Un día mañana

“No importaban las instrucciones que le diera a su brazo: le ordenaba que fuera al frente, que señalara con un dedo, que doblara el codo, pero el brazo derecho seguía ahí, lánguido, con la palma rozando su muslo.” Este cuento forma parte del proceso creativo de la artista que, en 2018, fue seleccionada como en el Programa BBVA-MACG.

Texto de 02/07/20

“No importaban las instrucciones que le diera a su brazo: le ordenaba que fuera al frente, que señalara con un dedo, que doblara el codo, pero el brazo derecho seguía ahí, lánguido, con la palma rozando su muslo.” Este cuento forma parte del proceso creativo de la artista que, en 2018, fue seleccionada como en el Programa BBVA-MACG.

Tiempo de lectura: 17 minutos

Antes de que la nueva versión de Over the Horizon, esta vez “inspirada por la belleza del océano”, comenzara a reproducir sus cuatro acordes de manera cíclica, la pantalla de AMOLED de su Galaxy S10 ya brillaba para darle los buenos días. Al principio lejana y de pronto clara, la melodía la sacó de un sueño que en un instante ya no pudo recordar. Era momento de iniciar su rutina diaria y aunque no era una temporada en la que particularmente tuviera mucho trabajo, le gustaba comenzar el día haciendo algo de ejercicio, después de todo pasaba demasiadas horas sentada frente a la computadora. Extendió el brazo con la intención de apagar la alarma, pero sólo consiguió mover el teléfono lo suficiente para que se cayera de la mesita de noche y tras un ruido intenso terminara en el suelo. Ella se levantó de inmediato con sobresalto y se acercó al borde de la cama rogando que el cristal Gorilla 6 fuera tan resistente como lo aseguraban los Screen tests en Youtube. Y así fue, la pantalla aguantó el golpe y el aluminio tampoco se dobló debido a la bonita funda roja que había conseguido en cuanto compró el celular. Quizás no había descansado bien, aún se sentía un poco torpe. Sincronizó su Fitbit con la aplicación y comprobó que de las 8 horas que estuvo en cama sólo 1 hora y 49 minutos habían sido de sueño profundo, se prometió cenar más ligero. Ya de pie, y después de un vaso de sus proteínas en polvo diluidas en agua, sabor chocolate, base de trigo, el mínimo de calorías, buscó en su laptop una pestaña ya abierta en el navegador, que le indicaba cuál de los muchos programas de ejercicio tenía que hacer ese día para cumplir con el bikini body summer 2020 challenge. No es que tuviera intenciones de viajar a la playa ese verano, pero le gustaba ver las fotos de otras personas que cambiaban sus hábitos alimenticios con la promesa de perder peso y marcar los músculos en unas pocas semanas, siguiendo una serie de ejercicios diarios; quienes los hacían al pie de la letra al parecer lo conseguían, alguna vez hasta se animó a subir una composición fotográfica suya de antes y después, pero en los últimos años le costaba demasiado renunciar al azúcar y se contentaba con no pasar de los 65 kilos que le había recomendado el médico. La música de los videos le parecía francamente horrible y se concentraba sólo en el ritmo para seguir los movimientos. En la pantalla una mujer musculosa y delgada de unos treinta y tantos años comenzaba a levantar las rodillas emulando una especie de carrera (parecía más bien uno de esos caballos entrenados). Luego siguieron los brazos, jumping jacks, y hasta ese momento no había notado nada extraño, pero, al intentar subir de nuevo el brazo derecho, este no respondió, se quedó inmóvil a un costado de su cuerpo. Una sensación de vacío le llenó el estómago y luego le subió a la cabeza mareándola un poco. No importaban las instrucciones que le diera a su brazo: le ordenaba que fuera al frente, que señalara con un dedo, que doblara el codo, pero el brazo derecho seguía ahí, lánguido, con la palma rozando su muslo. Eso sí, la sensación del brazo aún estaba, no lo sentía adormecido; si lo tocaba con la otra mano, podía percibir que esta estaba fría y sudorosa. Nunca le había sucedido nada parecido, no sabía de nadie a quien le hubiera sucedido. ¿Y si estaba a punto de desmayarse?, ¿y si le estaba dando una embolia? ¿Tendría que ver con su hipotiroidismo? Se abalanzó de un salto al teclado y comenzó a googlear tan rápido como pudo todas las ideas que se le venían a la mente. En la mitad de las respuestas entregadas por el buscador tenía cáncer, nada nuevo. La otra mitad no correspondía del todo, pero se aproximaba a padecimientos relacionados con estrés, aunque ella no vivía particularmente estresada, se había procurado una vida tranquila, sin muchas relaciones interpersonales, trabajando en casa, sin tener que cumplir con expectativas irreales de la sociedad o la familia o el trabajo. Como fuera, este mismo estilo de vida tan holgado le aseguraba una soledad casi completa, por lo que si, como temía, su cuerpo estaba a punto de colapsar, nadie la encontraría inconsciente, al menos no en 3 o 4 días… Y para entonces, ¡quién sabe qué habría sido de ella! Un mal cálculo en su estilo de vida. Sin perder el tiempo escribió rápidamente la dirección de otro sitio en Chrome. Doctoralia.com.mx tenía un listado de miles de doctores en la ciudad, el problema era saber a qué tipo de médico debía buscar. Uno general de cualquier forma le mandaría a hacerse exámenes, regresar y luego le recomendaría un especialista, sería una pérdida de tiempo y de dinero. Había que arriesgarse, a ver, alguna vez en la adolescencia padeció migraña y le había pasado algo similar, sólo que en aquella ocasión sí sentía el brazo dormido y tampoco podía hablar. ¿Podía hablar ahora? “Pepe pecas pica papas con un pico, con un pico pica papas Pepe Pecas”, dijo en voz alta, y el trabalenguas que había aprendido en la primaria le regresó un poco la tranquilidad. Quizás eso descartaba también la idea de la embolia, al menos de momento. Pero incluso si en efecto tenía cáncer, el tumor debía estar en su cerebro o su espina dorsal. El Dr. Eduardo Pérez, neurólogo, tenía las mejores calificaciones, al menos 24 opiniones y no estaba tan lejos de su casa, así que llamó por teléfono y con la voz entrecortada dijo a la asistente que se trataba de una emergencia, le explicó brevemente los síntomas y consiguió una cita dos horas más tarde. De cualquier forma, le advirtió la mujer, debía ir lo más pronto posible al hospital en donde se encontraba el consultorio, por si algo más ocurría. Tras colgar, pensó que iba a ser demasiado difícil cambiarse de ropa con un brazo solamente, así que se quedó con su conjunto deportivo (una sudadera Dry-fit y leggings Nike) y sólo se cambió los tenis por unos que fueran menos de entrenamiento, más de calle. Guardó su cartera en una bolsa y hábilmente, puesto que era zurda, pidió un Uber desde su celular, el cual tardó unos 4 minutos en recogerla y otros 20 en llevarla a su destino, tiempo bien estimado por Waze. El conductor se merecía 5 estrellas, no la molestó en todo el trayecto a pesar de su aspecto agitado. 

