperar con la música aquellos espacios relatados previamente. Conciertos memorables. Seguramente algunas generaciones vacunadas en las primeras rondas recordarán la visita de Mano Negra al Foro Ángela Peralta —con cierre de la Maldita Vecindad— en 1991, en donde parecía que estos lugares revivían para el disfrute de una música que congregaba a diversos sectores sociales; pickups llenas de gente con peinados y vestimentas para la ocasión, una boca de Metro que escupía ansiosos espectadores y calles circundantes con extensos dispositivos policiacos, que por cierto entraban en acción después del “portazo”.
Los relatos no cuentan cómo fue visto y vivido el entretenimiento de masas por los residentes de las colonias anfitrionas, ¿será que hace algunos años el adentro-afuera se percibía distinto? Es indudable que la creciente inseguridad juega un papel relevante en eso que antes se vivía como natural, en donde el afuera era de todos y el aire libre significaba comunidades diversas. No se trata de romantizar en el tiempo, pero sí de reconocer que la ciudad y su crecimiento descontrolado han complicado las dinámicas sociales. Quizás valdría la pena preguntarse si el adentro se ha transformado en un refugio ante la inclemencia urbana y éste se percibe invadido o amenazado por lo que sucede afuera.
Es probable que por estas razones se hayan modificado los lugares en los que se hacen este tipo de muestras musicales, por lo que muchos años después se iniciaron los conciertos al aire libre en estadios y plazas públicas; ese afuera común y reconocido por todos para todos. Estos programas, además de las iniciativas de espacios como la Cineteca Nacional o el Centro Nacional de las Artes, buscaron acercar la cultura a distintos públicos. Así brotaron conciertos, incluso espontáneos, con apropiaciones temporales, inmersivas y puestas en escena pop-up (Ashes and Snow, El universo de Leonardo Da Vinci o Van Gogh: Alive) que cumplen una necesidad más allá del “recinto cultural”.
En este ímpetu por recuperar lo público, por reapropiarse del aire libre para todos, existen otros lugares que no han sido diseñados para acercar la cultura pero que por su ubicación, ya sea por el enorme flujo de personas que lo recorren o por su configuración de borde, han permitido acercar muestras fotográficas, pictóricas y otras expresiones emulando lo que ocurre en las rejas del Jardín de Luxemburgo en París. Así sucedió con el Bosque de Chapultepec o Paseo de la Reforma, con exposiciones lineales en las cuales se aprecian fotografías y manifestaciones artísticas de gran formato. El paseo y el encuentro a ras de calle sobre una barda y en una banqueta, ¿también son “aire libre para la cultura”? En esa categoría se podrían incluir los pabellones para las ferias de culturas amigas en el Centro Histórico, aunque también fugaces, para observar, escuchar y degustar en una plaza pública, como ya lo hicieron restaurantes, bares y cafeterías al extenderse sobre la calle.
Rehabitar lo público también exige comunidad. En algunas de las plazas —no de centro comerciales— se organizan bailes promoviendo la salud a través del ejercicio. La Ciudadela es pionera en estos menesteres, replicados en la Alameda o incluso ahora en las sedes de vacunación, aunque en algunos casos son poco aceptados por los residentes locales por la invasión a su privacidad, además de la intensidad sonora. Y es que en este análisis por reformular las actividades al aire libre en una necesidad de salud, los tianguis y mercados sobre ruedas siguen descifrando el cómo. ¿Cómo retejer el contrato social que promueva una convivencia de encuentro? Ahora, esa posibilidad implica cierto temor. Y es quizás ahí en donde podemos actuar. ¿Cuándo dejamos de voltear hacia el exterior estando afuera? Es decir, ¿cómo pasamos de la intemperie al interior sin pensar en la transición? Tanto los espacios colectivos como los culturales han restado importancia al intersticio del adentro-afuera. Además de circulaciones, vestíbulos y plazas de acceso, ¿cómo configurar la arquitectura cultural posterior a la pandemia? Los aforos reducidos, el distanciamiento social y las medidas de higiene han sido acciones reactivas, pero a largo plazo, el diseño urbano deberá forjar un cambio de actitud con respecto a nuestra idea de aire libre.
Esa necesidad de transformar la dinámica debiese incluir la posibilidad de evitar controlar aquello que sucede afuera. Nos hemos habituado a tratar de confinar todo lo que acontece en los lugares que habitamos. Hemos estado muy cómodos pensando cómo suceden las cosas y así hemos permitido que otros decidan sobre lo que sucede afuera. Seamos críticos con la disciplina y con nuestras dinámicas en el uso de los lugares, forcémonos a pensar en la arquitectura apropiada y de apropiaciones, más allá de la construida para revista. ¿Qué pasa cuando analizamos el espacio vacío-compartido?
Si los espacios públicos son las arenas en las que se desarrolla la vida en la ciudad, en donde reside su vitalidad, es fundamental comprender cómo interactúan los habitantes para analizar la dinámica de la vida urbana. Tanto la Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia como la Bienal de Arquitectura de Chicago han propuesto los temas How will we live together? y The Available City, respectivamente, para identificar “nuevas formas de espacios combinados en áreas urbanas”. En ambas se menciona la necesidad de un nuevo contrato espacial, de imaginar híbridos en los que “podamos vivir generosamente todos”, en proyectos que no involucren exclusivamente a arquitectos sino también a artistas, diseñadores y ciudadanos.
Ese New Deal nos empuja a un cambio de actitud sobre lo público, sobre el aire libre y sobre el valor social de su intervención. Hemos deshabilitado nuestra capacidad para configurar el espacio abierto personal, aquella posibilidad de compartir con los otros en el momento que abrimos una puerta y se cuela lo de afuera estando adentro.Pensemos en las transiciones para entrar o salir, así tendríamos menos metros cuadrados construidos para cuartos que separan y más patios, pasillos, terrazas, plazas y vestíbulos que congregan. Así se pensó la vecindad y así lo recuperó el multifamiliar, antes de encerrarnos por la densidad. La otredad está afuera, en los pasamanos. Volteemos al Jardín Botánico de Culiacán, cuya colección artística y botánica se despliega entre veredas y geometrías en concreto para integrar actividades públicas y talleres; o al Centro Cultural Teopanzolco, en Cuernavaca, un proyecto de explanadas triangulares con taludes escalonados que a la vez funcionan como cubiertas y miradores hacia las ruinas prehispánicas adyacentes. Los programas para espacios culturales deberán estrechar la distancia entre parques y jardines, y viceversa. El “aire libre” está por verse. ¡No necesita usted ser rico! EP
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