16 ideas (de ellas) para los nuevos hombres

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 11/03/20

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 4 minutos

La soledad, el vacío, clavaban el lunes en el pecho una tristeza que viajaba en las calles de la ciudad y el país. Poderosa, su ausencia nos cimbró a los hombres, poco o mucho: algo. Creo que mucho.

Por primera vez en nuestra historia ellas no estaban. La retirada masiva por el Paro de Mujeres lastimaba a los que sí ocupábamos los espacios públicos: como si la ausencia de tantas nos llevara a detenernos en las ausencias particulares, en cada una de las ausencias voluntarias de las mujeres que estaban en sus casas y que representaron a cada una de las mujeres que no estaban porque hombres asesinos no permitieron que estén.

Por las que sí están y no tienen por qué sufrir más quebrantos de las violencias machistas, y claro, por la memoria de las miles de muertas, han dado a vida a una revolución, complejísima, con una riqueza de pensamientos y acciones a la que los hombres seguimos reaccionando lerdos. No sabemos cómo actuar (o no queremos cambiar nuestro actuar) frente al terremoto que sacude el piso de nuestros históricos privilegios.

¿Ante el movimiento de las mujeres, los hombres qué?

Estos días he ido escuchando, leyendo y apuntando ideas sueltas sobre qué podemos hacer los hombres para impulsar nuestro propio cambio —que idealmente iría al paralelo de esta revolución de las mujeres— y dejar de imponer sufrimiento. No podemos ser feministas porque la lucha no es de nuestro género, pero sí podemos ser anti patriarcales. Y no solo de consciencia —un lugar cómodo para mirar sin culpas el show del horror—, sino de acción. 

Esas ideas son de mujeres (se han tomado el tiempo de pensar qué sí podríamos hacer, y no solo decir “soy aliado” y asistir a sus marchas, algo vacío y hasta ofensivo). No sé si estas ideas sean toda la solución, pero si cada hombre las ejerciera como un mandato, podrían ser un buen inicio para la transformación y con suerte, más adelante, una revolución.

Ellas ya no son las mismas. ¿Nos podemos permitir ser los mismos?

Aquí algunas de esas ideas de ellas para nosotros, atrapadas estos días (ninguna, insisto, es mía):

1. La lucha feminista es por la igualdad, y la igualdad no es una abstracción sino un derecho humano, constitucional. Defender su derecho a que sean iguales es también obligación masculina.

2. Si queremos acabar con el sistema que nos privilegia por ser hombres, solo por ser hombres, ataquemos, es decir denunciemos, cualquier violencia machista de la que seamos testigos. El silencio es complicidad y perpetúa al sistema.

3. ¿Abusamos de nuestra posición de poder, las rebajamos, pedimos que cumplan parámetros de belleza, pedimos “favores sexuales” a cambio de algo, hacemos estigmatizaciones hirientes de su género? ¿Las oímos poco, como una avalancha aplastamos sus ideas con las nuestras, privilegiamos determinados rasgos físicos para valorarlas? Entonces estamos alimentando el monstruo patriarcal. Dejemos de alimentarlo.

4. La empatía cuesta, pero se consigue: su lucha tiene símbolos y encarna un dolor ancestral. Abordar con grafitis u otros modos monumentos históricos que, paradójicamente, suelen representar una igualdad y libertad que en los hechos en México no existen, visibilizan la injusticia, acaso muevan al país a un lugar distinto. Las vías tersas y protocolarias para sus reclamos no han servido para dejar de ser un país feminicida. No juzguemos.

5. Al igual que ellas, podemos exigir que la lucha por la justicia no sea volátil, fácil, incomprobable e irresponsable, tipo “los mexicanos nos debemos dar amor, afiancemos los valores”, como repite hoy el poder. Las estrategias para la justicia, ya sea a nivel políticas públicas, laborales o relaciones intrafamiliares, deben ser precisas y hasta cuantificables. 

6. Si los hombres desconocen las violencias contra las mujeres porque no se quieren enterar (“me hace daño informarme”) o no les interesa, perpetúan un sistema que las somete. Saber es un también un inicio hacia el cambio.

7. Como lo han dicho el colectivo chileno Lastesis y luego miles (¿millones?) de mujeres de otros países hasta el punto de que los hombres ya podemos recitarlo, “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”. No existen “provocaciones” para la violencia sexual en ninguna de sus formas, desde el piropo hasta el homicidio. La única razón es el acosador, el violador, el sistema. 

8. La violencia contra la mujer ya no está protegida por viejas convenciones sociales que la normalizaban y autorizaban. Se acabó nuestro “amparo”.

9. Los micromachismos cotidianos, como estos días han insistido las feministas Derbez y De la Garza, no son micro. Si se ejercen en el día a día hieren vidas y van formando una estructura sólida de dominación cuya cúspide es la violación y el feminicidio. 

10. Un feminicidio es más que un homicidio. El que dice “por qué se quejan de los asesinatos de mujeres, si hay más de hombres” es ciego voluntariamente. A los hombres no los matan por ser hombres; a las mujeres las matan por ser mujeres.

11. La calle, como ningún otro espacio público y privado, no puede ser tierra impune para el acoso.

12. Los límites del consentimiento sexual no dejan margen a la duda. Si una mujer dice “no”, es que no quiere tener relaciones sexuales. Insistir es acosar, y acosar es delito.

13. En la pareja, ser violento no es demostrar amor; es delito. 

14. El hombre que en la pareja rompe con las ataduras machistas alienta la igualdad desde las prácticas del hogar. La vida en conjunto sirve para disolver los roles tradicionales de género.

15. El hombre que dice “soy feminista” quizá aspira, aunque sea inconscientemente, a un nuevo liderazgo, parecido al que ejerce por ser hombre. Es preferible ser un anti patriarcado. Hablar de feminismo desde la masculinidad es hablar de más porque jamás hemos vivido lo que viven las mujeres. El feminismo, explican ellas, nace de la experiencia individual y colectiva de ser mujer.
16. Al hombre, desde niño,  se le ha enseñado que la masculinidad se asocia al poder y la fuerza, y la feminidad a la fragilidad y belleza. El hombre puede dar forma a su masculinidad sin moldes primitivos. Combatamos en cualquier espacio social el concepto anquilosado y eventualmente criminal de lo que un hombre debe ser. EP

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