La ansiedad no disminuyó en la sala de espera del hospital, pero al menos le habían dicho que en cuanto el doctor tuviera un momento libre, la atendería. Quizás no tendría que estar ahí una hora y media más. Para despejarse un poco abrió Instagram y empezó a deslizar hacia abajo. En su muro mayormente había fotografías de paisajes de lugares lejanos, todas muy cuidadas, ilustraciones digitales y una que otra cuenta de mujeres musculosas (secuela de sus búsquedas de programas de salud y fitness). Hacía mucho que había dejado de seguir cuentas de amigos más o menos cercanos porque no soportaba ver todas sus publicaciones de selfies (que eran casi las únicas), en el restaurante, en el gimnasio, en sus trabajos de oficina, en sus vacaciones en Acapulco, con sus bebés tan feos como ellos. En fin, le daban un poco de asco esos perfiles y fue dejando de seguirlos uno por uno con el fin de “llenarse de cosas más positivas”. Prefería ligar sus redes sociales a sus hobbies y sus sueños. Se había prometido no publicar fotos en las que ella misma apareciera, no quería ser evaluada por todos esos ojos anónimos, aunque casi se había visto tentada por la respuesta positiva a una foto que había publicado de su último viaje a China, en la que ella posaba tímidamente sobre la gran muralla: 180 likes, el resto de sus fotos tenían como máximo 30. Quizás por recordar aquella foto fue que le empezó a entrar nostalgia y casi en automático pensó en su mamá, que vivía en otra ciudad, que no sabía mucho de ella puesto que no la llamaba o visitaba muy a menudo. Quizás debería llamarla y contarle qué estaba pasando. “Si esto empeora seguro necesitaré algún familiar cerca”, pensó. Desechó la idea en cuanto recordó que su madre se angustiaba con facilidad, probablemente más que ella misma y, desde que le había regalado el iPad, su madre buscaba cualquier cosa en Internet, y entonces llegaría al cáncer. No, sólo si es necesario, se prometió. En estos debates internos estaba cuando la llamaron. “El doctor la verá ahora”, dijo la recepcionista. El consultorio era más o menos amplio, limpio y moderno; un par de impresiones de Alfons Mucha decoraban la pared, las reconoció porque de adolescente había descubierto su obra en sus primeros días navegando en Internet y buscando ilustraciones bonitas. El doctor, de más o menos unos 50 años y con aspecto bastante cansado pero jovial, la recibió con una sonrisa y la invitó a sentarse en un sillón cómodo de imitación de piel. 

“Tengo entendido que usted cuenta con un RFID. ¿Está en su brazo derecho?”, preguntó el doctor. “Así es”, afirmó ella, “me lo recomendó mi médico de cabecera el año pasado, sufro de hipotiroidismo”. “Permítame escanearlo para descargar su historial médico, esto nos ahorrará tiempo”, dijo el doctor, mientras se acercaba a su brazo con un escáner portátil y recibía casi de inmediato toda la información en su computadora.

“Se abalanzó de un salto al teclado y comenzó a googlear tan rápido como pudo todas las ideas que se le venían a la mente. En la mitad de las respuestas entregadas por el buscador tenía cáncer, nada nuevo.”

Tras algunos minutos de silencio, en los que el médico leía el historial de su paciente, que iniciaba con varicela a los 5 años de edad, comenzó a teclear algo en su computadora y finalmente se dirigió a ella: “Veo que el chip además regula su tratamiento hormonal para el hipotiroidismo”. “Sí, me lo detectaron hace tres años, pero desde que me puse el chip no he tenido problemas, o al menos eso quiero pensar”, respondió ella en tono dudoso.

“Es correcto, a menos que el chip haya fallado y lo dudo mucho. Lo que indica es que su enfermedad está bajo control. ¿Alguna vez ha padecido algún problema de presión arterial o neuronal, cualquier cosa además de la migraña? ¿Algo que no esté en su expediente?”, preguntó él. Nada. “¿A qué se dedica?”. “Pues, es un poco difícil de explicar, básicamente entreno inteligencias artificiales para una compañía China, o sea, me la paso el día contestando cuestionarios y verificando que las respuestas que da la IA son correctas. Me pagan por clic y por complejidad de las preguntas.

El médico levantó las cejas mientras agregaba con un tono que a ella le pareció un poco irónico: “¡Vaya! Uno de esos nuevos trabajos donde a la gente le pagan casi por hacer nada, estos son otros tiempos. ¿Y cómo le pagan? Me refiero, desde China”. “Criptomoneda”, continuó ella, “pero ya hay bancos en México que hacen el cambio y lo puedo transferir a mis cuentas, es mejor que trabajar en una oficina y gano más o menos lo mismo”.

El médico se quedó callado un momento haciendo cara de incredulidad, le parecía que los millennials eran más bien apáticos y le sorprendía que personas como ella hubieran encontrado una manera de subsistir y, aunque lo de las inteligencias artificiales sonaba ahora en todas partes, él no entendía muy bien qué eran las criptomonedas y decidió mejor regresar a su diagnóstico: “Muy bien, tengo sospechas de otra cosa, hagamos una prueba”. El médico se acercó a su espalda y ella sintió el frío del metal en la base del cuello. “Es un sensor de impulso nervioso, mueva el brazo izquierdo”, dijo él, y cuando ella lo hizo, el médico leyó: “2.5 en un brazo sano, el impulso nervioso llega correctamente a su brazo y mueve sus músculos y tendones. Ahora intente mover el brazo derecho”, dijo el doctor mientras cambiaba de lugar el aparato: “De nuevo 2.5, eso quiere decir que el impulso nervioso llega correctamente al otro brazo también, pero, entonces, ¿por qué no se mueven los músculos de ese brazo? Mi teoría es que el mensaje es interceptado antes de que lo reciban los músculos. ¿El chip que tiene es de Nanotome?”, preguntó él. “Sí, justamente”, afirmó ella expectante. “Mire, podríamos hacerle varias pruebas más para comprobar que su sistema nervioso está funcionando bien, pero son caras y yo no veo que tenga otros síntomas que debieran alertarnos sobre alguna condición neuromotora. Le recomiendo que vaya al lugar donde se implantó el chip y que ellos revisen que no está haciendo cosas distintas para las que fue programado. He tenido algunos casos ya así y resulta que eran problemas de funcionamiento de su RFID, algunos graves y otros no tanto, pero es mejor atenderlo cuanto antes”, concluyó el médico.

Tras pagar la consulta y esperar otro Uber, se encaminó a casa con el objetivo de buscar los datos del fabricante. Tres años atrás, poco después de haber sido diagnosticada con hipotiroidismo, había recibido una oferta en su correo y redes sociales y 24 horas después de pagar en línea habían ido a su casa a ponerle el implante. La visita del cirujano de Nanotome duró más de 20 minutos. Se presentó debidamente identificado y le hizo leer un contrato de 10 páginas mientras la anestesia local hacía efecto, luego con una especie de jeringa gigante había metido, por una incisión de un centímetro, el chip. No había pasado mucho más, sabía que debía pagar pronto para que lo sustituyeran pero le avisarían con tiempo antes de hacer el cobro y de nuevo mandarían a alguien. Ahora no le quedaba muy claro con quién debía quejarse de la falla. Mientras buscaba en su celular algún número de servicio a clientes en la página de Nanotome, sintió algo en las piernas que la sobresaltó, eran los dedos de su mano derecha, moviéndose por sí solos, haciendo movimientos rápidos que le recordaban a cuando tecleaba en su computadora, después de todo había estudiado mecanografía en la secundaría, ¿estarían de verdad escribiendo?

Los espasmos habían disminuido desde que el Uber se detuvo frente a su casa, bajó corriendo (incluso olvidó evaluar su viaje) con la esperanza de poder abrir su laptop y dejar que la mano se moviera sobre el teclado para corroborar si realmente estaba escribiendo algo con sentido, pero, para cuando la colocó encima, ayudándose de la mano izquierda, los movimientos se habían reducido tanto que eran casi imperceptibles y no contaban con la suficiente fuerza para presionar las teclas. Quería llorar, no entendía lo que estaba sucediendo. En un momento no podía mover la mano y al siguiente esta había cobrado vida propia y se movía por su cuenta. Tomó aire profundamente y, cuando sus pulmones estuvieron llenos, un par de lágrimas se le escaparon, pero logró tranquilizarse. Sabía que debía concentrarse en resolver aquello lo más pronto posible, y que si el médico no pudo ayudarla, entonces estaba sola, o al menos así se sentía. Entró a la página de Nanotome y no encontró ningún número telefónico; era tan frustrante como son los sitios de servicios y la única manera de comunicarse con alguien (esperemos que en esta empresa no fuera con un bot) era a través de un formulario que se desplegaba después de dar clic en un texto diminuto en el fondo de la página con la leyenda “Contacto”. 

En menos de un minuto la notificación de un nuevo correo en la bandeja de entrada llegó a su celular. Atención a Clientes de Nanotome. Esta vez no se apresuró demasiado a abrirlo, puesto que esperaba una respuesta automática:

Era demasiado tiempo, pero, ¿qué más podía hacer? Tendría que esperar la respuesta y rogaba porque ellos tuvieran una solución. Le costaba trabajo quedarse simplemente esperando, así que pensó que quizás otras personas habían tenido un problema similar, y si lo habían tenido seguro estaban en algún foro de Reddit. No tardó en encontrar r/NanotomeFail, r/newNanotomeRFID, r/NanotomeConspiracy. Conforme avanzaba en los foros el terror primero se aminoró un poco al darse cuenta de que, en efecto, alrededor del mundo otras personas habían descubierto que el mismo chip en el brazo o la pierna había provocado algunos “efectos adversos” en los últimos días, y luego ese terror volvió a crecer cuando leyó las respuestas que la compañía les había dado o las explicaciones conspiranoides que muchos usuarios posteaban, cosas como:

A este último comentario había respondido sixaout1982: “Tú qué sabes, si ni tienes chip. Al rato que te estés muriendo de cualquier enfermedad vas a irles rogando a que te pongan uno”. Ella quería estar de ese lado, pensar que su vida podía depender de esa tecnología, que descompuesto o no era seguro. Pero, ¿y si pipBoy19 tenían razón?, ¿y si los chips podían usarse para que alguien o algo más controlara tu cuerpo, o al menos parte? Peor aún, ¡¿podían ser hackeados?! Eso era algo que no aparecía en ninguna línea, ni en las letras más pequeñas de ese contrato que firmó, o al menos no recordaba haber leído nada tan alarmante. Estaba en medio de esos pensamientos cuando su celular comenzó a sonar. El nombre en la pantalla era el de su mejor amiga, no tardó en contestar.

“Holi, ¿cómo estáaaaas?”, dijo su amiga con una voz demasiado alegre para el estado en el que se encontraba en ese momento. “Hola, maso… no puedo mover el brazo derecho…”

“¡¿Queeeeeé?! ¡¿Pero por queeeeé?!”, preguntó la amiga. El grito la obligó a separarse el teléfono de la oreja. Su amiga en verdad comenzaba a parecerle demasiado insoportable y se sintió tentada a colgar, pero se conocían desde hacía más de 10 años, había pocas personas en las que podía confiar tanto, además seguramente podría ayudarle a tener algo de perspectiva sobre lo que debía hacer. Tras contarle cómo había transcurrido su mañana, su amiga comenzó a mostrarse más tranquila; de hecho, cuando llegó a la parte de lo que había leído en Reddit, la interrumpió con una carcajada. Se sentía completamente desconcertada y le preguntó qué le pasaba.

“Amiga, ¿no te llegó el correo? ¿Te acuerdas que cuando me recomendaste el chip yo también compré uno anticonceptivo en su sitio?”. En medio de la perplejidad, ella contestó: “¿De qué correo me estás hablando? ¿Correo de qué?”. “¡Tenemos un mes gratis de su wetware!” “No entiendo de qué me estás hablando”. “Aysh, vives en tu mundo. A algunos afortunados de los que tenemos chips de Nanotome nos actualizaron a su nuevo sistema, que incluye su wetware, Proteus. Haz de cuenta que es como los filtros de Instagram, sólo que de la vida real. Cuando empieza a actuar saca de tu cuerpo todo lo que este no necesita. Por ejemplo, ¿sabías que cada año ingerimos suficiente plástico para hacer una tarjeta de crédito? Está en todas partes, hasta en el aire que respiramos. Bueno, pues poco a poco el chip lo va sacando por tu piel y lo va transformando en otra cosa. Cada mes actualizan, por zonas, entonces cambia todo el tiempo. Y ya que se terminó de formar, tiene varias funciones, primero evita que las cámaras capten tu cara, ya ves que ahora con FaceApp y los deep fakes no puedes confiar en nadie. Y además te permite, cómo decirlo, experimentar la realidad de otra manera. Está súper de moda. ¿No te conté que como un mes antes del lanzamiento estaban presentando prototipos en el centro comercial de cómo se vería y se sentiría? Yo por eso me apunté y ahorita te mando una foto para que veas cómo va”.

Puso la llamada en altavoz para poder ver la pantalla, a los pocos segundos mostraba la imagen del brazo de su amiga con algo que parecían pequeñas escamas plásticas e hilitos de color rojo y naranja que apenas despuntaban, como vellos, pero de una consistencia diferente. Se veían bastante llamativos y sintió curiosidad por saber cuál sería la forma final, de qué tamaño. Mientras estudiaba cuidadosamente la foto, su amiga proseguía:

“Eso sí, a mí no me pasó nada parecido a lo tuyo, qué bueno que ya escribiste a atención a clientes. Pero bueno, no creo que sea nada grave, tu tranqui. Te dejo porque tengo que ir a comprar unas cosas. Pero cualquier cosa escríbeme. Besitos”.

“No era momento para hacerse un millón de preguntas existenciales, filosóficas o legales que con toda seguridad mentes mucho más brillantes que la suya y personas mucho más poderosas ya se habían hecho, ya habían llegado a la conclusión de que aquello era lo que seguía y lo habían puesto en marcha.”

Tan pronto como terminaron de despedirse, su amiga colgó. Ahora, por primera vez en todo ese día, sentía algo de alivio. Si bien lo que su amiga le había dicho en otras circunstancias podría ser alarmante, la coherencia y liviandad con la que había explicado lo que sucedía, al grado de minimizarlo a una moda tecnológica, le había dado sentido a las cosas, incluso comenzaba a darle esperanza. Estaba segura de que se podía resolver, de que existía una razón para lo que había sucedido. Vaya, en un momento casi se ríe de haber corrido hacia el médico por algo como aquello.

Una nueva notificación apareció en su smart watch. El tan esperado correo de atención a clientes se había tardado menos de lo esperado. Apenas un par de horas. Abrió el contenido en el navegador de su laptop.

Lo primero que ella hizo fue dar clic en la liga sobre el contrato. Sabía que tenía una copia en algún lugar, pero confiaba en que se trataba del mismo. Lo leyó con mucho cuidado, haciendo pausas en cada una de las líneas que hablaban sobre los derechos y responsabilidades que tenía la compañía, y allí estaba: “Nanotome se reserva el derecho de hacer actualizaciones a sus dispositivos vía remota para optimizar su funcionamiento sin solicitar una aprobación explícita del contratante. Todos los dispositivos intramusculares de Nanotome incluyen su nanotecnología, que puede reprogramarse para cumplir distintas funciones según lo requiera el paciente, sin la necesidad de hacer cambios quirúrgicos o físicos”. Con estas dos líneas bastaba, ya estaba segura de que no había puesto suficiente atención, se había dejado llevar, qué ironía, siendo que trabajaba con inteligencias artificiales. Debía saber más de tecnología, aunque realmente no era necesario entender muy bien cómo funcionaba para cumplir con el trabajo. Con un poco más de resignación, e incluso algo de remordimiento, dio clic en el enlace del video, quizás le explicaría mejor en qué se había metido.

El video comenzaba con un paisaje marítimo, olas suaves, el atardecer, la arena blanca y la música instrumental que provocaban nostalgia, uno quería estar ahí. De pronto la imagen se cortaba, se trataba de una simulación y un hombre que aseguraba ser científico se quitaba un visor de realidad virtual mientras sonreía a la cámara y preguntaba: “¿No sería increíble poder experimentar esto cada tarde?”. Luego aseguraba que para ello no era necesario vivir en la playa, uno debía ser productivo después de todo y la mayoría de nosotros ya vivíamos en las ciudades. Nanotome había comenzado hacía 10 años, haciendo dispositivos de realidad mixta que permitían estimular ciertos sentidos para mejorar la calidad de vida de las personas, aminorar el estrés, controlar padecimientos psicológicos. Ahora estaban dando paso a un nuevo sistema, uno que integraba por fin al ser humano con la tecnología de la manera “más natural”. 

En el video se veía gente contenta, disfrutando en la comodidad de su casa, nada parecía fuera de lugar, pero la cámara se iba acercando poco a poco al brazo, luego al cuello y a la cara, y ahí estaban: formas irregulares de colores vistosos, brillos plásticos y fibras entrelazadas. Conforme pasaba el tiempo se mostraba cómo aquellas formas iban creciendo y captando datos de Internet, los pulsos del cuerpo, cualquier onda que pudiera leerse como una frecuencia. “¿Y qué podemos hacer con esto?”, preguntaba de nuevo el actor-científico para luego mostrar una gama de posibilidades que parecían sacadas de la ciencia ficción. Desde sentir los likes recibidos en redes sociales hasta percibir cuando alguien pudiera ser una potencial amenaza o convertirse en alguien significativo. “El sexto sentido digital, que hemos estado persiguiendo por décadas”, afirmaba el hombre con una gran sonrisa. El video finalmente invitaba a imaginar las posibilidades, mostrando las formas finales de aquellos nanoparásitos que salían por la piel, evidenciando que el aspecto físico, el rostro, ya no iba a jugar un papel trascendental en las relaciones humanas, sino que habría otras formas de interpretar e intercambiar las emociones, los gustos, las actividades…

Cerró la laptop. Dejó la mano izquierda encima por un momento, volteó a ver la derecha y la colocó sobre la mesa. Se concentró muchísimo y logró mover unos milímetros el dedo índice. Se sentía exhausta, todo lo que había sucedido en las últimas horas se había llevado sus energías. Incluso había olvidado comer. Se levantó a la cocina y como pudo se preparó un sándwich. Se lo comió después sin mucho interés mientras le seguía dando vueltas a las cosas. Se repetía una y otra vez que el futuro había llegado, que era bueno, que debía ser bueno y que sería parte de un momento histórico. Lo importante era poder adaptarse, los seres humanos siempre se habían adaptado, no era momento para hacerse un millón de preguntas existenciales, filosóficas o legales que con toda seguridad mentes mucho más brillantes que la suya y personas mucho más poderosas ya se habían hecho, ya habían llegado a la conclusión de que aquello era lo que seguía y lo habían puesto en marcha. Alguien como ella no se iba a poner a confrontarlos… y después de todo, si en 30 días no estaba satisfecha con los resultados que aquello tuviera en su vida, podía pedir que se lo quitaran. Para entonces quizás el Proteus ya habría crecido demasiado e incluso sería doloroso de remover, pero ella era una ciudadana con derechos y debían dejarla como nueva, si no los demandaría, cobraría tanto dinero que no tendría que volver a trabajar. Pero entonces, ¿qué pasaría con su enfermedad? ¿Habría otra forma de tratarla? No podía más con todo aquello al mismo tiempo, así que caminó al cuarto y se tiró en la cama. Volteó a ver su brazo derecho y con el izquierdo lo acercó mucho a su cara, por un momento pensó ver cierto brillo en sus poros ¿Sería el plástico finalmente abandonando su cuerpo?, ¿sus órganos?, ¿quizás incluso salvándole la vida? Lo dejó caer de nuevo al costado y mientras miraba al techo poco a poco se fue quedando dormida, imaginando qué forma cobraría, si valdría la pena salir a presumirlo cuando creciera un poco más. No, mejor tomarse selfies y postearlas, eso le daría más seguidores en Instagram. EP


Nota de la autora: En 2018 fui seleccionada como uno de los 10 artistas del Programa BBVA-MACG, y a lo largo de 16 meses tuve un desarrollo formativo con especialistas del medio cultural. Cada tres meses presentábamos avances de nuestra investigación.

Mis piezas no estaban conceptualizadas en un principio. Cuando mis tutores me cuestionaron sobre el papel del control de la tecnología (que era mi tema de investigación) comencé a escribir el cuento “Un día mañana”, que hoy considero como un proceso de investigación personal, en el que busqué la manera de precisar los temas centrales del proyecto: la tecnología como invasora del cuerpo, las redes sociales como promotoras de dicha tecnología, la manipulación de las tecnologías a través de las opiniones de sus usuarios y la cuantificación de la individualidad a través de los datos que colectan. Había pensado escribir un ensayo, pero luego me pareció que podía resultar poco interesante, que la gente no iba a leerlo, y que yo misma no sabía cómo expresar de manera eficiente las relaciones entre los usuarios y los sistemas que controlan las aplicaciones de forma ensayística. Opté por darle la forma de cuento.

Una vez terminado, entonces sí pude imaginar claramente cada pieza, de dónde venían sus referentes y a dónde podían llegar. En resumidas cuentas, usé el cuento como un proceso de investigación personal y ahora lo uso para contextualizar la forma y el fondo de los trajes.

Visita la galería de Anni Garza Lau, la artista del mes de julio de Este País.

DOPSA, S.A. DE C.V